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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

16 - 09.10.2001

RESUMEN

DÉCIMO TERCERA CONGREGACIÓN GENERAL (MARTES, 9 DE OCTUBRE DE 2001 - POR LA MAÑANA)

A las 9:00 horas de hoy, martes 9 de octubre de 2001, conmemoración facultativa de los Santos Dionisio, obispo y Compañeros, mártires, y conmemoración facultativa de San Giovanni Leonardi, sacerdote, fundador de los Clérigos Regulares de la Madre de Dios, en presencia del Santo Padre, con el canto de la Hora Tertia, ha iniciado la Décimo Tercera Congregación General, para la continuación de las intervenciones de los Padres Sinodales en el Aula sobre el tema sinodal El obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Presidente Delegado de turno S. Em. R. Card. Bernard AGRE, Arzobispo de Abiyán.

En esta Congregación General, que se ha concluido a las 12:25 horas con la oración del Angelus Domini, estaban presentes 229 Padres.

INTERVENCIONES EN EL AULA (CONTINUACIÓN)

Después intervinieron los siguientes Padres:

Publicamos a continuación los resúmenes de las intervenciones:

S.E.R. Mons. Norbert Wendelin MTEGA, Arzobispo de Songea (Tanzania)

El grito urgente de los países en vías de desarrollo llega hoy como una llamada a "aliviar la pobreza". Dejemos que el grito de estos pobres llegue al oído de la comunidad internacional y de las Iglesias. Ellos gritan por un signo y un gesto de paz, ya que se encuentran en una situación sin esperanza y de impotencia. La pobreza es la causa fundamental de muchas miserias. Ella lleva al hombre a padecer

tratamientos indignos, haciéndole víctima de manipulaciones por parte de los ricos y de los potentes, privándole de voz. Es causa de muchas injusticias. La pobreza puede tener diversas formas y grados. Para nosotros, del tercer mundo, el peor tipo de pobreza es la ignorancia. Puede ser la ignorancia de la fe, de los valores humanos y morales, pero también la ignorancia bajo la forma de analfabetismo total y de poco o limitado conocimiento. La ignorancia y el analfabetismo constituyen un mal y una amenaza para los pobres en este siglo de globalización y tecnología, ya que la competencia les hace víctimas. Los ignorantes y los iletrados serán cada vez más marginados y olvidados, mientras que las personas ricas y educadas tendrán en sus manos el timón del poder económico, social y político. Los pobres serán cada vez más pobres y los ricos, más ricos. Sólo los ricos irán a las escuelas superiores y a las universidades, encontrarán trabajo, controlarán la economía, entrarán en política; y cuando llegue el momento de las elecciones, sólo las personas ricas y educadas tendrán la posibilidad de desarrollar campañas electorales y de gobernar. Esperemos que esto no ocurra en nuestras diócesis, ya que también en la Iglesia puede verificarse el peligro de recoger las vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio en las familias, en las tribus y entre las personas más ricas y mejor educadas. Llegará el momento en el que los pobres, sintiéndose privados de voz y de defensas, se verán obligados a reaccionar en contra de quien es rico y educado. Esto llevará a conflictos violentos. La ignorancia y el analfabetismo, a veces, fueron la causa directa o indirecta de los conflictos y del fanatismo violento en algunas sociedades. Otras veces, las causas fueron las medidas inicuas y discriminatorias respecto a la educación y a la distribución de los servicios sociales entre los ciudadanos del mismo país. Como obispos debemos llevar la esperanza al mundo de las personas pobres e ignorantes. Debemos invertir en la educación y, allí donde es posible, coordinar nuestros esfuerzos con los de nuestros gobiernos. Como hermanos en Cristo, unamos nuestro esfuerzo y nuestros recursos para fortalecernos los unos a los otros en el cumplimiento de esta misión de difundir el amor de Cristo mediante la educación de los pobres. Debemos defender sus derechos, la justicia, la dignidad y la igualdad. Ellos tienen hambre de verdad, de conocimiento y de educación. Sufren a causa de la discriminación y del deterioro. Necesitan de la fe y de la Doctrina Social de la Iglesia para adquirir la verdad que les hace libres. Tienen necesidad de formar su propia conciencia. Tienen necesidad de una buena educación secular que les sostenga y les restituya la dignidad. Agradecemos a los dicasterios y a las demás organizaciones de asistencia por el apoyo dado a la educación de nuestros países de misión. Debemos agradecer a las Conferencias episcopales de Europa, Estados Unidos y Australia por su ayuda económica para tales fines. El mes próximo, la Conferencia episcopal de Tanzania entregará diplomas en comunicaciones sociales -los primeros del país- a los primeros treinta y cinco estudiantes sostenidos enteramente por la Conferencia episcopal italiana. Agradecemos a la CEI y a la Iglesia en Italia. La Conferencia episcopal alemana y el Gobierno alemán están financiando los cursos para obtener el diploma en la nueva universidad y desde hace diez años envían dinero a través de nuestra Comisión Cristiana para los Servicios Sociales, con el fin de sostener a las Iglesias de Tanzania en un programa ecuménico muy serio, destinado a mejorar los servicios educativos y sanitarios en todo el país. A vosotros, Hermanos en el Episcopado, y a los fieles de vuestras diócesis, decimos: gracias. Por favor, seguid sosteniéndonos. En nombre de los pobres, hacemos una llamada para una ayuda aún mayor. Por nuestra parte nos comprometemos a sacrificar la vida por los pobres, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo el Buen Pastor.

[00210-04.02] [IN170] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Jesús E. CATALÁ, Obispo de Alcalá de Henares (España)

El Concilio Vaticano II ha descrito el ministerio episcopal desde la perspectiva del triple "munus": profético, sacerdotal y real, cuyo ejercicio concreto implica una gran variedad de tareas, que el obispo debe afrontar en su diócesis. Ese gran abanico de acciones concretas, le puede llevar a una dispersión en el ejercicio de su ministerio, reclamado por acciones tan dispares. Puede contribuir a centrar el ministerio el considerar al obispo corno "testigo de Jesucristo", misión que subyace al ejercicio del triple "munus" episcopal. EI decreto "Christus Dominus." (n. 11) nos recuerda que "los obispos deben dedicarse a su labor apostó1ica como testigos de Cristo", llevando a cabo el mandato del Señor de ser sus testigos "en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.' (Hch 1, 8).

