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CARTA DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO
A LOS CONSILIARIOS, MÉDICOS Y ENFERMOS DE HOSPITALES PSIQUIÁTRICOS REUNIDOS EN ESTRASBURGO

 

Rvdo. Sr. A. Gebus,
consiliario y organizador de la IV sesión internacional
sobre experiencias nuevas para la sanidad mental
Estrasburgo- Robertsau.

Señor consiliario:

El Santo Padre ha sido informado del nuevo Congreso internacional de los consiliarios, médicos y enfermeros de hospitales psiquiátricos, que va a tener lugar en Estrasburgo. El me ha encargado manifestar su muy particular interés por esta iniciativa y hacer llegar su apoyo a cuantos se entregan al servicio de los enfermos mentales y quieren reflexionar juntos a fin de mejorar todavía el servicio a los mismos. Tengo interés en recordar, ante todo, la larga carta que mi predecesor, el cardenal Villot, le dirigió en 1973 en nombre del Papa Pablo VI, y hago plenamente mías aquellas profundas consideraciones que nada han perdido de su actualidad. Durante este mismo "Año Internacional del Minusválido", la Secretaría de Estado publicó el día 4 de marzo un largo documento, cuyos principios y líneas de actuación son particularmente válidas para los enfermos objeto de vuestros cuidados. Y el mismo Papa Juan Pablo II ha tenido interés en subrayar personalmente su unión espiritual y afectuosa solicitud para con los minusválidos de "Fe y Luz" y para con sus parientes y amigos reunidos en Lourdes. Pero la responsabilidad profesional específica que vosotros asumís en los hospitales psiquiátricos merece una nueva demostración de estima y aliento.

Tal como el Santo Padre ha subrayado en multitud de ocasiones, es necesario defender la dignidad de todos los hombres y la fe proporciona una motivación especial a este deber natural; todos son creados a imagen de Dios y redimidos por Cristo; todos tienen el mismo origen, naturaleza y destino en el plan de la alianza divina, y se da una igualdad fundamental entre ellos. El mensaje evangélico es inseparable de "una "profunda estima por el hombre, por su entendimiento, su voluntad, su conciencia y su libertad" (Redemptor hominis, 12). Y tal amor obliga a mirar con interés especial sus capacidades humanas más elevadas, como son el sentido de lo absoluto y las relaciones con Dios y con el prójimo, en la verdad y la caridad.

A la vista de estos principios, los enfermos mentales se hallan en una situación particular, que se traduce en un llamamiento tanto más imperativo. Siendo limitadas sus facultades de conocimiento y de comunicación, ellos resultan particularmente vulnerables. Por otra parte, sus problemas y su característica ansiedad les hacen sufrir y esto pesa sobre las personas que están en contacto con ellos con las consiguientes consecuencias para su inserción familiar, profesional y social. El hecho de tener conciencia de ello equivale a subrayar el espíritu de entrega y de sacrificio que estos hermanos en Cristo reclaman de aquellos que realmente quieren ayudarles.

Por otra parte, la sociedad tiende a colocar el significado de la vida en la búsqueda del bienestar, concebido principalmente en términos económicos o sencillamente hedonistas. El enfermo mental puede en este contexto convertirse en un signo de contradicción, ya que él se convence de su incapacidad para conseguir este tipo de bienestar y aún más para contribuir a la búsqueda colectiva del mismo, con el consiguiente riesgo de resultar todavía más marginado.

Pero precisamente en este punto la visión cristiana del hombre abre perspectivas salvadoras para el enfermo mental y para quienes le rodean. Para esta visión, el sentido pleno de la vida no se limita a la búsqueda del bienestar. Quienes comparten tal visión no ignoran ni niegan la dimensión trágica de la vida, dimensión con la que la cruz les ha familiarizado. Por otra parte, no consideran que la ayuda a la persona minusválida esté privada de sentido, aun en el caso de que fuera escasa o nula la esperanza de una curación completa, antes al contrario, tienen conciencia de que aquí se aplica lo esencial de la Buena Nueva: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7), y conciben la misericordia no como una actitud condescendiente que lesionaría la dignidad de quienes se beneficiaran de la misma, sino precisamente como una forma de respetar y reconocer su dignidad herida a fin de acrecentarla (cf. Dives in misericordia, 2, 6, 14). Tales "pobres" son, en efecto, objeto del amor de Dios, de la salvación y de la promesa divina de vida eterna.

