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 Pontifical Council for the Pastoral Care of Migrants and Itinerant People

People on the Move - N° 91-92, April - August 2003, p. 399-404

Mensaje del Pontificio Consejo al

"Seminario internacional de agentes pastorales

que trabajan con peruanos en el exterior"

Lima, 24-27 de Marzo 2003

Queridos,

Me dirijo a ustedes con este mensaje, ante la imposibilidad de poderles acompañar con mi presencia en su Seminario.

Ciertamente las migraciones son tan antiguas como la historia de los hombres, pero nunca habían alcanzado un protagonismo tan grande como en el momento presente debido a su relevancia y problematicidad.

Atañen ya y afectan a casi todos los Países. A la intensidad de los flujos, facilitada por los modernos medios de transporte, se contraponen sin embargo las normativas restrictivas en las fronteras, el repliegue sobre sí de algunos espacios sociales de acogida y la inseguridad ante las perspectivas de futuro.

La situación se complica aún más con el aumento de los desequilibrios económicos entre los países pobres, de los que salen muchos emigrantes, y los industrializados hacia los que se dirigen, sin olvidar que existe un flujo aún más importante sur-sur.

Mucha gente además afronta el drama de la emigración simplemente para sobrevivir más que para mejorar el nivel de vida. La angustia por un puesto de trabajo se suma además a la consabida inseguridad y al desarraigo de la comunidad de origen, al trasladarse a unas sociedades que están estructuradas de forma distinta, como sucede con las sociedades occidentales, con una lengua, cultura y organización diferentes. En efecto, el desempleo que aumenta en todas partes disminuye la posibilidad de empleo no sólo en el sector precario, también en el campo del trabajo negro, que es en el que confluyen hoy la mayor parte de los emigrantes indocumentados. Su situación recuerda el caso de los judíos que huían de la esclavitud de Egipto con el sueño de la tierra prometida sólo que, una vez atravesado el Mar Rojo, en lugar de alcanzarla se topan con el desierto. Sí, también muchos emigrantes actuales, después de abandonar su país para huir de condiciones de vida humanamente inaceptables o políticamente peligrosas, no encuentran después una solución fácil a sus problemas.

Al mismo tiempo el fenómeno migratorio adquiere una configuración particular en América Latina. Ahí la situación actual se explica, en el conjunto de los pueblos latino-americanos, desde una serie de causas endógenas, de las que se pueden enunciar brevemente las más importantes como sigue: violencia de la guerrilla y del narcotráfico; corrupción e impunidad de clases dirigentes, como consecuencia de anteriores dictaduras; injusta distribución de la propiedad de la tierra; sectarismo, clientelismo y corrupción de partidos políticos; falta de credibilidad de sectores del poder judicial. Añádase, finalmente, el hecho de que los proyectos de integración regional desarrollados han ignorado, en general, los problemas de las personas y la participación de los pueblos, privilegiando exclusivamente al sector económico.

Junto a estas migraciones recordamos también las del campo a la ciudad o a las áreas y ejes metropolitanos, en continuo aumento.

Es suficiente aquí esta simple mención, en el contexto propio de Ustedes.

Ante este panorama, en el mes de octubre de 1991, el Tercer Congreso Mundial de pastoral para los Migrantes y Refugiados, organizado por nuestro Pontificio Consejo, invitaba a todos los católicos a una gran campaña de solidaridad con América Latina y a construir un “puente cultural” entre los católicos de todas las Naciones y la región eclesiástica más extensa del mundo con un denominador bastante común. La invitación se dirigía de un modo particular al mundo occidental, vinculado sobre todo con algunos países latino-americanos, a través de las migraciones, por una "consanguinidad" espiritual.

Bien, pues, nos parece que algunos datos socio-políticos que caracterizan la situación de América Latina son característicos también de la del Perú.

Su país, en efecto, en estos últimos 20 años, además de una modesta inmigración, ha registrado un notable flujo de emigración, valorado hoy en cerca de dos millones de peruanos que han salido al exterior (de los que el 75% son indocumentados), a los Estados Unidos, a Canadá, a Japón o a los Países europeos.

Dejando a un lado el pasado, tenemos que reconocer que últimamente las causas principales de los flujos migratorios han sido la falta de empleo y el deseo de mejorar la calidad de vida. Desgraciadamente existen infracciones claras contra los derechos humanos de los peruanos por parte de algunas Naciones de acogida, derechos reconocidos por la Convención internacional de los derechos económicos, sociales y culturales.

