OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO
PONTÍFICE
VIERNES SANTO
PASIÓN DEL SEÑOR
VÍA CRUCIS PRESIDIDO POR
EL SANTO PADRE FRANCISCO
COLISEO
ROMA, 14 DE ABRIL DE 2017

Meditaciones
de
Anne-Marie Pelletier
[Alemán,
Árabe,
Español,
Francés,
Inglés,
Italiano,
Portugués]
Introducción
La hora ha llegado. El caminar de Jesús por los caminos polvorientos de Galilea
y Judea al encuentro de los que sufren en su cuerpo y en su corazón, empujado
por la urgencia de anunciar el Reino, ese caminar suyo termina hoy, aquí. En la
colina del Gólgota. Hoy la cruz cierra el camino. Jesús no irá más allá.
Imposible andar más allá.
El amor de Dios alcanza aquí su medida más alta, sin medida.
Hoy, el amor del Padre, que quiere que todos los hombres se salven a través del
Hijo, llega hasta el extremo, allí donde nosotros no tenemos ya palabras, donde
estamos desorientados, donde la grandeza del plan de Dios supera nuestra
religiosidad.
En el Gólgota, en efecto, aunque parezca lo contrario, se trata de vida. Y de
gracia. Y de paz. Se trata, no del reino del mal que conocemos demasiado bien,
sino de la victoria del amor.
Y precisamente bajo esa cruz, se trata de nuestro mundo, con todas sus caídas y
dolores, sus demandas y sus rebeliones, todo lo que hoy clama a Dios desde las
tierras de miseria o de guerra, en las familias desgarradas, en las cárceles, en
las embarcaciones sobrecargadas de emigrantes…
Tantas lágrimas, tanta miseria en el cáliz que el Hijo bebe por nosotros.
Tantas lágrimas, tanta miseria, que no se han de perder en el océano del tiempo,
sino que él las recoge para transfigurarlas con el misterio de un amor que
devora el mal.
El Gólgota tiene que ver con la fidelidad indestructible de Dios a la humanidad.
Lo que allí se cumple es un nacimiento.
Debemos tener el valor de decir que la alegría del Evangelio es la verdad de ese
momento.
Si no llegamos a entender esa verdad, entonces quedaremos atrapados en las redes
del sufrimiento y de la muerte. Y la Pasión de Cristo no dará fruto en nosotros.
Oración
Señor, nuestros ojos no tienen luz. Y, ¿cómo acompañarte hasta tan lejos?
«Misericordia» es tu nombre. Pero este nombre es una locura.
Que se rompan los odres viejos de nuestros corazones.
Sana nuestros ojos para que se llenen de luz con la buena noticia del Evangelio,
cuando estemos al pie de la Cruz de tu Hijo.
Y así celebraremos «lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo» (Ef 3,18)
del amor de Cristo, con el corazón consolado e iluminado.
Primera Estación: Jesús es condenado a muerte
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de
los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín (22,66).
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo y,
tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: «Profetiza». Y los criados le
daban bofetadas (14,64-65).
Meditación
No tuvieron que discutir mucho los miembros del Sanedrín para pronunciarse.
Desde hacía ya mucho tiempo la causa estaba decidida. Jesús debe morir.
Así pensaban ya aquellos que querían despeñarlo desde lo alto de la colina,
aquel día en que, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había desenrollado el libro
proclamando en primera persona las palabras del libro de Isaías: «El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, […] para proclamar el año de
gracia del Señor» (Lc 4,18.19).
Desde que curó al paralítico en la piscina de Betesda, inaugurando el sábado de
Dios que libera de toda esclavitud, las murmuraciones homicidas se desataron
contra él (cf. Jn 5,1-18).
Y en la última parte del camino, cuando subía hacia Jerusalén para la Pascua, el
nudo de la soga se fue estrechando inexorablemente: no escaparía más a sus
enemigos (cf. Jn 11,45-57).
Pero hemos de remontarnos más lejos en el recuerdo. Desde Belén, desde el día de
su nacimiento, Herodes había decretado su muerte. La espada de los esbirros del
rey usurpador exterminó a los niños de Belén. En aquella ocasión, Jesús escapó a
su furia. Pero sólo por un poco de tiempo. Él ya no era más que una vida en
suspenso. En el llanto de Raquel por sus hijos, que ya no están, resuena,
sollozando, la profecía del dolor que Simeón anunciará a María (cf. Mt
2,16-18; Lc 2,34-35).
