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 CARTA DEL CARDENAL DOMENICO TARDINI,
EN NOMBRE DEL PAPA JUAN XXIII,
AL PRESIDENTE DE LAS SEMANAS SOCIALES DE FRANCIA

 

Señor Presidente:

Por segunda vez en el curso de su historia, ya tan rica y fructífera, la Universidad ambulante de las Semanas Sociales recorrerá la Champaña y el celoso pastor de la archidiócesis de Reims, monseñor Francisco Marty, acogerá del 11 al 16 de julio a los conferenciantes y oyentes de esta sesión.

En esta ocasión el Padre Santo se complace en alentar de nuevo los pacientes esfuerzos por profundizar el mensaje social cristiano que se proponen las Semanas Sociales de Francia. Los felicita por el excelente trabajo realizado desde hace tantos años al servicio de los hombres.

El tema que trataréis este año —"la promoción de los jóvenes en la comunidad de las generaciones"— adquiere en sí mismo muy grande importancia. En efecto, es capital que las generaciones adultas sepan acoger con benévola y paciente comprensión y, sobre todo, con afecto a las generaciones que suben. Estas, a su vez, podrán prestar a la sociedad su contribución propia de generosidad y entusiasmo, participando así en el desarrollo armonioso de la gran familia humana.

Esta acogida y aportación se sitúan en un mundo en continua y rápida transformación. La ciencia y la técnica han logrado progresos espectaculares que no dejarán de tener repercusiones en los espíritus y costumbres. Además, el envejecimiento de la población francesa ha sido sustituido desde hace varios años por un resurgimiento demográfico lleno de promesas. Hay que alegrarse de este dinamismo nuevo debido, sin duda alguna, a la actitud valiente de la Jerarquía así como a acertadas disposiciones sociales, al celo de los organismos familiares y, sobre todo, a la generosa fecundidad de los hogares. En todo caso, no se puede negar que el tema propuesto por la semana social de Reims adquiere por esto mismo una actualidad y urgencia particulares.

"Esta promoción de los jóvenes" es un hecho consumado, una feliz realidad, que revela la salud moral de vuestra patria. Con todo, plantea problemas difíciles para el presente y el futuro. Las nuevas generaciones están ahí, hay que prestarles buena acogida, ante todo ofrecerles un hogar capaz de recibirlas a medida que se ensancha en el círculo de la familia; darles también un ambiente de vida que sea físicamente sano y moralmente educativo. Sería de desear que todos los responsables de los "grandes conjuntos" pensasen en ello.

Es necesario construir escuelas, reclutar y formar maestros, dar a cada niño, con la instrucción proporcionada a sus aptitudes, la educación completa que le equiparará para la vida. Esto supone la colaboración de todas las buenas voluntades y el establecimiento de una verdadera y durable "paz escolar" que respete los derechos de la Iglesia y las exigencias de una sana libertad.

Cada año será preciso, además, prever la creación de nuevos empleos en número considerable. Estas medidas no harán más que estimular provechosamente la economía nacional e incitar a los diversos responsables a la audacia en las inversiones, al descubrir soluciones nuevas, a la conquista y extensión de los mercados en una Europa de fronteras abiertas. ¡Dichosos los países a quienes las leyes de la vida obligan a la renovación y al esfuerzo!

Pero la principal dificultad no está solamente en las cuestiones demográficas o económicas, se halla, sobre todo, en la oposición entre las generaciones: los jóvenes se vuelven hacia el futuro, mientras que los adultos permanecen, a menudo, demasiado apegados al pasado. Por eso no es de extrañar que este fenómeno se manifieste más acuciante en nuestros días en que los niños crecen en un mundo muy diferente del que presenció la formación de sus padres.

Si la juventud de hoy parece independiente, impaciente, inquieta, pronta a criticarlo todo y a todos, sin embargo, alimenta en lo más profundo de sí misma un vivo deseo de obrar bien, una aspiración hacia justas renovaciones; está animada de una generosa prontitud para el trabajo y el sacrificio.

Por otra parte, si la experiencia ha venido a madurar la sabiduría y la prudencia de los adultos, ¿no podría uno preguntarse a veces si los fracasos y desilusiones de la existencia no han entibiado su valor y debilitado su entusiasmo para la acción?

