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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL REVERENDÍSIMO PADRE ÁNGEL DELAHUNT,
SUPERIOR GENERAL DE LA CONGREGACIÓN
DE LOS FRAILES FRANCISCANOS DEL ATONEMENT

 

El alma del Vicario de Cristo sobre la tierra no puede menos de sentir la tierna emoción que llenó al Sagrado Corazón de Jesús cuando «vio una muchedumbre numerosa y tuvo compasión de ella porque estaba como rebaño sin pastor» (Mc 6,34), ante la multitud de aquellos a quienes no ha llegado aún la buena nueva y especialmente ante aquellos que desgraciadamente se separaron de la comunión con la Santa Sede y de la Cátedra de Pedro, centro de la unidad en la fe y el amor.

Como el Divino Salvador, el sucesor de Pedro puede decir: «Tengo también otras ovejas que no son de este rebaño. Es preciso que también a éstas las conduzca y que escuchen mi voz» (Jn 10,16). En efecto, nuestro ilustre predecesor y Nos mismo hemos dirigido frecuentemente amorosos llamamientos a nuestros hermanos separados, invitándoles afectuosamente a volver a la casa de su Padre para que pueda cumplirse la oración del Redentor: «Que haya un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16).

Efectivamente, la oración es el primer y principal medio que ha de ponerse en juego para obtener tan deseada unidad, como tan claramente los había visto vuestro fundador, el Rvdo. P. Pablo Wattson. De ahí que tomara la iniciativa del octavario de oraciones por la unidad, durante el cual se elevarían al Dios Todopoderoso fervientes súplicas por el retorno de todos a la única fe verdadera.

Nos complace hacer nuestras las palabras de nuestro predecesor inmediato, de feliz memoria, Pío XII, que expresaba el deseo de que esta práctica «sea extendida por todas las partes del mundo tan ampliamente como sea posible», especialmente con miras al próximo Concilio Ecuménico, durante el cual —Nos lo esperamos— nuestros hermanos separados recibirán en abundancia luz y fuerza del Divino consolador. Como hemos escrito en nuestra encíclica Ad Petri Cathedram, el Concilio «será seguramente un admirable espectáculo de verdad, de unidad y de caridad, cuya contemplación será —confiamos en ello—, para cuantos están separados de esta Sede Apostólica, una dulce invitación a buscar y a encontrar esta unidad por la cual Jesucristo dirigió a su Padre celestial una tan ardiente plegaria»

Alentándoos a vos y a vuestra comunidad a esforzaros cada vez más por propagar la semana de oración por la unidad, invitamos de forma apremiante a los fieles de toda raza y país a unirse a este período de oraciones; y, en prenda de abundantes gracias y favores divinos sobre todos los que en él participarán, así como sobre quienes pedirán por la unidad, os otorgamos de todo corazón, a vos, queridísimo hijo, a los miembros de vuestra congregación, a los miembros de vuestra liga de oración y a todos cuantos participen en el octavario de la unidad, nuestra paternal y afectuosa bendición apostólica.

Del Vaticano, 28 de octubre de 1959.

JUAN PP. XXIII

 



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