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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES PRESENTES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 15 de noviembre de 1978

 

Palabras improvisadas tras recorrer el pasillo de la basílica
y llegar por fin a la cátedra:

Me habían explicado muchas veces el significado de estas audiencias: un encuentro en que el Papa habla y todos escuchan. Pero veo que es algo completamente diferente: todos hablan y arman jaleo, y el Papa escucha. De modo que ahora sí he llegado a entender lo que es esta audiencia del miércoles

*   *   *

También hoy esta patriarcal Basílica Vaticana está rebosante de juventud bulliciosa que me presenta ante los ojos y sobre todo ante el corazón, un espectáculo grandioso y exaltante.

Queridos chicos y chicas y queridos jóvenes de los centros de enseñanza, parroquias y asociaciones católicas: Os agradezco el gozo y el consuelo que me proporcionáis con vuestra presencia tan nutrida que confirma lo vivamente que sentís en vosotros el problema religioso-moral, respuesta a hondas aspiraciones del espíritu.

Deseo aseguraros que sigo vuestros problemas y dificultades; tomo parte en vuestras expectativas; deseo acompañaros en vuestro camino.

Lo he repetido ya en varias ocasiones: vosotros los jóvenes sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. Sin embargo, esta afirmación tan evidente a primera vista, quizá tenga necesidad de un momento de reflexión.

Ante todo, ¿los adultos, padres, educadores, hombres responsables de la Iglesia o de la sociedad civil, están de verdad convencidos de la esperanza que vosotros representáis? Los motivos de ansia que brotan de algunas manifestaciones de la vida de la juventud actual, podrían haber debilitado esta certeza y confianza, fuente de actuación inteligente y generosa con vistas a vuestra formación.

Y vosotros, jóvenes queridos, ¿os sentís de verdad y profundamente esperanza y promesa feliz del mañana? Es claro que no basta caer en la cuenta de que se comienza a tener oficialmente cierta edad para que se os infunda el sentido de esta confianza interior, la única que permite mirar al porvenir con la seguridad serena de que se es capaz de transformar las fuerzas que actúan en el mundo, a fin de construir una convivencia verdaderamente digna del hombre.

Ser jóvenes significa vivir en sí una incesante novedad de espíritu, fomentar la búsqueda continua del bien, dar suelta al impulso de transformarse siempre haciéndose mejor, poner en práctica una voluntad perseverante de entrega. ¿Quién nos permitirá todo esto? ¿Es que el hombre posee en sí mismo vigor para afrontar con las propias fuerzas las insidias del mal, del egoísmo y —digámoslo también con claridad— las insidias disgregadoras del "príncipe de este mundo" en actividad siempre para dar al hombre sentido falso de sus autonomías, en primer lugar, y a través del fracaso. llevarlo luego al abismo de la desesperación?

A Cristo, el eternamente joven; a Cristo vencedor de toda manifestación de muerte: a Cristo resucitado para siempre; a Cristo que en el Espíritu comunica la vida del Padre, continua y desbordante; a Cristo debemos recurrir todos, jóvenes y adultos, para fundamentar y asegurar la esperanza del mañana que vosotros construiréis, pero que se encuentra ya potencialmente presente en el hoy.

Cristo Jesús debe vencer; cada vez que su gracia derrota en nosotros a las fuerzas del mal, El renueva nuestra juventud, ensancha los horizontes de nuestra esperanza, fortifica las energías de nuestra confianza.

La victoria de Cristo en nuestro corazón exige el ejercicio de la virtud de la fortaleza, tercera virtud cardinal que constituye el tema elegido para la audiencia general de hoy.

Esta virtud que nos permite afrontar los peligros y soportar las adversidades —como afirma Santo Tomás de Aquino—, da fuerza al hombre para combatir con valentía, agere contra, por los ideales de justicia, honradez y paz, hacia los que os sentís profundamente atraídos. No se puede pensar en construir un mundo nuevo sin ser fuertes y valientes para superar las ideas falsas hoy de moda, los criterios de violencia del mundo, las sugestiones del mal. Todo ello exige que traspasemos la barrera del miedo para ser testigos de Cristo y, al mismo tiempo —las dos realidades se superponen—, presentar la imagen del hombre auténtico que se expresa únicamente en el amor, en el don de sí.

También a vosotros quiero señalar el ejemplo de fortaleza de un joven de 18 años, San Estanislao de Kostka, Patrono de la juventud; a pesar de ser de complexión frágil y de naturaleza sensible, para seguir la vocación al estado religioso afronta la oposición del ambiente, escapa de la persecución de los suyos y realiza el viaje de Viena a Roma a pie y de incógnito, para poder entrar en el noviciado de los jesuitas y corresponder así a la llamada del Señor. Su tumba, en la iglesia de San Andrés al Quirinale, es meta de piadosas visitas de muchos jóvenes, sobre todo en estos días.

Queridos jóvenes: Seguir a Cristo, construir al hombre en vosotros y ocuparse de que se construya en los demás, supone propósitos intrépidos y fuerza tenaz para ponerlos en práctica, sosteniéndoos mutuamente también con asociaciones que os lleven a unir los esfuerzos, profundizar unos con otros las convicciones y animaros con ayuda y amor recíprocos.

Confiad en la gracia del Señor que grita dentro de nosotros y para nosotros: ¡Animo!

La victoria sobre el mundo será de Cristo. ¿Queréis poneros de su parte y afrontar con El este combate de amor, animados de esperanza invencible y fortaleza llena de valentía?

No estaréis solos; todos estarán con vosotros; también el Papa, que os ama y bendice.

 



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