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ENCUENTRO "LA PROTECCIÓN DE LOS MENORES EN LA IGLESIA"
[VATICANO, 21-24 DE FEBRERO DE 2019]

Aula Nueva del Sínodo
Sábado, 23 de febrero de 2019

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3a ponencia: Lda. Valentina Alazraki

 

Comunicación: para todas las personas

Introducción

Buenas tardes a todos, Su Santidad, Eminencias, Excelencias, padre Lombardi. No leeré la primera introducción inicial porque me ha ya presentado el padre Lombardi, así no tienen que volver a sentir que lo digo.

Me han invitado a platicarles de comunicación y, en concreto, de cómo una comunicación transparente es indispensable para combatir los abusos sexuales a menores por parte de hombres de la Iglesia.

A primera vista hay poco en común entre ustedes y yo, ustedes obispos y cardenales, y yo, una mujer laica, sin cargos en la Iglesia, y además periodista, lo que supongo que no ayude. Sin embargo, compartimos algo muy fuerte: todos tenemos una madre, todos estamos aquí porque un día una mujer nos engendró. Frente a ustedes, yo quizás tenga un privilegio más: soy ante todo una mamá.

Por tanto, no me siento solo representante de los periodistas, sino también de las mamás, de las familias, de la sociedad civil. Quiero compartirles mis experiencias, mis vivencias, y –si me lo permiten– añadir algunos consejos prácticos.

Por qué mi punto de partida es la maternidad

Me gustaría partir justamente de esto, de la maternidad para desarrollar el tema que me han encomendado, es decir: cómo la Iglesia debería comunicar sobre el tema de los abusos.

Dudo de que alguien en esta aula no piense que la Iglesia es, ante todo, madre. Muchos de los que estamos aquí tenemos o hemos tenido un hermano o una hermana. Recordamos a nuestras madres, si bien nos querían a todos de la misma manera, se dedicaban más a aquellos hijos más frágiles, más débiles, a los que a lo mejor había que ayudar a caminar en la vida, que no podían avanzar con sus propios pies y había que darles un empujoncito.

Para una madre no hay hijos de primera o segunda división: hay hijos más fuertes e hijos más vulnerables. Lo digo como mamá.

Tampoco para la Iglesia hay o debería de haber hijos de primera o segunda división. Sus hijos aparentemente más importantes como lo son ustedes, los obispos, los cardenales (no me atrevo a decir el Papa), no son más importantes que los niños, las niñas, los jóvenes que han resultado víctimas de abuso por parte de un hombre de la Iglesia, de un clérigo.

¿Cuál es la misión de la Iglesia? Es obviamente predicar el Evangelio, pero para eso necesita liderazgo moral. La coherencia entre lo que predica y lo que vive representa la base para resultar una institución creíble, digna de confianza y respeto.

Por eso, ante conductas delictivas como los abusos a menores, una institución como la Iglesia, ¿creen que tiene otro camino para ser fiel a sí misma que no sea el de denunciar ese crimen? ¿Tiene otro camino que no sea el de ponerse del lado de la víctima y no del victimario? ¿Quién es el hijo más débil, y más vulnerable? ¿El sacerdote abusador, el obispo abusador o encubridor o la víctima?

Tengan por seguro que los periodistas, las mamás, las familias, la sociedad, toda la sociedad, para nosotros los abusos a menores son una de nuestras primeras angustias. Nos preocupa el abuso de menores por lo que lleva: la destrucción de sus familias. Consideramos estos abusos como uno de los crímenes más abominables.

Háganse una pregunta. ¿Son ustedes enemigos de los abusadores y de los encubridores tanto como lo somos nosotros, las mamás, las familias, la sociedad civil?

Nosotros hemos elegido de qué lado estar. ¿Ustedes, lo han hecho, lo han hecho de verdad, o de palabra?

Aliados o enemigos

Si ustedes están en contra de los abusadores y de los encubridores, estamos exactamente del mismo lado. Podemos ser aliados, no enemigos. Les ayudaremos a encontrar las manzanas podridas y a vencer las resistencias para apartarlas de las sanas.

Pero si ustedes no se deciden de manera radical a estar del lado de los niños, de las mamás, de las familias, de la sociedad civil, tienen razón a tenernos miedo, porque seremos sus peores enemigos. Porque los periodistas queremos el bien común.