Según el libro de los Hechos, la condición para pertenecer al grupo de los Doce Apóstoles es haber sido testigo del Resucitado (cf. Hch 2,32; 3,15; 13,31) y haber convivido con Él, desde el bautismo de Juan hasta que fue llevado al cielo (cf Hch 1,22). Como sucesor de los Apóstoles" los obispos tienen la misión de ser testigos del Resucitado. Se trata fundamentalmente de ser testigos de "Alguien"

A los testigos de Jesús se les pide en ocasiones dar testimonio ante autoridades y tribunales, según la perspectiva que Jesús había anunciado a los Apóstoles (Mc 13,9; Mt 10,18: Lc 21,13). Los sufrimientos soportados por el testimonio de Jesús llevan al gozo de la esperanza (cf. Rm 12,12 ). San Cipriano, obispo de Cartago, le dirige una carta a su hermano Corne1io, obispo de Roma, y le dice: "No hay manera de expresar cuán grande ha sido aquí la alegría y el regocijo, al enteramos de nuestra victoria y de nuestra fortaleza: de cómo tú has ido a la cabeza de tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo, y de cómo esta confesión tuya, como cabeza de tu Iglesia, se ha visto a su vez robustecida por la confesión de los hermanos" (Cipriano, Carta 60, 1 ). La palabra puede convencer, pero el ejemplo arrastra. El testimonio de los hermanos mayores en el episcopado, es un estímulo para los obispos más jóvenes.

[00224-04.03] [in171] [Texto original: español]

S.E.R. Mons. Michel-Marie-Bernard CALVET, S.M., Arzobispo de Noumea (Nueva Caledonia)

Sólo quisiera recordar aquí algunos aspectos de la misión del obispo que destacan de forma especial en un contexto tan singular, caracterizado por una población escasa desperdigada en un espacio inmenso. Nuestras Iglesias son jóvenes en todos los sentidos, normalmente a medida del hombre, así como las poblaciones de estas islas, donde nadie puede pasar inadvertido. Todo el mundo conoce al obispo, y la permanencia de su función consolida la idea de que él forma parte del paisaje, como los responsables habituales. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, él vive su responsabilidad en una soledad de hecho: los obispos más cercanos se encuentran a miles de kilómetros de distancia. Conjuntamente con sus sacerdotes, religiosos, catequistas y otros laicos comprometidos, él vela por la unidad de aquella parte del pueblo de Dios que le ha sido confiada. El servicio a la Palabra de Dios con frecuencia asume una dimensión ecuménica o incluso más vasta, especialmente en los casos de crisis social o política. Él tiene que velar, además, por la unidad de la Iglesia en su dimensión universal; en nuestras diócesis, el apego filial al Sucesor de Pedro es espontáneo. La colaboración con los obispos, en un espíritu de colegialidad, es para todos nosotros un apoyo moral de gran trascendencia; ésta se ejerce por lo menos a cuatro niveles:

- la Conferencia episcopal, a pesar de las distancias y las diferencias culturales

- las regiones geográficas o lingüísticas existentes en el seno de la Conferencia episcopal

- las provincias eclesiásticas, cuando tienen una base real y suficiente, lo que es muy deseable pero no siempre posible...

- los vínculos con otras Conferencias episcopales, en especial en el marco de la Federación de las Conferencias episcopales de Oceanía.

De este modo, vivir una eclesiología de comunión tanto en el interior como en el exterior de la diócesis determina una tensión práctica que forma parte de la vida; hay que buscar constantemente el equilibrio. El uso racional de los modernos medios de comunicación ha modificado nuestra forma de trabajar juntos y ha posibilitado lo que tan sólo hace 22 años, al inicio de mi episcopado, ni siquiera se podía imaginar.

Para finalizar, en nombre de mis hermanos de las Islas de Oceanía, quisiera recordar un momento inolvidable, cuando la Iglesia que está en Oceanía experimentó la colegialidad "cum Petro et sub Petro".

Nosotros, que estamos lejos, no fuimos olvidados ni dejados al margen por Usted, Santo Padre, cuando decidió que entre los Sínodos continentales estuviera también Oceanía. Ese Sínodo para Oceanía, en el que fueron convocados todos los obispos activos de las cuatro Conferencias episcopales de la región (Australia, Papúa Nueva Guinea e Islas Salomón, Nueva Zelanda y C.E.P.A.C.) fue una experiencia inolvidable de colegialidad para los participantes, pero también un momento fuerte de participación eclesial para los muchos fieles, sacerdotes, religiosos y laicos de Oceanía, que habían estudiado los Lineamenta. Ahora, en nuestra región esperamos con mucha ilusión el documento que debería presentarnos los frutos de este Sínodo...

[00212-04.03] [in173] [Texto original: francés]

S. Em. R. Card. Antonio María ROUCO VARELA, Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal (España)

La verdadera reforma de la Iglesia y la reforma verdaderamente católica del episcopado han ido siempre juntas en la historia de la Iglesia. También en nuestra época, la del Vaticano II. Incluso con una insistencia especial. Uno de los centros de gravedad más importantes de las enseñanzas conciliares fue la Teología del Episcopado y la renovación canónica y pastoral de la figura y ministerio del Obispo en la Iglesia; a través de la doctrina de la colegialidad episcopal; pero también, y con vivo sentido de la actualidad histórica, trayendo a la luz el principio de la sacramentalidad del origen, fundamento y contenido del oficio episcopal, Treinta seis años después, los frutos del desarrollo teórico y práctico de la colegialidad en el orden de las realidades estructurales han sido muchos. Hay que preguntarse si ha ocurrido lo mismo con el principio de la sacramentalidad en el orden de las realidades vivas: del crecimiento en la santidad de todos los miembros de la Iglesia, de su mayor vigor y entrega apostólica y misionera, y en la evangelización y santificación de las realidades temporales. Responder a esta cuestión es el reto principal del presente Sínodo. Su respuesta no puede dejar de tener en cuenta un dato esencial: la extendida crisis de fe en los viejos países de tradición cristiana; que no se detiene ante las puertas de las comunidades cristianas, y que "se globaliza" también. La respuesta habrá de pasar por el servicio del Obispo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo para la esperanza del mundo, anunciándolo, enseñándolo y mostrándolo corno su "testigo auténtico" a todos: sacerdotes, consagrados, laicos, teólogos y a la opinión pública. Este servicio se le hará posible al Obispo si cultiva el amor personal a Jesucristo, apoyado en la oración de toda la Iglesia, especialmente de las contemplativas, como Santa Teresa de Jesús y sus dos hijas: Santa Teresa del Niño Jesús y Santa Teresa Benedicta de la Cruz -Edith Stein-. "EI cristiano del futuro será místico, ... , o no será cristiano" -Karl Rahner-.

