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DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LAS JÓVENES DE LA ACCIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
QUE PARTICIPARON EN EL CONGRESO INTERNACIONAL
DE LA FEDERACIÓN MUNDIAL DE LAS JUVENTUDES FEMENINAS CATÓLICAS
*

Lunes 9 de abril de 1956

 

Dos son los motivos —amadísimas hijas, jóvenes católicas españolas— que habéis filialmente invocado para obtener de Nos esta audiencia: el presentarnos algunos dones y el realizar en Nuestra presencia una demostración de vuestro «folklore rítmico».

Mil gracias, pues, por vuestro presente. Tan acostumbrados estamos a estas manifestaciones de vuestra generosidad, que no sabemos ya escoger un término nuevo para ponderarlas. Os diremos esta vez que pocas caridades más hermosas que ésta, es decir, la encaminada a poder proveer de lo necesario a tantas iglesias pobres, donde hasta puede ocurrir que les llegue a faltar lo más preciso. Y cuando el día de mañana, desde un altar sencillo en una aldeíta remota o en un suburbio dolorido, suba hasta el cielo, gracias a vosotras, con más dignidad y más decencia el humo del incienso, Nos estamos cierto que esa columnita impalpable llegará gratísima hasta el Trono del Altísimo para descender luego como rocío benéfico sobre vuestras almas y sobre todas vuestras intenciones.

De vuestro «folklore» poco podríamos decir, por tratarse de un campo tan determinado y tan especial. En tiempos en que tantas locuras se practican, con tanto daño de la moralidad y hasta de la misma dignidad humana, dentro de terrenos paralelos al vuestro, no podemos menos de alabar esta clase de manifestaciones, en las que artísticamente se recogen tradiciones respetabilísimas que a veces pueden tener incluso un contenido espiritual lleno de gracia y de expresión. La tierra española, en esa variedad que es uno de los elementos principales de su riqueza, desde la «muñeira» gallega, el «zortzico» vasco y la «sardana» catalana en el Norte, hasta las «malagueñas» en el Sur —sin olvidar la «jota», reina universal de España—, tiene bien donde escoger, sin envilecerse con excesos y extrañezas. Obra excelente, hijas amadísimas, según el parecer de muchos, la que se realiza al fomentar estas manifestaciones; obra no indigna de la Acción Católica, que ha de sentir siempre la urgencia del apostolado en todos los campos.

Sobre la necesidad de este apostolado no creemos que sea éste el momento de extendernos; pero permitidnos, por lo menos, que os recordemos en términos generales lo que de vosotras constantemente esperamos.

Desde que la mujer se ha lanzado al mundo sin reparos, una joven llena de celo puede hacer un bien inmenso en toda partes:

en el ambiente familiar, arrastrando a chicos y grandes con su piedad simpática y contagiosa;

en los centros de enseñanza, defendiendo francamente su fe y practicándola sin rebozo y con atrayente naturalidad;

en la vida social, siendo la levadura buena que muestra siempre el camino recto, impide con su sola presencia las desviaciones, sirve de apoyo a las almas vacilantes y hasta sabe dejar caer la observación modesta y oportuna que llame al orden a quien le haga falta;

en su puesto de trabajo, haciendo en la oficina o en el laboratorio el papel de la empleada ejemplar que se impone sencillamente por la exactitud de su trabajo y sabe dar tono a todo el ambiente;

en la calle misma, enseñando con su vestido y con su porte lo que es modestia y recato, que por cierto no han estado nunca reñidos con la auténtica naturalidad, la verdadera gracia y las buenas maneras.

Y esto hoy; porque mañana, reina de un hogar, de ella dependerá principalmente la vida ejemplar y cristiana de la familia y esa fuente tremenda de responsabilidad que se llama la educación y el porvenir de los hijos.

Jóvenes amadísimas: pocas cosas más lamentables, más dolorosas, más reprobables y hasta más feas que una joven convertida en escándalo y en ocasión de mal; pero pocas también más admirables, más confortantes, más laudables y hasta más hermosas que una joven y una mujer convertidas en apóstoles, en ocasión para el bien.

Y para que cuanto hemos dicho sea en vosotras una realidad. acordaos que todo ha de proceder de un espíritu sano y robusto, constantemente alimentado con aquella oración, aquella frecuencia de sacramentos y aquel espíritu de mortificación cristiana, que constantemente os inculcan; acordaos de que en tanto iluminaréis, en cuanto llevéis dentro la luz; en tanto enfervorizaréis, en cuanto seáis fervorosas; y en tanto podréis purificarlo todo en vuestro derredor, en cuanto seáis castas y puras.

Por último: sois dirigentes y, por consiguiente, se os puede y se os debe pedir más. Que esa Juventud en vuestras manos crezca y prospere, sobre todo en espíritu interior y en eficacia de apostolado.

Este es el mensaje que habéis de llevar a vuestras hermanas de todas vuestras juventudes: un mensaje de continua superación, que no reconoce límites hasta llegar, en lo posible, a aquel altísimo ideal, que vuestros Reglamentos os ponen continuamente ante los ojos.

Prenda de éxito en vuestras empresas apostólicas y nueva muestra de Nuestra paternal gratitud, quiere ser esta Bendición. que de todo corazón os damos para vosotras y para toda vuestra Rama, lo mismo que para toda la Acción Católica y para toda la amadísima España.


* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, págs. 69-71.

 



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