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DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS ESPAÑOLA DE BADAJOZ
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Jueves 14 de noviembre de 1957

 

Con singular placer recibimos hoy a una nueva peregrinación española llegada a la Ciudad Eterna, presidida por el dignísimo Señor Obispo-Coadjutor en su visita «Sacrorum Liminum».

Esta vez —Venerable Hermano, ilustres autoridades e hijos amadísimos— tratándose de la histórica diócesis de Badajoz, Nuestro contento aumenta, porque no solamente Nos proporcionáis la oportunidad de bendeciros personalmente y de expresaros Nuestro más paternal y cordial afecto sino que, al presentarnos vuestro ya famoso «Plan Badajoz», Nos dais la ocasión para deciros con cuánto interés seguimos la radical transformación, que se está verificando en vuestra vetusta tierra, tan rica de evocaciones y de recuerdos, y con qué ansia asistimos a esta experiencia, que, para toda España, podría ser tan fecunda en enseñanzas y consecuencias.

En verdad, no hay quien no se sienta lleno de estupor al ver reverdecer campos inmensos, repoblarse cerros y lomas casi olvidados, surgir florecientes industrias, organizarse producciones sin cuento, mientras que las aguas del Guadiana y de sus afluentes, sabiamente represadas, se distribuyen por los campos y procuran energía y luz para que los hombres, que corren a habitar en los nacientes poblados surgidos de la gleba como por ensalmo, vivan una existencia tan próspera como nueva, bajo las pacificas insignias del trabajo y de la paz.

Y vosotros, al traernos hoy vuestro « Plan» para que lo bendigamos, estáis demostrando vuestra intención de dar las gracias a Aquel, a cuya voz las aguas comenzaron a correr ordenadamente sobre la tierra, siguiendo los cauces que su dedo divino les iba trazando sobre la costra ardiente del planeta.

Pero Nuestra misión pastoral y el férvido deseo que sentimos del bien de vuestras almas, Nos inducen en estos momentos a presentaros algunas breves reflexiones.

1. Y, primero de todo, la realización de un proyecto semejante supone un serio movimiento de población, procedente de los lugares más diversos, para procurar al trabajo los brazos que naturalmente exige.

Fenómeno bien conocido en los tiempos modernos y que, junto a la ventaja indudable de resolver para muchos sus problemas vitales, presenta en cambio el inconveniente de formar esos grupos urbanos, donde la persona humana, arrancada de su tronco natural, queda expuesta a tantos peligros sobre todo de orden moral.

Una dirección inteligente cuidará, no solamente la prudente selección y la aceptación más bien de grupos familiares que de individuos aislados, sino que asimismo seguirá atentamente su nueva vida, sobre todo en los primeros tiempos, para facilitar al hombre el asentamiento moral más que el material, procurando que no se interrumpan las tradiciones familiares y religiosas, que se rehaga enseguida el contacto con el ambiente y con quien tiene la misión divina de guiar las almas a su verdadera felicidad, y facilitando todo lo que pueda servir para que en los recién llegados nazca el sentido de la solidaridad mutua, de la común responsabilidad y del amor a la nueva «patria chica», que tan generosamente les acoge.

2. Especialmente en este campo la Iglesia puede ofrecer su preciosa colaboración, como sabemos que se está haciendo ya en las varias parroquias nuevamente erigidas. Es clásico, sobre todo en vuestras tierras llanas, el perfil que no raramente ofrecen vuestras villas y vuestras aldeas: la casa de Dios, alta y majestuosa. rodeada de tejadillos y de corralizas, que parece que se protegen a su sombra. La Iglesia se encargará de que vuestros pueblos improvisados vengan a la vida con usos y costumbres bien determinados, con festejos y ceremonias que para nadie resultaran nuevos, con toda una tradición sana y viva que ella ha acumulado con amor maternal a través de los siglos, acompañando a sus hijos desde la cuna hasta la tumba, estando a su lado en las horas alegres y en las tristes, haciéndoles que nunca se sientan extraños en ningún sitio, porque el espíritu cristiano es uno y el mismo, aunque maravillosamente se adapte a los tiempos y a los lugares como una prueba más de su sobrenatural vitalidad.

3. Finalmente, una transformación tan vertiginosa, posible solamente con la eficacia de los instrumentos modernos, trae consigo algunos otros peligros, entre los que desearíamos poner de relieve especialmente éste: la falta de adaptación en cada uno de los individuos que, pasando en poco tiempo de una condición social inferior a la categoría de propietarios medianamente acomodados, podrían ver alterada en su espíritu la justa escala de valores, concediendo una estima excesiva a lo puramente humano y material con daño de lo espiritual, despreciando esto para colocar en aquello la meta única de todas sus ansias.

No, hijos amadísimos; dad gracias al Señor por los bienes de la tierra, que generosamente os concede; pero nunca olvidéis que antes que nada hay que buscar el «Reino de Dios» en la seguridad de que todo lo demás se os dará «por añadidura » (cf. Lc 12, 31). Y bien doloroso sería que, como por desgracia se ve algunas veces, la prosperidad temporal hubiera de servir para haceros esclavos de la materia, ahogando la vida, infinitamente superior, del alma y del espíritu.

A las dignas autoridades Nuestro reconocimiento por cuanto en este sentido se ha hecho ya y se piensa hacer. A ellas y a sus proyectos, con todas las personas que en ellos toman parte, Nuestra Bendición amplia y paternal; que la Virgen Santísima de Guadalupe, bajo cuyo amparo os habéis colocado, os ayude y os proteja. Una Bendición especialísima para todos los aquí presentes, con todos vuestros deseos y con todas aquellas personas y cosas que querríais ver bendecidos.


* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIX, págs. 595-597.

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