[00223-04.04] [in174] [Texto original: español]

S. Em. R. Card. Miloslav VLK, Arzobispo de Praga (Repubblica Checa)

1. En el índice del Instrumentum Laboris aparecen repetidamente las expresiones "ministro", "ministerio", "servidor", "servicio". Es una palabra clave que quiere ser un mensaje en este Sínodo. La actitud existencial del servicio es el estilo de vida que hace de la misión del obispo un reflejo coherente de Jesús, el Siervo de Dios. Él, de hecho, no vino para ser servido, sino para servir (cf. Mc 10,45) y revelar, de esta manera, la vida de la Trinidad. Ha llamado a los apóstoles para que le siguieran en este camino: "¡Ven, sígueme!". Tal vocación aparece en el conocido himno de la Carta a los Filipenses: "ekónosen", se ha vaciado, despojado de sí mismo (cf. Flp 2,6-8). Un modelo de pro-existentia. Una summa del servicio. ¡Modelo espléndido del obispo-servidor!" Tened entre vosotros los mismos sentimientos ..." (cf. Flp 2,5).

2. Esta realidad del obispo-servidor no puede ser entendida de manera individualista, casi como si el obispo fuese una especie de "empresario privado". En la aplicación de su tarea, está vinculado a aquellos a quienes él sirve y, antes aún, por la colegialidad, al Papa y a los demás obispos. Hablando a un grupo de obispos, Juan Pablo II ha ratificado: "El Señor Jesús (...) no ha llamado a los discípulos a un seguimiento individual sino, de manera inseparable, personal y comunitario. (...) Un renovado anuncio del Evangelio no puede ser coherente y eficaz, si no está acompañado por una vigorosa espiritualidad de comunión" (LÂ’Osservatore Romano, 17-2-95).

En la vida del obispo, están, por lo tanto, estrechamente ligadas estas dos realidades, su ministerio y la espiritualidad de comunión. Van de la mano la actitud personal de ser servidor y el deber primario de construir la comunión a través del ministerio. Por lo tanto, el obispo "tiende a favorecer y a garantizar la presencia activa y santificante de Cristo en medio a su Iglesia" (Instrumentum Laboris N. 51).

Esta prioridad de la comunión es un signo de los tiempos reconocido por los Papas y por la enseñanza eclesial y confirmado por el Espíritu a través del florecimiento de los nuevos movimientos. Con su vida radicalmente evangélica, estos Movimientos se comprometen a difundir a todos los niveles, en la Iglesia y en la sociedad, un espíritu de comunión.

3. Muchos de nosotros hemos recibido una educación individual o individualista y ahora nos encontramos con estos retos: ser ministros a la manera de la kenosi, constructores de la comunión con una espiritualidad no sólo individual, sino personal y comunitaria. Esto requiere un ejercicio, una "formación continua" también para los obispos.

4. Como verdadera sierva del Verbo, María personifica en sí misma la "proexistencia" total y, de esta forma, es modelo de los ministros del Evangelio. Que ella sea nuestra Hodigitria - aquella que nos indica el camino.

[00213-04.02] [IM175] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Georges Edmond Robert GILSON, Arzobispo de Sens (Francia)

1. El Concilio Vaticano II ha expresado la urgencia del compromiso profético del obispo y del Colegio Episcopal: anunciar el Evangelio es nuestra prioridad. Se nos ha confiado la tarea de ser los "guardianes de la fe cristiana". El magisterio, sin embargo, no puede sino ser ejercido en un clima de "benevolencia". Los apóstoles, como lo somos nosotros, deben, ante todo, comprometerse en encontrar al otro en cuanto otro. Nosotros no somos religiosos del Libro sino creyentes en Aquél que es el Verbo de Dios.

2. Hoy, en nuestra Francia, hay lugares y ambientes en los cuales el Evangelio es ignorado. ¡Jesucristo es un extraño! Hacen falta evangelizadores. Pongamos un ejemplo: yo soy el obispo-prelado de la Misión de Francia, comunidad de sacerdotes seculares que en su mayoría son "sacerdotes profesionales". Ellos deben hallar el camino del encuentro y del diálogo. Tienen que arriesgarse a la participación cotidiana y acoger esa parte de verdad que nutre al otro, al prójimo no cristiano, en su vida íntima. Dios precede el testimonio del Evangelio.

3. El tiempo de oración y de vida común misionera permiten el trabajo de comprensión de la fe y de la investigación teológica que se esfuerzan por expresar la fe de siempre en los lenguajes y en las culturas actuales. Aquí entra en juego la responsabilidad del obispo. Él se convierte en artífice de la fe vivida en la fidelidad al mensaje. El servicio del magisterio episcopal debe, ante todo, realizarse a través de un trabajo de acompañamiento, escucha, apoyo, interrogación, elaboración, propuesta, discernimiento, seguridad, junto y cerca de quienes el obispo envía a desarrollar la misión de apóstoles. Son ellos los que devuelven a la Iglesia su capacidad concreta de manifestar la pertinencia teológica y antropológica de los misterios cristianos. El obispo es apóstol junto a ellos.

[00214-04.02] [IN176] [Texto original: francés]

S. Em. R. Card. Walter KASPER, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Ciudad del Vaticano)

La cuestión ecuménica no es un accesorio; está en el centro de la actividad pastoral del obispo. El compromiso ecuménico es uno de los grandes retos del inicio del nuevo milenio. El fruto más importante del diálogo ecuménico de los últimos 35 años es la recobrada fraternidad de todos los cristianos. Pero hoy nos encontramos ante nuevos retos. Nos damos cuenta de que el camino ecuménico será todavía presumiblemente largo y difícil.

Debemos reflexionar sobre el modo con el que podemos estructurar responsablemente el actual período intermedio. Todavía no podemos reunirnos alrededor de la única mesa del Señor, pero ya podemos hacer juntos mucho más de lo que hacemos habitualmente:

Ecumenismo de vida. No en el sentido de alguna cosa que se agrega a la actividad ecuménica, sino de un ecumenismo de vida cotidiana.

Recepción y formación. Sería ya mucho si los resultados válidos de los diálogos ecuménicos fuesen recibidos por todas partes. Esto requiere una formación ecuménica para los laicos, para los sacerdotes y también para los obispos.

