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MENSAJE DEL PAPA
JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1983

 

Amadísimos hijos e hijas:

«Y todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común; pues vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de cada uno» (Act 2, 44-45).

Estas palabras de San Lucas tienen gran eco en mi corazón, cuando nos disponemos a celebrar el período litúrgico de la Cuaresma: semanas ofrecidas por la Iglesia a todos los cristianos, con el fin de ayudarles a reflexionar sobre su identidad profunda de hijos del Padre Celestial y de hermanos de todos los hombres y encontrar un nuevo impulso a saber compartir concreta y generosamente, pues Dios mismo nos ha llamado a basar nuestras vidas en la Caridad.

Nuestras relaciones con el prójimo son fundamentales. Y cuando hablo de “prójimo”, me refiero evidentemente a todos los que viven en nuestro alrededor, en la familia, el barrio, el pueblo o la ciudad. Se trata además tanto de aquellos que encontramos en el lugar de trabajo, como de los que sufren, están enfermos, experimentan la soledad, son de veras pobres. Mi prójimo son todos aquellos que geográficamente están lejos, o exiliados de su patria, sin trabajo, sin comida y vestido, y frecuentemente sin libertad. Mi prójimo son las víctimas de los siniestros, los que están totalmente o casi arruinados a causa de catástrofes imprevistas y dramáticas, que les postran en una miseria física y moral, y muy a menudo en la angustia de haber perdido seres queridos.

La Cuaresma es verdaderamente una llamada urgente del Señor a la renovación interior, personal y comunitaria, en la oración y en la vuelta a los sacramentos, pero también una manifestación de caridad, a través de los sacrificios personales y colectivos de tiempo, dinero y bienes de todo género, para subvenir a las necesidades y miserias de nuestros hermanos del mundo entero. Compartir es un deber al que los hombres de buena voluntad, y sobre todo los discípulos de Cristo, no pueden sustraerse. Las maneras de compartir pueden ser múltiples, desde el voluntariado con el que se ofrecen servicios con una espontaneidad verdaderamente evangélica: desde los donativos generosos y aun repetidos, sacados de lo superfluo y tal vez de lo necesario, hasta el trabajo propuesto al parado o al que está en situación de perder toda esperanza.

Finalmente, esta Cuaresma del año 1983, será una gracia extraordinaria, pues coincidirá con la apertura del Año Santo de la Redención, capaz de estimular en profundidad la vida de los cristianos, para que correspondan cada vez mejor a la vocación divina que es la suya: hacerse hijos de Dios y verdaderos hermanos, a la manera de Cristo.

El día de inicio solemne de mi Pontificado decía: «¡Abrid de par en par vuestras puertas a Cristo!». Hoy vuelvo a deciros: «¡Abrid generosamente vuestras manos para dar de veras todo lo que podáis a vuestros hermanos necesitados! ¡No tengáis miedo! ¡Sed todos y cada uno artífices nuevos e infatigables de la Caridad de Cristo!



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