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 DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS SUPERIORES GENERALES RELIGIOSOS*

 
Sala Clementina
Viernes 25 de marzo de 1960

 

¡Queridos hijos e hijas! La viva ansia apostólica, la sollicitudo omnium Ecclesiarum (2Co 11, 28) que llena nuestro corazón, Nos ha hecho acoger de grado el deseo de la Comisión Pontificia para la América Latina de una especial Audiencia para vosotros, Superiores y Superioras Generales de los Institutos de Perfección.

El veros unidos en santa y estrecha hermandad llena el corazón de satisfacción; entretanto queremos considerar todo lo que representa cada uno de vosotros en las múltiples formas del apostolado al que se entregan generosamente vuestros hijos e hijas en los hospitales, escuelas, asilos, en las grandes ciudades, en los países dispersos de todos los continentes.

Hemos deseado veros aquí para comunicaros nuestros anhelos y esperanzas; para invitaros a considerar los urgentes problemas religiosos de los países latinoamericanos, mientras se prepara un plan de trabajo, cuidadoso y oportuno, para afrontar las necesidades crecientes.

Se trata de reunir las santas energías de la Iglesia —las maravillosas fuerzas de las antiguas Ordenes religiosas, de las numerosas Congregaciones, Sociedades e Institutos masculinos y femeninos de perfección y apostolado, y de los más recientes Institutos seculares— para encauzarlos con mayor eficacia cada vez hacia los amplios horizontes que en aquellas tierras se abren a su benéfico influjo. Pues es necesario el envío de personal en número más conveniente posible a la abundante mies que espera; se piden nuevas fundaciones de escuelas, de hospitales, asilos, de obras de carácter social; es necesario, además, ampliar el marco ya tan importante y extenso, de las actividades existentes; y sobre todo las vocaciones sacerdotales y religiosas reclaman cuidado particular.

El tema de esta Audiencia trae a la memoria un agradable recuerdo. El 15 de noviembre de 1958, en los primeros temblorosos días de nuestro Pontificado, tuvimos la emocionada alegría de acoger en esta sala a la solemne asamblea de los Cardenales, Arzobispos y Obispos participantes en la tercera reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano. Entonces, como hoy, se trataba de dar algunas directrices para una actividad pastoral cada vez más eficaz y coordenada en aquellos inmensos países, tan benditos de Dios, y durante tantos siglos fieles a la Iglesia, a pesar de peligros y graves dificultades, que ya nuestro Predecesor Pío XII, de venerable memoria, insicó bastante claramente a la atención de los católicos de todo el mundo (Discurso del 5 de octubre de 1957 al II Congreso mundial del Apostolado de los Seglares, en Discursos y Radiomensajes, XIX, página 469 ). Nos mismo no pudimos por menos de confiar, entonces, a nuestros Hermanos en el Episcopado: «Se observado repetidamente por tantas partes —decíamos— que a la tenacidad, sinceridad, viveza de la fe enraizada en los pueblos de la América Latina y que se trasparenta de mil admirables modos, no responde siempre, como convendría, la práctica de dicha fe en la vida privada, así como en la familiar y social. Se pone de manifiesto con especial preocupación la insuficiencia realmente notable de operarios evangélicos con relación a las necesidades de aquellas naciones» (AAS, L (1958), pág. 1000).

Después de aquella circunstancia, gracias al solícito interés del Episcopado y a la actividad constante de la Comisión Pontificia para la América Latina, se han multiplicado las empresas para este fin, de modo que es lícito albergar alegres esperanzas de ese fecundo movimiento para el futuro. Sin embargo, las causas de la angustia y preocupación subsisten todavía, especialmente en lo que se refiere al número de sacerdotes, inferior al rápido incremento de las grandes ciudades y al aumento general de la población.

El encuentro de hoy ha nacido de la consideración de tal estado de cosas y del deseo de echar las bases con mayor presteza para el florecimiento de mañana. Tal encuentro adquiere, además, un significado íntimo y profundo, si se considera a la luz del gran acontecimiento, que la sagrada Liturgia, con acentos místicamente profundos, propone hoy a la piedad de los sacerdotes y de los fieles.

La fiesta de la Anunciación presenta el misterio de la Encarnación del Verbo y de la elevación, en Él y por Él, de todo el género humano. El Verbo se hace carne y viene a habitar entre nosotros: et vidimus gloriara eius (Jn 1, 14). Esta gloria divina se difunde sobre la humanidad y la penetra profundamente por medio de Aquel en el cual inhabitat omnnis plenitudo divinitatis corporaliter (Col 2, 9). Y la Virgen Santa, escogida para ser su Madre bendita, le ofrece con la naturaleza humana, asumida en su seno inmaculado, a toda la familia humana, llevada así a la seguridad de una nueva vida; en este misterio, como nota místicamente San Ambrosio, «Ella es figura de la Iglesia, que es inmaculada y esposa. Una Virgen concibió del Espíritu Santo y una Virgen dio a luz sin dolor» (cf. Expos. in Lucam, 2, 7; ML 15, 1635-36).

¡Oh, qué horizontes de gracia y de salvación se abren con esta visión para todo el inundo! Pues se trata de una invitación universal, que obliga a todos y a todos compromete para hacer constante y eficaz la obra de Redención realizada por el Divino Salvador en el momento de penetrar en el mundo para cumplir la voluntad del Padre! (Hb 10, 9; Sal 39, 9). Esta es la explicación de la misión sacerdotal y de la persuasiva invitación a las vocaciones; éste es el sentido del maravilloso florecimiento de las familias religiosas, antiguas y modernas, que en la variedad de tareas y atribuciones quieren ser la prolongación y la ayuda de la misión santificadora del Hijo de Dios.