Otras tantas razones para promover un intercambio constructivo entre los diversos sectores de la población. Va en ello la salud moral de un pueblo y la conservación de su patrimonio nacional.

El hogar familiar es, sin duda, el primer lugar de este diálogo. A causa de los profundos vínculos que los unen a sus hijos, los padres son más aptos que otros para comprenderlos, para prepararlos también a formular juicios acertados y a comprometerse con decisiones personales. Pues ¿acaso todo el arte del educador no consiste en ayudar al adolescente a que llegue a la edad adulta y a formar su personalidad en un progresivo dominio de sí mismo? Lo cual quiere decir suficientemente que la educación cristiana dada en el hogar tenderá a desarrollar a los niños, a permitirles vivir con mayor adaptación a las exigencias espirituales de su época y los invitará a interpretar en un estilo nuevo de vida los sabios principios que habrán recibido piadosamente. Al contrario, si hay, desgraciadamente, jóvenes que se colocan al margen de la vida social; si hay adolescentes que se muestran "inadaptados sociales", ¿acaso no es casi siempre por haber crecido fuera de un hogar o en un hogar sin verdadero amor? "La sociedad —afirmaba el Papa Pío XI—es lo que hacen las familias y los hombres de que se compone, como el cuerpo está formado de miembros" (Encíclica. Casti Connubii, AAS., t, 22, p. 554).

Iniciada en la familia la promoción de los jóvenes, se continúa fuera del círculo familiar. Aquí también la iniciativa reside, principalmente, en los adultos. Superando actitudes espontáneas de defensa ante el vigoroso empuje de los jóvenes, los hombres situados deben adquirir una conciencia viva de su solidaridad con toda la comunidad humana. lejos de acaparar celosamente un patrimonio  patrimonio ,de riquezas, de técnicas, ciencias, civilización y sabiduría, adquiridos en el transcurso de los siglos, se interesarán por comunicarlos profusamente. Así la sociedad no se contentará con reducir a los jóvenes a una situación de ejecutores, sino que sabrá iniciarlos sin demora en las responsabilidades, confiándoles progresivamente una parte en la elaboración de las decisiones. Crear empleos en cantidad suficiente es una necesidad primordial; procurar los esfuerzos de imaginación y buscar perspectivas, como dicen, para prever lo que será el mundo de mañana y las funciones que exigirá, es otra no menos urgente. Esta anticipación no se apoyará únicamente en las necesidades locales actuales, sino que se inspirará  en una noción cristiana del bien común, que comprende todos los lugares y se abre al futuro. Pues el hombre es solidario de las diversas comunidades a que pertenece: la madre vive para sus hijos, como uan generación para las siguientes. Este hecho impone opciones, exige sacrificios, compromete el consentimiento de toda la comunidad y especialmente el acuerdo entusiasta de los jóvenes. Por lo cual importa asociar a estos últimos a las nuevas orientaciones de la economía y de las instituciones.

Así como hay aprendizaje del oficio, hay también una preparación para los cargos que esperan al ciudadano de mañana. Esta se deriva, en gran parte, de la observación y de la reflexión personales. Uno de los elementos que dan valor a los numerosos movimientos de juventud católica en Francia es, precisamente, que saben dar un método a la educación de sí mismo. Antes de que los jóvenes se lancen a la acción estos movimientos les enseñan a observar, a estimar las conductas, las instituciones y situaciones en función del mensaje evangélico; los acostumbran también a medir sus intervenciones según las necesidades del momento.

La generación que sube no estará equipada para la vida si no se preocupase por adquirir, además de las aptitudes y conocimientos técnicos indispensables, un sistema de pensamiento que explique sus gestiones y oriente sus iniciativas. Pronto deberá tomar parte en la gestión de los negocios, en la actividad cultural, social, económica y política del país; en una palabra, asumir sus responsabilidades. ¿No sería temerario hacerlo si no se asegurase de poseer este conjunto de verdades ciertas que ofrece la doctrina social de la Iglesia que le permitirá, llegado el caso, participar con éxito en la vida cívica y hasta resolver los problemas nuevos que no dejarán de presentarse?