Oración
Señor Jesús, Hijo predilecto, que viniste a visitarnos caminando entre nosotros
y haciendo el bien, devolviendo a la vida a los que habitaban en sombras de
muerte, tú conoces nuestros corazones retorcidos.
Nosotros decimos que amamos el bien y queremos la vida. Pero somos pecadores y
cómplices de la muerte.
Nos proclamamos discípulos tuyos, pero emprendemos caminos que se pierden lejos
de tus designios, lejos de tu justicia y de tu misericordia.
No nos abandones a nuestra violencia.
Que tu paciencia con nosotros no se agote.
Líbranos del mal.
Pater noster
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!»
Segunda Estación: Jesús es negado por Pedro
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: «Sin duda, este también
estaba con él, porque es galileo». Pedro dijo: «Hombre, no sé de qué me hablas».
Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose,
le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le
había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y,
saliendo afuera, lloró amargamente (22,59-62).
Meditación
Alrededor de un fuego, en el patio del Sanedrín, Pedro y alguno más buscan
calentarse en aquellas frías horas de la noche, atravesada por un febril ir y
venir de gente. Dentro, la suerte de Jesús está a punto de decidirse en el cara
a cara con sus acusadores. Pedirán su muerte.
Como una marea que sube, la hostilidad va creciendo a su alrededor. Con la misma
rapidez con que arde la estopa, el odio crece y se multiplica. Muy pronto una
muchedumbre vociferante exigirá a Pilato la gracia para Barrabás y la condena de
Jesús.
Es difícil declararse amigo de un condenado a muerte sin sentirse estremecido
por el miedo. La fidelidad intrépida de Pedro sucumbe ante las palabras
recelosas de la sierva, la portera de la casa.
Reconocerse discípulo del rabí galileo sería darle más importancia a la
fidelidad a Jesús que a la propia vida. Cuando se exige tener un valor
semejante, la verdad no encuentra fácilmente testigos… Los hombres están hechos
de tal manera que muchos prefieren la mentira a la verdad; y Pedro pertenece a
nuestra humanidad. Traiciona por tres veces. Después se cruza con la mirada de
Jesús. Y sus lágrimas caen amargas y sin embargo dulces, como agua que lava la
suciedad.
Muy pronto, después de algunos días, cerca de otro fuego, en la orilla del lago,
Pedro reconocerá a su Señor resucitado, que le confiará el cuidado de sus
ovejas. Pedro aprenderá el perdón sin medida que el Resucitado proclama sobre
todas nuestras traiciones. Y empezará a vivir una fidelidad que, desde ese
momento, le llevará a aceptar su propia muerte como una ofrenda unida a la de
Cristo.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que fuera Pedro, el discípulo renegado y
perdonado, el que recibiera el encargo de guiar a tu grey.
Graba en nuestros corazones la confianza y la alegría de saber que, contigo,
podemos atravesar los precipicios del miedo y la infidelidad.
Haz que, instruidos por Pedro, todos tus discípulos sean testigos de tu mirada
sobre nuestras caídas. Que nunca nuestras resistencias y nuestras
desesperaciones hagan que la Resurrección de tu Hijo sea en vano.
Pater noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.
Tercera Estación: Jesús y Pilato
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el
Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron
a Pilato. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato, queriendo
complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo
entregó para que lo crucificaran (15,1.3.15).
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un
tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: «Soy inocente de
esta sangre. ¡Allá vosotros!» (27,24).
Lectura del libro del profeta Isaías
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó
sobre él todos nuestros crímenes (53,6).
Meditación
La Roma de César Augusto, la nación civilizadora, cuyas legiones se proponen la
misión de conquistar a los pueblos para llevarles los beneficios de su justo
orden.
Roma, presente también en la Pasión de Jesús en la persona de Pilato, el
representante del Emperador, el garante del derecho y de la justicia en tierra
extranjera.
Y, sin embargo, el mismo Pilato, que afirma no haber encontrado ninguna culpa en
Jesús, es el que ratifica su condena a muerte. En el pretorio, donde Jesús es
procesado, la verdad resplandece: la justicia de los paganos no es superior a la
del Sanedrín de los Judíos.
Verdaderamente este Justo, que extrañamente atrae sobre sí los propósitos
homicidas del corazón humano, reconcilia a judíos y paganos. Pero lo lleva a
cabo, por ahora, haciendo que los dos sean cómplices en su muerte. Sin embargo,
llega la hora, es más, está ya cerca, en que este Justo los reconciliará de otro
modo, por medio de la Cruz y de un perdón que alcanzará a todos, judíos y
paganos, los curará de sus cobardías y los librará de su violencia.