Llevo cubriendo el Vaticano desde hace 45 años. Cinco pontificados diferentes, importantísimos para la vida de la Iglesia y para la vida del mundo. En estos cuatro decenios he visto absolutamente de todo aquí y pido que me crean. De verdad he visto de todo.

¡Cuántas veces me ha tocado escuchar que el escándalo de los abusos es "culpa de la prensa, que es un complot de ciertos medios para desacreditar a la Iglesia, que detrás hay poderes ocultos, para acabar con esta institución"!

Nosotros los periodistas sabemos que hay informadores más o menos rigurosos, lo sabemos. Sabemos que hay medios más o menos dependientes de ciertos poderes, pueden ser intereses también, intereses políticos, ideológicos económicos. Pero creo que en ningún caso se puede culpabilizar a los medios por destapar o informar sobre abusos. Sabemos lo que ustedes piensan de los medios pero yo creo que este punto es importante recordarlo.

Los abusos contra menores no son ni chismorreos ni habladurías, son crímenes. Recuerdo las palabras del papa Benedicto XVI, en el vuelo hacia Lisboa, Portugal, cuando nos dijo que la mayor persecución a la Iglesia no viene de los enemigos de afuera sino nace de adentro, del pecado de la Iglesia.

Me gustaría que salieran de esta aula, no sé si es una esperanza demasiado grande, con la convicción de que los periodistas no somos sus enemigos, no somos ni los abusadores ni los encubridores. Nuestra misión es la de ejercer y defender un derecho, que es el derecho a una información basada en la verdad para hacer justicia.

Sabemos que los abusos no están circunscritos a la Iglesia, sabemos que son en las familias, en las escuelas, en el mundo del deporte, pero tienen que entender que con ustedes tenemos que ser más rigurosos por el rol moral que ustedes tienen. Robar, por ejemplo, está mal, pero si el que roba es un policía, nos indigna más porque hace lo contrario de lo que debería hacer, es decir, proteger a la comunidad de los ladrones. Si un médico una enfermera envenena a los pacientes en lugar de curarlos, nos indigna más porque va en contra de su ética, y de su código deontológico.

La falta de comunicación, otro abuso

Como periodista, como mujer y madre quisiera decirles que pensamos que tan indignante es el abuso como su encubrimiento. Y ustedes saben mejor que yo que esos abusos han sido encubiertos de forma sistemática, de abajo hacia arriba.

Creo que deberían tomar conciencia que cuanto más encubran, cuanto más sean como avestruces, cuanto menos informen a los medios y, por lo tanto, a los fieles y a la opinión pública, más grande será el escándalo. Si alguien tiene un cáncer, no se curará escondiendo el cáncer a sus familiares o amigos, no será el silencio el que lo haga sanar, serán los tratamientos más indicados los que eventualmente evitarán las metástasis y que finalmente se pueda curar.

Comunicar es un deber fundamental, porque de no hacerlo ustedes se vuelven automáticamente cómplices de los abusadores. Al no dar la información que podría prevenir que estas personas cometan otros abusos, no le están dando a los niños, a los jóvenes, a sus familias las herramientas para defenderse de nuevos crímenes. Es como una enfermedad contagiosa: si ustedes tienen una enfermedad contagiosa y no avisan a las personas con las que entran en contacto, ustedes no están impidiendo que esa persona también se quede contagiada y se enferme. Esto es exactamente lo mismo.

Los fieles no perdonan la falta de transparencia, porque es una nueva violencia, es una nueva violencia a las víctimas. Quien no informa, alienta un clima de sospecha y desconfianza, y provoca rabia y odio hacia la institución.

Lo he visto con mis propios ojos en el viaje del Papa Francisco a Chile en 2018. Ahí no había indiferencia: había indignación y rabia por el encubrimiento sistemático, por el silencio, por el engaño a los fieles, el dolor de las víctimas que durante decenios no fueron escuchadas, ni fueron creídas.

