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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS RECTORES DE SEMINARIOS DE ITALIA
*

Castelgandolfo
Sábado 29 de julio de 1961

 

¡Queridos hijos!

El encuentro de hoy no requiere una larga introducción. Para la perfecta e inmediata compenetración de nuestra alma con las vuestras bastará deciros que durante las jornadas de estudio nos hemos sentido junto a cada uno de vosotros con el pensamiento, la oración y los más fervientes votos de felicitación.

Y era muy natural nuestro vivo y cordial interés por la oportuna iniciativa de un curso de modernización para rectores de seminarios.

Agradecemos a la Sagrada Congregación de Seminarios, y ante todo a vos, venerado y celosísimo señor Cardenal prefecto, por haber promovido el curso. Y agradecemos a los profesores del Instituto Superior de Pedagogía del Ateneo Salesiano, que han sabido aportar a esta selecta asamblea tesoros de doctrina y experiencia.

Hablar de jóvenes seminaristas llena el corazón de vibrante alegría. De hecho, ellos confirman el optimismo con que Nos juzgamos a las modernas generaciones, prontas también ellas, no menos que las precedentes, para ofrecer al ministerio sacerdotal las manus adiutrices, confirmando así la eficacia de la labor secreta y esencial de la gracia en las almas.

El día de Pentecostés de este año, después de la consagración de catorce Obispos misioneros, quisimos confiar esta esperanza, esta estremecedora angustia de nuestro corazón: "Las generaciones que ya han hecho excelentes experiencias y las otras que las siguen a distancia... procuran motivos de alegre presentimiento de los excelentes resultados futuros. ¡Cuántas veces al penetrar en el templo de San Pedro para las audiencias generales pensamos en ello, y a veces nos complacemos en repetirlo, observando a tantos y tantos jóvenes apuestos y llenos de fervor y valor, educados en la finura y en el respeto de la tradición antigua! ¡Oh! ¿Por qué no se encendería en muchos de ellos la llama que los disponga a dejarlo todo para entregarse al sacerdocio, a la vida religiosa, a la profesión de las obras de misericordia, a los infinitos campos del apostolado?".

Y he aquí que el Curso de Modernización Pedagógica se sitúa en esta luz de esperanza; empresa noble y distinguida por el método científicamente sólido, por los expertos maestros, por su duración e intensidad, por el número de participantes. El curso ha querido ofrecer a cada rector de seminario los más adecuados medio para saber escoger, mantener, estimular las vocaciones al estado eclesiástico.

¡Queridos hijos! Queremos ahora llamar vuestro atención sobre algunos puntos que nos parecen de especial importancia.

Ante todo:

1. La formación de los jóvenes seminaristas en la vida sacerdotal.

Vosotros habéis profundizado en los principios esenciales de la pedagogía y de sus ciencias auxiliares como la biología, la psicología y la sociología, para información plena de vuestros elevados y delicados deberes. De hecho, en estos días todo ha sido encauzado a exponer la formación de las vocaciones eclesiásticas y los medios que se imponen.

Por eso queremos subrayar la importancia de este problema en las vicisitudes de la vida de la Iglesia, de la que es base y presupuesto insustituible. Un clero, bien formado —cabeza, lengua y corazón—(cf. II Ses. Sínodo Romano, p. 384 ss.) es lo que da garantía de excelente apostolado y de ordenadas energías puestas al servicio de la Iglesia. El depositum fidei es inviolable e indefectible. Pero no se transmitiría con absoluta firmeza y seguridad si en el clero se debilitase aquella fidelidad a la tradición, aquel vivo sentido de moderación y de respeto, aquella rectitud mental que son expresión de integridad y de valor. No se puede hacer frente al espíritu desintegrador e independiente, que una erudición superficial, carente de fundamentos filosóficos, propaga, desgraciadamente, con ligereza y pertinacia, si en el joven clero decayese la vigilancia sobre las apetencias por ciertas distracciones y curiosidades quae ad rem non pertinent (Eph. 5, 4). La ciencia del clero debe progresar en el estudio de la Escritura de los Padres, de las grandes corrientes de la espiritualidad, de la sociología cristiana.

A este propósito nos complacemos en repetir aquí lo que tuvimos oportunidad de decir en Castelfranco Véneto el 18 de septiembre de 1958, en el primer centenario de la ordenación sacerdotal de San Pío X: "En los ambientes seglares se ha difundido la impresión —afirmamos con gravedad—  de que algún eclesiástico de nuestros días no sabe resistir a las tentaciones de la hora presente; tentaciones que son de mayor y más refinada comodidad de vida; de superficialidad en el estudio, en el juicio, en la palabra; de exagerado interés por lo que se rumorea; de molestia frente a los deberes diarios que exigen abnegación, desprendimiento, paciencia, humildad".

