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PRIMER SÍNODO DIOCESANO DE ROMA

RESPUESTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LA FELICITACIÓN DE MONSEÑOR TRAGLIA
DESPUÉS DEL SÍNODO ROMANO
*

 Basílica de San Pedro
Domingo 31 de enero de 1960

 

Querido Monseñor y Venerable hermano:

Las palabras con que habéis expresado el sentimiento unánime de la Diócesis de Roma, del Venerado Cardenal Vicario, del clero y de esta exultante asamblea de eclesiásticos, de religiosos, de religiosas y de seglares, hacen desbordar nuestro corazón de emocionada alegría. 

Las celebraciones de los días pasados fueron elocuentes para todos y especialmente esperanzadoras para nuestro corazón de Obispo. Por tanto, nos sentimos dichosos de testimoniar alabanzas a la presencia y a la viva voz del clero, a sus acclamationes de asentimiento, a sus propósitos de mejora individual y del ambiente, cuyo edificante preludio Nos han hecho gustar muchos mensajes procedentes también de diferentes partes del mundo.

Nos complacemos en dirigir un pensamiento, igualmente grato al par que paternal, a los diferentes servicios que han cooperado al éxito del acontecimiento, en particular a Radio Vaticana y a "L'Osservatore Romano", a los que han respondido como respetuoso eco otras muchísimas voces cercanas y lejanas.

Venerable hermano. Nos habéis dado gracias por haber pensado y convocado el primer Sínodo de la Diócesis de Roma, y Nos, acogiendo en nuestro corazón con latidos de renovada paternidad, a cada uno de los miembros del clero diocesano secular y regulas, Nos sentimos como anegados por una ola de inefable emoción.

En realidad, el Señor ha inspirado el acontecimiento, lo ha llevado a feliz término, y permite ya prever la nueva corriente de fervor eclesiástico cuyos actores y testigos seremos, así como de la generosa cooperación del laicado al servicio apostólico en la ciudad de Roma.

Queridos hijos de las Comisiones Sinodales. Habéis trabajado con prudencia, con amor, con inteligente empeño y con mirada previsora. Y vosotros, queridos sacerdotes con cura de almas, habéis comprendido que el Sínodo es un instrumento puesto en vuestras manos, para utilidad vuestra, para el cumplimiento más exacto, noble y provechoso del sagrado ministerio. Y vosotros todos, eclesiásticos del clero secular y regular, que la obediencia ha llamado a un cargo en esta alma ciudad, habéis oído en el fondo del alma como la voz amable y suplicante de Jesús, Buen Pastor, que invita a todos, a todos sin excepción, a trabajar, cada uno en su puesto y con santo entusiasmo, en las tareas altísimas, que en toda situación particular y circunstancia están siempre presentes y preeminentes, del anuncio del Evangelio, de la salvación de cada alma, de la santificación del pueblo cristiano.

¡Oh, santa Ciudad de Roma, tan amada por Dios, tan predilecta, tan privilegiada por los sobreabundantes dones de la naturaleza, del arte, de tradiciones, de religión y de gracia! ¡Ojalá que correspondas en todo tiempo a tu preclara vocación, a la faz del mundo y en presencia de la Iglesia universal! ¡Ojalá expreses con la voz, con las obras, con los ejemplos de tu pueblo nativo, exquisitamente sabio y generoso, y de cuantos de las diferentes partes de Italia y del mundo vienen aquí! ¡Ojalá expreses, repetimos, la sustancia viva del Evangelio, que es anuncio de redención y de paz, garantía de verdadera civilización, ornato y riqueza de la persona humana, de las familias y de los pueblos!


* AAS 52 (1960) 308-309

 

 



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