Ecumenismo ad intra. Tenemos que aplicar la espiritualidad de comunión ante todo en nosotros mismos y hacer que nuestra Iglesia se transforme en un lugar acogedor para las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Por lo tanto debemos crear un mayor equilibrio en la comunión entre las Iglesias particulares y la Iglesia universal.

El ecumenismo como deber espiritual. Nosotros no podemos organizar o "hacer" la unidad; la unidad es un don del Espíritu. Tenemos que estar ecuménicamente unidos en nuestra oración por la unidad, y debemos rezar, como hicieron los apóstoles con María, para que descienda sobre nosotros el Espíritu de Dios y por la venida de un nuevo Pentecostés.

[00211-04.02] [in172] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Francisco VITI, Arzobispo de Huambo (Angola)

Iluminados por la fe, podemos decir que nuestra vocación fundamental y universal es el reconocimiento del don misericordioso de esta filiación divina adoptiva en Cristo y de esta fraternidad entre nosotros. Una fraternidad sin fronteras, que no viene ni de la sangre, ni de la voluntad del hombre, ni de una opción social, sino de Dios mismo. El servicio del Evangelio para la esperanza del mundo es sin duda el de la fraternidad y la solidaridad de la familia humana.

Necesario para la salvación eterna, accesible a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, el camino de la filiación divina adoptiva está inseparablemente unido a la fraternidad. En efecto, en su libertad soberana, el Señor ha querido que cuantos aman Su Nombre amen también Su Imagen.

La lectura de la Biblia nos muestra que, desde el inicio, el Dios de la creación se presenta como Dios para el hombre y con el hombre. Creándolo a su imagen, ha hecho de él su primer amor sobre la tierra, el primer valor del mundo.

El Apóstol San Pablo presenta al Salvador del mundo como nuestra paz. Y la paz, como sabemos, es vivir juntos y actuar juntos. Es aceptación recíproca y recíproco reconocimiento, en la igualdad de la dignidad humana. La paz es comunión de los corazones unidos en la conciencia de un único origen y en el esfuerzo establecido para seguir un único destino no sólo ahora, sino más allá del tiempo, en la eternidad. Hablo de la paz integral, la de los hijos de Dios. Esta es solidaridad fraterna que el Señor ha ganado para nosotros en el trono de la cruz. ¿Y qué puede haber más opuesto a la paz que hacer la guerra para acabar con las guerras? La guerra es la muerte, es la separación: ella no construirá jamás el vivir juntos y muchos menos todavía el actuar juntos.

La paz es diálogo, es la escucha recíproca y pacientemente reanudada, como nos dice Juan Pablo II en sus Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz, en particular aquel de 1985 que se titula: "Si quieres la paz, ve hacia los pobres". El diálogo forma parte de la cordura de las naciones y revela el sentido de la historia. Para demostrar cuan fundada está esta afirmación, llamo vuestra atención sobre el documento que he apenas citado. El Santo Padre hace referencia a los 150 conflictos armados que han tenido lugar después de la gran guerra mundial. Ellos no han traído la justicia y mucho menos la paz. Para hacer la paz, los beligerantes han debido entrar en diálogo. Desde entonces, no hubiera podido haber nada más contrario a la paz que la práxis de la exclusión del adversario y el rechazo del diálogo. Para cuantos quisieran restituir una guerra perpetua, habrá siempre un pretexto contra el adversrio. Sin embargo, países enteros serán condenados al despoblamiento, y las libertades fundamentales serán dejadas en las manos de los más fuertes, poniendo a grandes multitudes al remolque de la historia.

En un capítulo titulado: "The Wealth of Knowledge", un historiador de la economía escribía: "Institutions and culture first; money next; but from the beginning and increasingly, the payoff was to knowledge", es decir: "Ante todo instituciones y cultura, después el dinero, pero a la larga aquel que paga es el conocimiento". Y aquí tocamos un punto neurálgico de la dignidad de los pueblos como de la Paz mundial. En efecto, la instrucción condiciona el progreso. Este último es sinónimo de paz. En nombre de los pobres y de las solidaridad evangélica, les ruego, hermanos del mundo "desarrollado" que vengan en nuestra ayuda. Edifiquemos juntos la Paz- Progreso, en la fraternidad solidaria. ¡Gracias!

[00215-04.03] [in177] [Texto original: francés]

S.E.R. Mons. Cyril Baselios MALANCHARUVIL, O.I.C., Arzobispo Metropolitano de Trivandrun de los Siro-Malankares (India)

Mi intervención hace referencia al capítulo II, número 35 y subsiguientes del Instrumentum Laboris, es decir, a las imágenes eclesiales del obispo inspiradas en la imagen de Cristo.

Sería útil, por mi parte, tratar de elaborar las imágenes del obispo en la Iglesia, siendo éstas ampliamente inspiradas por las imágenes de Cristo. Lo hace, justamente, el Instrumentum Laboris en el capítulo citado. Quisiera, sin embargo, subrayar que la pluralidad de imágenes de Cristo que vemos en el Nuevo Testamento surge de la realidad de Su personalidad y de los diversos papeles que Él ha desarrollado en la misión de redención que le asignó el Padre. La conclusión es clara. Si bien la imagen del obispo en la Iglesia está radicada en su vocación divina hacia el ministerio episcopal y descrita en acuerdo con la imagen de Jesucristo, ella es, luego, plasmada concretamente por las funciones que desarrolla en el cumplimiento de tal ministerio. Deberemos, por lo tanto, distinguir la imagen ideal que él debería proyectar, de la imagen efectiva que adquiere en el ejercicio de su ministerio. El Instrumentum Laboris nos da, cierta y justamente, la imagen ideal del obispo en la Iglesia. En otras palabras, describe la naturaleza y la misión del oficio episcopal en la Iglesia, tal como ha sido proyectado en la economía de la salvación. En este contexto, recuerdo un episodio. Una vez presencié un funeral. Se pronunciaron muchos discursos fúnebres, algunos de los cuales exaltaban al difundo en términos muy elogiosos. Al finalizar, la esposa del difunto estaba tan confundida que le pidió al hijo que fuera a controlar si era verdaderamente su padre el hombre que yacía en el féretro.