Las víctimas, en primer lugar, tienen derecho a saber qué ha pasado, qué han hecho ustedes para alejar y castigar al abusador. Aunque el culpable pueda estar muerto, el dolor de la víctima no prescribe, no prescribe nunca. Ya no se puede castigar al culpable, es cierto, pero al menos se puede consolar a la víctima, que quizás haya vivido muchos años con esa herida escondida. Además, otras víctimas que permanecen en silencio, se atreverán a salir, y facilitarán ustedes su consuelo y su curación.

Tomen la iniciativa

En español nosotros decimos quien golpea primero golpea tres veces. Obviamente no se trata de golpear, se trata de informar.

Pienso que sería mucho más sano, más positivo y más útil que la Iglesia fuera la primera en dar la información, de manera proactiva y no siempre de forma reactiva, como lo hemos estado viendo. No deberían ustedes esperar a que una investigación periodística lo descubra, para responder a preguntas legítimas de la prensa que finalmente son preguntas de la gente, de su gente.

En la época en la que vivimos esconder un escándalo es muy difícil. Con el auge de las redes sociales, la facilidad en grabar videos, fotos, audios, y los cambios sociales y culturales tan acelerados, la Iglesia tiene sólo un camino, creo: apostarle a la rendición de cuentas y a la transparencia, que van de la mano.

Cuenten las cosas cuando las sepan. No será agradable, ciertamente, pero es el único camino, si quieren que les creamos cuando ustedes dicen que “en adelante, los ocultamientos ya no serán tolerados”. El primer beneficiado de la transparencia es la institución, siempre, porque pone el foco en los culpables y no en ustedes mismos.

Y ahora: Aprender de los errores del pasado

Yo soy mexicana y no puedo dejar de mencionar quizás el caso más terrible que haya ocurrido dentro de la Iglesia, el de Marcial Maciel, el fundador mexicano de la Legión de Cristo. Yo fui testigo de este caso tan triste desde el inicio hasta el final. Más allá del juicio moral sobre los crímenes cometidos por esta persona, que para algunos fue un enfermo, para otros un genio del mal, yo les aseguro que en la base de este escándalo, que tanto daño ha hecho a miles de personas, hasta salpicar la memoria de un hombre que hoy es santo, me refiero a San Juan Pablo II, se debió a una comunicación enferma.

No hay que olvidar que en la Legión había un cuarto voto por el que si un legionario veía algo que no le pareciera de un superior, no podía ni criticarlo ni mucho menos comentarlo. O informar a alguien más.

Sin esa censura, sin ese encubrimiento total, si hubiese habido transparencia, Marcial Maciel no habría podido abusar durante décadas de seminaristas o tener tres o cuatro vidas, esposas, hijos, que incluso llegaron a acusarlo de haber abusado de ellos.

Para mí este es el caso más emblemático de una comunicación enferma, corrupta, del que se puede y debe –pienso– aprender muchas lecciones.

El Papa Francisco, en Navidad, en diciembre, le dijo a la Curia que, en otras épocas, al tratar estos temas, había habido ignorancia, falta de preparación, incredulidad. Yo me atrevo a decir que también hubo corrupción.

Detrás del silencio, de la falta de una comunicación sana, transparente, hay muchas veces no sólo el miedo al escándalo, la preocupación por el buen nombre de la institución, hay también dinero, cheques, regalos, permisos para construir colegios y universidades en zonas donde a lo mejor no se podía construir. Hablo de lo que yo he visto y de lo que he investigado a fondo. No me lo han contado.

El Papa Francisco nos recuerda siempre que el diablo entra por el bolsillo, yo creo que tiene toda la razón. Y la transparencia, al tratar el tema de los abusos a menores, les ayudará a luchar también contra la corrupción económica.

En el proceso de información –sigo refiriéndome al caso de Marcial Maciel–, en el proceso de información interna, aquí en el Vaticano, desde abajo hasta arriba, también hemos sabido, gracias a varios prelados, a varios nuncios, y yo lo puedo atestiguar porque me lo han contado en primera persona, que hubo encubrimiento, hubo obstáculos a acceder al papa de turno, subestimación de la gravedad de las informaciones o incluso su descalificación como si fueran fruto de obsesiones o fantasías. Eso se les decía a los que querían informar, a los que querían ser fieles a sus servicios y querían que esa información llegara.

La transparencia, por lo tanto, también les ayudará a luchar contra la corrupción política en el gobierno.

