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CARTA APOSTÓLICA

OECUMENICUM CONCILIUM*

DEl SUMO PONTÍFICE
JUAN XXIII

A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS PRIMADOS
ARZOBISPOS, OBISPOS
Y ORDINARIOS DEL LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA

SOBRE EL REZO DEL ROSARIO
POR EL. FELIZ ÉXITO
DEL CONCILIO VATICANO II

 

Venerables hermanos,
salud y bendición apostólica

La aproximación del Concilio Ecuménico invita de una manera especial a las almas a su digna celebración.

Por esto en los últimos meses, especialmente después de la promulgación de la Humanae Salutis nuestro corazón se ha volcado en múltiples documentos, dedicados precisamente a preparar el clima espiritual del gran acontecimiento: algunos solemnes, otros familiares, que son bien conocidos, y —en cuanto Nos consta— han recibido ferviente acogida por parte de los católicos y respetuosa aceptación por parte de todos los demás.

El espíritu informador de nuestra palabra pontificia es siempre éste: el alma abierta a la acción de la gracia, por una parte; y, por otra, la prontitud para vivir y trabajar a la luz de las verdades eternas, aplicando exacta y generosamente las enseñanzas de Cristo.

Para la Pascua de Resurrección pusimos en las manos de los venerables hermanos y queridos hijos nuestros, miembros de la Comisión Pontificia Central del Concilio Ecuménico —cardenales, obispos, prelados y religiosos, que representan a toda la tierra y por medio de ellos a todos los pueblos— la rosa de oro como perfumado augurio, símbolo de la virtud y de la gracia con que quiere adornarse toda alma cristiana: "Omen, dicimus, quod aurea illa Innocenti Papae III, rosa bene significatur, quae caritate rutilat, omniumque christianarum virtutum fragantia suaviter redolet; id omnibus animum addat ad praestantissimam sanctitudinis formara in exemplum colendam" (nos referimos al homenaje que la rosa de oro del Papa Inocencio III realmente significa, que brilla por la caridad y que tiene la suave fragancia de todas las virtudes cristianas; ella estimula a todos a cultivar con el ejemplo la forma más sublime de santidad).

Como ya hemos anunciado otras veces, Nos dirigimos ahora con solicitud confidencial a todo el mundo católico, y, deseamos llegar a todos los hombres de buena voluntad y de corazón recto, en el nombre y bajo la mirada bendita y piadosa de la Rosa mística, en el nombre de María, Madre de Cristo y nuestra. E invitamos a todos a una súplica más ardiente, que dilate los horizontes del fervor religioso y lleve consigo una mayor santidad de vida, cual la exige y aconseja el Concilio Ecuménico.

¡Estamos en mayo! Las almas se sienten atraídas espontáneamente a venerar con especial manifestación de amor a la Madre de Dios; y las ceremonias en las iglesias del orbe católico, desde los santuarios marianos famosos hasta las humildes capillas de los pueblos de la montaña y de las tierras de misiones, como las fervorosas devociones en las familias cristianas, son una apropiada confirmación de la atracción universal que la Virgen Santa ejerce sobre sus hijos.

Es, por tanto, nuestro vivo deseo que transcurra este mes como un coloquio filial con María Santísima, como acompañándola a lo largo del camino que conduce al Monte de la Ascensión. Pues el mes de María termina este año con la gran fiesta de la Ascensión, celebrada con especial esplendor, desde los tiempos más remotos, en la Iglesia de Oriente y Occidente, y es un delicado aliento del corazón prepararnos al conmovedor saludo de Cristo, que vuelve al Padre, y recoger sus últimas doctrinas, en compañía de su Madre bendita, unidos a sus apóstoles, para renovar el fervor del Cenáculo, en el que "omnes erant perseverantes unanimiter in oratione cum... Maria matre Jesu" (Todos estaban perseverantes en la oración juntamente con María Madre de Jesús) (Hch 1, 14).

