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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 28 de junio de 1978

 

La tumba de san Pedro en el Vaticano

Es imposible hoy, vigilia de la fiesta de San Pedro, no dirigir nuestro devoto y apasionado pensamiento al Apóstol: a su memoria y a su gloria está dedicada la monumental basílica en cuya sombra nos encontramos.

La grandiosidad de un monumento tal, la convergencia hacia la tumba de San Pedro de los edificios vaticanos, de la residencia ya habitual del Papa y de las oficinas centrales de la Santa Sede; las riquezas del arte y de los recuerdos que hacen célebres y sagrados estos edificios; y las reliquias del mismo San Pedro ya reconocidas y reivindicadas para la historia envuelven este lugar con una atmósfera de interés, de religiosidad y de sacralidad que obligan a la atención apresurada y superficial del visitante curioso, y tanto más del peregrino consciente y devoto, a detenerse al menos un instante a contemplar lo mejor posible el misterioso secreto de este punto que irradia no sólo sobre la topografía de la Ciudad Eterna, sino sobre el mundo histórico y civil, y especialmente sobre el mundo marcado por el carisma cristiano, una fascinación incomparable.

Tratemos de señalar algunos motivos de este atractivo.

El primero es el histórico, a cuya acción nadie podrá ya sustraerse si finalmente, cual huésped inteligente, se rinde a las pruebas de los estudios más escrupulosos y más recientes, y a las conclusiones del examen de los hallazgos arqueológicos relativos a la tumba del Apóstol Pedro. Sí, la prueba histórica no sólo de la tumba, sino además de los veneradísimos restos mortales, ha sido lograda. Pedro está aquí, donde el análisis documental y arqueológico, así como los indicios y la lógica, nos lo han indicado.

Tenemos así el consuelo de tener un contacto directo con la fuente de la tradición apostólica romana más autorizada, la que nos confirma la presencia física de la Cabeza del Colegio de los primeros discípulos de Jesucristo en Roma, y del trasplante de la Iglesia naciente de Jerusalén y de Antioquía a la ciudad principal del Imperio Romano, casi como para heredar de ella y sustituir la idea de la unidad civil y política con la idea propia de la religión cristiana, universal y perenne, capital espiritual del mundo (cf. Dante, Inf. 2, 22-24).

Aquí el contacto, podríamos decir, se hace físico y compromete nuestra atención en un interés del todo particular, el que se reserva a los lugares y a las cosas determinantes de sucesos de general y suma importancia.

La historia se hace actual y fácilmente se enlaza con la red de hechos y de lugares relacionados con este foco central que refleja su importancia en ellos.

Estamos no sólo sobre una tumba de excepcional importancia, sino, como decían los antiguos, un trofeo, un monumento que recuerda el pasado y que reta al porvenir, y que desde el ciclo de la experiencia sensible estimula al espíritu a la esfera del mundo sobrenatural.

Hijos y hermanos, dejemos que nuestra religiosa piedad tenga, si Dios lo concede, alguna experiencia espiritual de ese reino de los cielos del que Cristo dio las místicas llaves al Apóstol, cuyas reliquias humanas tenemos la fortuna de venerar en el bendito mausoleo que la fe de los siglos ha erigido para su gloria y para nuestra religiosa devoción.

Y con humildad orante y exaltante, aquí, sobre su tumba, sobre sus reliquias supervivientes, pidamos al Padre Celeste permanecer sólidamente fundados en la fe de Pedro, que es la piedra de nuestra fe.

Con nuestra bendición apostólica.


Saludos

(A los directores diocesanos de las Obras Misionales Pontificias en Italia)

Deseamos dirigir un saludo paternal y afectuoso al numeroso grupo de directores diocesanos de las Obras Misionales Pontificias que en estos días están reunidos en Roma para meditar y estudiar juntos el tema: "El ministerio de la cooperación misionera: del compromiso individual al servicio eclesial". Hijos queridísimos, ante todo os decimos que nos complace mucho vuestra presencia. Sabemos que desde hace mucho tiempo habíais manifestado un vivo deseo de encontrares con nosotros para demostrarnos vuestra devoción incondicional en el cumplimiento del servicio misionero que anima vuestra vida. Y hoy queremos alentaros, estimularos, confortaros en este apostolado vuestro tan fundamental y a veces tan arduo, recordándoos que el amor a las misiones es amor a la Iglesia. "A cada uno de los discípulos de Cristo le incumbe el deber de difundir, cuanto sea posible, la fe": como es sabido, son palabras de la Constitución Dogmática Lumen gentium. Ningún cristiano, pues, puede encerrarse en sí mismo, sino que debe abrirse a las necesidades espirituales de aquellos que todavía no conocen a Cristo. ¡Y son cientos de millones! Vuestras oraciones, vuestras iniciativas, vuestro ardor, vuestros sacrificios serán sin duda alguna acogidos por Dios y, en la misteriosa circulación del Cuerpo místico, tendrán su influjo benéfico en las almas que esperan a Cristo. Al mismo tiempo que invocamos sobre los trabajos de vuestra asamblea y sobre vuestra actividad en favor de las misiones la luz y la fuerza del Espíritu Santo, os impartimos de corazón nuestra bendición apostólica.

