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CONSISTORIO ORDINARIO PÚBLICO 
PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES

PALABRAS DEL CARDENAL JEAN-LOUIS TAURAN
AL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Martes 21 de octubre de 2003

 

Beatísimo Padre: 

He aquí reunidos en torno a usted pastores de insignes Iglesias locales, beneméritos eclesiásticos y algunos colaboradores de la Curia romana, que su benevolencia eleva hoy a la dignidad cardenalicia. Todos sentimos la necesidad de expresar los sentimientos de nuestra más viva gratitud por el honor que se nos confiere y que recae también en nuestras comunidades.

En el estupendo marco del atrio de la basílica de San Pedro, resplandece la Iglesia de Cristo:  Iglesia antigua, pero siempre nueva, una y diversa, presente en el camino de los hombres, aunque a veces se la combata.

Hasta ahora hemos tratado de servir a esta Iglesia, actuando lo mejor que podíamos. Incorporados al Colegio cardenalicio, deseamos profesar delante de todos nuestra firme voluntad de amarla cada vez más, de comprometernos con mayor abnegación en su misión evangelizadora, y de poner a disposición del Vicario de Cristo nuestra buena voluntad y nuestras experiencias. Nuestra única ambición es la de contribuir de esta forma a la expansión de la Iglesia en el tercer milenio y, citando una expresión de Su Santidad, hacer de ella "la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte, 43). Ponemos nuestros propósitos a los pies de la Virgen santísima, Madre de la Iglesia.
 
Si, en virtud de la ordenación episcopal, estamos unidos a Su Santidad y entre nosotros, con la incorporación al Colegio cardenalicio un vínculo de fraternidad aún más profundo nos unirá de modo muy particular al Sucesor de Pedro y a su cátedra, que "preside la asamblea universal de la caridad, defiende las diferencias legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan" (Lumen gentium, 13).

Con usted, Santo Padre, queremos anunciar a nuestros contemporáneos al único Redentor del hombre, "usque ad sanguinis effusionem". ¡Es la más hermosa aventura que puede merecer nuestro sacrificio!

Contemplando su persona, Beatísimo Padre, recordamos que la Iglesia vive de Jesucristo y por Jesucristo; y nos sentimos, sobre todo, servidores, conscientes de que, en la Iglesia, toda autoridad es servicio. ¡Gracias por enseñárnoslo desde hace ya veinticinco años, con la palabra y el ejemplo, con conmovedora coherencia y fiel perseverancia!

Beatísimo Padre, ¡puede contar con nosotros! Bendíganos, juntamente con todos aquellos que el Señor encomienda a nuestro ministerio.

 

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