De esta forma el enfermo mental, a pesar de ser un hombre y un hermano carente de ventajas, tiene un derecho especial a la atención, al amor, a la entrega y a la aplicación de la capacidad profesional de quienes le puedan ayudar y que, gracias al progreso de las ciencias, se hallan felizmente en mejor situación para asegurarle un progreso humano. Por otra parte, no habría que olvidar —y esto constituye para vosotros frecuentemente un consuelo y una ayuda— que tales enfermos siguen poseyendo dotes y sobre todo cualidades afectivas que, por su parte, son capaces de ofrecer a quienes les rodean.

Quizá resulte acertado hacer notar que la ayuda ofrecida a tales minusválidos mentales debe evitar dos excesos: el de pretender exigir al enfermo un ejercicio de su libertad desproporcionado con su situación, cosa que prescindiría de la gravedad de la misma; y el de suprimir más de lo necesario aquella libertad que el enfermo es capaz de ejercer. De forma análoga, si no se puede tomar en consideración más que aquello que el enfermo es capaz de asumir en lo tocante a su plena participación en la vida social, hay que guardarse también de prohibir o limitar aquella participación de la que es capaz en un momento determinado. Finalmente, en el campo de los valores religiosos, si por una parte está claro que la ayuda médica o espiritual debe evitar fomentar manifestaciones patológicas del sentimiento religioso, por otra nunca debe ahogar la auténtica expresión de la fe, del sentido moral, del deseo de absoluto y de una relación filial con Dios, cosas que el Creador y el Redentor ha inscrito en el corazón humano. Con toda certeza, a los ojos de Dios, los conmovedores esfuerzos de estos minusválidos por vivir unidos con el Señor y amar a su prójimo pueden ser tan valiosos como los de sus hermanos más aventajados.

De esta manera, el servicio prestado en la perspectiva de una antropología cristiana se guarda de agravar la pérdida de las libertades personales o el aislamiento del mundo social; de la misma manera que, a fin de superar tales escollos, se guarda de recurrir a leyes excesivamente liberalizadoras y a un uso inmoderado de remedios psicótropos, ya que esto equivaldría, en un cierto sentido, a una forma de volver a la terapia del pasado, que consistía ante todo en encerrar a los enfermos. Uno y otro caso, equivaldrían al temor de pagar el precio de un amor realista y concreto y a privar a la persona de la libertad proporcionada a sus posibilidades.

Es, ciertamente, difícil adoptar la solución que promociona al enfermo mental tanto como ello es posible y de la mejor manera. Es para vosotros consiliarios, médicos, enfermeros y enfermeras, un timbre de gloria, intentarlo por todos los medios, con la ayuda de la sociedad y de las familias. En esta perspectiva de la búsqueda de lo "más humano" podréis conseguir que vuestros pacientes se beneficien de las nuevas prácticas posibles gracias al progreso de las ciencias y de la sicología, que son objeto de vuestras sesiones. Estoy seguro de que el amor a vuestros enfermos os estimulará a ello y que vuestra fe cristiana iluminará vuestros caminos.

Estos son los deseos que el Santo Padre formula para vosotros, ayudándoos siempre con la plegaria, al mismo tiempo que manda su afectuosa bendición apostólica a los congresistas de Estrasburgo y a todos aquellos que como ellos consagran su vida con generosidad y competencia al bien de nuestros hermanos enfermos y minusválidos mentales.

Al darle las gracias por el hecho de transmitir este mensaje a sus colegas, le ruego, señor consiliario, que acepte el testimonio de mi respeto.

Vaticano, 22 de junio de 1981.

Cardenal Agostino CASAROLI
Secretario de Estado

 

 

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