"No nos dejemos envilecer, decíamos entonces; no nos conformemos con el cómodo lecho de la rutina diaria, sin alegría y sin entusiasmo; con la brisa mundana de la hora que pasa y perturba; no encerremos el Evangelio de Jesús y las enseñanzas de la Iglesia en los estrechos límites del egoísmo y del provecho personales. Dilatemos los pabellones de la caridad y excitémonos al bien y a lo mejor" (Card. A. G. Roncalli, Escritos y discursos, III, p. 654-655).

¡Queridos hijos! Guardemos en nuestro corazón aquel vibrante asentimiento que invadió aquella asamblea episcopal y sacerdotal de Castelfranco Véneto y todavía hoy bendigamos por ello a Dios como una extraordinaria prueba de fidelidad y de valor que se nos ofreció a pocos días de distancia de nuestra llamada a este oficio universal de las almas.

No se pueden afrontar las necesidades del pueblo cristiano, especialmente las exigencias de perfección del laicado más cercano y sensible, si el clero no se alimenta primeramente de profunda vida espiritual, si su luz no brilla sobre el candelero de una irradiante y conquistadora perfección.

Semejante formación completa y armónica, tan necesaria en los años fecundos del seminario, que es su ambiente ideal, creado oportunamente por la previsora sabiduría de los Padres del Concilio Tridentino, depende de todos aquellos que tienen la responsabilidad de la educación de los jóvenes, pero podemos decir que se resume en la figura del rector. A él, como a un buen padre de familia, vienen a parar las diversas ramificaciones de la ordenada vida del seminario y de su cuidado depende la eficiencia de la institución en sus complejas actividades.

Pues bien, la formación que da cada uno de los superiores, cada uno en su puesto de responsabilidad, bajo la dirección del rector, tiene aun doble aspecto: intelectual y religioso-moral; aspecto que se integra armoniosamente para dar su resultado pleno y completo. El primero no debe ser un obstáculo o, Dios no lo quiera, un daño para el segundo, y éste está para penetrar y equilibrar el primero.

¡Queridos hijos! Permitid al antiguo profesor y director espiritual de seminario que hoy os habla un recuerdo de juventud. Durante los diez años de servicio filial junto a monseñor Radini Tedeschi, el colaborador que tuvimos oportunidad de introducir en su presencia, más que a cualquier otro, fue monseñor David Re, el venerado rector de nuestro seminario de Bérgamo, cuyas visitas al Obispo eran tan frecuentes que podíamos decir eran casi diarias.

Esta es una de las impresiones más queridas y conmovedoras de nuestra vida. El Obispo y rector del seminario son verdaderamente, siempre y ante la diócesis cor unum et anima una.

2. Formación en la santidad de vida, sin debilidades ni compromisos, conforme a nuestra excelente tradición que mira a la virtud, al sacrificio, al renunciamiento. Lo sólidos principios ascéticos elevan al joven del estado de falta de madurez, de indecisión, de timidez, que en individuos predispuestos puede alcanzar formas psicopatológicas.

Por otra parte, la formación, entendida así, tiende a atacar en la raíz el espíritu de independencia, de insubordinación, de crítica, alimentado con una afirmación de la personalidad, que —por lo menos en las manifestaciones de una mal entendida educación— alega sólo derechos y pocos deberes; peligro gravísimo que puede ahogar las energías de un joven y perjudicar la eficacia sobrenatural de su futuro apostolado.

La Iglesia, desde los primeros años del seminario, quiere que arraigue profundamente en los adolescentes llamados al sacerdocio la estima profunda, sobrenatural de la misión que el Señor ha hecho brillar ante su mirada: "Sic nos existimet homo ut ministros Christi et dispensatores mysteriorum Dei" (1 Cor. 4, 1) Esto exige el pueblo cristiano: ministros, dispensadores, sacerdotes del Altísimo, compenetrados de la propia dignidad y de la responsabilidad de llevar a Dios todas las formas de la sociedad humana.

Desde el seminario el candidato al sacerdocio es algo sagrado, distinto, separado; hasta el porte exterior, incluso en la alegría de la recreación, no tiene nada de disipado, ni mucho menos de grosero ni de estudiantil, sino que revela al que se prepara para consagrarse a Dios; sin afectación ni amaneramiento, sino como "habitus" que expresa la armonía interior del alma.

Bajo esta luz se destacan los puntos fundamentales de la formación religiosa: la piedad eucarística, que lleva naturalmente al joven hacia el altar y las almas; piedad profunda, constante, centro de atracción y de aspiración para la mente y el corazón, de tal manera que sea después el apoyo de la actividad apostólica; con ella la devoción al Santísimo Nombre de Jesús, a su Sagrado Corazón y a su Preciosísima Sangre, a las que —como dijimos el 30 de junio pasado, hablando en la basílica de San Pablo—"conviene animar a sacerdotes y fieles, encaminar especialmente a los futuros maestros de nuestra generación actual y a la que la seguirá inmediatamente para que den dignidad y elevación, hagan más alta y penetrante la catequesis, de la que brotan aquí y allá indicios interesantes y fervientes".