En el esfuerzo por obrar la renovación de nuestro ministerio episcopal es importante y necesario descubrir cuál es, efectivamente, la imagen del obispo que surgió concretamente en el curso de la historia del ministerio episcopal en la Iglesia y si la misma fue distorsionada. Si descubrimos una discrepancia entre el ideal y la realidad, es el momento de concentrar nuestra atención en sus modalidades y sus medios a nuestra disposición para eliminar la anomalía. En este contexto, tal vez, haremos bien en mirar al pasado y verificar con atención si las funciones que los obispos han asumido, o les fueron impuestas, han distorsionado la imagen original que deberían haber tenido en el ejercicio de su ministerio episcopal, tal como les fue encomendado por Jesucristo mismo o como fue establecido por los Apóstoles en la formación de las Iglesias y comunidades apostólicas. Ejercicio que es, de manera particular, el de enseñar y bautizar con autoridad divina a todas las naciones (cf. Mt. 28, 18 ss), desarrollar el ministerio en el amor de Jesús (cf. Jn 21, 15 ss), apacentar el rebaño de Dios, más mediante el ejemplo que ejerciendo el proprio poder (cf. 1 P 5, 1 ss), cultivando las virtudes cristianas en una vida de Fe (cf. 1 Tm 5, 1 ss). Vale también la pena verificar si nosotros, en la Iglesia, no heredamos, por casualidad, algunas imágenes distorsionadas del oficio episcopal producidas por los factores culturales y sociopolíticos que han influenciado el orden institucional de la Iglesia en varias partes del mundo.

Al analizar la imagen del obispo, tal como está plasmada por el ejercicio de su ministerio episcopal, podremos subrayar el papel significativo que en el proceso reviste nuestro pueblo. Efectivamente, sus concepciones, sus convicciones y sus percepciones tienen una influencia considerable en el proceso de formación de la imagen del obispo. El papel del obispo, por y en medio del pueblo, debe ser relevante para el pueblo mismo, ya sea en la vida sobre la tierra que más allá de ella.

En lo que concierne a India, nuestro pueblo -cualquiera sea la raza, la lengua o la religión- aprecia una imagen del obispo como hombre de Dios, dotado de gran potencia espiritual; un hombre lleno de Espíritu, podríamos decir, muy por encima de las cosas del mundo, capaz de dominar la fuerza y las tentaciones, que se destaca claramente como testimonio constante de la presencia de lo divino en el mundo y por el mundo; una imagen fiel solamente a Jesucristo y a la vez accesible a sus discípulos, que han recibido en abundancia el Espíritu Santo y sus potentes dones.

[00216-04.03] [IN178] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Victor Adibe CHIKWE, Obispo de Ahiara (Nigeria)

En muchas partes del mundo, y en especial en las Iglesias más antiguas de Occidente, se va produciendo una disminución relevante de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Por otro lado, el número de los jóvenes que se sienten llamados al sacerdocio está aumentando. Muchos definen este fenómeno como un "boom de las vocaciones". Los países del tercer mundo, donde prevalece este incremento, tienen una tasa elevada de natalidad. Sin embargo, la razón de este crecimiento no depende únicamente de la pobreza o de la falta de trabajo, como alguien podría pensar. En aquellas regiones se pueden encontrar muchas vocaciones en las familias de clase media. De todas formas, Cristo reclutó a sus apóstoles entre las clases humildes de la sociedad. Las persecuciones de los primeros cristianos contribuyeron a la divulgación del Evangelio e igualmente Dios puede servirse de los problemas de los refugiados y las dificultades de los países pobres para satisfacer las necesidades espirituales de las Iglesias más antiguas.

Es doloroso para un obispo rechazar muchas vocaciones auténticas sólo porque no las necesita. La Iglesia, representada como familia de Dios, tendría que regocijarse por los dones de sus miembros y beneficiarse de ellos.

Los obispos de las áreas en las que hay falta de vocaciones deberían tomarse al libertad de dirigirse a sus hermanos en el episcopado con muchas vocaciones en sus diócesis para pedirles ayuda y, a la vez, ayudarles ellos mismos en la formación de estos sacerdotes. Esto significaría practicar de veras la comunión y la colaboración en la misión. Ad gentes, Redemptoris missio y Ecclesia in Africa expresan este concepto de forma muy clara. No tendría que ser un obstáculo el hecho de que haya sacerdotes que se niegan a regresar a su diócesis después de haber estudiado en Europa o en Norteamérica, o sacerdotes que se encuentran con problemas. No se deberían perder de vista los numerosos sacerdotes procedentes de los países de misión, o los que son misioneros en los países del tercer mundo, como África, Asia y las islas caribeñas, viviendo en condiciones difíciles.

En los medios de comunicación parece existir la tendencia a sacar de contexto y a exagerar los problemas de los sacerdotes en los territorios de misión, a menudo generalizándolos. Esto no le beneficia a la imagen de la Iglesia; por el contrario, es un intento calculado de ridiculizar a la Iglesia y su disciplina del celibato. Aunque no justificamos el mal comportamiento de algunos sacerdotes en África y otros lugares, hace falta recalcar con vehemencia el hecho de que existen muchísimos sacerdotes que llevan a la práctica los consejos evangélicos y dan testimonio de fe.

[00217-04.03] [in179] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Paul K. BAKYENGA, Arzobispo de Mbarara (Uganda)

Voy a exponer mis reflexiones inspiradas en los números 24, 96 y 141 del Instrumentum laboris. El nº 24 afirma: "En el futuro, la Iglesia del Tercer Milenio asistirá a una lenta descentralización de la presencia de los laicos hacia los países de África y Asia, donde, como también en América Latina, florecen Iglesias jóvenes, llenas de fervor y vitalidad, ricas de vocaciones sacerdotales y religiosas que a menudo ayudan a colmar el hueco dejado por la escasez de las vocaciones en Occidente".

Se trata de una afirmación profética que da a la Iglesia gran esperanza. Si el árbol viejo, a veces, asiste a una debilitación de su vitalidad, la de los nuevos vástagos es o debería ser motivo de alegría, ya que es de esa semilla de la que brotan los jóvenes. El compromiso misionero de las Iglesias Occidentales durante el milenio que acaba de concluirse empieza lentamente a fructificar para el Reino de Dios.

A fin de evitar que las aves voladoras recojan semillas allá donde no las sembraron, los jóvenes, que son más del 60% de las poblaciones de aquellos países, tienen que ser atendidos de forma especial. Ellos son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Un ministro de la esperanza non puede hacer nada mejor que construir el futuro junto con aquellos a los que ha sido confiado.