La única condición para tener parte en este don será confesar la inocencia del
único Inocente, el Cordero de Dios inmolado por el pecado del mundo; renunciar a
la presunción que murmura dentro de nosotros: «Soy inocente de la sangre de este
hombre»; declararse culpables, con la seguridad de que un amor infinito nos
envuelve a todos, judíos y paganos, y de que Dios nos llama a todos a ser sus
hijos.
Oración
Señor, Dios nuestro, ante Jesús entregado y condenado, no sabemos hacer otra
cosa que disculparnos y acusar a los demás. Durante mucho tiempo los cristianos
hemos cargado sobre tu pueblo Israel el peso de tu condena a muerte. Durante
mucho tiempo hemos ignorado que todos debíamos reconocernos cómplices en el
pecado, para poder ser salvados por la sangre de Jesús crucificado.
Concédenos reconocer en tu Hijo al Inocente, el único de toda la historia. Él,
que ha aceptado hacerse «pecado en favor nuestro» (cf. 2 Co 5,21), para
que por él tú pudieras encontrarnos de nuevo, humanidad recreada en la inocencia
con la que nos creaste, y en la que nos haces hijos tuyos.
Pater noster
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Cuarta estación: Jesús rey de la gloria
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a
toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que
habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!»
(15,16-18).
Lectura del libro del profeta Isaías
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin
belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se
ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros
sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido
de Dios y humillado (53,2-4).
Meditación
Banalidad del mal. Son innumerables los hombres, las mujeres, incluso los niños
violentados, humillados, torturados, asesinados, por todas partes y en todas las
épocas de la historia.
Sin refugiarse en su propia condición divina, Jesús se incluye en el terrible
cortejo de los sufrimientos que el hombre inflige al hombre. Conoce el abandono
de los humillados y de los más marginados.
Pero, ¿de qué nos sirve el sufrimiento de otro inocente más?
Aquel, que es uno como nosotros, es antes de nada el Hijo predilecto del Padre,
que con su obediencia cumple toda justicia.
Y, de repente, todos los signos se invierten. Las palabras y los gestos de burla
de sus torturadores nos desvelan —oh absoluta paradoja— una insondable verdad,
la de la auténtica y única realeza, que se ha manifestado como un amor que no
quiere conocer nada más que la voluntad del Padre y su deseo de que todos los
hombres se salven. «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, […]. Entonces yo
digo: “Aquí estoy —como está escrito en mi libro— para hacer tu voluntad”» (Sal
40,7-9).
Esta hora del Viernes Santo nos lo proclama: hay una sola gloria en este mundo y
en el otro, la de conocer y cumplir la voluntad del Padre. Ninguno de nosotros
puede ambicionar una dignidad más alta que la de ser hijo en aquel que se ha
hecho obediente por nosotros hasta la muerte en cruz.
Oración
Señor, Dios nuestro, te pedimos que en este día santo en el que se cumple tu
designio destruyas nuestros ídolos y los del mundo. Tú que conoces su poder
sobre nuestras mentes y nuestros corazones.
Destruye nuestras falsas figuras del éxito y de la gloria.
Destruye las imágenes que siempre resurgen en nosotros de un Dios a medida de
nuestros pensamientos, un Dios distante, tan alejado del rostro que se ha
revelado en la alianza y que se manifiesta hoy en Jesús, más allá de cualquier
previsión, por encima de toda esperanza. Él, que confesamos como el «reflejo de
[tu] gloria» (Hb 1,3).
Haz que entremos en el gozo eterno, que nos hace aclamar a Jesús, revestido de
púrpura y coronado de espinas, como el rey de la gloria que canta el salmo:
«¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a
entrar el Rey de la gloria» (24,9).
Pater noster
«¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
Quinta estación: Jesús con la cruz a cuestas
Lectura del libro de las Lamentaciones
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor
que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira
(1,12).
Salmo 146
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios
[…]. El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor
endereza a los que ya se doblan, […] el Señor guarda a los peregrinos, sustenta
al huérfano y a la viuda (5.7-8.9).
Meditación
Por el áspero camino del Gólgota, Jesús no ha llevado la cruz como un trofeo. En
nada se asemeja a los héroes de nuestra fantasía que triunfantes derriban a sus
malvados enemigos.
Camina paso a paso, el cuerpo siempre más pesado y más lento. Siente su carne
destrozada por el leño del suplicio, las piernas debilitadas bajo la carga.