(A los sacerdotes consiliarios de las "Missionarie della Regalitá")

Unas palabras especiales de saludo queremos dirigir también al grupo de sacerdotes consiliarios de las Missionarie della Regalitá, que celebran en estos días la III asamblea internacional. En el programa de vuestros trabajos, hijos queridísimos, habéis querido hacerle un sitio a este encuentro con el Vicario de Cristo, deseando subrayar así los sentimientos de devoción sincera que os ligan a la Cátedra de Pedro y al Magisterio, divinamente garantizado, que de él emana. Deseamos manifestaros nuestra grata complacencia por este gesto delicado, y al mismo tiempo queremos exhortaros a avivar en vosotros la conciencia de la naturaleza y de la importancia de la comunión eclesial que tiene en la Iglesia de Roma su centro católico, y en los obispos, que presiden cada una de las Iglesias particulares, sus articulaciones esenciales. Toca a vosotros comunicar a las almas que forman parte del instituto, el gozo de saberse hijas de la Iglesia, el orgullo de haber sido llamadas a difundir en el mundo el amor y conocimiento de la misma, el deseo de asumir personalmente sus problemas, ansias, fatigas y esperanzas. Poniendo en práctica este deber con dedicación generosa y clara, contribuiréis eficazmente a mantener vivo en el instituto el espíritu que le infundieron el p. Gemelli y la srta. Armida Barelli, de quienes se celebra este año el I centenario de nacimiento y el XXV aniversario de la muerte, respectivamente. Os acompañamos con nuestra oración y con nuestra bendición apostólica.

(A los participantes en la XXVIII Semana de Pastoral)

Nos complace dirigir un saludo paternal y nuestros mejores deseos a los participantes en la XXVIII Semana de Pastoral, promovida por el centro homónimo, que está dirigiendo su atención a un importante tema: "Comunidad cristiana, parroquia, territorio". Profundizar el sentido y el valor de la comunidad cristiana significa llegar hasta las raíces mismas de la Iglesia, la cual se alimenta de la misma fe en la Palabra del Señor y de la misma Gracia, y crece, además, con el ejercicio de la caridad. Hablando de la parroquia no nos cansaremos de repetir que debe constituir la primera y verdadera sede de la unidad eclesial y, a través del lazo de una responsable obediencia al párroco y al obispo, debe ser una Iglesia viva, y por lo mismo una cátedra de la Palabra de Dios, un encuentro de acción litúrgica y una palestra de virtudes cristianas. No nos pasan por alto las dificultades de la empresa, sin embargo, mientras os invitamos a la valentía de la fe, os aseguramos el recuerdo de nuestra oración: la luz del Espíritu Santo ilumine vuestras mentes. de ella os sea prenda nuestra bendición apostólica.

(A varios grupos de sacerdotes)

Nos complace dirigir un saludo especialísimo a algunos grupos de presbíteros que nos honran con su presencia y queremos mencionarlos: sacerdotes ex-alumnos del seminario regional de Bolonia, en el XL aniversario de su ordenación; párrocos y otros sacerdotes de las diócesis de Faenza y de Modigliana, junto con la peregrinación de las Scholae Cantorum parroquiales de las dos diócesis; ex-alumnos del seminario regional de Chieti, en el XXV aniversario de su ordenación; sacerdotes de la archidiócesis de Nápoles, que celebran respectivamente el XXX y el XXV aniversario de su ordenación; junto con ellos está un grupo de diáconos permanentes con sus familiares; y finalmente algunos religiosos de la Piccola Opera della Divina Provvidenza, de Don Orione, que participan en un curso de formación permanente. Hijos queridísimos, a cada uno de vosotros os repetimos la invitación de San Pablo: "Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos" (2 Tim 1, 6). Vuestra santidad, por gracia de Dios, será siempre la mejor garantía de vuestra fecundidad pastoral. Por nuestra parte de corazón enriquecemos estos deseos con la más amplia bendición apostólica.

(En español)

Amadísimos hijos e hijas: En esta vigilia de la fiesta de San Pedro, nuestro pensamiento va al Príncipe de los Apóstoles, cuya memoria recuerda la basílica que tenemos cerca. La fiesta, la basílica, la residencia del Papa, la riqueza artística, convergen hacia el punto central: la tumba de Pedro. Ello imprime a ese lugar sagrado un aire misterioso que se irradia por doquier y que conmueve al peregrino y al visitante. La razón más fuerte de tal atractivo es tener la prueba histórica de que allí se halla la tumba de Pedro. Sí, los estudios más escrupulosos, llevados a cabo con rigor científico, han dado la seguridad no sólo respecto de la tumba, sino también de la presencia de los venerados restos mortales del Apóstol Pedro. La antigua tradición viene así a confirmarse, revelando la presencia física de la Cabeza del Colegio Apostólico en Roma, donde la Iglesia fue trasplantada desde Jerusalén y Antioquía. Estamos ante una tumba de excepcional importancia; que nos llama hacia una meta sobrenatural. Pidamos, por ello, al Apóstol que nos confirme en su fe, que es la nuestra. Con nuestra bendición apostólica.

 

 



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