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CEREMONIA DE DESPEDIDA

PALABRAS DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
AL FINAL DEL ENCUENTRO

Biblioteca de la Secretaría de Estado
Martes 15 de octubre de 2013

 

Santo Padre:

La conclusión de mi responsabilidad como secretario de Estado ha coincidido con la peregrinación a Fátima en el aniversario de la última aparición y del 60º de la dedicación de la basílica del Santo Rosario. Hay quien ha dicho que en aquel santuario mi misión se ha concluido con broche de oro. Ya había estado en Fátima para la dedicación de la basílica de la Santísima Trinidad, poco más de un año después del inicio de mi mandato, y me agrada pensar haber pasado estos años bajo la especial protección de María.

Es difícil trazar un balance completo de los siete años que he estado junto al Papa Benedicto XVI y, por un breve pero intenso período de siete meses, junto al Papa Francisco. Por otro lado, la memoria de lo vivido es compartida con casi todos los aquí presentes porque juntos hemos trabajado en distintas responsabilidades con dedicación y a veces con sacrificio. Y por todo les doy las gracias.

Lo que nos ha apasionado con el Papa Benedicto XVI ha sido ver a la Iglesia comprenderse a sí misma en lo profundo como comunión, y al mismo tiempo capaz de hablar al mundo, al corazón y a la inteligencia de cada uno con claridad de doctrina y altura de pensamiento. Cito solamente los grandes temas de la relación entre fe y razón, entre derecho y ley natural; los grandes discursos entre los que me gusta recordar aquél al Parlamento alemán y a Westminster Hall, así como al Collège des Bernardins en París; la valoración de la común identidad cristiana de los hermanos de las otras Iglesias y comunidades cristianas; el renovado diálogo teológico con los hermanos mayores judíos; las relaciones caracterizadas por estima recíproca con los musulmanes (y de ello dan fe los viajes a Turquía y a Líbano) tras el difícil equívoco del discurso en Ratisbona, que han hecho de la Iglesia un interlocutor buscado y apreciado; las encíclicas entre las cuales se perfila en el panorama político, social y económico la Caritas in veritate, que ha reunido un consenso universal.

El Papa Benedicto XVI ha sido un reformador de las conciencias y del clero. Su pontificado ha estado recorrido por fuertes proyectos pastorales: el Año paulino, el Año sacerdotal y el que está a punto de concluir, el Año de la fe. Sufrió profundamente por los males que desfiguran el rostro de la Iglesia y por ello la dotó de una nueva legislación que golpee con decisión el vergonzoso fenómeno de la pedofilia entre el clero, sin olvidar el emprendimiento de la nueva normativa en materia económico-administrativa.

Y cuando el Señor le inspiró, tras profunda meditación e intensa oración, la decisión de la renuncia, entregó el ministerio petrino a su sucesor llegado de lejos y enviado por el Espíritu de Jesús.

Veo hoy en el Papa Francisco no tanto una revolución, sino una continuidad con el Papa Benedicto XVI, si bien en la diversidad de los acentos y de los segmentos de vida personal. Pienso por ejemplo en las Jornadas mundiales de los jóvenes de Madrid y de Río de Janeiro.

La escucha, la ternura, la misericordia, la confianza son estupendas realidades que he experimentado personalmente en la multiplicidad de los coloquios, en los gestos, en las sorpresas de las llamadas telefónicas, en las tareas que me ha encomendado. ¡Gracias, Papa Francisco, por su benevolencia!

Y para terminar no puedo dejar de subrayar dos expresiones que refuerzan esta continuidad: el don del consejo espontáneo e inspirado, proyectado hacia el futuro pero rico de memoria, y la común devoción mariana ferviente. No hay imagen más bella de los dos Papas que la que les fotografía a cada uno recogido en oración ante la imagen de la Virgen: en Fátima, en el Año sacerdotal 2010, el Papa Benedicto XVI, y en Roma, ante la misma imagen, en el Año de la fe, el Papa Francisco, para poner a toda la Iglesia en estado de penitencia y de purificación. Parece precisamente que desde Fátima se debe recomenzar.

Que María ayude al Papa Francisco y al nuevo secretario de Estado, su excelencia monseñor Pietro Parolin, a quienes damos todos una cordial bienvenida, a desatar los nudos que aún impiden a la Iglesia ser en Cristo el corazón del mundo, horizonte deseado e incesantemente invocado. Es nuestra ardiente oración.

¡Gracias Santo Padre!

 
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