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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL CUERPO DIPLOMÁTICO DURANTE EL HOMENAJE
POR SU OCTOGÉSIMO ANIVERSARIO
*

Sala del Consistorio
Viernes 3 de noviembre de 1961

 

Excelencias y queridos señores:

Vuestro distinguido intérprete, el señor embajador de Irlanda, acaba de expresar en nombre de todos vosotros sentimientos y votos muy agradables para nuestra persona. No podemos menos que aseguraros que ciertamente ha sabido tocar profundamente nuestro corazón.

La circunstancia que motiva esta grata audiencia de hoy es ya, por sí misma, como lo adivináis, muy emotiva para Nos. Nuestro octogésimo aniversario, y al mismo tiempo el tercero de nuestro pontificado: ¡qué invitación para hacer subir al Todopoderoso nuestras acciones de gracias! Y he aquí que nuestra humilde voz, por impulso espontáneo, viene a unirse a tantas otras que Nos, a un mismo tiempo, agradecemos y nos causan confusión.

En este concierto, el homenaje del Cuerpo Diplomático da su nota particular de autoridad, dignidad y, al mismo tiempo, lleva su impronta de universalidad que realza todavía más su valor. ¡Qué espectáculo tan emotivo y al mismo tiempo sugerente! Los representantes de las naciones —con nuestros más próximos colaboradores en el gobierno de la Iglesia— formando corona en torno a nuestra persona, para ofrecer, con el afecto y cordialidad propia de cada uno, sus votos de felicitación, y como expresión concreta de estos votos toda una colección de preciosos regalos.

Dejadnos, queridos señores, deciros cuánto nos emociona esto y lo agradecemos. Y permitid también que aprovechemos esta ocasión para deciros una vez más toda la estima que profesamos a vuestras personas y a la alta misión que cumplís cerca de Nos.

Esta misión la consideramos cada vez más como un trabajo en común con la Santa Sede, en nombre de vuestros gobiernos, para asegurar el verdadero bien de vuestras respectivas naciones. Y a la luz de Los nuevos acontecimientos, esta colaboración nos parece más importante que nunca.

En efecto, los motivos de temor respecto al porvenir de la humanidad no faltan; vuestro decano lo ha recordado discretamente ahora mismo. Pero él ha recordado también con toda justeza el deber que incumbe a todos los hombres de aprovechar bien el tiempo que se les ha concedido para actuar en favor de la paz, de la civilización y del verdadero progreso. Nos tratamos por nuestra parte de trabajar sin medida por todos los medios, sabiendo que en esto no hacemos más que seguir la larga tradición de nuestros predecesores,

La Santa Sede, como sabéis, ha estado en todo tiempo al servicio de las almas. Los Romanos Pontífices, en virtud de su misión espiritual, se consideran como los guardianes y promotores de todos los valores que contribuyen a la elevación moral de la humanidad y al reino de la paz en el mundo. Hacia este fin no han cesado, a lo largo del curso de la historia, de orientar sus propias actividades y la de los hijos de la Iglesia esparcidos por todo el mundo.

Al actuar de este modo tenían clara consciencia de la incomparable dignidad del hombre —este ser privilegiado marcado en su frente con el reflejo de la luz divina— y deseando ayudarle a cumplir su sublime destino.

Viéndoos hoy. en torno a Nos, representantes de un tan crecido número de estados, experimentamos el gozo íntimo considerando cuántas altas autoridades de este mundo tratan de apoyar en este punto los esfuerzos de la Sede Apostólica. Para Nos, os lo decimos con toda sinceridad, esto representa una profunda satisfacción, un sólido motivo de confianza para el porvenir.

Que esta bienhechora colaboración entre la Santa Sede y vuestros Gobiernos se acreciente en extensión y profundidad, para que reine entre los hombres, cada vez más la justicia, la libertad y la fraternidad. Este es el anhelo que os formulamos, excelencias y queridos señores, con la expresión renovada de nuestro reconocimiento emocionado y la seguridad de nuestras constantes oraciones por vuestras personas, por aquellos a quienes representáis, tan dignamente cerca de Nos, y para todas y cada una de vuestras nobles naciones.


* AAS LIII (1961) 758-760.

Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 14-16.

 



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