Por tanto, con motivo de este importante Seminario, me parece que es obligado hacerles llegar a todos los participantes no sólo nuestro más cordial saludo, sino también algunas sugerencias, desde una clara referencia a la Doctrina social de la Iglesia, que establece su mensaje fuera y por encima de cualquier influencia de grupo o de partido, favoreciendo así un diálogo más objetivo y sereno sobre los temas fundamentales que se refieren al fenómeno migratorio.

Me parece, por tanto, importante subrayar, sobre todo, que la migración es una característica de la existencia humana, que se convierte y llega a ser cada vez más un elemento característico de la vida moderna, con el que será necesario convivir, conjugando unidad y diversidad. El camino, pues, para ordenar esta unidad con la diversidad es el del respeto recíproco y el del diálogo, por limitarnos a la dimensión humana.

El fenómeno migratorio se presenta, además, como un “reto” desde aspectos múltiples, arduos y escabrosos. En efecto, la convergencia de civilizaciones y culturas, dentro de los mismos ordenamientos jurídicos y sociales, plantea un problema urgente de convivencia. Incluso para quien ve positiva y excitante la situación creciente de interdependencia planetaria, porque ayuda a percibir mejor la comunidad de destino de toda la familia humana, tal convivencia es en efecto casi siempre una meta a conquistar con trabajo y esfuerzo. La emigración, portadora de novedad y de recursos, tiene también su coste, y a menudo ciertamente es un drama, al menos en la primera época en la que se vive lejos de la Patria.

Y este coste nos empuja, como cristianos y como hombres (por motivaciones tanto evangélicas como civiles y humanitarias), a desarrollar una verdadera cultura de la acogida y a poner en marcha la solidaridad. La solidaridad acogedora garantiza un trato al ciudadano extranjero de acuerdo con la equidad y la justicia, lejos de toda marginación y explotación, en particular en las relaciones de trabajo, pero se expresa además en una auténtica educación cívica y moral, en una actitud interior que no lleva a justificar todo y no prejuzga la libertad de un juicio crítico sobre situaciones y comportamientos censurables. Al mismo tiempo la solidaridad pone en guardia contra prejuicios fáciles, estados de ánimo, lenguajes, exageraciones y generalizaciones que deforman la imagen del emigrante y le sitúan fácilmente como el chivo expiatorio de problemas y disfunciones que tienen, con frecuencia, otra causa muy distinta.

La solidaridad se manifiesta también con los que se ven forzados a emigrar desde la necesidad y solicita que se programen con eficacia nuevos contingentes de inmigrantes, exigidos, además, en muchos casos por la disminución progresiva y el envejecimiento de la población y, por eso mismo, por la creciente demanda de mano de obra. Juan Pablo II ha afirmado muchas veces el "derecho a emigrar", es decir, el derecho "a salir del propio País y... a entrar en otro" (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiados del 2001, La pastoral de los migrantes, camino para cumplir la misión de la Iglesia, hoy) afirmando también que el ejercicio de este derecho naturalmente ha de ser reglamentado por parte del Estado. Era ya -como se sabe- pensamiento conciliar y preconciliar también. Para armonizar este doble derecho (del emigrante y del Estado que lo acoge) es iluminador lo que subrayó el mencionado mensaje pontificio, a saber: “si bien es cierto que los países altamente desarrollados no siempre pueden absorber a todos los que emigran, hay que reconocer, sin embargo, que el criterio para determinar el límite de soportabilidad no puede ser la simple defensa del propio bienestar, descuidando las necesidades reales de quienes tristemente se ven obligados a solicitar hospitalidad” (ibidem).

Por tanto una real y, en cuanto posible, verdadera apertura a nuevos flujos migratorios en algunos Estados, debe estar motivada no sólo por cálculos de interés nacional, sino también y por exigencias de una solidaridad internacional efectiva.

Una tarea paralela a la de reglamentar la inmigración es, para el Estado, la de frenar con eficacia la inmigración irregular y clandestina. Por otra parte, en el caso de una "emigración desesperada," - son también palabras del Papa -cuando "poblaciones pobres se ven forzadas al exilio de la desesperación", porque "viven hoy situaciones de dramática inestabilidad e inseguridad", si no existen vías legales de inmigración o son demasiado angostas, no puede extrañar que entonces se intenten ... otros caminos.

En lo que se refiere, por último, al aspecto más específico de la pastoral de migraciones, querría recordarles, sintéticamente, algunos de los puntos y pasajes más importantes y actuales del Magisterio eclesial referidos a este tema:

a. “La comunidad cristiana considera la atención a los emigrantes y refugiados una de sus prioridades pastorales" (Mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiado, de 1998, Que se respete a toda persona y se destierren las discriminaciones que humillan la dignidad humana, n. 2).

b. "Todos los aspectos de la movilidad son objeto de atención específica" (Carta de nuestro Dicasterioa las Conferencias Episcopales Iglesia y movilidad humana de 1978-n. 28-).