Invertir en los jóvenes, en las Iglesias jóvenes podría ser una de las prioridades para toda la Iglesia como familia de Dios en el tercer milenio.

Sin embargo, un fenómeno nuevo está difundiéndose entre las poblaciones de estas Iglesias jóvenes: estoy hablando de la amenaza del SIDA, para el que aún no existen curas. Las poblaciones jóvenes de estas Iglesias están afectadas por esta enfermedad de modo especial. Hay toda una generación de huérfanos que están perdiendo la esperanza de vida después de perder a sus padres por la pandemia del SIDA. Como ovejas sin pastor, muchos de ellos, desprovistos del apoyo de los padres, se dirigen a sectas milenaristas que sacan provecho de su credulidad, con consecuencias terribles como pasó en Kanungu, en el sudeste de Uganda, en el marzo del año 2000.

En la situación actual, el obispo, sin olvidar su función de padre y defensor de los pobres, tiene que estar cerca de estos huérfanos, para que puedan adquirir al menos las capacidades útiles para su vida futura.

Como el cojo en la puerta del Templo (Hch 3), estos huérfanos nos miran mientras subimos al Templo y asimismo miran a nuestras Iglesias.

Como Pedro y Juan, que vivieron en aquel entonces, podremos darles esperanza a los jóvenes, en especial a los huérfanos, si les decimos: "¡Miradnos! No poseemos ni oro ni plata, pero tenemos a Jesús, que es más grande que ellos". El Sucesor de Pedro nos ha dicho, en nombre de Jesús: "Duc in altum". Invirtamos, pues, en los jóvenes, en las Iglesias jóvenes. Pronto crecerán y se unirán a nosotros para alabar a Dios.

[00218-04.03] [in180] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Marcello SEMERARO, Obispo de Oria (Italia)

La comunión de los obispos tiene un valor enorme también para esa tarea de anuncio y de comunicación del Evangelio para la esperanza del mundo, que el Papa ha asignado como tema central de reflexión para esta asamblea sinodal. Quisiera, de manera particular, subrayar que la primer forma de comunicación y de anuncio del Evangelio es, justamente, la comunión.

Entre comunión y comunicación, en efecto, existe de por sí una muy estrecha correlación que, ya intuida y también descrita por Santo Tomás de Aquino (como muestra el estudio de sus lemas communio/comunicar/communicatio hecho con el auxilio del Index Thomisticus preparado por el p. R. Busa S.J.), actualmente está siendo cada vez más tomada en consideración por los estudiosos antropólogos y por las ciencias de la comunicación. Comunicación, de hecho, no es ante todo transmisión de información y de noticias, sino que es, más profundamente, en un nivel ontológico, apertura y don de sí al otro. Es decir, comunión.

Todo esto puede ser conducido nuevamente al nivel propio de la vida de la Iglesia, referido a la tarea, encomendada por Jesús a sus Apóstoles, de anunciar el Evangelio a todas las criaturas hasta los confines de la tierra. Quisiera simplemente afirmar que se anuncia el Evangelio no solamente con la palabra, sino también con la comunión.

Para explicarme mejor, citaré un pasaje de la "Regola non bollata" de san Francisco de Asís, cuya figura modelada según la vida apostólica, ya fue evocada en esta nuestra Asamblea. En el texto está escrito así: "Los frailes que van entre los infieles pueden comportarse entre ellos de dos maneras. Un es que no discutan o disputen, sino que sean sumisos a toda criatura humana por amor a Dios (cfr. 1 P 2,13) y confiesen que son cristianos. La otra manera es que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios ..." (cap. 16).

Esta norma franciscana, que pone de relieve la fuerza evangelizadora de la fraternidad, considero que puede ser aplicada también a la communio episcoporum y quisiera hacerlo con una expresión de Pablo VI, que me parece muy pertinente: cuando "obra acorde y unida", la colegialidad episcopal aparece "impulsada por el soplo del Espíritu, para dar un testimonio a Cristo y a su Evangelio, para continuar en el mundo el impulso misionero de la Redención, para irradiar la verdad que, surgida del corazón del Padre, brilló en el rostro de Cristo ... (cfr. 2 Cor 4,6). (Aloc. En esta fase del 24-5-1976).

[00219-04.02] [IN181] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Denis WIEHE, C.S.Sp., Obispo coadjutor de Port Victoria (Islas Seychelles)

1) Santidad y ministerio episcopal

Fui consagrado obispo muy recientemente, el 15 de agosto, y para iniciar mi ministerio, lo que más me estimula es el testimonio de tantos de aquellos que nos han precedido como sucesores de los Apóstoles. Reflexionando y meditando sobre la vida de nuestros predecesores, me impresiona mucho un hecho: ellos crecen en santidad a medida que desarrollan su tarea de enseñar, servir y, sobre todo, amar al Pueblo de Dios, al cual fueron enviados. Es mediante el ejercicio de nuestro ministerio, y no por fuera de él, que nos santificamos. Y mientras nos santificamos entramos cada día, cada año, más plenamente en el ministerio que nos compete. Naturalmente, debemos tomarnos un poco de tiempo libre para la oración y para nuestra formación permanente, para volver a centrar nuestra vida en Cristo, único y solo Buen Pastor. Él nos restituye a nuestra grey con vigor renovado y nos recuerda cuán incansablemente Él ha atendido a su pueblo, de quien tuvo piedad porque era como un rebaño sin pastor.

2) Ministerio participativo.

Leemos en el libro del Éxodo, cap. 18, que aconsejado por su suegro, Moisés eligió setenta ancianos para ayudarlo en la tarea de atender a las exigencias de Dios. Tal vez ésta es la primera referencia a lo que actualmente llamamos "ministerio participativo". A medida que aumenta la exigencia de nuestro tiempo y de nuestros recursos, ambos limitados, en un mundo cada día más complejo, tal vez nosotros, como Moisés, debemos prestar más atención a este modelo participativo de ministerio, no solamente desde un punto de vista práctico, sino también por razones más eclesiológicas: hay otros, ministros ya sea ordenados que instituidos, que comparten nuestro ministerio pastoral y se asocian a él.

3) Conferencias episcopales.

