The Holy See
back up
Search
riga

MENSAJE EL CARD. AGOSTINO CASAROLI,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II,
AL CONGRESO MUNDIAL DE LA ORGANIZACIÓN CATÓLICA
INTERNACIONAL DEL CINE (OCIC)

 

Al rvdo. don Lucien Labelle

Señor presidente:

E1 Santo Padre me ha encargado manifestarles su interés y deseos sobre el Congreso mundial de la Organización Católica Internacional del Cine, que ha reunido en Manila a una significativa representación de los que colaboran en la pastoral de la Iglesia en el campo relativo al mundo del cine.

Habéis elegido ciertamente un tema muy oportuno: "Influencia cultural y social de las películas extranjeras". Y os proponéis someterlo al examen de los participantes a fin de estudiarlo sobre la base de la experiencia concreta vivida en las distintas naciones que ellos representan.

Os encontráis hoy ante una problemática difícil y compleja por razones que no conciernen sólo el tema específico de esta asamblea, ya bastante delicado en sí. Pues se trata de considerar este significativo fenómeno globalmente en una sociedad que es cada vez más "sociedad de comunicación", y teniendo en cuenta los cambios, es decir, las crisis que se originan al adaptarse los hombres al progreso de esta tecnología moderna.

El Santo Padre desea que los representantes de todos los eslabones de la cadena de comunicación en el mundo del cine, puedan recibir una palabra evangelizadora en toda la amplitud y profundidad de este término. Por medios adecuados y eficaces haría falta llegar a los varios artífices del arte cinematográfico, por ejemplo, a los productores, directores, redactores y actores.

La influencia del cine reviste hoy aspectos que complican el problema. En cierto sentido parece hallarse en crisis este medio de comunicación, entre otras causas, por el impacto y atracción creciente de la televisión. Pero la importancia del cine sigue siendo relevante y la misma televisión utiliza muchas películas en sus programas. Por otra parte, numerosos países no tienen casi ninguna producción cinematográfica. En estos casos la crisis del cine nacional aumenta la influencia del cine extranjero y favorece, por tanto, la transmisión de valores o modelos religiosos y morales, sociales y culturales que pueden enriquecer, claro está, el patrimonio de estos pueblos —no hay que minimizar esta posibilidad—, pero a la vez pueden revelarse marginales y hasta opuestos a los valores de su cultura y lesionar o trastocar por ello su identidad.

La OCIC, por tanto, debe examinar de cerca este importante fenómeno sobre todo en los países de Asia y África, donde las películas, generalmente de procedencia extranjera, constituyen un instrumento privilegiado de comunicación que figura entre los mass-media más manejables e influyentes.

Por ejemplo, hay que preguntarse en qué medida este instrumento contribuye a la paz, a la comprensión entre los ambientes sociales y entre los pueblos, al respeto de los demás, al conocimiento y profundización de sus problemas reales y a la fraternidad de todos. "La comunicación no es de por sí comunión", advertía ya Pablo VI (Mensaje de la V jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, 25 de marzo de 1971).

La OCIC debe afrontar también y en primer lugar un tema que debería preocuparle especialmente por el hecho de ser una organización católica: la influencia de muchas películas producidas en países industrializados y puestas en circulación ampliamente sin la mínima inquietud por los valores morales y religiosos que debe asumir toda conciencia humana, valores a los que con gran frecuencia los pueblos del Tercer Mundo con razón conceden gran importancia a causa de sus tradiciones.

Sucede incluso que ciertas representaciones obscenas y blasfemas llegan a conturbar sus conciencias.

En este punto y en otros, por ejemplo en el de la violencia, es importante hacer reflexionar sobre el carácter ambiguo y peligroso de exportaciones o importaciones desconsideradas de productos adulterados, y sobre el consumo ciego, que se inspira ante todo en el afán de lucro, más que en favorecer el auténtico progreso de los hombres y de las civilizaciones. Tal toma de conciencia no debe refugiarse en lamentos impotentes, sino que ha de provocar esfuerzos concretos en diversas direcciones, tales como el de dar testimonio transparente por parte de los miembros de la OCIC, intervenir ante las instancias responsables y formar la opinión pública y la de los educadores.