Fue gracias a algunas víctimas valientes, a algunos periodistas valientes y, pienso que hay que decirlo, a un papa valiente como Benedicto XVI, si el escándalo Maciel fue dado a conocer en toda su amplitud y se logró extirpar el cáncer.

Es preciso aprender esta lección y no volver a tropezar en la misma piedra. La transparencia les ayudará a ser coherentes con el mensaje del evangelio, y a poner en práctica el principio de que en la Iglesia no hay intocables: creo que ésta es la lección más importante, que todos somos responsables ante Dios es cierto, pero todos somos responsables también ante los demás.

Eviten el secretismo, abracen la transparencia

Por lo tanto, creo que habría que evitar el secretismo, entendido como una tendencia excesiva al secreto, porque este secretismo desgraciadamente está muy relacionado con el abuso de poder. Hoy, nuestras sociedades han asumido como regla general la transparencia, y los públicos consideran que el único motivo para no ser transparentes es el deseo de ocultar algo negativo o corrupto. Ese secretismo es como la red de seguridad de quien abusa del poder.

Mi sensación, después de todos estos años, es que dentro de la Iglesia hay aún mucha resistencia a reconocer que el problema de los abusos existe y que hay que enfrentarlo con todas las herramientas posibles. Algunos creen que sucede sólo en algunos países, yo creo, y creo que, al cabo de esta reunión aquí en el Vaticano, es ya obvio, se puede hablar de una situación generalizada, quien más, quien menos, que de todas formas tiene que ser enfrentada y hay que remediarla.

Quien oculta algo, no es forzosamente corrupto, pero todos los corruptos ocultan algo. No todo el que guarda un secreto hace un abuso de poder, pero todos los abusos de poder suelen esconderse.

Sabemos que la transparencia tiene sus límites, ustedes lo han repetido, estos días también se ha hablado de esto.

Por eso, no pretendemos que nos informen de cualquier acusación a un sacerdote. Entendemos que pueda y deba haber una investigación previa, pero lo que les pedimos es que se haga con celeridad, que se ajusten a la ley civil del país en el que viven y, si está previsto, presenten cuanto antes el caso a la justicia civil.

Si la acusación se demuestra creíble, deben informar de lo que procede, de lo que están haciendo, deben decir que han alejado al abusador de su parroquia o de donde ejercía, tienen que decirlo ustedes, tanto en las diócesis como en el Vaticano. A veces, el boletín de la Oficina de prensa de la Santa Sede informa acerca de la renuncia de alguien sin explicar las razones. Hay sacerdotes que han salido corriendo a decirle sus fieles que renunciaban y se iban porque estaban enfermos y no por encubridores. Creo que la noticia de la renuncia de un abusador, tendría que ser dada con claridad, de una forma explícita.

In Camera Caritatis, sabemos que existe la Camera Caritatis, solo se pueden tratar, creo, temas cuyo silencio no perjudique a nadie, nunca cuando el silencio pueda hacer daño a alguien.

Ahora me permito darles tres consejos prácticos para vivir esta transparencia en la comunicación.

Les dije anteriormente que pienso que la comunicación es indispensable para resolver este problema. Permítanme entonces sugerirles tres puntos, para poner en práctica esta transparencia a la hora de comunicar sobre abusos sexuales a menores.

1) Pongan a las víctimas en primer plano

Si la Iglesia quiere aprender a comunicar sobre abusos, su punto de referencia principal tiene que ser la víctima.

El Papa Francisco pidió a los participantes de esta reunión que antes de venir a Roma encontraran a las víctimas, las escucharan y se pusieran a su disposición.

No les voy a pedir que levanten la mano para ver quién lo ha hecho, pero dense una respuesta en silencio.

Las víctimas no son números, no son estadísticas, son personas a las que se les ha arruinado la vida, la sexualidad, la afectividad, la confianza en otro ser humano, quizás hasta en Dios, personas a las que se les ha destrozado su capacidad de amar.

¿Y por qué es tan importante el encuentro con las víctimas? Porque es muy difícil informar de algo que no se conoce, de algo del que se tiene un conocimiento indirecto.

