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ORDENACIÓN EPISCOPAL DE MONS. PAUL TABET

HOMILÍA DEL CARDENAL AGOSTINO CASAROLI*

Bkerké, Beirut
Domingo 30 de marzo de 1980

 

Beatitud, Eminencia,
Señor Representante del Presidente de la República,
Excelencias,
Queridos hermanos y hermanas:

No puedo ocultar la profunda emoción que experimento al encontrarme, por primera vez, aquí en el Líbano; aquí, en el corazón de la comunidad maronita, cuyas miradas convergen en este centro, en el que se encuentran espiritualmente sus hijos dispersos por los más lejanos lugares del mundo, donde llevan consigo el recuerdo y la nostalgia de su país dando allí pleno testimonio de fidelidad a su larga historia.

1. ¡El Líbano!' País que evoca antiguos recuerdos de grandes civilizaciones que dejaron aquí el signo todavía impresionante de su antigua expansión. Recuerdo —en especial para un cristiano— de páginas de la Biblia, donde la "gloria del Líbano" aparece como una visión de esplendor. Recuerdo igualmente de páginas del Evangelio que narran el paso del Salvador, Jesús, dulce y amable de corazón, por alguna de estas regiones. Recuerdo también del venerado fundador de la comunidad maronita, San Marón, y de las aventuras de sus hijos; los cuales, para preservar y defender la pureza de su fe se refugiaron en la montaña que se transformó así en santuario, salvaguardia de sus tradiciones, de su rito, de su identidad. Recuerdo, por último, de las múltiples vicisitudes que el país ha conocido hasta llegar al Líbano moderno, patria, ciertamente de comunidades diversas pero unidas fraternalmente en una idéntica aspiración a la libertad y al progreso.

Estos recuerdos llegan a mi ánimo en este día, que reviste para el Líbano en general y especialmente para la comunidad maronita un singular significado. Hoy, en efecto, un hijo de esta comunidad, un hijo de esta nación, recibe, con la ordenación episcopal, la plenitud del sacerdocio, para ir, revestido de la dignidad que le agrega al Colegio de los sucesores de los Apóstoles de Cristo, a representar al sucesor del primero de los Apóstoles, Pedro, el Obispo de Roma, ante diversas comunidades católicas y ante gobiernos de diferentes países de las Antillas, que han llegado a la independencia nacional en época relativamente reciente.

Es, por tanto, un motivo de gozo bien justificado, de legítimo orgullo; tanto más cuanto que mons. Paul Tabet es el primero, que se recuerde, en ser llamado al cargo de Nuncio Apostólico, a lo largo de la historia multisecular de la nación libanesa.

2. Semejante gozo no debería quedar oscurecido ni siquiera por las preocupaciones del momento, ciertamente repleto de problemas, que el Líbano continúa viviendo tras un larguísimo período de destrucciones y de muerte. Antes, al contrario; yo diría que este acontecimiento, reuniendo aquí, en Bkerké, a representantes de las diversas comunidades que integran la nación libanesa, aparece como el signo de una unidad profunda, no afectada por las pruebas; como un presagio de esperanza para un mañana más sereno, en la concordia y en el esfuerzo común de recuperación por parte de todos los hijos de esta noble tierra.

Me alegro grandemente de poder aprovechar esta ocasión para expresar al venerable Patriarca maronita, Su Beatitud Antoine Pierre Khoraiche, que tan amablemente me ha invitado a esta ceremonia, mi gratitud por su cordial cortesía, así como la estima que merece por el acierto, sereno y paternal, con que guía el rebaño que el Señor le ha confiado en estos tiempos difíciles. Saludo igualmente a los obispos de la jerarquía maronita y a todos los demás hermanos en el Episcopado, que pertenecen a otros ritos católicos. Expreso también mis sentimientos de profunda amistad a los representantes de otras Iglesias hermanas y, por medio de ellos, a sus Jefes; su presencia aquí es un gesto significativo del clima de fraternidad y de colaboración que se instaura entre nosotros, como preludio a la comunión completa que todos deseamos. Con los mismos sentimientos de estima, dirijo mis saludos a los responsables de otras comunidades religiosas que rinden culto a un Dios único y han querido asociarse a este encuentro de oración. Por otra parte, me complazco en saludar a los Representantes del Presidente de la República y del Gobierno libanés... Y les ruego que transmitan mis homenajes al Jefe del Estado.

3. Mi participación os hace presente aquí, en cierto modo, al Santo Padre. El cual, por otra parte, me ha entregado para vosotros un mensaje, que tendré el honor de leeros.