Los responsables del cine, en particular, deben tener cada vez mayor conciencia de que su poder es grande, como lo es también su influencia sobre cada persona y en la sociedad. La nobleza de su profesión, su deber de ser humanos y solidarios de los otros, sin hablar de las exigencias de su fe, sí son cristianos, les exige promover sin cesar, con el más alto sentido de responsabilidad, los valores humanos y espirituales comunes a todas las culturas. Incluso en el plano del arte la primacía del orden moral objetivo significa no sólo una garantía de maduración del individuo, sino también un camino hacia la profundización de la cultura y hacia la más auténtica liberación social (cf. Inter mirifica, 6).

Importa asimismo inducir a reflexionar y formar a los espectadores que son de procedencia muy variada: miembros de sociedades industriales y de países en vías de desarrollo, lo que se llama el "gran público" y el público especializado, familias, padres e hijos, educadores y jóvenes. No debería ser imposible llegar a un cierto tipo de diálogo y de acuerdo entre el conjunto de los espectadores, contando con sus exigencias legítimas y con el poder eficaz de su acción solidaria y responsable, y el mundo de la producción en el que la inspiración artística, cultural y social debe desarrollarse teniendo en cuenta las aspiraciones auténticas del hombre y las aspiraciones de los cristianos (cf. Carta del Secretario de Estado al Congreso mundial de la OCIC de Brasil, 15 de abril de 1975).

Afrontamos aquí ciertamente un problema muy amplio y muy complejo. En éste, como en otros terrenos, la Iglesia es bien consciente en su acción evangelizadora de que está encargada de una misión difícil que exige medios netamente superiores a aquellos que generalmente están a su disposición. Habrá de provocar la ayuda de cuantos puedan dar testimonio y actuar con ella humilde y valientemente a un tiempo, con modestia y eficacia y también capilarmente, pero sin omitir los medios de gran alcance. Puede decirse que la proliferación de organismos nacionales y locales que mantienen la presencia cristiana en el mundo del cine, forma parte integrante de los objetivos de la OCIC. Corresponde a vuestra oficina internacional apoyarlos, armonizar su acción, ayudarles a cumplir su misión, promover el diálogo, formar a las personas, estudiar los medios de suscitar los movimientos correctivos que a veces son necesarios y, sobre todo, impulsar una promoción eficiente tanto en el terreno comercial como en el plano católico.

Finalmente y más allá del problema de la incidencia de un producto, sea extranjero o no lo sea, está la cuestión esencial de la formación del espectador. Se trata de inculcar en los adultos conciencia madura y justa, capacidad de seleccionar libremente en vez de asimilar pasivamente productos prefabricados, y capaces también de elaborar juicios críticos. No sólo deben saber, sino también querer. No se puede eludir el puesto de los medios de comunicación en la educación de los niños y de los jóvenes y, por consiguiente, tampoco del cine omnipresente en la formación escolar y en el ocio, sea directamente o a través de la pequeña pantalla, sino que se deben utilizar con plena conciencia. A este nivel la colaboración entre la OCIC y la UNDA será beneficiosa para aprender a utilizar mejor los medios audiovisuales de grupo.

El Santo Padre desea que las deliberaciones de la OCIC en Manila ayuden a impulsar la reflexión y la acción concertada de los cristianos a todo nivel sobre los puntos señalados, y muy de corazón pide la luz y fuerza del Espíritu Santo para todos los participantes y en prueba de estima y aliento les envía su bendición apostólica.

Complacido de ser intérprete de estos sentimientos me reitero de usted, señor presidente, afectísimo en Cristo.

Cardenal Agostino CASAROLI
Secretario de Estado

 

 

top