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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
CON MOTIVO DE LA IMPOSICIÓN DE LA BIRRETA
A LOS NUEVOS CARDENALES
*

Miércoles 21 de marzo de 1962

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

El honor de la dignidad cardenalicia, conferido a diez leales servidores de la Santa Iglesia, tiene en el consistorio de este año una especial relación con el Concilio Ecuménico Vaticano II, que ardientemente preparamos. Junto al anuncio de la inauguración de las solemnes sesiones, que comenzarán, con la ayuda de Dios, el 11 de octubre, brilla con especial relieve vuestra elección, vista en la perspectiva especialísima que distingue a todo este año de 1962.

Es natural, pues, aprovechar de este gran acontecimiento las más significativas ideas, que caracterizan las líneas de su especial fisionomía, para aplicarlas a esta reunión de hoy, en la que se impone la birreta cardenalicia a vosotros, nuevos purpurados, para gozo y edificación de todos.

La Iglesia católica, reunida en un Concilio general, expresa de una manera perfecta e imponente las cuatro notas fundamentales de su institución divina: Una, Santa, Católica y Apostólica.

Llegados de todas las regiones, por donde la Iglesia extiende sus pabellones para elevación y santificación de la humanidad, los sucesores de los apóstoles se postran junto al humilde sucesor de San Pedro, ofreciendo al mundo el espectáculo único de su fe y de su caridad.

Basta considerar vuestra procedencia, señores cardenales, venerables y queridos hermanos e hijos nuestros, para darnos cuenta de esta consoladora realidad. Os vemos aquí reunidos de todos los puntos de la tierra y de todas las formas de cooperación en el apostolado y de servicio a la Iglesia en el mundo entero; reunidos, decimos claramente, de y para el apostolado, porque vuestra vida lo mismo que goza de un pasado honorífico, también está presta a funciones más altas, en el camino que se abre a vuestra competencia y a vuestro celo.

Están, pues, representadas por sus sedes episcopales las antiguas naciones del Perú, Chile y Bélgica, en la persona de sus celosos arzobispos, nuestros queridos hijos Juan Landázuri Ricketts, Raúl Silva Henríquez, León José Suennens; de la Curia romana, procedentes de diversas atribuciones de singular honor, José de Costa Nunes, Acacio Coussa, Miguel Browne y Anselmo Albareda; finalmente, de la diplomacia, que es gran escuela y ejercicio de experiencia y preparación para nuevas tareas de consejo y prudencia para el futuro, Juan Panico, Hildebrando Antoniutti y Efren Forbi, desde hace tiempos empeñados en un servicio prudente y precioso a la Santa Sede en las naciones de rancia fidelidad a la Iglesia.

Por tanto, en la presente creación de cardenales están representados ocho países: Portugal, Italia, Perú, Siria, Chile, Bélgica, Irlanda y España. Entran a formar parte además en el Sagrado Colegio grandes Ordenes y Congregaciones religiosas de antigua y moderna fundación: benedictinos—y nos gusta recordar este nombre en la festividad litúrgica de hoy del santo patriarca de Occidente—, basilios, dominicos, franciscanos y salesianos. Estas familias religiosas, cuya actividad cultural, pastoral y misionera es preclara gloria de la Iglesia de Dios, también, pues, tienen sus representantes ,en el Senado de la Iglesia, en la persona de sus hijos beneméritos e insignes.

La universalidad de esta elevación cardenalicia es armónico preludio de la universalidad al gran Concilio, que mantiene ya expectantes las miradas del mundo entero. Y es grato al alma en oración gustar los gozos de aquella grandiosa reunión: "Toda la tierra te adore y te cante; entone salmos en tu nombre" (Sal 65, 4.). La ceremonia de hoy, que se realiza en medio de una manifiesta y familiar sencillez, Nos hace pensar en las cuatro notas de la Iglesia que brillarán, en todo su fulgor, en el Concilio Ecuménico. Nuestra fe se alienta y entona, la fe que el Concilio testimoniará ante el mundo, puesto que, como afirma nuestro predecesor San Gregorio Magno, en todo Concilio se realza la sólida estructura de la fe: "En éstos la estructura de la fe se levanta como sobre una piedra cuadrangular". (Ep. 25, Joanni Constant et ceteris patriarchis PL 77, 478.).

La imposición de la birreta cardenalicia tiene también otro noble significado en relación con el Concilio Ecuménico. Como ya subrayamos el 16 de diciembre de 1959, en parecidas circunstancias, la solemne asamblea ecuménica "reunirá en Roma; centro vivo de la catolicidad, a obispos y pastores de todo el mundo, portadores cada uno de los votos, oraciones y esperanzas de los pueblos a ellos confiados. Pues bien —decíamos también—, en el próximo Concilio... todos los cardenales estarán presentes con su insignia singular y principal: la birreta purpúrea, juntos en torno al Papa, lo más próximos a él, para ayudarlo en el principal servicio de caridad y fraternidad, acogiendo amablemente a todos los obispos del orbe católico, como la más expresiva y cordial manifestación de respeto y afecto". (Discursos, mensajes, alocuciones, II, páginas 76-77.)

Aquí tenéis, pues, el fragante ministerio de caridad al que se dedica el esplendor de vestiduras, que se desplegará mañana en el rito solemne de la basílica vaticana para vuestra singular distinción personal.

La birreta y el capelo de púrpura, asignados a lo largo de los siglos a los nuevos cardenales, son un recuerdo del más alto servicio de buen ejemplo y caridad, no una vana ostentación exterior, del todo ajena a los hombres de la Iglesia. La gran distinción de que sois objeto, poniéndoos en el ápice de las más graves responsabilidades, es una solemne invitación a un servicio más generoso a la iglesia y a las almas: "para que pueda aparecer —según las palabras de nuestro predecesor Sixto V— la pureza y abstención de todo afecto carnal, la despreocupación por los problemas propios que se exige a los que serán pecho y voz, templo y órgano del Espíritu Santo". (Constitución apostólica Postquam vetus, part. 1; Cf. De Cardinalis dignitate et officio Hieronymi Plati, Romae, 1836, pág. 56.)

¡Qué bellas palabras, queridos hijos y hermanos! Sobre vuestra vestidura purpúrea irradian los resplandores del Espíritu Santo.¡Que su luz y su calor os acompañe toda la vida y la haga cada vez más fecunda para la Iglesia de Dios! Este es el programa y el feliz augurio que será augusta y luminosamente sellado por el Concilio Ecuménico. De él es ya un preludio esta reunión. A este preludio, a este augurio se suma nuestra ferviente oración, invocando sobre vuestras actividades copiosas bendiciones del Señor.

Aceptad como señal de nuestra benevolencia la especial Bendición apostólica, que deseamos extender también a vuestros hogares y congregaciones religiosas, y a todos cuantos se gozan por la especial distinción que habéis recibido. Que reine en todos la paz y la consolación de Dios omnipotente. Amén, amén.

 


* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 195-198.

 

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