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ASOCIACIONES INTERNACIONALES DE FIELES

REPERTORIO

El Repertorio online


 

PREFACIO

Una línea constante en la vida de la Iglesia

El florecimiento de las agregaciones laicales, característica de nuestros días, no es un hecho inédito en la vida de la Iglesia. Como ha afirmado Juan Pablo II, a través de los siglos «asistimos continuamente al fenómeno de grupos más o menos numerosos de fieles, los cuales, por un impulso misterioso del Espíritu, se sintieron empujados espontáneamente a asociarse con el fin de lograr determinados fines de caridad o de santidad, en relación con las necesidades concretas de la Iglesia en su tiempo o también para colaborar en su misión esencial y permanente»[1]. Es suficiente una simple mirada a la historia de la Iglesia para darse cuenta de la importancia de la obra de estos sodalicios en momentos cruciales de su existencia y para percibir la riqueza de los carismas que en cada época han generado los movimientos laicales en la renovación de la vida cristiana. Ya el desarrollo del monaquismo en el primer milenio y el nacimiento de las órdenes mendicantes en la primera Edad Media son un testimonio de la acción de los laicos. En el siglo XVI, antes y después del Concilio de Trento, dentro del movimiento de reforma de la Iglesia, se encuentra una vasta red de realidades laicales, entre las que tienen un papel importante las cofradías, los oratorios, las congregaciones marianas. En la segunda mitad del siglo XIX nacen las Conferencias Vicencianas de Federico Ozanam, el apostolado católico de san Vicente Pallotti, la obra educativa de San Juan Bosco y la obra social del beato Adolph Kolping, por citar solamente algunas de las muchas experiencias asociativas nacidas en aquella época y que confluirán en el movimiento católico con finalidades sociales, fuertemente apoyado por León XIII. En esta misma época nace la Acción Católica que, sobre todo, se desarrollará durante el pontificado de Pío XI y que dará origen a agregaciones especializadas por edades y ambientes. En las primeras décadas del siglo XX se asiste a una progresiva difusión de numerosas organizaciones internacionales católicas, que cubren una amplitud de campos de acción que van desde la familia a las actividades profesionales, cubriendo los sectores de la educación, la cultura, la política, las comunicaciones sociales, la caridad y la promoción humana.

En tiempos más recientes, el Concilio Vaticano II, reconociendo con renovado vigor la dignidad y la responsabilidad que caracterizan al cristiano en fuerza del propio bautismo, no sólo ha dado un gran impulso a todas las formas de asociación laical, sino que hace emerger nuevos carismas y nuevas formas de agregaciones que son llamados movimientos eclesiales y nuevas comunidades.[2] En la Christifideles Laici, a veinte años del Concilio, Juan Pablo II se refiere precisamente a esto cuando escribe que últimamente «el fenómeno asociativo laical se ha caracterizado por una particular variedad y vivacidad. La asociación de los fieles siempre ha representado una línea en cierto modo constante en la historia de la Iglesia, como lo testifican, hasta nuestros días, las variadas confraternidades, las terceras órdenes y los diversos sodalicios. Sin embargo, en los tiempos modernos este fenómeno ha experimentado un singular impulso, y se han visto nacer y difundirse múltiples formas agregativas: asociaciones, grupos, comunidades, movimientos. Podemos hablar de una nueva época asociativa de los fieles laicos. En efecto, “junto al asociacionismo tradicional, y a veces desde sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomías y finalidades específicas. Tanta es la riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial; y tanta es la capacidad de iniciativa y la generosidad de nuestro laicado”».[3] El Papa individua en los movimientos uno de los frutos más significativos de la primavera de la Iglesia que brota del Vaticano II, un «motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres de nuestro tiempo»,[4] una obra del Espíritu que constituye a la Iglesia en un flujo de vida nueva, que corre dentro de la historia de los hombres. En un mundo cada vez más secularizado, donde la fe está fuertemente probada y con frecuencia sofocada y apagada, los movimientos y las nuevas comunidades, siendo portadores de una novedad no esperada y que irrumpe, son «la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del final del milenio, [una] respuesta providencial».[5] En el pensamiento de Juan Pablo II, ante las asociaciones laicales, se ve que en la Iglesia se perfila una etapa rica de deseos y de esperanzas.

Importancia de las asociaciones laicales en la misión de la Iglesia

A la luz de la renovada conciencia que la Iglesia tiene de sí misma como misterio de comunión misionera, el Concilio Vaticano II, después de haber llamado a los fieles laicos al deber insustituible del apostolado individual que «es el principio y fundamento de todo apostolado seglar »,[6] subraya la importancia de las formas organizadas del apostolado laical,[7] que no solo se corresponden con la naturaleza social de la persona humana, sino que son «expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo».[8] Subrayando la mayor eficacia operativa de la acción común garantizada por el apostolado asociado, sea por el apoyo y la formación de los miembros, sea por la obtención de frutos más abundantes, el Concilio afirma que «el cometido universal de la misión de la Iglesia, considerando a un tiempo el progreso de los institutos y el avance arrollador de la sociedad actual, exige que las obras apostólicas de los católicos perfeccionen más y más las formas asociadas en el campo internacional»,[9] que van apoyadas a causa de la aportación que ofrecen no sólo para la edificación de la comunidad de los pueblos en la paz y fraternidad, sino también en la formación de la conciencia a una responsabilidad y solidaridad universal.[10]