De generación en generación, la Iglesia ha meditado sobre esta vía llena de
tropiezos y caídas.
Jesús cae, se levanta, vuelve a caer, retoma el agotador camino, probablemente
bajo los golpes de los guardias que lo escoltan, porque así es como son
tratados, maltratados, los condenados en este mundo.
Él, que levantó a los cuerpos postrados, que enderezó a la mujer encorvada, que
arrancó del lecho de la muerte a la hija de Jairo y puso en pie a los afligidos,
hoy está ahí, hundido en el polvo.
El Altísimo está en el suelo.
Fijemos la mirada en Jesús. A través de él, el Altísimo nos enseña que es, al
mismo tiempo —increíblemente—, el más Humilde, dispuesto a descender hasta
nosotros, incluso más abajo si fuera necesario, de modo que ninguno se pierda en
los bajos fondos de su propia miseria.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú desciendes a la profundidad de nuestra noche, sin poner
límites a tu humillación, porque es allí que encuentras la tierra a menudo
ingrata, y a veces devastada, de nuestra vida.
Te suplicamos que ayudes a tu Iglesia para que sepa mostrar cómo el Altísimo y
el más Humilde son en ti un único rostro. Concédele que lleve la buena noticia
del Evangelio a todos los que tropiezan y caen, que no hay caída que pueda
apartarnos de tu misericordia; que no hay extravío ni abismo suficientemente
profundo en el que no puedas encontrar a quien se ha perdido.
Pater noster
He aquí que vengo para hacer tu voluntad.
Sexta estación: Jesús y Simón de Cirene
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del
campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (23,26).
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
«Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de
beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?;
¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» (25,37-39).
Meditación
Jesús tropieza por el camino, la espalda aplastada bajo el peso de la cruz. Pero
es necesario continuar, caminar, seguir caminando, porque la meta del pelotón de
soldados, que apremia a Jesús, es el Gólgota, el siniestro «lugar de la
Calavera», fuera de los muros de la ciudad.
En ese momento, pasa por ahí un hombre, de brazos fuertes. Parece ajeno a lo
ocurrido aquel día. Está volviendo a casa, sin saber lo que le ha sucedido al
«rabí» Jesús, cuando los guardias le ordenan que lleve la cruz.
¿Qué sabría de aquel condenado que los guardias empujaban al suplicio? ¿Qué
conocería de aquel que «no parecía hombre» (52,14), como el siervo desfigurado
de Isaías?
Nada se nos dice de su sorpresa, de su posible rechazo inicial, del sentimiento
de compasión que lo invadió. El Evangelio sólo ha conservado la memoria de su
nombre, Simón, oriundo de Cirene. Pero el Evangelio ha querido hacernos llegar
el nombre de este libio y su humilde gesto de ayuda para enseñarnos cómo Simón,
aliviando el dolor de un condenado a muerte, ha aliviado el dolor de Jesús, el
Hijo de Dios, con el que se cruzó en su camino, en esa condición de esclavo que
había asumido por nosotros, por él, por la salvación del mundo. Sin que él lo
supiese.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú nos revelaste en cada pobre que está desnudo,
prisionero, sediento, tú nos visitas y que en él es a ti a quien acogemos,
visitamos, vestimos, calmamos la sed: «Fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme» (Mt 25,35-36). Misterio de tu encuentro con nuestra
humanidad. Así llegas a cada hombre. Ninguno está excluido de este encuentro, si
acepta ser un hombre de compasión.
Como una ofrenda santa, nosotros te presentamos todos los gestos de bondad, de
acogida, de dedicación que cada día se realizan en este mundo. Dígnate
reconocerlos como la verdad de nuestra humanidad, que habla más fuerte que todos
los gestos de rechazo y de odio. Dígnate bendecir a los hombres y a las mujeres
de compasión que te dan gloria, aun cuando no saben todavía pronunciar tu
nombre.
Pater noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo resucitado para nuestra vida,
Te rogamos, ten piedad de nosotros.
Séptima estación: Jesús y las hijas de Jerusalén
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y
lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, […]
porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (23,27-28.31).
Meditación
El llanto que Jesús confía a las hijas de Jerusalén como un gesto de compasión,
este llanto de las mujeres no falta nunca en este mundo.
Baja silenciosamente por las mejillas de las mujeres. Y, probablemente más a
menudo, de forma invisible en su corazón, como las lágrimas de sangre de las que
hablaba Catalina de Siena.
