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CARTA DE SU SANTIDAD PÍO XII
A MONSEÑOR JOSÉ CLEMENTE MAURER,
ARZOBISPO DE SUCRE,
CON MOTIVO DEL II CONGRESO NACIONAL BOLIVIANO
*

 

La piedad del pueblo boliviano hacia la Santísima Virgen ha reunido en esa ciudad, la histórica Sucre, a los fieles de la Nación, presididos por sus Prelados, para celebrar, en este año consagrado a Ella, el II Congreso Mariano Nacional, y tributar así un solemne homenaje a la Reina del Cielo.

Desde que anunciamos el deseo de conmemorar la definición dogmática del misterio de la Inmaculada Concepción de María, hemos exhortado a Nuestros hijos a considerar la grandeza de este privilegio, que presenta a la Madre de Jesús siempre llena de gracia y modelo de las más excelsas virtudes, para que ellos, atraídos por el resplandor de tanta hermosura, procuraran imitarla fielmente. Por eso este Congreso, convocado para fomentar la devoción mariana en ese amado País, es la respuesta a Nuestro paternal llamamiento y motivo de íntima satisfacción, pues vemos en ello un presagio de los frutos que han de sacar de este Año Mariano.

El dogma de la Inmaculada Concepción, al mostrar a María exenta de culpa original, jamás víctima del pecado, es una amorosa invitación a seguir, en la manera posible, el elevado ejemplo de conservar siempre pura el alma. Tina vez regenerada por las aguas del bautismo, ésta queda revestida de cándida blancura, pero con las malas acciones se separa del camino recto y se mancha de nuevo. Si la falta es grave, pierde la gracia de Dios y se hace acreedora del castigo eterno. ¿Y hay mayor desgracia que ésta? Lo capital para el cristiano es no ofender a Dios, no pecar, hacer que el alma viva siempre en gracia. Los verda­deros hijos de María quieren ser semejantes a tan santa Madre y por esto deben combatir contra las pasiones, contra los atractivos del mundo, contra todo lo que puede inducir a la culpa. De esta forma estimarán el gran don de la filiación divina y vivirán en todo momento una ferviente vida cristiana.

Pero si el pecado acarrea tales males a los individuos, cuando se comete en el seno de la familia es aún de peores consecuencias. Una de las mayores necesidades del mundo actual es restituir al hogar el carácter sagrado y cristiano que en nuestros pueblos ha tenido en otros tiempos. La fidelidad conyugal, la concordia y mutua ayuda de los esposos, la educación religiosa de los hijos son la base de la felicidad de la sociedad doméstica y las faltas contra estas tres cosas producen enormes males. María, en la vida de Nazaret, es dechado de las virtudes familiares y todos deben aprender de Ella las normas de vida a que están obligados. En otro tiempo, reunida la familia al caer del día, se honraba a la Reina del Cielo con el rezo del Santo Rosario ; la vida devota del hogar y la piedad que se inculcaba a los hijos hacían que allí germinaran las vocaciones sacerdotales y religiosas; la manera de llevar las contrariedades y dolores enseñaban el espíritu cristiano de sacrificio. Si se imita a María, la familia será semillero de virtudes y la paz reinará siempre en ella.

En el mundo de hoy, lleno de insidias y peligros, son muchos los que luchan con denuedo por esparcir el error entre los fieles. Una audaz propaganda, abierta o solapadamente, se infiltra entre los católicos con el fin de apartarlos de la fidelidad debida a Cristo y a la verdadera Iglesia e, incluso, de arrancar de sus almas la fe. Y por desgracia, entre los que valerosamente defienden sus creencias, no faltan quienes las abandonan. ¡Cómo han de disgustar al corazón de María estas defecciones! Ella, que nos dio la causa de nuestra redención, Jesucristo, velará por la firmeza de la fe de los fieles y les iluminará para que conozcan los ardides del enemigo.

Congregados en esa ciudad, formando un solo corazón y una sola alma, elevad, queridos hijos, vuestras plegarias al Altísimo, por intercesión de la Reina del Cielo, para que de este Congreso nazcan copiosos y ricos beneficios. Pedid que éste sea un año de renovación y penitencia, de pureza y santidad; que la familia brille por sus sanas y piadosas costumbres; que se conserve siempre incólume el patrimonio espiritual de vuestro pueblo enraizado en las gloriosas tradiciones cristianas de vuestros mayores; que la Iglesia disponga de los medios necesarios —en especial de abundantes y celosos sacerdotes— para que pueda llevar hasta el último rincón de la patria su acción apostólica y bienhechora.

Que la Santísima Virgen extienda sobre ese amado País su maternal protección. Ella que tanto en Sucre como en La Paz, en Santa Cruz como en Potosí, en Tarija, como en Oruro recibe la sentida veneración de sus hijos, a cuyo Inmaculado Corazón fueron consagrados en el pa­sado Congreso Mariano Nacional, haga que desciendan sobre el Venerable Episcopado y el Clero, sobre las Autoridades, sobre todos los fieles las divinas misericordias, de las que quiere ser prenda la Bendición Apostólica que de todo corazón os enviamos.

Del Vaticano, 13 de agosto de 1954.

PIUS PP. XII


* AAS 46 (1954) 525-527.

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