Es preciso notar bien que esta nuestra exhortación al ejercicio piadoso y fructífero del mes mariano, como es evidente, está dirigida, en primer término, a los sacerdotes. Será, por tanto, tarea suya comunicarla a los fieles y, además, exponerla e ilustrarla, invitándoles a dirigir sus plegarias y súplicas por el feliz éxito del Concilio Ecuménico, para que este grandioso acontecimiento resalte un nuevo Pentecostés y el Espíritu Santo derrame una vez más sobre la Iglesia, de manera prodigiosa, la riqueza de sus dones.

Deseamos exponer estos pensamientos que sirvan de materia de predicación a los sacerdotes, de tema de meditación a las almas más selectas y destello de nueva luz para los que no quieran permanecer extraños a la celebración del Concilio. Tomamos las últimas palabras de Cristo del contexto inspirado en los-Hechos de los Apóstoles (cap. 1) : "Usque ad diem, qua praecipiens apostolis per Spiritum Sanctum, quos elegit, adsumptus est; quibus et praebuit seipsum vivum... per quadraginta dies apparens eis et loquens de regno Dei. Et convescens praecipit eis ab Ierosolymis ne discedere sed expectarent promissionem Patris quam audistis, inquit, per os meum: quia baptizabimini Spiritu Sancto non post multos hos dies... Accipietis, virtutem supervenientis Spiritus Sancti in vos..." (Hch 1, 2-5, 8) (Hasta el día en que, después de dar sus instrucciones por el Espíritu Santo a los Apóstoles que Él se había elegido, fue llevado a lo alto; a los cuales también... se había presentado vivo, apareciéndoseles en el espacio de cuarenta días y hablándoles de las cosas referentes al Reino de Dios. Y estando con ellos a la mesa, les ordenó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la promesa del Padre, la cual oísteis de Mí, dijo, porque seréis bautizados en el Espíritu Santo de aquí a no muchos días... Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros.)

I. Jesús, ante todo, se muestra durante cuarenta días a los Apóstoles, confortándoles con su presencia: "Pues se les mostró a sí mismo vivo".

Pero también vuelto al cielo, donde está sentado a la diestra del Padre, continúa mostrándose vivo en medio de nosotros; Él permaneció con nosotros: "Ecce Ego vobiscum sum omnibus diebus usque ad consummationem saeculi" (Mt 28 20) (He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos.) Jesús está presente en su Iglesia, que continúa y extiende aquí abajo su misión; está presente en la historia humana, que está completamente orientada hasta Él y sirve, aunque los hombres no se den cuenta, a sus fines de redención y de salvación, está presente en cada alma con la irradiación de la gracia y de la Eucaristía.

De esta presencia será un testimonio vibrante y expresivo el próximo Concilio Ecuménico, pues el trabajo de puesta al día de la vida de la Iglesia, el conjunto de las diversas leyes y disposiciones, que serán tomadas y examinadas en las solemnes sesiones, no tiende a otra cosa que a esto: a que Cristo sea conocido, amado, imitado, con siempre creciente generosidad. "Oportet illum regnare": Él sólo debe reinar, y ser la aspiración continua de nuestra vida, aun en los más humildes oficios; sólo se puede vivir con Él, pues Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 69). La celebración del Concilio, y especialmente la renovación espiritual que a él debe seguir, por la gracia divina, no tiene otro fin. Esté ya desde ahora cada vez más firme y operante la fe de cada uno en el Divino  Redentor, con una adhesión íntima y sincera del alma a su doctrina, con la certeza exultante de su presencia.

II. Cristo también habla a los Apóstoles, en los días que preceden a la Ascensión, del Reino de Dios: "Loquens de regno Dei". Esta ha sido su misión: establecer el Reino del Padre en el corazón, de los hombres, y difundirlo también de un modo exterior en la familia de los redimidos. Este Reino se refiere especialmente a los valores espirituales, que son preparación y promesa del reino celestial; pues, aunque iniciado aquí abajo, el Reino de Cristo no es de este mundo: "Regnum meum non est hinc" (Jn 18, 36).

Sólo de esta manera se tiene una visión de conjunto, no parcial, de las exigencias del hombre, cuya alma inmortal se prepara a alcanzar después de la prueba su eterno destino. Lo que impone grandes deberes, tanto a cada hombre como a la sociedad en que vive. Los intereses de aquí abajo no deben, pues, sofocar la verdad, la justicia y la equidad en las relaciones con el prójimo. Se desprecia la luz del cielo tanto negando a Dios como oprimiendo directa o indirectamente al propio hermano, o teniendo en menos los derechos inalienables de su naturaleza de persona libre, de su vocación cristiana.