En el modo de tratar las asociaciones de fieles, que establece también la distinción entre asociaciones públicas y asociaciones privadas y las condiciones para su reconocimiento o para la erección,[11] el Código de Derecho Canónico confirma que «los fieles tienen derecho a fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo».[12] De esta forma, el Código reafirma la enseñanza del Concilio Vaticano II, el cual afirma explícitamente que «guardada la sumisión debida a la autoridad eclesiástica, pueden los laicos fundar y regir asociaciones».[13] Este derecho y la libertad asociativa que se deriva de él no dependen de una benévola consideración de los Pastores, sino que están radicados en la naturaleza de la persona humana y manan de la realidad ontológica del sacramento del Bautismo, que constituye la fundamental igualdad de los miembros del pueblo de Dios, “nuevas criaturas” (cfr. 2 Cor 5,17) insertas en Cristo y animadas por el Espíritu Santo. Precisamente por este derecho de los bautizados, esta libertad se ejerce siempre en sintonía con la eclesiología de comunión recordada por la Christifideles laici, que presenta a la Iglesia como comunión orgánica de vocaciones, ministerios, servicios, carismas y responsabilidad en toda su diversidad y complementariedad. [14] Se ejerce bajo la paterna vigilancia de los pastores, encargados del discernimiento de los carismas y del reconocimiento o la erección de las asociaciones de fieles.

Juan Pablo II, además, ha subrayado más de una vez que «en la Iglesia no hay contraste u oposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la cual los movimientos son una expresión significativa, [y que] las dos son consustanciales a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque concurren juntas a hacer presente el misterio de Cristo y de su obra salvífica en el mundo».[15] Los carismas, en cuanto don del Espíritu Santo a la Iglesia para hacerla cada vez más idónea para realizar su misión en el mundo, tienen que ser acogidos con gratitud, acompañados y favoreciendo su desarrollo.[16] Y el reconocimiento canónico que reciben de la autoridad eclesiástica competente, viene a confirmar la validez de su propuesta como camino auténtico hacia la santidad de la vida personal y comunitaria. Por esta razón el discernimiento y el reconocimiento tienen que realizarse a la luz de los claros «criterios de eclesialidad» enumerados en la Christifideles laici y que vale la pena recordar brevemente: el primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad, la responsabilidad de confesar la fe católica, el testimonio de una comunión firme y convencida con el sucesor de Pedro y con el propio Obispo, la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia, el comprometerse en una presencia en la sociedad humana.[17] Estos criterios, que «se comprueban en los frutos concretos que acompañan la vida y las obras de las diversas formas asociadas»,[18] son orientaciones fundamentales para la obra de discernimiento de los pastores y preciosos indicadores del camino para las asociaciones y los movimientos, significativamente invitados por el Papa a iniciar y recorrer el camino de la «madurez eclesial».[19]

Naturaleza y finalidad del Repertorio

El Repertorio tiene su génesis en la invitación que, en la Christifideles laici, Juan Pablo II dirige al Consejo Pontificio para los Laicos a preparar una lista de las asociaciones que reciben la aprobación oficial de la Santa Sede.[20] Considerando la riqueza de los carismas y de formas que caracterizan la vida asociativa de los laicos en la Iglesia de hoy, el Dicasterio, respondiendo a la petición del Papa, madura la idea de publicar un Repertorio de las asociaciones internacionales de fieles que represente un cuadro –dentro de lo posible completo y al día– del fenómeno asociativo dentro del vasto y variado mundo del laicado católico.

El proyecto inició en abril del 2000 con el envío a las asociaciones internacionales de fieles en contacto con el Dicasterio de un módulo, solicitando la compilación de una ficha informativa sobre la propia realidad. Después de la fase de recogida de las fichas que las asociaciones que han adherido a la solicitud enviaron al Consejo, con modalidades y tiempos distintos, se ha seguido la fase de la laboriosa obra de redacción, necesaria no sólo para componer de forma homogénea las informaciones recibidas, sino porque en muchos casos también ha sido necesario aclarar, precisar y completar los datos presentados. Se ha puesto un particular cuidado en la presentación de los carismas que están en el origen de las realidades eclesiales presentes en el repertorio y también para salvaguardar siempre los conceptos y las palabras claves que caracterizan cada experiencia.