No es que las lágrimas correspondan de forma exclusiva a las mujeres, como si su
destino en la historia fuese el de llorar, pasiva e impotentemente, mientras que
son los hombres los que la escriben.
En efecto, sus llantos son también, y sobre todo, aquellos que ellas recogen
lejos de toda mirada y de todo reconocimiento, en un mundo en el que hay mucho
que llorar. El llanto de los niños aterrorizados, de los heridos en el campo de
batalla que llaman a su madre, el llanto solitario de los enfermos y moribundos
en el umbral de lo desconocido. El llanto de perdición que corre por el rostro
de este mundo, que fue creado en el primer día por lágrimas de alegría, mientras
el hombre y la mujer exultaban de júbilo.
Y también Etty Hillesum, mujer fuerte de Israel que se mantuvo en pie en medio
de la tempestad de la persecución nazi, y que defendió hasta el fin la bondad de
la vida, nos susurra al oído este secreto, que ella intuye al final de su
camino: en el rostro de Dios hay lágrimas que consolar, cuando llora por la
miseria de sus hijos. En el infierno que invade el mundo, ella se atreve a orar
a Dios: «Voy a tratar de ayudarte», le dice. Qué audacia tan femenina y tan
divina.
Oración
Señor, Dios nuestro, Dios de ternura y de piedad, Dios lleno de amor y
fidelidad, enséñanos, en los días felices, a no despreciar las lágrimas de los
pobres que claman a ti y que nos piden ayuda. Enséñanos a no pasar indiferentes
junto a ellos. Enséñanos a tener el valor de llorar con ellos. Enséñanos
también, en la noche de nuestros sufrimientos, de nuestras soledades, de
nuestras desilusiones, a escuchar la palabra de gracia que tú nos revelaste en
el monte: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt
5,5).
Pater noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo Resucitado para vida nuestra,
Te rogamos, ten piedad de nosotros
Octava estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro
partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (19,23).
Lectura del libro de Job
«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él» (1,21).
Meditación
El cuerpo humillado de Jesús queda desnudo. Expuesto a las miradas de burla y
desprecio. El cuerpo de Jesús plagado de heridas y destinado al suplicio extremo
de la crucifixión. Humanamente, ¿qué otra cosa se puede hacer sino bajar los
ojos para no aumentar su vergüenza?
Pero el Espíritu nos ayuda en nuestra confusión. Nos enseña a entender el
lenguaje de Dios, el lenguaje de la kenosis, este abajamiento de Dios
para llegar hasta donde estamos nosotros. De este lenguaje de Dios nos habla el
teólogo ortodoxo Cristos Yanarás: «El lenguaje de la kenosis: Jesús
recién nacido, desnudo en el pesebre, desnudo en el río mientras recibe el
bautismo como un siervo, colgado en el árbol de la cruz, desnudo, como un
malhechor. Por medio de todo esto, él ha manifestado su amor por nosotros».
Adentrándonos en este misterio de gracia, podemos volver a mirar el cuerpo
martirizado de Jesús. Entonces comenzamos a descubrir aquello que nuestros ojos
no pueden ver: su desnudez resplandece con aquella misma luz que irradiaba su
túnica en el momento de la Transfiguración.
Luz que aleja toda tiniebla.
Luz irresistible del amor hasta el extremo.
Oración
Señor, Dios nuestro, ponemos ante tus ojos la inmensa multitud de hombres que
sufren la tortura, la asombrosa muchedumbre de cuerpos maltratados, temblando de
angustia ante la amenaza de los golpes, muriendo en barrios miserables.
Te suplicamos, recoge su gemido.
El mal nos deja sin voz e indefensos.
Pero tú sabes hacer lo que nosotros no sabemos. Sabes encontrar una salida en el
caos y en la oscuridad del mal. Sabes hacer que la vida de la resurrección
brille ya en la pasión de tu Hijo amado.
¡Aumenta nuestra fe!
Te presentamos también la locura de los torturadores y de los que les mandan.
También esta nos deja sin palabras... excepto para rezarte e implorarte entre
lágrimas con las palabras de la oración que nos enseñaste: «Líbranos del mal».
Pater noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo Resucitado para vida nuestra,
Te rogamos, ten piedad de nosotros
Novena estación: Jesús es crucificado.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23,33-34).
Lectura del libro del Profeta Isaías
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (53,5).
Meditación
En verdad, Dios está donde no debería estar.
El Hijo predilecto, el Santo de Dios, es ese cuerpo expuesto en una cruz de
infamia, abandonado al deshonor, en medio de dos malhechores. Hombre de dolores
ante quien se vuelve el rostro; a decir verdad, igual que se hace con tantos
seres humanos desfigurados que encontramos por nuestras calles.