La espera del Concilio Ecuménico exige, pues, un esfuerzo más decidido de justicia individual y social, un empeño más generoso de caridad, una entrega alegre de sí mismo para el bien común, para que pueda progresar en bien de toda la humanidad un orden más equitativo en las relaciones familiares, sociales e internacionales.

III. Finalmente, el Señor promete el don de lo alto, el Paráclito Consolador enviado por Él y por el Padre: "Accipietis virtutem supervenientis Spiritus Sancti in vos" (Hch 1, 8).

El gran tema, la gran fuerza, el único y verdadero recurso nuestro es esta virtud divina, que el Espíritu difunde en los corazones: la gracia santificante, precedida y acompañada por innumerables gracias actuales. Esto es lo que cuenta: la renovación interior de las almas en un verdadero renacimiento cristiano. Si faltase esto, el Concilio Ecuménico no podría producir fruto alguno; de aquí, pues, la necesidad de una oración más fervorosa, de una frecuencia de Sacramentos que pueda embeber todas las formas de la vida, orientándolas hacia lo Sobrenatural, llenando el entendimiento y la voluntad, los juicios y propósitos, las expresiones diversas y múltiples de la actividad humana: profesiones, cultura, trabajo manual, Hoy también la misión cristiana en el mundo es, tan bien resumida por las palabras de nuestro predecesor San Gregorio Magno, como la propusimos a nuestros queridos hijos de la diócesis de Roma: "Coelestem patriam desiderare; carnis desideria conteri; mundi gloriam declinare; aliena non appetere; propria largiri" (Ambicionar la patria celestial, dominar los instintos de la carne; dar de lado a la gloria mundana; no codiciar lo ajeno; poner a disposición de los demás lo nuestro.)

Para este programa de vida espiritual es necesaria la virtud del Espíritu Santo, que infunda en las almas la fiel correspondencia a las celestiales inspiraciones. Y si todos nuestros queridos hijos quisieran distinguirse en tan ardiente empresa, no podemos dudar que en el Concilio sea verdaderamente un nuevo Pentecostés, el maravilloso florecimiento de gracia que nuestro corazón espera.

Venerables hermanos y queridos hijos. El mes de mayo ofrece una propicia ocasión para tan seria e intensa preparación. Renovando la unión unánime de oraciones en torno a María, Madre de Cristo, que este mes transcurra con especial intensidad de afectos en las diversas formas que la piedad popular reviste en cada región. "Y el rosario a María. ¡qué bella colección de flores sería toda esta variación de gozo y aflicción entremezcladas piadosamente, meditando e invocando a la Madre celestial!".

Pero el rosario bendito de María es la devoción propia de los sacerdotes y queremos ponerles como ejemplo a imitar a San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, a quien Nos gusta contemplar conmovidos mientras con singular piedad corren las cuentas del rosario por sus manos. Que los sacerdotes tomen estímulo de su ejemplo para alcanzar una santidad digna de su vocación; vocación que Dios les ha dado para procurar la salvación de las almas.

Que el rosario sea, pues, el suspiro sereno de nuestros sacerdotes, de las almas consagradas a Dios en una vida de castidad perfecta y de continua caridad; de las buenas familias cristianas, donde la Ley de Dios está en el centro de sus pensamientos y de sus afectos; junte las manos de los pequeños, una las de los enfermos, revalorice las fatigas de los padres por el trabajo cotidiano, sea olorosa fragancia de exquisita piedad, que obtenga de la Madre celestial las más escogidas gracias para el próximo Concilio.

Con la gozosa esperanza de que nuestras palabras inspiren a las almas intensidad de meditación y generosidad en la aplicación, os enviamos a vosotros, venerables hermanos, a los sacerdotes y a los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, nuestra propiciadora Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 28 de abril de 1962, IV año de nuestro Pontificado.

JUAN PP XXIII


* AAS 54 (1962) 241; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 909-915.



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