Este Repertorio, en el que figuran 122 asociaciones de fieles, es la primera publicación del Consejo Pontificio para los Laicos que presenta de una forma tan amplia y sistemática las agregaciones del laicado católico contemporáneo.[21] Dada la variedad de las formas asociativas y de los perfiles jurídico-estatutarios, es oportuno aclarar que en el volumen aparecen asociaciones de difusión internacional –distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica– en las que «los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal».[22] También se han incluido asociaciones internacionales con una particular vocación ecuménica y/o interreligiosa, en las que prevalece la componente católica. Sin embargo en el volumen no figuran las asociaciones que, aunque tienen contacto con el Consejo Pontificio para los Laicos, dependen jurídicamente de otros dicasterios de la Curia romana (como la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, la Congregación para el Clero, la Congregación para la Evangelización de los pueblos) y las agregaciones que actúan exclusivamente en ámbito diocesano o nacional.

A cada asociación presentada en el volumen le corresponde una ficha, en la que se indican el nombre oficial, la eventual denominación habitual y la sigla (junto a la cual, cuando así se requiere, aparece la denominación oficial en la lengua original), el año de fundación, la historia, la identidad, la estructura, la difusión, las obras, las publicaciones, las páginas de Internet, las direcciones de las sedes centrales, los logotipos. En las fichas se han omitido las voces de las que no nos han llegado datos. En lo referente a las direcciones de las sedes centrales se señala que, por estatuto, varias asociaciones adoptan las direcciones de los miembros de los equipos de responsables renovables periódicamente, por lo tanto algunos de ellos podrían no tener validez en el momento de la publicación del Repertorio. En estos casos puede ser útil recurrir a la página web de las asociaciones en cuestión. Las fichas se presentan en orden alfabético, según la versión española de la denominación oficial, salvo raros casos en los que la traducción resultaría forzada. Teniendo en cuenta la dinamicidad del fenómeno asociativo, esta edición del Repertorio será puesta al día periódicamente.

El Repertorio de las asociaciones internacionales de fieles está destinado a los pastores de la Iglesia, a los cuales se les ofrece como instrumento del que obtener informaciones útiles para un primer conocimiento de las distintas agregaciones laicales y como práctico subsidio para el ejercicio de su ministerio; a las mismas asociaciones de fieles, como estímulo para un conocimiento reciproco más profundo con un espíritu de comunión eclesial; a todos aquellos que de alguna manera quieran acercarse al mundo de las asociaciones católicas y conocerlas más.

Juan Pablo II, reafirmando la urgencia de una nueva evangelización, constantemente ha recordado el papel que en esta tarea tienen «las diversas realidades de asociación, que tanto en sus modalidades más tradicionales como en las más nuevas de los movimientos eclesiales, siguen dando a la Iglesia una viveza que es don de Dios».[23] El Consejo Pontificio para los Laicos confía en que este Repertorio contribuya a dar testimonio de ello.

Stanisław Ryłko
Arzobispo tit. de Novica
Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos

 


[1] Juan Pablo II, A los movimientos eclesiales reunidos para el II Coloquio Internacional, “Insegnamenti di Giovanni Paolo II”, X,1 (1987), 477.

[2] Cfr. H. Jedin (editado por), Storia della Chiesa, Jaca Book, Milano 1992-1995; A. Fliche-V. Martín (editado por), I movimenti. Dalla Chiesa degli apostoli a oggi, BUR, Milano 2000; J. Ratzinger, I movimenti ecclesiali e la loro collocazione teologica, en: I movimenti nella Chiesa, Pontificium Consilium pro Laicis, Città del Vaticano 1999, 23-51.

[3] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, n. 29.

[4] Juan Pablo II, Homilía de la Vigilia de Pentecostés, “Insegnamenti de Giovanni Paolo II” XIX, 1 (1996), 1373.

[5] Juan Pablo II, A los miembros de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades en la vigilia de Pentecostés, “Insegnamenti di Giovanni Paolo II” XXI, 1 (1998), 1123

[6] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, n. 16..

[7] Cfr. Ibíd.., 18-21.

[8] Ibíd.., n. 18.

[9] Ibíd.., n. 19.

[10] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, n. 90.

[11]) Cfr. Código de Derecho Canónico, cann. 298-329.

[12] Ibíd.., can. 215; cfr. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 18. .

[13] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, n. 19.

[14] Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, n. 20.

[15] 1Juan Pablo II, Mensaje a los participantes en el Congreso mundial de movimientos eclesiales, “Insegnamenti di Giovanni Paolo II” XII, 1 (1998), 1065.

[16] Cfr. Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, n. 72..

[17] 17 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, n. 30..

[18] Ibíd..

[19] Juan Pablo II, Discurso a los miembros de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades en la vigilia de Pentecostés, “Insegnamenti di Giovanni Paolo II”, XXI,1 (1998), 1123.

[20] Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, n. 31.

[21] En 1973 se publicó el fascículo “Les organisations internationales catholiques (OIC)” preparado por el entonces Consilium de Laicis (cfr. Bulletin “Laïcs aujourd’- hui” n. 13-14). En 1983 se publicó el fascículo “Associazioni di laici. Dati sommari” que, además de las OIC, presenta algunos de los movimientos y asociaciones laicales con las que el Consejo Pontificio para los Laicos está en relación.

[22] Código de Derecho Canónico, can. 298 §1

[23] Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 46.

 

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