Por lo demás, la juventud se interesará en desarrollar en sí misma las preciosas cualidades que facilitarán en gran manera su inserción en el mundo adulto: aprender la docilidad y la paciencia, al mismo tiempo que forma el carácter, con objeto de superar las oposiciones instintivas y estériles de la adolescencia; cultivar los dones del espíritu y del corazón, adquirir competencia, amplitud de miras, perseverancia y tenacidad respecto de sí mismos y de los hombres bajo la mirada de Dios, tal es el programa que espera a los jóvenes de hoy y hará de ellos los adultos que necesitará el mundo de mañana. "El pueblo —recordaba el Papa Pío XII, de venerable memoria— vive de la plenitud de la vida de los hombres que le componen, del que cada una—en el lugar y de la manera que le son propias—es una persona consciente de sus responsabilidades y convicciones propias" (Radiomensaje en la víspera de Navidad, 24 de diciembre de 1944, AAS, 37, p. 13).

Al terminar estas consideraciones, ¿cómo no afirmar de nuevo que la Iglesia, siempre fiel a su misión, presta un enorme interés al desarrollo de la historia de los hombres y a la diversidad de sus comunidades? No sólo se alegra de la promoción de los jóvenes, sino que despliega con ellos, como lo hizo ayer y lo hará mañana, una solicitud muy maternal llena de comprensión y de amor. Al contacto con el mundo que se transforma y bajo la acción apremiante del Espíritu Santo, la Iglesia desborda de vida sobrenatural. Siempre joven y conquistadora la Iglesia contempla a la luz del Verbo divino la vocación dada a todas las generaciones de reunirse en torno a Cristo Jesús. Ella sabe que el plan divino implica para todos los hombres el deber de formar sólo un cuerpo místico en el que los jóvenes y adultos, niños y ancianos ocupan su lugar. Así, a través de los siglos, toda la humanidad se pone en marcha hacia Dios hasta la consumación del mundo.

A los hombres que se sienten tentados de olvidar o negar los valores humanos la Iglesia recuerda y afirma la verdadera dignidad de la persona inteligente y libre, así como la gran importancia de la vida social, fundada en la verdad, la justicia y la unión fraternal de todos. Pero también sabe que estos valores tienen límites; vividos por hombres pecadores y redimidos, tienen que ser transformados por la gracia del Señor, para que los hombres puedan entrar un día en la gloria del Padre.

De las generaciones que suben espera mucho la sociedad, y con razón. Por su parte, la Iglesia discierne desde ahora entre estos jóvenes los que mañana serán sus ministros o los auxiliares de su apostolado, y se alegra de ello. Tomando la palabra el día de Pentecostés, después de la consagración de los nuevos obispos, que acababa de efectuar, el Padre Santo evocaba así esta esperanza de la Iglesia: "Las generaciones dotadas de una rica experiencia y las que la siguen... ofrecen un gusto anticipado de los éxitos del futuro. Ante tantos jóvenes desbordantes de vida, de fervor, de .valor, formados en las buenas costumbres y en el respeto de las tradiciones, nos viene el pensamiento: ¿Por qué no se encenderá en muchos de ellos la llama que los impulsaría a dejarlo todo para consagrarse al sacerdocio, a la vida religiosa, al cumplimiento de las obras de misericordia, a los inmensos campos del apostolado misionero?... Nuestro deber es animar y orar hoy como ayer y siempre... Deus dabit incrementum".

Sea dado esperar que la Semana Social de Reims, al disponer una solución cristiana a los problemas planteados por la "promoción de los jóvenes", contribuirá por su parte, a asegurar a la sociedad de mañana las estructuras y el clima en que podrán desarrollarse y expansionarse armoniosamente las más nobles aspiraciones de la generación que sube, para satisfacción de la Santa Iglesia y mayor provecho de la comunidad nacional.

Al formular este deseo, el Padre Santo le imparte de todo corazón a usted, que ejercerá por segunda vez, con celo y competencia, las funciones de presidente, a los miembros de la Jerarquía y a todos los participantes en la Semana Social de Reims, en prenda de las mejores gracias, una copiosa Bendición Apostólica.

Reciba, señor presidente, con mis votos personales por el feliz resultado de esas importantes reuniones, la expresión de mis devotos sentimientos en Nuestro Señor.

Del Vaticano, 16 de junio de 1961.

Domenico Card. Tardini
Secretario de Estado

 

 

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