Mi presencia aquí en nombre del Papa y también el hecho de que un hijo del Líbano haya sido elegido por el Santo Padre para ser su propio Representante y que, para cumplir esta misión, va a recibir la gracia y el peso del Episcopado, ¿no nos lleva, casi naturalmente, a reflexionar un instante sobre lo que es la presencia del Papa en la Iglesia y en el mundo: para los católicos, para los cristianos, para los otros creyentes, para la gran familia de los hombres y muy especialmente para el Líbano? Permitidme, pues, que evoque lo que es ya, sin duda, familiar al corazón , de cada uno de vosotros.

Sí, los católicos saben bien lo que es el Papa. Ven en él a quien, siendo Obispo de Roma, preside en la unidad de la fe y en la comunión a todos los obispos y a todos los fieles. De ese modo asegura el bien común de la Iglesia universal y al mismo tiempo el bien de cada una de las Iglesias, garantizándoles su legítima diversidad. El Papa es, para los católicos, en la línea del Apóstol Pedro y de su célebre profesión de fe, la roca sobre la cual se construye la Iglesia. Es el Pastor supremo de la Iglesia, heredero de la misión que Cristo confió a Pedro diciéndole: "Confirma a tus hermanos. Apacienta mis corderos. Apacienta mis ovejas". Ciertamente, Cristo, Fundador de la Iglesia, sigue siendo su Fundamento perpetuo e invisible, el Buen Pastor, la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia; pero el Sucesor de Pedro es, con un título totalmente especial, Servidor de Cristo para la edificación de la Iglesia, al asumir sus funciones de Jefe en el plano de la visibilidad. Concretamente, cada obispo, cada católico miran hacia el Obispo de Roma para recibir el impulso de su testimonio, para verificar la autenticidad de su propia fe, para coordinar su acción de caridad y de apostolado con el conjunto del Cuerpo eclesial. Eso significa el afecto y la confianza que cada corazón de católico tiene por el Santo Padre. Eso significa la intención especialísima que le reserva en su oración. Eso significa el gozo que experimenta cuando, como hoy, le siente cerca de sí.

Pero incluso el conjunto de los cristianos que todavía no están en plena comunión con el Papa, se sienten también inducidos a reconocer en él, como decía Pablo VI en su Encíclica Ecclesiam suam, ese "primado de servicio, de ministerio y de amor" que le corresponde por ser Obispo de Roma, sucesor del Corifeo de los Apóstoles. En todo caso, para ellos es también un testigo infalible de la fe en Jesucristo y de las exigencias del Evangelio. Los Papas, especialmente en nuestros días, aportan a la búsqueda de la unidad de todos los cristianos, en la verdad y en la caridad, al mismo tiempo el interés y la prudencia que son fruto de su singular responsabilidad. El espíritu ecuménico encuentra, por tanto, en el Papa un defensor y un promotor, desde el momento en que se trata de seguir mejor la voluntad de Cristo y de testimoniar conjuntamente su designio redentor, dentro del respeto de las riquezas espirituales de cada una de las Iglesias.

Me alegra también poder comprobar que quienes, sin ser cristianos, adoran al Dios único y soberano, saben que tienen la estima del Papa y no dudan en manifestarle la suya. El Papa reconoce de buen grado los valores espirituales y morales contenidos en su religión. Y, sin confusión en el plano de la fe, unos y otros están dispuestos a promover los ideales que tenemos en común dentro del ámbito de lo absoluto, de la libertad religiosa, de la vida fraternal.

Y, ¿qué decir de lo que el Papa es para el mundo, para los responsables de las naciones? Incluso quienes no están dispuestos a dirigirse a él como un hombre de la religión e incluso muchos de los que no aprecian la fe y llegan hasta oponerse a ella, no pueden menos de reconocer en el Papa, además del heraldo de los valores espirituales, el abogado desinteresado de la paz, de la libertad, del desarrollo de los pueblos, de los derechos del hombre. Sin disponer de otros medios que el llamamiento a las conciencias, el Papa no cesa de invitar a los hombres a renunciar a la mentira, a las disensiones y a las guerras, para aminorar sus tensiones mediante la negociación y la ayuda. mutua, de modo justo y razonable. Los Mensajes con motivo de la Jornada mundial de la Paz son desde hace tiempo claro testimonio de ello., Y cuando se ve el número de países y de organizaciones internacionales que han querido entablar relaciones estables con la Santa Sede se comprende el puesto singular que el Papa tiene en el mundo.

He ahí, pues, quien es la persona de la que nuestro hermano y amigo, mons. Paul Tabet, se apresta a ser Representante y portavoz.

