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PABLO VI

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 30 de julio de 1978

 

El Santo Padre salió al balcón y, emocionado ante el entusiasmo y afecto con que le saludaban los presentes, les habló así:

Este encuentro con vosotros, hijos, amigos, personas queridísimas, se ha convertido ya para vosotros en una costumbre que se repite todos los domingos y miércoles. Y yo debo antes de nada agradecemos esta atención, este gesto de presencia y manifestación de interés no sólo hacia nuestra persona, que no lo merece, sino hacia el ministerio que estamos obligado a realizar permanentemente, a exteriorizar en nuestra vida, para daros la certeza de que nuestra palabra no se apaga, de que la idea de Cristo Salvador, que ha de vivificar de verdad nuestras conciencias, nuestras almas y nuestras esperanzas, está realmente muy viva y resulta comprometedora: es la razón de nuestra vida, tema de gran interés para vosotros, de interés decisivo en orden a la orientación de vuestra existencia. Así, este encuentro nos resulta gratísimo y os lo agradecemos de corazón; damos gracias a Dios por esta felicidad común de ser verdaderamente, en la comunión con Cristo, en la Iglesia, una cosa sola; de ser siempre fieles a la interpretación histórica y actual del Evangelio.

(Luego, el Santo Padre leyó su breve alocución dominical).

Hermanos e hijos queridísimos:

Los que nos hemos reunido aquí, todos disfrutamos de este bendito período de tiempo que llamamos vacaciones. Sin embargo, queremos y debemos preguntarnos, ¿es ésta una experiencia abierta a todos, o están excluidos de ella muchos hermanos nuestros, e incluso, grupos completos de personas que no pueden participar con los otros, más afortunados,  de este momento de descanso, de libertad y de bienestar?

Sí, debemos pensar en los ausentes para ofrecerles a ellos también alguna forma de participación en el gozo veraniego que se nos ha concedido a nosotros. Por eso, ante todo rezaremos por ellos y, de manera especial, por dos categorías de personas, a las que queremos enviar juntamente con nuestro saludo, la seguridad de nuestro recuerdo en la oración, de nuestra compañía espiritual y de nuestra solidaridad paterna.

El primer grupo, que no podemos olvidar y que está siempre presente en el corazón por el vacío que deja en el ánimo de todos, es el de los enfermos. Oremos por quien sufre, por quien está obligado a ese reposo forzado nada agradable, que es la enfermedad. Pedimos a la Virgen consuelo especial para estos hermanos y hermanas que sufren, y también para todos los que se prodigan amorosamente por atenderlos, cuidarlos y curarlos.

El segundo grupo está constituido por todas las personas que por deber profesional o por obligaciones de familia, más exigentes con frecuencia, están obligados a consagrar su tiempo y a sacrificar su reposo —bien merecido por cierto— al servicio del prójimo. Debemos pensar que nuestras vacaciones obligan a muchos otros, como por ejemplo a los empleados en el sector turístico u hotelero, a los responsables de los medios de transporte en toda su amplia gama, a los agentes de seguridad en carretera, etc., a aumentar la intensidad y dedicación de su trabajo.

Por todos ellos, amadísimos hermanos, nuestra oración y nuestro agradecimiento lleno de afecto, con nuestra bendición.

 

 


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