Mi diócesis, Port-Victoria, en las Islas Seychelles, es una diócesis insular. Al igual que muchas otras diócesis similares, es pequeña y está aislada, y los recursos humanos son limitados. En esta situación, la ayuda de los otros obispos de la Conferencia Episcopal es de vital importancia. La participación entre obispos, el recíproco apoyo, así como también la colaboración concreta alrededor de proyectos específicos, son esenciales si queremos desarrollar la vida de la Iglesia en nuestra región del mundo. El desarrollo de las Conferencias Episcopales en la Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II, es una bendición y es con gran interés que tomaré parte en el debate iniciado en este Sínodo acerca de su desarrollo y su específico status, en cuanto expresión de la colegialidad de los obispos.

[00220-04.03] [IN182] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Pablo Jaime GALIMBERTI DI VIETRI, Obispo de San José de Mayo(Uruguay)

Hablando sobre el ministerio de gobierno del obispo el Instrumentum Laboris (No.117 y ss) expresa que "una de las formas con las que se expresa la caridad pastoral es la compasión, a imitación de Cristo".

Se trata de una compasión inteligente; que "no puede ser separada de la verdad de Cristo", ni quedar desvinculada "de la ley canónica de la Iglesia". La autoridad, según el Evangelio comprende una doble dimensión, materna y paterna. La dimensión materna es una capacidad de empatía mientras que la paterna consiste en la capacidad de proponer la verdad, determinar caminos y establecer normativas de conducta.

Jesús se hizo "cercanía" del Padre. " Abba" es la apretada síntesis de una gracia que los discípulos de Jesús osamos balbucear. Éste es el Evangelio de la Esperanza más cercana y plena, que hace saltar de alegría todos los rincones del alma vacía y aburrida, sumergida en la náusea o "di-vertida" en los espejismos de la sociedad de consumo.

En esta "sociedad sin padre" y con múltiples situaciones de "abandono", el tema de nuestro debate sinodal aparece sumamente actual y urgente. ¿Quién no anhela el abrazo fuerte de un Padre, que en lugar de una mirada acusadora se disponga a hacer fiesta porque el hijo que estaba abandonado ha vuelto al hogar?

¿Encontrarán los "huérfanos" y "abandonados" de este mundo esta Esperanza a través de nuestro ministerio de obispos? Jesús ora especialmente por nosotros para que hagamos nuestra propia experiencia de discípulos habitados por su Espíritu: "no los dejaré huérfanos" (Jn 14,18; Cfr Is 49,14-15).

[00225-04.01] [IN183] [Texto original: español]

S.E.R. Mons. Martin ROOS, Obispo de Timisoara (Rumania)

En lo que concierne el tema "El obispo y la atención particular para los sacerdotes" (Instrumentum laboris 86-88), se ha llamado la atención sobre el intento de desarrollar la formatio pemanens en nuestras diócesis, iniciada hace dos años y gracias a la cual, hasta ahora, hemos tenido experiencias extraordinariamente positivas.

Nuestra diócesis es pequeña, con un centenar de sacerdotes para 70 parroquias. Los sacerdotes de la diócesis, tanto diocesanos como religiosos, transcurren cada año una semana entera en el episcopado.

Rezan, comen y celebran la Eucaristía con su obispo, que está a su disposición también para coloquios comunitarios o personales. De este modo, ellos hacen una experiencia de comunidad con sus hermanos que trabajan para el mismo Reino de Dios y luchan contra las mismas dificultades.

El programa concreto prevé, para el primer año, conferencias de argumento pastoral-litúrgico, que el mismo obispo imparte a sus sacerdotes. El segundo año, los mismos sacerdotes organizan su proprio programa, mientras la celebración de la Eucaristía y de la liturgia de las horas, como también las comidas, se realizan en común. La biblioteca teológica más importante está disponible para el estudio en una sala de lectura. Nosotros llamamos a las semanas del primer año "semana de clausura", a las del segundo año "semana sabática".

Cada grupo es reunido por el ordinariado episcopal en base a opciones. Durante los meses de verano los seminaristas están en casa. Forma parte del programa también una visita al obispo emérito.

Para concluir, quisiera transmitir una súplica a los hermanos de nuestra Conferencia Episcopal. Siempre más a menudo sucede que sacerdotes de nuestro país, sobre todo en Europa Occidental, intenten incardinarse en estas diócesis, sin que su Ordinario lo sepa. Les rogamos que, antes de tomar una decisión en mérito, se pongan en contacto con nosotros.

[00241-04.03] [IN184] [Texto original: alemán]

S.B. Stéphanos II GHATTAS, C.M., Patriarca de Alejandría de los Coptos (Egipto)

Aunque después del entusiasmo de los años sucesivos al Vaticano II, el Diálogo ecuménico, en apariencia, no responde suficientemente a las expectativas del pueblo cristiano, es, por cierto, verdad que se ha hecho mucho en este campo, con muchos Corazones llenos de esperanza.

Además de lo que cada obispo intenta hacer en este sentido en su Eparquia -y lo que hace el Consejo de las Iglesias del Próximo Oriente, del cual forma parte la Iglesia Católica, nuestro simposio anual de los siete Patriarcas Católicos de Oriente invita a nuestros hermanos Patriarcas Ortodoxos -griego, sirio y armenio- a una jornada de encuentro fraterno, y ellos responden gustosamente. Muchos puntos pastorales fueron regulados (Bautismo, matrimonio, enseñanza del catecismo) y algunos problemas que nos dividían fueron resueltos. El diálogo de vida fue instaurado entre los Jefes y fieles de las diversas Iglesias Católicas y Ortodoxas. Además, en nuestra última reunión anual que se desarrolló el mes pasado, nuestros hermanos Patriarcas Ortodoxos han insistido para que se realice durante el año otra reunión fraterna.

Ciertamente, la cuestión del Primado del Sumo Pontífice de Roma sigue siendo un obstáculo para nuestros hermanos ortodoxos. Pero nosotros rezamos y volvemos a colocar toda nuestra confianza en la obra del Espíritu Santo, y conservamos la viva esperanza de que el Santo Padre Juan Pablo II, que pide humildemente ser ayudado en la tarea petrina a guiar a la Iglesia en estas cuestiones ecuménicas tan delicadas, halle una conclusión justa y equitativa a fin de que, como Cristo el Buen Pastor, Él pueda "reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn. 11, 52)

[00242-04.03] [IN185] [Texto original: francés]

S.E.R. Mons. John Olorunfemi ONAIYEKAN, Arzobispo de Abuja y Presidente de la Conferencia Episcopal (Nigeria)

Deseo atraer la atención de esta augusta asamblea sobre los desafíos del diálogo y la colaboración con la población Islámica, desde la experiencia de los Obispos de Nigeria.