El Verbo de Dios, por quien todo fue creado, ya no es más que carne muda y
sufriente. La crueldad de nuestra humanidad se ha cebado con él y ha vencido.
Sí, Dios está allí donde no debería estar, y sin embargo necesitamos que esté
allí.
Vino para compartir con nosotros su vida. «Tomad», dijo sin cesar mientras
ofrecía la salud a los enfermos, su perdón a los corazones extraviados, su
cuerpo en la cena pascual.
Pero ha caído en nuestras manos, en territorio de muerte y de violencia: la de
cada día en el mundo, que nos deja atónitos; y la que se insinúa dentro de cada
uno de nosotros.
Lo sabían bien los monjes asesinados en Tibhirine, los cuales, a la oración
«desármalos» añadían la petición «desármanos».
Era necesario que la dulzura de Dios visitase nuestro infierno, era el único
modo de librarnos del mal.
Era necesario que Jesucristo trajese la infinita ternura de Dios al corazón del
pecado del mundo.
Era necesario esto, para que la muerte, puesta ante la vida de Dios, se retirase
y cayese, como un enemigo que encuentra un rival más fuerte que él y se dispersa
en la nada.
Oración
Señor, Dios nuestro, acoge nuestra alabanza silenciosa.
Como los reyes que se quedan sin palabras ante la obra del Siervo revelada por
el profeta Isaías (cf. 52,15), nos quedamos estupefactos ante el cordero
inmolado por nuestra vida y la del mundo, y confesamos que por tus llagas hemos
sido curados. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un sacrificio de
alabanza, invocando el nombre del Señor» (Sal 116,12.17).
Pater noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo Resucitado para vida nuestra,
Te rogamos, ten piedad de nosotros.
Décima estación: Jesús en la cruz es humillado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían
vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había
también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los
malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate
a ti mismo y a nosotros» (23,35-39).
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». [...] «Si eres
Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: [...] (los ángeles) te
sostendrán en sus manos» (4,3.9-11).
Meditación
¿No habría podido Jesús bajarse de la cruz? A duras penas nos atrevemos a
hacernos esta pregunta. ¿Acaso el Evangelio no la pone en boca de los impíos?
Y sin embargo, ella nos persigue en la medida en que aún seguimos formando parte
del mundo de la tentación a la que Jesús se enfrentó durante los cuarenta días
en el desierto, preludio e inicio de su ministerio: «Si eres Hijo de Dios, di a
esta piedra que se convierta en pan, tírate desde la parte superior del templo,
porque Dios cuida del que es su amigo». Pero en la medida en que bautizados en
su muerte y resurrección seguimos a Jesucristo en su camino, el desafío del
Maligno ya no tiene poder sobre nosotros, se reduce a nada, su mentira queda
desenmascarada.
Es entonces cuando se descubre la importancia absoluta de aquel «era necesario»
(Lc 24,26), que Jesús enseña con paciencia y ardor a los caminantes de
Emaús.
«Era necesario» que Cristo entrara en esta obediencia y en esta impotencia, para
llegar hasta nosotros en esa impotencia a la que nos ha llevado nuestra
desobediencia.
Comenzamos así a comprender que «sólo el Dios que sufre puede salvarnos», como
escribió el pastor Dietrich Bonhoeffer unos meses antes de morir
asesinado, de tal manera que, experimentando en profundidad el poder del mal,
pudo resumir en esta verdad, simple y vertiginosa, la profesión de fe cristiana.
Oración
Señor, Dios nuestro, ¿quién nos librará de las insidias del poder mundano?
¿Quién nos librará de la tiranía de la mentira, que nos lleva a enaltecer a los
poderosos y buscar a la vez las falsas glorias?
Sólo tú puedes convertir nuestros corazones.
Sólo tú puedes hacernos amar los senderos de la humildad.
Sólo tú..., que nos revelas que la única victoria es la del amor y que todo lo
demás no es más que paja que dispersa el viento, ilusión que desaparece frente a
tu verdad.
Te rogamos, Señor, disipa las mentiras que pretenden reinar en nuestros
corazones y en el mundo.
Haznos vivir según tus caminos, para que el mundo reconozca el poder de la Cruz.
Pater noster
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Undécima estación: Jesús y su Madre
Lectura del santo Evangelio según San Juan
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de
Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al
discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego,
dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo
la recibió como algo propio (19,25-27).