Además, es el mismo decreto Christus Dominus, del Concilio Vaticano II, -hagámoslo notar- el que abre ya la mirada a esta multiplicidad de formas de movilidad (cfr. n. 18).

c. La instrucción De Pastoralis Migratorum Cura, posteriormente, dedica entero, el capítulo cuarto a los Ordinarios de lugar, a los que pide que “adviertan a los Párrocos de su grave obligación” en lo que se refiere a los fieles candidatos a la emigración (n. 26).

Palabras aún más vibrantes se leen cuando se refiere a los párrocos de los lugares de inmigración y califica su apostolado con los migrantes como "grave deber" (n. 30.3).

d. Corresponde también a los obispos garantizar y armonizar la doble exigencia de la pastoral específica y de la comunión eclesial, preocupándose para que en su diócesis no se potencie o se prime unilateralmente una en desventaja de la otra (cfr. Motu propio Pastoralis Migratorum Cura).

e. En todo caso, resulta evidente que "los fenómenos de la movilidad son una invitación a la Iglesia a realizar su propia identidad y su propia vocación" (v. Iglesia y movilidad humana, nn. 28 y 29).

f. El fenómeno migratorio, antes aún que llamada a la vocación y misión de la Iglesia, es un llamamiento fuerte a la catolicidad y unidad, a la dimensión misionera y escatológica. En efecto "las emigraciones han permitido a menudo a las Iglesias particulares confirmar y reforzar su sentido católico, acogiendo a las diversas etnias y, sobre todo, uniéndolas entre sí" (cfr. Mensaje para la jornada del Migrante y del Refugiado, de 1993, Cómo acoger al extranjero).

Aún más: "La Iglesia mira con simpatía y favor este desplazamiento creciente de personas... porque descubre en él la imagen de sí misma, como pueblo que peregrina” (cfr. Mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiado, de 1992, Las Migraciones presentan doble rostro, el de la diversidad y el de la universalidad).

g. Las migracionesconstituyen, además, un lugar privilegiado de encuentro ecuménico, como se señala en la siguiente cita: "(Los Ordinarios de los países de inmigración) ayuden benigna y cordialmente a los demás cristianos que no se hallan en plena comunión con la Iglesia Católica y que carecen de sagrados ministros de su propia Iglesia" (DPMC, n.30.2).

h. En cuanto a las migraciones y al diálogo interreligioso, remito al Mensaje del S. Padre para la Jornada Mundial de la Paz de 2001, titulado: Diálogo entre culturas para una civilización del amor y de la paz (Ver en particular los nn. 12 y 13, sobre “el reto de la integración” en materia de diálogo).

i. "Salvaguardar a los migrantes del proselitismo religioso" es en resumen el objetivo del mensaje del Papa (con motivo de la Jornada mundial del Migrante y del Refugiado de 1991), cuando se refiere a este tema afirmando: “De hecho, la expansión de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos concentra sus esfuerzos en algunos sectores estratégicos: entre éstos están las migraciones” (n. 4). Y, en la exhortación post-sinodal Iglesia en América, Juan Pablo II, confirma esta preocupación pastoral suya: "los avances proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América no pueden contemplarse con indiferencia. Exigen de la Iglesia en este Continente un profundo estudio, que se ha de realizar en cada Nación (...) para descubrir los motivos por los que no pocos católicos abandonan la Iglesia" (n. 73).

j. No podemos olvidar, para terminar, una particular mención a la vocación de la mujer, sin cuya contribución - se afirma también en la Iglesia en América - "se perderían algunas riquezas que sólo el genio de la mujer puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. (...) La Iglesia en el Continente se siente comprometida a intensificar su preocupación por las mujeres y a defenderlas, de modo que la sociedad en América ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más la maternidad y respete más la dignidad de todas las mujeres" (n. 45).

Éstos son, aunque muy esquemáticamente, algunos puntos que quería recordarles, queridos hermanos y hermanas peruanos, con ocasión de su convenio. Podrán iluminarles en su empeño pastoral, que saldrá reforzado, -de eso estoy seguro- de este Convenio, para el que formulamos nuestros más cordiales, orantes deseos de total éxito.

Unidos en la fe, la esperanza y la caridad, con los más cordiales saludos

+ Arzobispo Stephen Fumio Hamao

Presidente

 

+ Arzobispo Agostino Marchetto

Secretario

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