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Visita ad Limina Apostolorum
del Episcopado mexicano 2014

Discurso del Eminentísimo Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe

 

Estimados hermanos:

Estoy muy contento de poderlos recibir en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe a todos ustedes, los Obispos mexicanos provenientes de las Arquidiócesis y Diócesis mexicanas. Les doy la más cordial bienvenida y elevo votos a Dios para que este encuentro sea de mucho provecho tanto para ustedes como para nosotros.

Estos encuentros son propicios para profundizar en la unidad. La Conferencia del Episcopado Mexicano también está llamada a ser un signo vivo de la comunión eclesial, orientada a facilitar el ministerio de los obispos y fortalecer la colegialidad. Hoy más que nunca es necesario aunar fuerzas e intercambiar experiencias pues “los obispos a menudo no pueden desempeñar su función adecuada y eficazmente si no realizan su trabajo de mutuo acuerdo y con mayor coordinación, en  unión  cada  vez  más estrecha con otros obispos” (Christus Dominus, 37). Es muy importante, por tanto, continuar por este camino de comunión para lograr una acción más eficaz y fructífera.

Sean promotores y modelos de comunión. Así como la Iglesia es una, así también el episcopado es uno, siendo el Papa, como afirma el Concilio Vaticano II, “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles” (Lumen gentium, 23). La comunión tiene también una enorme importancia pastoral, pues las iniciativas apostólicas rebasan cada vez más los límites diocesanos y requieren mayor colaboración, proyectos comunes y coordinación en un País tan extenso. En él se acentúa la movilidad de la población y el incremento de grandes núcleos urbanos, que requieren una evangelización metódica y capilar (cf. Ecclesia in America, 21).

La función episcopal de enseñar consiste en la transmisión del Evangelio de Cristo, con sus valores morales y religiosos, considerando las diversas realidades y aspiraciones que surgen en la sociedad contemporánea, cuya situación deben conocer bien los Pastores. “Es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano” (Novo millennio ineunte, 51).

La nación mexicana ha surgido como encuentro de pueblos y culturas cuya fisonomía ha quedado marcada por la presencia viva de Jesucristo y la mediación de María, “Madre del Verdadero Dios por quien se vive” (Nican Mopohua). La riqueza del “Acontecimiento Guadalupano” unió en una realidad nueva a personas, historias y culturas diferentes, a través de las cuales México ha ido madurando su identidad y su misión.

Hoy México vive un proceso de transición caracterizado por la aparición de grupos que, a veces de manera más o menos ordenada, buscan nuevos espacios de participación y representación. Muchos de ellos propugnan con particular fuerza la reivindicación en favor de los pobres y de los excluidos del desarrollo, particularmente de los pueblos originarios. Los profundos anhelos de consolidar una cultura y unas instituciones democráticas, económicas y sociales que reconozcan los derechos humanos y los valores culturales del pueblo, deben encontrar un eco y una respuesta iluminadora en la acción pastoral de la Iglesia.

Esto requiere una formación integral, en todos los ámbitos de la Iglesia, que ayude a cada fiel a vivir el Evangelio en las diversas dimensiones de la vida. Sólo así se puede dar razón de la propia esperanza (cf. 1 P3,15). Las formas tradicionales de vivir la fe, transmitidas de manera sincera y espontánea a través de las costumbres y enseñanzas familiares, han de madurar en una opción personal y comunitaria. Esta formación es particularmente necesaria para los jóvenes que, al dejar de frecuentar la comunidad eclesial tras los sacramentos de iniciación, se encuentran ante una sociedad marcada por un creciente pluralismo cultural y religioso. Además, se enfrentan a corrientes de pensamiento según las cuales, sin necesidad de Dios e incluso contra Dios, el hombre alcanza su plenitud a través del poder tecnológico, político y económico. Por eso se ve la necesidad de acompañar a los jóvenes y convocarlos con entusiasmo para que, integrados de nuevo en la comunidad eclesial, asuman el compromiso de transformar la sociedad como exigencia fundamental del seguimiento de Cristo.

Asimismo, las familias requieren un acompañamiento adecuado para poder descubrir y vivir su dimensión de “iglesia doméstica”. El padre y la madre necesitan recibir una formación que les ayude a ser los “primeros evangelizadores” de sus hijos; sólo así podrán realizarse como la primera escuela de la vida y de la fe. Pero el solo conocimiento de los contenidos de la fe no suple jamás la experiencia del encuentro personal con el Señor. La catequesis en las parroquias y la enseñanza de la religión y de la moral en las escuelas de inspiración cristiana, así como el testimonio vivo de quienes lo han encontrado y lo transmiten, con el fin de suscitar el anhelo de seguirlo y servirlo con todo el corazón y toda el alma, deben favorecer esta experiencia de conocimiento y de encuentro con Cristo.

La sociedad actual cuestiona y observa a la Iglesia, exigiendo coherencia e intrepidez en la fe. Signos visibles de credibilidad serán el testimonio de vida, la unidad de los creyentes, el servicio a los pobres y la incansable promoción de su dignidad. En la tarea evangelizadora hay que ser creativos, siempre en fidelidad a la Tradición de la Iglesia y de su magisterio. Por encontrarnos en una nueva cultura marcada por los medios de comunicación social, la Iglesia en México debe aprovechar la colaboración de sus fieles, la preparación de tantos hombres de cultura y las oportunidades que las instituciones públicas concedan en materia de dichos medios (cf. Ecclesia in America, 72). Poner el rostro de Cristo en ese ambiente mediático requiere un serio esfuerzo formativo y apostólico que no puede postergarse, necesitando también para ello la aportación de todos.

Muchos bautizados, influenciados por innumerables propuestas de pensamiento y de costumbres, son indiferentes a los valores del Evangelio e incluso se ven inducidos a comportamientos contrarios a la visión cristiana de la vida, lo que dificulta la pertenencia a una comunidad eclesial. Aun confesándose católicos, viven de hecho alejados de la fe, abandonando las prácticas religiosas y perdiendo progresivamente la propia identidad de creyentes, con consecuencias morales y espirituales de diversa índole. Este desafío pastoral tiene que moverlos a buscar soluciones no sólo para señalar los errores que contienen tales propuestas y defender los contenidos de la fe, sino sobre todo, para proponer la riqueza trascendental del cristianismo como acontecimiento que da un verdadero sentido a la vida y una capacidad de diálogo, escucha y colaboración con todos.

Todo esto, unido a la actividad de las sectas y de los nuevos grupos religiosos, tiene que estimular a las Iglesias particulares a ofrecer a los fieles una atención religiosa más personalizada, consolidando las estructuras de comunión y proponiendo una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos.

No quiero concluir estas palabras sin nombrar nuevamente a la Emperatriz de América:

¡Notekuiyoe Siuapile, Nochpochtsine!
¡Mi Señora, Reina, Muchachita mía!
Madre de Nuestro Señor Jesucristo.
Confío a todos los hermanos Obispos mexicanos
a tu santísima protección.
Ora a tu Hijo Jesucristo por ellos
para que sirvan a tus hijos con abnegación,
en especial a los más pequeños.

Amén.

 

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