Meditación
También María ha llegado al final del camino. Ha llegado aquel día del que
hablaba el anciano Simeón. Cuando tomó en sus brazos temblorosos al niño y su
acción de gracias continuó con palabras misteriosas, que entrelazaban
contemporáneamente drama y esperanza, dolor y salvación.
«Este —había dicho— ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se
levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te
traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos
corazones» (Lc 2,34-35).
Ya la visita del ángel había hecho resonar en su corazón un anuncio increíble:
Dios había escogido su vida para hacer florecer la novedad prometida a Israel,
que «ni el ojo vio, ni el oído oyó» (1 Co 2,9; cf. Is
64,3). Y ella aceptó ese proyecto divino que comenzó a transformar su cuerpo y,
que más tarde, condujo por caminos impredecibles al hijo nacido de sus entrañas.
En los días ocultos de Nazaret y luego también en el tiempo de la vida pública,
cuando llegó la exigencia de hacerle sitio a la otra familia —la de los
discípulos, esos desconocidos que Jesús decía que eran sus hermanos, hermanas y
madres—, ella conservó todas estas cosas en su corazón, las confió a la gran
paciencia de su fe.
Hoy es el tiempo del cumplimiento. La lanza que atraviesa el costado del Hijo
traspasa también su corazón. También María se sumerge en la confianza sin apoyo,
en la que Jesús vive totalmente su obediencia al Padre.
De pie, ella no huye. Stabat Mater. En la oscuridad, pero convencida,
sabe que Dios cumple sus promesas. En la oscuridad, pero convencida, sabe que
Jesús es la promesa y su cumplimiento.
Oración
María, Madre de Dios y mujer de nuestra estirpe, tú que nos engendras
maternalmente en aquel que has engendrado, sostén nuestra fe en las horas de
oscuridad, enséñanos a esperar contra toda esperanza.
Haz que toda la Iglesia se mantenga en una espera fiel, a imagen de tu
fidelidad, humildemente dócil a los proyectos de Dios, que nos llevan hacia
donde no pensábamos ir; y que, más allá de toda expectativa, nos asocian a la
obra de la salvación.
Pater noster
Salve, Regina, Mater Misericordiae;
vita, dulcedo et spes nostra, salve.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Lectura del santo Evangelio según san Juan
[Jesús] dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando
una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.
Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza,
entregó el espíritu. [...] Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto,
no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le
traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que
también vosotros creáis (19,28-30.33-35).
Meditación
Ahora todo está cumplido. La misión de Jesús está concluida. Vino desde el Padre
para la misión de la misericordia. La cumplió con una fidelidad que lo llevó
hasta el extremo del amor. Todo está cumplido. Jesús encomienda su espíritu en
las manos de Padre.
Es verdad, aparentemente todo parece hundirse en el silencio de la muerte que
desciende sobre el Gólgota y las tres cruces levantadas. En este día de la
Pasión, que llega a su fin, quien pasa por ese camino sólo puede ver la derrota
de Jesús, el fracaso de una esperanza que había alentado a muchos, consolado a
los pobres, levantado a los humillados, que hizo vislumbrar a los discípulos que
había llegado el tiempo en que Dios cumpliría las promesas anunciadas por los
profetas. Todo eso parecía perdido, destruido, derrumbado.
Sin embargo, en medio de tanta decepción, el evangelista Juan hace que pongamos
los ojos en un pequeño detalle, y se detiene en él con solemnidad. Agua y sangre
brotan del costado del crucificado. ¡Oh maravilla! La herida abierta por la
lanza del soldado hace que salga el agua y la sangre que nos hablan de vida y de
nacimiento.
El mensaje es extremadamente discreto, pero muy elocuente para los corazones que
tienen un poco de memoria. Del cuerpo de Jesús brota el manantial que el profeta
vio salir del templo. El manantial que crece y se convierte en un río caudaloso,
cuyas aguas sanan y fecundan todo lo que tocan a su paso. ¿No había Jesús dicho
un día que su cuerpo es el nuevo templo? Y la «sangre de la alianza» acompaña el
agua. ¿No había Jesús hablado de su carne y su sangre como alimento para la vida
eterna?
Oración
Señor Jesús, en estos días santos del misterio pascual renueva en nosotros el
gozo de nuestro bautismo.
Al contemplar el agua y la sangre que brotan de tu costado, enséñanos a
reconocer en qué fuente se engendra nuestra vida, de qué caridad está edificada
tu Iglesia, para qué esperanza, que compartir con el mundo, tú nos has elegido y
enviado.