La devoción a la Virgen Madre de Jesús y Madre nuestra debe ser fomentada en sentido católico, de tal modo que se modere la tendencia a detenerse en las pequeñas efusiones del sentimiento, a las que se entrega a veces nuestro pueblo, exaltando particularismos locales más que los títulos de honor preclaros y preeminentes de María: su virginidad, la divina maternidad, su puesto junto a la cruz.

Del mismo modo que en María Santísima debéis infundir a los jóvenes seminaristas una confianza especial en San José, cuya presencia —que hemos deseado sea más resonante en el mayor templo de la cristiandad— se muestra muy oportuna en la santa Iglesia en medio de los esplendores del apostolado universal y de los más insignes doctores y mártires de la fe.

Humilde, silencioso, discreto, San José es modelo perfecto de imitación en circunstancias que se repiten en todo tiempo y que exigen abnegación de sí mismo y total abandono en Dios.

Junto a estas devociones insustituibles en la formación de un clero santo y santificador, ahí está también la confesión semanal, que, unida a la dirección espiritual, es fuente de purificación y santificación, alimento y estímulo de continuas ascensiones espirituales; ahí está la meditación diaria, la lectura espiritual hecha sobre todo en los textos sagrados, los exámenes de conciencia, la contemplación y meditación de los misterios del rosario.

3. Cuando la preparación religioso-moral se asienta sobre estos fundamentos seguros y luminosos entonces la preparación intelectual es un aspecto complementario, e insertándose armoniosamente en ella logra el máximo rendimiento para las diversas exigencias de la vida pastoral. Más que nada, sólida formación filosófica cristiana según los principios, la doctrina y el método de Santo Tomás, que proporcione al alumno de hoy y al hombre de mañana juicio equilibrado, miras profundas, buen sentido y madurez intelectual. A la luz de aquellos principios luminosas podrán apreciarse en su justo valor los vastos movimientos culturales y literarios, las corrientes del pensamiento moderno, las lagunas y los peligros de tecnicismo. Pues, como observa nuestro predecesor Pío XII, de venerable memoria, «aemulatio in veritate quaerenda et propaganda per commendationem doctrinae sancti Thomae non suprimitur, sed excitatur potius ac luto dirigitur" (Discurso a los alumnos del Santuario, 24 de junio de 1939; Discursos y Radiomensajes, I, p. 213).

Todo lo que de hermoso y grande ha producido y sigue creando el espíritu humano será apreciado así en su justo valor, adquirirá nuevos reflejos para la acción apostólica, que debe moverse según la exhortación paulina: "Omnia vestra sunt... vos autem Christi, Christus autem Dei" (1 Cor., 22-23).

Y para esta visión total, a la luz del plan de Dios, ahí está el estudio de la teología en sus maravillosos tratados, que descubren siempre nuevos esplendores al entendimiento sediento de verdad; estudio que se lleva a cabo como obsequio filial al magisterio de la Iglesia, es decir, al Sumo Pontífice y de los Obispos unidos con él, regla próxima de verdad. Ahí están los tesoros del Libro Divino en las armonías unidas del Antiguo y Nuevo Testamento, el pensamiento de los Padres y Doctores, el esplendor de los ritos litúrgicos profundizados en su génesis y significado, el estudio de la sociología a la luz de los documentos de los Romanos Pontífices; ahí está el desenvolvimiento de la historia de la Iglesia y al mismo tiempo las otras ciencias auxiliares de los estudios teológicos, que procuran a la mente aquella formación completa que ilumina toda una vida y en la que podrán hallar certezas sobrehumanas tantas almas desorientadas, confusas, deseosas de verdad.

He aquí, venerables hermanos y queridos hijos, todo lo que nuestro corazón nos ha dictado con ocasión de este congreso tan calificado. Estos días pasados en estudio tan serio y agradable de encuentros fraternales darán todo el fruto que de ellos se espera. Vuestra obra escondida e incansable se cuenta entre las más valiosas de las múltiples misiones de la vida de la Iglesia y tenemos interés en aseguraros toda nuestra estima. Estamos junto a vosotros con el pensamiento y la oración y os deseamos muchos consuelos en vuestro ministerio, especialmente el poder ver cada vez más numerosas generaciones de jóvenes sacerdotes salir del seminario con los ojos luminosos y el corazón abierto para difundir en torno suyo aquella luz y calor que habrán bebido de vosotros, de vuestra fe, de vuestro sacrificio.

Y en prenda de nuestro más vivo afecto paternal os acompañamos con una particular bendición apostólica, dirigida ante todo a nuestro venerable hermano, el Cardenal José Pizzardo, a sus valiosos colaboradores en la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades de Estudios y a todos los queridos seminaristas de Italia.

 


* AAS LIII (1961) 559- 565;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 368-375.

 

 



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