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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXII CONGRESO
DE LA CONFEDERACIÓN INTERNACIONAL
DE LAS SOCIEDADES DE AUTORES Y COMPOSITORES
*

Sábado 23 de junio de 1962

 

Estimados señores:

Vivamente agradecemos al profesor Mario Vinciguerra, presidente de la Sociedad Italiana de Autores y Editores, las amables palabras con las cuales él Nos ha presentado a vuestro distinguido grupo.

El maestro Hildebrando Pizzetti nos anunció a su tiempo este agradable encuentro; no os extrañaréis si Nos place evocar, para comenzar, la representación artística que él dirigió con tanto talento en el auditorium "Pío XII" el 5 de enero de 1959. Se trataba de la ejecución de su oratorio "Asesinato en la catedral" compuesto según el texto de Tomás Stearns Elliot, páginas de literatura y de música que —deseamos reconocerlo— ocupan un puesto de honor en la producción contemporánea.

Lleno de tan vivo recuerdo, os deseamos a todos le bienvenida, que quiere ser para cada uno de vosotros un saludo pleno de cordialidad.

1. La Iglesia católica alienta gustosamente, vosotros lo sabéis, los encuentros internacionales en todos los niveles. La Confederación Internacional de las Sociedades de Autores y Compositores está segura, por tanto, de encontrar en Nos, en la persona de aquellos que participan en su XXII Congreso, la acogida más complaciente. Pero hay aquí razones particulares para la cordialidad del recibimiento; por una parte, la finalidad de vuestras amistosas y fraternales conversaciones es poner en común el talento y los dotes excepcionales de inteligencia y amor que la Providencia os ha concedido; pero estas riquezas espirituales e intelectuales os han sido dadas en beneficio de todos, ellas pertenecen, por así decirlo, a toda la humanidad.

Y, por otra parte, el Vaticano, que os recibe hoy, guarda con amor en sus Galerías y Museos, en sus Bibliotecas y Archivos, una tal colección de obras maestras y de recuerdos preciosos, que hacen de él uno de los lugares del mundo más familiares a los sabios y a los artistas. Ustedes están, por tanto, de alguna manera en su casa.

2. Ustedes son, señores,  miembros de la Sociedad de Autores y Compositores.  Apartados los problemas de organización o de técnica en los cuales puede ocuparse vuestra Confederación, lo que os caracteriza a los ojos del gran público son, ante todo, vuestros medios de expresión, vuestro lenguaje. El lenguaje del poeta, del literato, del músico tiene una eficacia especial para desvelar los obscuros secretos de las almas, para interpretar sus aspiraciones, dulcificar sus sufrimientos; puede orientar los corazones hacia fines elevados, corregir los errores, purificar las pasiones, frenándolas en la carrera hacia los abismos y exaltándolas en su noble impulso hacia el verdadero bien.

No se trata apenas, en vuestra profesión, de promover la adquisición de riquezas materiales, ni de favorecer la sagacidad de los grupos humanos en materia económica, Lo que os interesa —y éste es el honor de vuestra vocación— es valorar el soplo espiritual que anima a cada pueblo.

Es, en efecto, por la voz de sus poetas y de sus artistas, que un pueblo, antes incluso de haber conseguido su desarrollo económico —como es el caso, por tanto, de países nuevos, que nacen en nuestros días a la vida internacional—, que un pueblo, decíamos, puede revelar el encanto y el misterio de su fecundidad interior.

Esta voz del poeta y del artista instruye, educa, consuela: es la fuente de la alegría más pura y más santa. El mensaje del cual es portadora pasa por encima de las barreras artificiales que separan a los hombres unos de otros. En las horas de tristeza y de humillación, en lo más fuerte de las guerras fratricidas, sucede que la voz del poeta y las armonías musicales del artista han llevado a los hombres a la reflexión y les han sugerido las ideas más pacíficas.

3. En fin, estimados señores, permitidnos comentar, para terminar, un hecho de experiencia que os puede servir de aliento en la continuación de vuestras bellas actividades: es raro que el genio o talento encuentren rápidamente, en este mundo, toda la comprensión y la gloria que le son debidas.

Pero antes que a vuestros contemporáneos es a las generaciones de mañana a las que se dirige vuestro mensaje. Nos pensamos, al decir esto, en las falanges innumerables de aquellos que os han precedido en esta noble carrera. Su existencia frecuentemente atravesó por pruebas indecibles, pero sus voces continúan resonando para el consuelo y la alegría de todos los siglos.

El Evangelio nos lo dice: "Uno es el que siembra y otro el que recoge" (Jn 4, 37), Vosotros sois sembradores, otros recogerán después de vosotros, y ya quizá entre aquellos que se despiertan a la vida bajo vuestros ojos. ¡Qué alegría para nosotros —y para todo hombre de corazón, Nosotros estamos seguros de ello— oír decir que la juventud de hoy siente pasar sobre ella un soplo vivificador, que la lleva a interesarse cada vez más en la estima y adquisición de los bienes del espíritu!

Continuad vuestra hermosa tarea con un corazón generoso y mirad hacia adelante con una serena confianza. Esto servirá también para atraer la atención sobre vuestro mensaje y contribuirá a orientar a los 'nombres y a los pueblos hacia pensamientos de paz.

Formulando este deseo, Nos invocamos sobre vosotros, estimados señores, sobre vuestros trabajos y sobre vuestras familias, la abundancia de las bendiciones divinas, que Dios gusta repartir a aquellos quienes, como ustedes, tienen voluntad para hacer fructificar los talentos que han recibido poniéndolos al servicio de los más nobles ideales de la humanidad,

 


* AAS 54 (1962) 518; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 398-400.

 

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