Aquí está la fuente de vida que lava todo el universo, que brota de la herida de
Cristo. Que nuestro bautismo sea para nosotros la única gloria, con una acción
de gracias llena de asombro.
Pater noster
Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza,
la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza
por los siglos de los siglos.
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
[José de Arimatea], bajándolo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó
en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía
(23,53).
Meditación
Gestos de atención y de honor para el cuerpo profanado y humillado de Jesús.
Algunos hombres y mujeres se encuentran al pie de la cruz. José, oriundo de
Arimatea, hombre «bueno y justo» (Lc 23,50), que pide el cuerpo a Pilato,
como refiere san Lucas; Nicodemo, aquel que fue a encontrar a Jesús de noche,
añade san Juan; y algunas mujeres que, tenazmente fieles, observaban. La
meditación de la Iglesia ha querido añadir a la Virgen María, que estaba
ciertamente también presente en este momento.
María, Madre de piedad, que recibe en sus brazos el cuerpo nacido de su carne y
que ha acompañado tiernamente, discretamente durante sus años de vida, como
madre que siempre cuida de su hijo.
Ahora es un cuerpo inmenso el que ella recoge, a medida de su dolor, a medida de
la nueva creación que nace de la pasión del amor que ha atravesado el corazón
del hijo y de la madre.
En el gran silencio que se creó después del griterío de los soldados, de las
burlas de los que pasaban y del murmullo de la crucifixión, los gestos son ahora
de dulzura, una caricia de respeto. José baja el cuerpo que se abandona entre
sus brazos. Lo envuelve en una sábana, lo pone dentro de un sepulcro
completamente nuevo, que espera a su huésped, en el jardín que está al lado.
Jesús ha sido arrancado de las manos de sus verdugos. Ahora, muerto, se
encuentra entre aquellas de la ternura y de la compasión.
La violencia de los hombres homicidas ha pasado. La dulzura ha vuelto al lugar
del suplicio.
Dulzura de Dios y de los suyos, esos corazones mansos a los que Jesús promete un
día que poseerán la tierra. Dulzura originaria de la creación y del hombre a
imagen de Dios. Dulzura del final, cuando toda lágrima será enjugada, cuando el
lobo habitará con el cordero, porque está lleno el país del conocimiento del
Señor (cf. Is 11, 6.9).
Canto a María
Oh María, no llores más: tu hijo, nuestro Señor, duerme en paz. Y su Padre, en
la gloria, abre las puertas de la vida.
Oh María, alégrate: Jesús resucitado venció a la muerte.
Pater noster
En paz me acuesto y enseguida me duermo;
me despierto y tú me sostienes.
Decimocuarta estación:Jesús en el sepulcro y las mujeres
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el
sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y
mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (23,55-56).
Meditación
Las mujeres se han marchado. Ya no está el que habían acompañado, caminando
premurosas e incansables por los caminos de Galilea. En esta tarde, les deja
únicamente por compañía el recuerdo de la visión del sepulcro y de la sábana
donde ahora reposa. Pobre y precioso recuerdo de los intensos días pasados.
Soledad y silencio. Por otra parte, se acerca el shabbat, que invita a
Israel a concluir el trabajo, como también hizo Dios cuando completó la
creación, llevándola a plenitud con su bendición.
Hoy se trata de otra plenitud; por ahora escondida e impenetrable.
Un Shabbat para quedarse hoy quietos con el corazón recogido y la memoria
oscurecida por las lágrimas. Para preparar también los perfumes y los aromas con
los que ellas mañana, al amanecer, rendirán el último tributo a su cuerpo.
Sin embargo, con este gesto, ¿se preparan solamente a embalsamar su esperanza?
¿Y si Dios hubiera predispuesto una respuesta a su solicitud que ellas no logran
ni siquiera prever, imaginar, intuir? El descubrimiento de una tumba vacía…, el
anuncio de que él ya no está allí, porque ha destruido las puertas de la muerte…
Oración
Señor, Dios nuestro, dígnate ver y bendecir todos los gestos de las mujeres que
honran en este mundo la fragilidad del cuerpo humano, que ellas rodean de
dulzura y de honor.
Y a nosotros, que te hemos acompañado en este camino de amor hasta el final,
dígnate protegernos, junto a las mujeres del Evangelio, en la oración y en la
espera que han sido colmadas con la resurrección de Jesús, y que tu Iglesia se
dispone a celebrar en el júbilo de la noche pascual.
Pater noster
A quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.