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  DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
AL INSTITUTO DE LAS DAMAS CATEQUISTAS
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Jueves 17 de octubre de 1957

 

Si no conociéramos ya, por el mucho bien que desde hace tiempo realizan en la Ciudad Eterna, los «Centros», las «Escuelas» y todas las obras inspiradas y promovidas por nuestras amadísimas hijas, las beneméritas Damas Catequistas, bastaría una peregrinación como la presente para darnos a conocer, no sólo la extensión y vitalidad de tales instituciones, sino también el espíritu que las mueve y que Nos hoy nos complacemos en alabar y bendecir, mientras que os damos la más cordial de todas las bienvenidas.

Porque miramos a un lado, y os vemos antes que nada a vosotras, las que consagráis totalmente a esta labor vuestras fuerzas y vuestra vida, en aras de la más pura caridad que, como al Apóstol, de tal manera os apremia y os constriñe (cf. 2Cor 14), que solamente os satisfacéis con el apostolado más difícil, menos rico en consuelos humanos y más exigente en sacrificios, aunque lleve escrito en la frente su carácter de precursor en este campo social, objeto de nuestras predilecciones. ¿Qué palabra será la que os tiene reservada a vosotras, hijas amadísimas, vuestro Padre el Papa? Una muy sencilla, y es la siguiente: si tantos miles de almas como hoy nos presentáis, conducidas al buen camino, son tan amplio motivo de satisfacción para Nos, que en este mundo podemos apreciar el bien sólo imperfectamente; ¿qué satisfecho se mostrará, cómo sonreirá lleno de benevolencia el Corazón Sacratísimo de Jesús, cuando vuestra gran fundadora, vuestra Dolores Rodríguez Sopeña y Ortega Sopeña, le presente en el cielo tanta mies, y precisamente al acercarse el medio siglo del día, desde que un Santo Predecesor Nuestro, se dignó acoger paternalmente vuestra Obra?

Pero vosotras no venís solas y, mirando al otro lado, vemos a tantas colaboradoras vuestras, representantes de otros muchos miles, cuyo apostolado es tanto más meritorio, cuanto más desinteresado y más oscuro; tanto más admirable, cuanto más abnegado y más constante; tanto más rico en valores sobrenaturales, cuanto menos aparente a los ojos del mundo y de la carne. Hijas amadísimas, señoras y señoritas: vuestra misión es altísima, porque el Señor os ha llamado a manifestar, de manera tangible, que la sociedad cristiana es un cuerpo solo, donde los miembros no pueden desinteresarse el uno del otro, y donde, a la vuelta de mil teorías, al fin y al cabo quien ha de dar la solución última es el verdadero amor, que hace de todos una misma cosa, de los de abajo y de los de arriba, de los que gozan y de los que sufren, de los que tienen y de los que no tienen; el verdadero amor que impulsa al que posee algo a hacer participante de ello a su hermano, a quien le falta (cf. 1Jn 3, 17). ¡No os dejéis ganar jamás por la fatiga o el desaliento; no os dejéis desarmar por la rutina y el fastidio; nos os dejéis vencer por las dificultades y los inconvenientes, antes bien procurad otras muchas personas para vuestras actividades, mostrando así la estima que tenéis de esta gracia, que el Señor os ha hecho al llamaros a esta labor!

Mas las unas y las otras nos habréis de excusar, si os decimos que nuestras preferencias nos llevan a estos hijos y estas hijas. también aquí presentes; a estos obreros y a estas muchachas que, precisamente por su conducta y su aprovechamiento ejemplar en los Centros y en las Escuelas, se han sabido ganar este maravilloso viaje, o como le queráis llamar.

No es este el momento, hijos e hijas queridísimos, de que os hablemos una vez más de lo que la Iglesia siente ante vuestros problemas y de lo que ha hecho, hace y quiere hacer por resolverlos, como tuvimos ocasión de exponer no hace mucho (cf. Discorsi e Radiomessaggi; «A los trabajadores de España» 11 de marzo de 1951, vol. XIII, pág. 5); tampoco es la ocasión de reivindicar la misión educadora de la misma Iglesia, «ya  que toda enseñanza, lo mismo que toda acción humana, tiene necesaria relación de dependencia con el fin último del hombre y, por lo tanto, no puede sustraerse a las normas de la ley divina. de cual es guarda, intérprete y maestra infalible» (Pío XI Enc. «Divini Illius Magistri» 31 de diciembre de 1929; AAS vol. XXII, pág. 54). El encuentro de hoy es un encuentro de familia, donde preferimos abriros con sencillez nuestro corazón  de Padre, para haceros ver que si la Iglesia os busca, os instruye y os educa, es porque a ello la impulsa invenciblemente su sentido maternal; es porque os ama; es porque sois aquellos a quienes ella especialmente ha sido llamada a evangelizar (cf. Lc 4, 18), siguiendo las huellas adorables de su Divino Fundador; es porque vosotros formáis su gozo y su corona (cf. Fil 4, 1), cuando os acogéis a su seno maternal y protestáis, come en estos instantes, que sois sus devotos hijos.

Sed fieles, fidelísimos en aprovecharos de la cultura, que os ofrecen vuestros Centros y vuestras Escuelas. Uno de los mayores males de los tiempos presentes, tan propensos a todo lo que sea saber y conocer; una de las insidiosas tácticas del enemigo de Dios para engañar a las almas, en estos días tan abiertos a la información más disparatada; uno de sus métodos más dañinos consiste en el ocultar la verdad, ignorarla, deformarla, acumular sobre ella rumores, insidias, mentiras, de tal modo que las almas sencillas, cambiados los elementos de juicio, cambien también el objeto de su amor y de su odio.

¡Dad gracias al Señor porque habéis conocido la verdad! ¡Dadle gracias porque, como es natural en los corazones rectos, la habéis inmediatamente amado! Mostrad vuestra gratitud a todas esas almas escogidas, que os la han enseñado y que se sacrifican por vosotros.

Y como prenda de los más señalados dones celestiales sea la especialísima Bendición, que de todo corazón os otorgamos. Llevádsela a vuestra patria y a vuestras respectivas ciudades; llevádsela a vuestras familias y amigos; pero llevádsela, sobre todo, a nuestros amadísimos hijos, los obreros españoles y de todas las naciones donde funcionan vuestros Centros y Escuelas, cuyas ansias y solicitudes hacemos nuestras y a quienes deseamos toda clase de felicidades.


* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIX, págs. 497-499.

 

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