4. Pero detengamos nuestra mirada sobre este amado país del Líbano. ¿Qué cosa es el Papa para el Líbano? Creo que espontáneamente se podría responder: un amigo. Sí, un amigo que siente por este país un afecto especial, como —podríamos decir— por un hijo querido. Desde siempre, los Papas han apreciado la originalidad de su historia y de su patrimonio, la valentía de sus hijos. Estos están convencidos de su derecho a vivir en la independencia y en la paz, con las estructuras que les son propias. Esta pequeña nación, dentro del Oriente Medio, aparece ante los Papas como el símbolo privilegiado de un equilibrio y de una armonía posibles y que ha de buscarse siempre, a nivel de instituciones y de la vida cotidiana, entre comunidades religiosas diversas, especialmente entre cristianos y musulmanes, sobre una base de igualdad.

Esta proximidad de corazón hace que los Papas sientan todavía más dolorosamente los fracasos, las rupturas, las destrucciones, los estragos que han marcado este país durante los últimos años. Ellos han querido —y el Papa actual lo quiere también— aportar cada vez con mayor eficacia una contribución específica para la recuperación de la vida fraternal, teniendo en cuenta, con realismo y equidad, los elementos pasados y los elementos actuales de la situación.

Para la Santa Sede, en todo caso, el Líbano debe poder continuar siendo "un ejemplo de coexistencia pacífica y mutuamente fructuosa de comunidades distintas", como decía recientemente Su Santidad Juan Pablo II en la tribuna de las Naciones Unidas. El Papa desea ardientemente que la unidad, la integridad territorial y la independencia del Líbano sean salvaguardadas, con la autoridad que es necesaria al Estado para asegurar el bien común y la paz; que cada comunidad se beneficie del respeto a sus derechos y contribuya por su parte al diálogo pacífico, a la concordia, a la reconstrucción. Y está seguro de que los libaneses son capaces de ello.

El Líbano será ante todo lo que los libaneses quieran que sea. Hay ciertamente otras condiciones, de índole más amplia, que derivan de la responsabilidad de otros países y de otras fuerzas e incluso de la Comunidad Internacional. Pero de todas formas la condiciones morales y espirituales son determinantes y una responsabilidad especial compete a los responsables de las comunidades religiosas. Porque es ante Dios cómo los ciudadanos del Líbano, sea cualquiera su confesionalidad„ pueden resolver en virtud de los sentimientos religiosos que tienen en común dentro de su diversidad, situaciones cuya solución aparece muy difícil, tratando de conseguir ese aumento de equidad, de respeto mutuo, así como también de perdón, de amor fraterno, de esperanza, que les es necesario. Todos nosotros rogaremos por esta intención, que proponemos también a la conciencia de todos cuantos tienen una responsabilidad de cara al presente y al futuro del Líbano y, por tanto, de toda la región.

Y pediremos unidos por este hijo del Líbano que va a desempeñar la noble tarea de representar al Papa en tierras lejanas, permaneciendo siempre apegado a su patria donde están sus raíces. Que el Señor, en virtud de su Espíritu, fecunde sus cualidades personales y los talentos que ha podido desarrollar apoyado en la fe vigorosa y en las ricas tradiciones de su comunidad maronita, en el tesoro de los valores humanos de su nación y en la experiencia ya adquirida junto a la Santa Sede. El servicio que ha de realizar es muy exigente, como lo es el de todo obispo. La liturgia de este santo día del Domingo de Ramos nos pone ante los ojos el cortejo festivo que acompañaba a Jesús en su entrada en Jerusalén; pero Jesús no se ilusionaba por este triunfo efímero, ya que la gloria que él esperaba era la que recibiría únicamente de su Padre, el día de su resurrección. Y debería pasar antes por la prueba de la pasión, por la cruz, que sería la muestra de la fidelidad suprema, del amor total. También nosotros, en medio de la alegría de esta jornada, no podemos olvidar que toda vida humana y especialmente el servicio de la Iglesia llevan también consigo pruebas y cruces, lo que exige dedicación y sacrificios, con un amor sin desmayos. Pero Dios es fiel. Y es El quien sostendrá a su servidor. En nombre del Santo Padre, en nombre de todos sus colaboradores, yo formulo ante usted, querido mons. Tabet, votos fervientes y cordialísimos, rogando a Dios que bendiga todo su ministerio episcopal que hoy toma su origen en esta ordenación, para orgullo del Líbano, para el servicio de la Santa Iglesia, utilidad de las Iglesias locales y de los pueblos adonde se le envía, así como para gloria de Dios.


*L'Osservatore Romano. Weekly Edition in English n°16 p.17, 18.

 

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