La historia y características de vuestros Institutos; el desarrollo de vuestras actividades en todos los campos de la vida de la Iglesia, desde el de la caridad al de la enseñanza, desde el misional al asistencial, la presencia eficaz y activa en las diferentes naciones, son la prueba concreta de esto. En esta luz hay que mirar, además, todo lo que hasta el presente, en ferviente colaboración y a costa de verdaderos sacrificios habéis hecho por las necesidades de América Latina, destinando a ella medios y personal, según vuestras posibilidades, y por lo cual os expresamos nuestro más cordial y profundo reconocimiento.

Pero el mismo anhelo de cooperación en la Redención no permite detenerse en los esfuerzos, aun notables, realizados hasta el presente, sino que deben ser motivos de entregas siempre nuevas e incansables.

El futuro de la Iglesia en los extensos territorios latinoamericanos se revela rico de inefables promesas, y una firme convicción Nos dice que .el espíritu y la vida católica en los países de América Latina tienen en sí energías suficientes para proporcionar las más hermosas esperanzas para el futuro. Los tesoros de bienes espirituales derramados con tanta abundancia en el pasado y los que en el futuro se sembrarán a manos llenas, harán sin duda germinar excelentes frutos de santidad y de gracia, muy gratos para la Iglesia de Dios. Pero esta fecundidad escondida espera manos sacerdotales, que se abran en la siembra generosa del apostolado; espera las manos auxiliadoras de la Jerarquía en las filas compactas de Religiosos y Religiosas, que se entreguen a la difusión y al testimonio del Evangelio; tiene necesidad del fuerte apoyo de un laicado consciente y preparado, dócil y ardiente, que acompañe en los nuevos caminos abiertos a la dilatación del reino de Dios los pies de aquellos que evangelizan la paz, que anuncian el bien (Is 52, 7; Rm 10, 15).

Por esto es necesario que a aquellos que quieren compartir el ansia apostólica de nuestro corazón, hagan todos los esfuerzos y sacrificios para responder a las esperanzas de ese Continente.

Amplios horizontes se abren, pues, a vuestras Congregaciones, si con amplitud de miras, se destinan numerosas falanges de sacerdotes, religiosos y religiosas a la colaboración con los Obispos, que los esperan con los brazos abiertos. El campo es vasto y comprometido, y es preciso trabajar con corazón de apóstoles, que preparan con el sacrificio la cosecha para las generaciones venideras: Euntes ibant et flebant mittentes semina sua; venientes autem venient cum exultatione portantes manipulos suos (Sal 125, 5). Todo cuanto, se consume hoy con sudor y fatiga se convertirá un día, estemos seguros de ello, en alegría de aquellos hombres e instituciones que llevarán en el corazón esta santa causa, y será motivo de nuevas energías y de nueva fecundidad.

Es muy natural que el principal cuidado tienda a fomentar y cultivar las vocaciones eclesiásticas y religiosas. Si florecen en abundancia, podrán asegurar un porvenir floreciente a la Iglesia latinoamericana. Tampoco hay que olvidar los problemas de la formación de apóstoles del laicado católico, de la escuela, de las Misiones parroquiales de gran radio de acción, de la instrucción religiosa de los fieles de toda edad y condición, incluso por medio de los modernos instrumentos de las técnicas audio-visuales y de la prensa. De todas estas formas de urgente trabajo ya a su tiempo dimos en el Discurso a los miembros del Consejo Episcopal Latinoamericano un programa sobre el cual nos permitimos llamar vuestra atención.

Y como conclusión de la presente Audiencia, repetimos la invitación a la colaboración de vuestros Institutos con la Jerarquía local, en espíritu de armonía y sumisión, buscando los elevados intereses de la Iglesia y de las almas. Una dulce esperanza florece en nuestro corazón al pensar que en vuestras próximas reuniones sabréis concretar con buena voluntad propósitos eficaces de esa valiosa colaboración que hoy se os pide.

¡Queridos hijos e hijas! Vuestro pensamiento se dirige tal vez a las obras que mantienen por todo el mundo con tanto sacrificio vuestras familias religiosas; a las necesidades que cada vez con mayor urgencia se ofrecen a vuestro celo; a las reducidas disponibilidades de personal, así como de vocaciones, que quizá os preocupan. Sin embargo, !ánimo, queridos hijos! El momento presente exige por parte de todos un programa resuelto de acción; quizá mañana sea tarde por la irrupción de energías disolventes que en todo el mundo tratan de contrarrestar el paso de la Iglesia, especialmente allí donde la disposición de las fuerzas del bien puede parecer inferior a la multiplicación de necesidades. Confiad en el Señor, que sabrá compensar con el ciento por uno todo esfuerzo realizado por El, e inspirado en una visión de las necesidades de la Santa Iglesia: hilarem datorem diligit Deus (2Co 9, 7).

Nos congratulamos desde ahora con vosotros por todo cuanto sepáis y queráis dar de vuestras preciosas reservas por esta santa causa; y os acompañamos con nuestras oraciones a fin de que el Padre celestial en su sabia Providencia multiplique también para provecho todo lo que se emplee por el triunfo de su Nombre.

Nuestra paternal Bendición confirme la alegría de este encuentro y venga a consolar vuestras Obras y personas, a vuestros más allegados colaboradores y a la multitud de Religiosos y Religiosas confiados a vosotros, quienes en todos los campos del Reino de Dios mantienen en alto la luz de la caridad de Cristo, de la civilización y de la paz.


* AAS 52 (1960) 344-349.

 

 



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