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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
 A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN (PADRES PAÚLES)

 

Al reverendo GREGORY GAY
Superior general
de la Congregación de la Misión

Con gran afecto en el Señor me congratulo con usted por su reciente elección, y le ruego transmita mi saludo a todos los miembros de la Congregación de la Misión reunidos en Roma del 5 al 29 de julio para vuestra XL asamblea general. Fieles a la inspiración de vuestro fundador, habéis elegido como tema:  "Nuestra identidad vicenciana hoy, habiendo vivido las nuevas Constituciones durante 20 años:  evaluación y tres desafíos para el futuro". Mientras examináis la actividad apostólica y la vida comunitaria a la luz de vuestro carisma vicenciano, invoco una nueva efusión de los dones del Espíritu Santo sobre todos vosotros, para que podáis discernir correctamente el camino que Dios os llama a seguir.

San Vicente de Paúl, respondiendo generosamente a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, puso la evangelización de los pobres y la formación del clero en el centro de la misión de vuestra congregación. Dado que habéis aumentado en número y os habéis extendido por todo el mundo, vuestro apostolado ha asumido naturalmente muchas nuevas formas, pero estos dos aspectos siguen siendo centrales. Vuestro fundador estaba profundamente convencido de la fecundidad de la caridad divina (cf. Vita consecrata, 75) y estimuló a todos sus hijos espirituales a ver, amar y servir a Cristo en los pobres. Confío en que, permaneciendo fieles a la visión de san Vicente, podréis cumplir mejor la misión de formar a otros, tanto laicos como sacerdotes, para la tarea de anunciar el Evangelio hoy.

"Contemplar el rostro de Cristo, recomenzar desde él, testimoniar su amor" (Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio, 19). Queridos hermanos, os invito a tener muy presentes estas palabras al programar el futuro. Recordad que la eficacia de toda actividad apostólica depende de la íntima relación personal con Cristo. Cuanto más saquéis de los manantiales de la vida cristiana y de la santidad a través de una oración personal y litúrgica cada vez más intensa, tanto más os configuraréis con aquel a quien servís. Con el corazón abierto al amor de Dios, podréis dar un testimonio eficaz en un mundo necesitado de la salvación que sólo Dios puede traer.

Cuatro siglos después de vuestra fundación, la tarea de "anunciar a los pobres la buena nueva" (Lc 4, 18) sigue siendo más urgente que nunca. No sólo millones de personas en todo el mundo carecen de lo mínimo indispensable para la vida; el mundo moderno está agobiado por muchas otras formas de pobreza (cf. Sollicitudo rei socialis, 15). Vuestra congregación está llamada a buscar nuevos caminos para transmitir el mensaje liberador del Evangelio a nuestros hermanos y hermanas que sufren. Estad seguros del apoyo de mis oraciones al tratar de responder con generosidad a estos desafíos.

Muchas generaciones de sacerdotes tienen motivos para agradecer a vuestra congregación la formación que han recibido de vosotros. No se puede subestimar la importancia de este apostolado. En consecuencia, es fundamental destinar sacerdotes ejemplares a esta labor:  sacerdotes maduros humana y espiritualmente, con experiencia pastoral y competencia profesional, capaces de trabajar con los demás (cf. Pastores dabo vobis, 66). Muchos vicencianos con estas cualidades se han dedicado generosamente a la formación sacerdotal en el pasado. Os animo a continuar esta misión vital en los años futuros.

Queridos hermanos, no sólo habéis dado una notable contribución a la obra de la Iglesia durante los últimos cuatro siglos, por lo cual ella os está profundamente agradecida, sino que también tenéis "una gran historia que construir" (Vita consecrata, 110). Para vuestras reflexiones sobre cómo vivir mejor el carisma vicenciano, os dejo esta consigna:  "Duc in altum", "Rema mar adentro" (Lc 5, 4). No tengáis miedo de aventuraros, de echar las redes para la pesca. El Señor mismo será vuestro guía.

Encomendando vuestras deliberaciones a la intercesión de san Vicente de Paúl y a la solicitud materna de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, ruego para que el Espíritu de sabiduría ilumine y guíe vuestra asamblea, y cordialmente le imparto mi bendición apostólica a usted y a todos los miembros de su congregación.

Castelgandolfo, 18 de julio de 2004

JUAN PABLO II



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