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RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE PABLO VI
CON MOTIVO DE LA ENTREGA DE LA ROSA DE ORO
A LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Martes 31 de mayo de 1966

 

Amadísimos Mexicanos:

En la fiesta litúrgica de este día a todos los ámbitos de la tierra se expande con entonación coral la invitación: «Venid y adoremos a Cristo Rey que coronó a su Madre». La asamblea cristiana, con la certeza de realidad cumplida, se alegra del mensaje celeste: «He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor le dará el trono de David, y reinará en la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Luc. 1, 26-33). Aquél que en la inmensidad del cielo no cabía, se encierra voluntariamente en el seno virginal de María, constituida con ello en Madre de Dios, del Autor del Universo, Príncipe de la paz, Señor de los que dominan.

La Iglesia corona el culto especial que la piedad del pueblo tributa a María durante el mes de mayo con la fiesta de su realeza universal: Nuestra Señora aparece así asociada por Cristo y con Cristo a su triunfo y su gloria; la pedagogía espiritual de la liturgia, al mostrarnos las prerrogativas de María, nos señala en ellas el camino hacia Cristo.

Ante el altar de ese Santuario, nuestro dignísimo Cardenal Legado hace la ofrenda de la Rosa de Oro, regalo pontificio otrora frecuente a las potestades de la tierra, como premio de la Santa Sede por sus benemerencias religiosas. Con este obsequio, como dijimos al bendecirlo en la Capilla Sixtina, hemos querido honrar la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y premiar la fe y la devoción mariana del Pueblo mexicano. En los pétalos de esta Rosa van ya nuestro mensaje y nuestra oración. Sin embargo no hemos podido resistir al impulso de Nuestro corazón que tanto os ama y henos aquí, peregrino espiritual en alas de las ondas de la Radio, para rezar con vosotros y con vosotros alabar a María. ¡Cómo nos gozamos de mezclar Nuestra voz a la vuestra en el canto de gloria que hoy se eleva a la Madre de Dios, a la Patrona de México y de América! Un día resonaron las montanas de Judea con la voz del himno misterioso y profético: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Luc. 1, 48). ¡Qué bien se cumple el anuncio en la colina del Tepeyac!

Mas quisiéramos que la solemnidad de este día no fuera solamente una vibración lírica destinada a apagarse en el tiempo como las olas del mar se duermen sobre la arena de la playa. El acontecimiento que presenciáis vaya cargado de gracia, despierte a la fe, mueva a la esperanza, avive la caridad en cuantos contemplan a María «que brilla ante toda la comunidad como modelo de virtudes» (Lumen gentium, n. 65). «Fue tal María - nos dice San Ambrosio - que la vida de ella sola es enseñanza para todos» (De Virginibus, II, 2, 2, 15; PL 16, 210).

Espejo de justicia y santidad, prototipo de virtudes, Ella, como enseña el Concilio Vaticano Segundo, «en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe; mientras es predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio, y hacia el amor del Padre» (Lumen gentium, n. 65).

Amadísimos Mexicanos: vuestra mirada se posa en María, flor sin espinas, azucena inmaculada, lirio de los valles, rosa mística. Obra maestra del Creador está Ella en la cumbre de la perfección humana y es la criatura más próxima a Dios. Constituida por Cristo Nuestro Señor Madre espiritual de la Iglesia, es al mismo tiempo el ser más cercano a la humanidad con cuya historia de salvación está íntimamente vinculada. Veneradla, amadla siempre. Que Ella os bendiga y obtenga a México las gracias que por su intercesión imploramos del Cielo con Nuestra Bendición Apostólica.

* * *

La Rosa d’Oro era stata benedetta dal Santo Padre nella Cappella Sistina, al mattino della domenica «Laetare»  20 marzo.
La nuova Rosa - con fiore, bocciolo, foglie e stelo in pregevole ed armoniosa opera d’arte - è opera dello scultore romano Giuseppe Pirrone.
Rivolgendosi al Cardinale Confalonieri, il Santo Padre aveva detto:

Señor Cardenal,
Amadísimos mexicanos e hijos todos muy queridos:

Hace tiempo que estábamos en espera de este día. Ardía Nuestro corazón por el deseo de dar una muestra de Nuestro cariño y predilección a México. Ha llegado ese momento: ahora, aquí, con esta ceremonia en que sintoniza con vosotros desde lejos el pueblo mexicano en sus afectos más puros enlazando con el nombre de María la fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia.

Ya lo sabéis. Esta Rosa de Oro que acabamos de bendecir irá al Santuario Mariano de Guadalupe; la llevará Nuestro amadísimo Cardenal Legado, Carlo Confalonieri, al que la entregamos con un doble mensaje. Decid a todos, Señor Cardenal, que en esta flor va significado el amor del Papa a México; y anunciad también que ella es portadora de Nuestra oración a la Virgen.

Y en primer lugar, queremos testimoniar Nuestro amor a México. Es obligado en Nos este sentimiento: entre los millares de peregrinos que a diario nutren las audiencias del Vaticano, descubrimos todos los días ojos en lágrimas, rostros emocionados que vienen de México. ¡Cuántas veces allí hemos oído exclamar: «En México se os quiere mucho, Santo Padre»! Sí, lo sabemos; por eso el Papa quiere mucho también a México.

Pero además esta distinción, pequeña en su ser mas grande en su simbolismo, México se la merece: ella viene a ser un acto de reconocimiento. La ternura de su devoción mariana llena las páginas de la historia cristiana de vuestro País dando fisonomía peculiar a sus empresas patrias, a su vida colectiva y social, a la intimidad de los hogares, a la actitud personal de todos. En las horas de prueba y de dolor los nombres de Cristo Rey y de María de Guadalupe han templado la fibra católica de un pueblo que no ha retrocedido ante heroísmos impuestos por la fidelidad al evangelio.

Rosas hizo florecer la Virgencita morena sobre la colina árida en el rigor del invierno. Vinieron después los frutos de conversiones a la fe de Cristo, de virtudes, de vocaciones, de caudaloso amor a la Iglesia. No podía ni podrá ser de otra manera, pues, como enseña el Concilio Vaticano Segundo (Const. Lumen gentium, n. 67), «la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes».

En segundo lugar, junto con Nuestro afecto, queremos que en los pétalos de esta Rosa vaya también escrita Nuestra oración. Los votos que elevamos a la Reina de México —y, en expansión de sentido, Emperatriz de las Américas—, son por México entero y por todo el continente: por la paz y concordia de sus pueblos, por la prosperidad y fecundidad de su suelo, por su mayor bienestar espiritual y material, por la incolumidad de la fe católica.

¡Que continúen yendo millones de peregrinos cada año a la Basílica de Guadalupe y unan a la Nuestra su voz implorante; que vayan allí donde Ella «muestra y da todo su amor, comprensión, auxilio y defensa»!

¡Qué en las honras que tributan a la Madre, «el Hijo por razón del cual son todas las cosas (cfr. Col. 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col. 1, 19), sea mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos» (Const. Lumen gentium, n. 66)! ¡Qué el nombre bendito y dulce de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre del Salvador que antecede con su luz el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo, no caiga nunca de vuestros labios! Pidiendo que Ella asista siempre al amadísimo Cardenal Arzobispo de Guadalajara, al venerado Señor Arzobispo de México y a todo el celoso Episcopado, al Clero, Familias Religiosas y Seglares, y lo mismo a vosotros, otorgamos con el corazón lleno de alegría una amplia Bendición Apostólica.

 



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