Los obispos de Africa reunidos en Sínodo con el Papa en 1994 afirmaron que en Africa el Islam es un compañero difícil, pero necesario para el diálogo. Creo que esto es cierto para la Iglesia universal también, como los clamorosos eventos recientes han evidenciado, poderosa y trágicamente. El Islam está ahora en la primera línea de la atención mundial.

A nivel de la Iglesia mundial, se ha prestado una considerable atención al mundo del Islam. El Santo Padre, sobre todo durante sus visitas pastorales a muchas partes del mundo, apoyado por el Dicasterio romano para el Diálogo Interreligioso, ha hecho un trabajo maravilloso en la promoción del diálogo Cristiano-Musulmán. No obstante, estas acciones a alto nivel necesitan complementarse, equilibrarse y confirmarse por una acción apropiada a nivel local.

En muchos países, la presencia islámica la hallamos hasta un cierto nivel. En otros, es dominante y domina. A esos países que parecen haber hecho de la intolerancia religiosa y del fanatismo la base de la política del estado, no se les deber permitir que continúen saliendo impunes de la violación de los derechos humanos, en nombre de la religión.

Nuestro país, Nigeria, presenta una situación privilegiada desde el punto de vista del diálogo y la colaboración Cristiano-Musulmana, con una población de casi 120 millones dividida en partes iguales entre cristianos y musulmanes. La mayor parte del tiempo vivimos en paz y armonía entre nosotros, enfrentándonos juntos al desafío de construir una nación libre, justa y próspera.

Sin embargo, de vez en cuando la fricción y el conflicto estallan, en ocasiones violenta y sangrientamente. Estas dificultades surgen por dos razones principales: las declaraciones y las actividades de los fanáticos, a veces en ambas partes, y la manipulación por parte de los políticos, que abusan de la religión con intenciones egoístas. El intento de imponer la Sharia como ley de estado es un ejemplo que hace al caso. Nuestra respuesta a todos estos desafíos incluyen la profundización de la fe, el diálogo paciente y el compromiso a perseguir el bien común. Estamos llenos de esperanza de que, con la gracia de Dios y a pesar de todo, podamos seguir haciendo de nuestra nación un modelo de comunidad Cristiano-Musulmana armónica y justa, que el mundo pueda emular.

S.E.R. Mons. Philippe OUÉDRAOGO, Obispo de Ouahigouya (Burkina Faso)

1) La Iglesia - Familia de Dios, fermento del mundo nuevo.

Después de la Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, convocada en 1994 por el Papa Juan Pablo II, las diócesis de Burkina, siguiendo las huellas de la dinámica de la solidaridad pastoral orgánica, de comunión eclesial y de cooperación misionera, se pusieron en marcha entre 1997 y 2000 para celebrar, cada una, el proprio Sínodo diocesano. Esta iniciativa colegial, animada por la firme convicción de pertenecer a la misma Iglesia-Familia de Dios, se ha concluido con la celebración de un Sínodo interdiocesano nacional, del cual surgió esta orientación pastoral: La Iglesia - Familia de Dios, fermento del mundo nuevo.

En una eclesiología de comunión y de misión, se trata de edificar una Iglesia de tipo familiar a través de la estructura de la comunidad cristiana de base (C.C.B.) deificada sobre el modelo de la Santísima Trinidad de las primeras comunidades de los Hechos de los Apóstoles y de los valores positivos de la familia africana.

"La Iglesia no puede crecer si no es fortaleciendo la comunión entre sus miembros, comenzando por sus Pastores" (Ecclesia in África, N. 17). Teniendo en cuenta esta previsora afirmación del Santo Padre, las dos principales Conferencias de África Occidental, es decir la AECAWA (anglófona) y la CERAO (francófona) se encontraron en Ouagadougou desde el 16 hasta el 19 de noviembre de 2000 sobre el tema: "Edificar la Iglesia-Familia de Dios en África Occidental: desafíos y recursos en los umbrales del tercer milenio".

Los obispos de la sub-región han celebrado y reafirmado su comunión y han echado las bases para unirse y afrontar juntos los múltiples y complejos desafíos de África: cooperación misionera, integración regional, promoción de la paz, de la solidaridad y de la fraternidad.

2) El obispo, esperanza para el mundo nuevo.

Para hacer surgir el mundo nuevo es necesario, ciertamente, abrir unos caminos de evangelización, pero se necesita además hallar agentes apostólicos bien formados, numerosos y santos. De aquí la importancia de la pastoral vocacional: apoyo a los seminarios mayores y menores para la formación de los futuros sacerdotes, para la formación y la vida de los catequistas ... Para esta finalidad, la cooperación entre Iglesias es extremamente necesaria.

Además, la solidaridad en el ámbito de la Iglesia-Familia de Dios es urgente para favorecer el progresivo autofinanciamiento de las Iglesias pobres.

... Una similar perspectiva sería ilusoria si los cristianos, comenzando por los pastores, no hiciesen propia la Fuerza de la Buena Nueva ... La Fuerza de amar ...

"Se puede exagerar en todo, salvo en el Amor" (Charles de Foucauld)

[00227-04.03] [IN187] [Texto original: francés]

AVISOS

"BRIEFING" PARA LOS GRUPOS LINGÜÍSTICOS"

El octavo "briefing" para los grupos lingüísticos tendrá lugar mañana miércoles, 10 de octubre de 2001, a las 13:10 horas (en los lugares de los briefing y con los Responsables de Prensa indicados en el Boletín n. 2).

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para el permiso de acceso (muy restringido).

"POOL" PARA EL AULA DEL SÍNODO"

El octavo "pool" para el Aula del Sínodo será formado para la oración de apertura de la Décimo Sexta Congregación General del jueves, por la mañana, 11 de octubre de 2001.

En la Oficina de Información y Acreditación de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (entrando a la derecha) están a disposición de los redactores las listas de inscripción al pool.

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) y fotógrafos tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para la participación en el pool para el Aula del Sínodo.

Se recuerda a los participantes al pool que estén a las 8:30 horas en el Sector de Prensa, montado en el exterior, frente a la entrada del Aula Pablo VI, desde donde serán llamados para acceder al Aula del Sínodo, siempre acompañados por un oficial de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales.

BOLETÍN

El próximo Boletín N. 17, relativo a los trabajos de la Décimo Cuarta Congregación General de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de hoy por la tarde estará a disposición de los señores periodistas acreditados, mañana por la mañana 10 de octubre de 2001, tras la apertura de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

 
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