En el caso de los abusos esto es mucho más evidente. No se puede hablar de este tema si no se han escuchado a las víctimas, si no se ha compartido su dolor con ellas, si no se han tocado con la mano las heridas que los abusos han provocado no sólo en el cuerpo, sino también en su mente, en su corazón, y en su fe. Eso ya lo hemos visto. Si las conocen, estas personas, estas víctimas, estos sobrevivientes, tendrán un nombre, un rostro y la experiencia mantenida con ellas quedará reflejada en la forma en la que ustedes no sólo enfrenten el problema, sino también en la manera en la que lo comuniquen y lo intenten resolver.

En las ruedas de prensa de estos días, todos los que han estado con nosotros nos han subrayado de qué manera los testimonios que han escuchado en esta aula los han conmovido, cómo de alguna manera esos testimonios los han cambiado a ustedes también. Creo que eso es imprescindible y les crea esa empatía, esa sensibilidad que es muy necesaria para abordar el tema y sobre todo para resolverlo.

El Papa nos ha dicho que ve de forma habitual, en Santa Marta, a las víctimas, considera esto como una de sus prioridades, creo que estaría bien que ustedes también lo hagan, no creo que tengan menos tiempo del Papa Francisco.

Recuerden, la transparencia es mostrar lo que hacen. Solo si ponen a las víctimas en primer lugar, serán creíbles cuando digan que están decididos a erradicar la plaga de los abusos.

2) Déjense aconsejar

Antes de tomar decisiones, pidan consejo a personas con criterio que les pueden ayudar.

Entre esos asesores creo que debería haber siempre comunicadores. Yo creo que la Iglesia debería tener a todos los niveles expertos en comunicación, y escucharlos cuando les digan que siempre sale más barato informar que callar o, incluso, mentir. Es una quimera, como ya lo he dicho, pensar que hoy se pueda esconder un escándalo. Es como tapar el cielo con un dedo. No se puede, ya no es aceptable ni admisible. Por eso, todos ustedes tienen que entender que el silencio cuesta mucho más caro que enfrentar la realidad y hacerla pública.

Creo que es indispensable que en todas sus estructuras eclesiásticas inviertan en la comunicación, con personas altamente calificadas y preparadas para hacer frente a las exigencias de transparencia del mundo actual.

La figura del portavoz es clave. No sólo debe ser una persona muy preparada, sino que debe contar con la absoluta confianza del jefe –vamos a decirlo así–, del obispo, del cardenal, debe tener un acceso directo a él las 24 horas del día. Porque esto no es de 9 de la mañana a cinco de la tarde. Cualquier cosa puede estallar, suceder en cualquier momento y el portavoz tiene que tener siempre ese acceso directo con la persona de la que luego tiene que informar.

Los periodistas preferimos hablar directamente con el jefe. Pero aceptamos hablar con el portavoz, cuando sabemos que él tiene acceso al jefe y transmite lo que piensa con conocimiento de causa. Esto lo digo porque a lo largo de 45 años me han tocado muchas formas de comunicar en la Santa Sede, muchas formas de tener esa relación, con los mismos pontífices, y hemos visto lo importante que es esa comunicación directa.

3) Profesionalicen la comunicación

Es necesario, creo, que comuniquen mejor.

¿Qué tipo de transparencia esperamos los periodistas, las mamás, las familias, la opinión pública, de una institución como la Iglesia?

Creo que es fundamental que a todos los niveles, desde una parroquia hasta aquí, en el Vaticano, haya estructuras quizás estandarizadas, pero muy ágiles y flexibles que proporcionen información certera con rapidez.

Pueden ser una información incompleta a falta de una mayor investigación, pero la respuesta no puede ser nunca el silencio o el no comment, entonces, buscaremos las respuestas preguntando a otros, y también serán terceros los que informarán a la gente de la manera en la que querrán hacerlo, ya no serán ustedes.

Si no cuentan con toda la información necesaria, si hay dudas, si hay una investigación, es mejor explicarlo de la mejor forma posible para que no se tenga la sensación de que no quieren responder porque están queriendo esconder algo. Hay que darle seguimiento a la información en todo momento y sobre todo hay que reaccionar con rapidez.

Insisto sobre eso porque si no se informa con tempestividad, la respuesta ya no importará, llegará tarde, será demasiado tarde y otros lo harán, a lo mejor de una forma incorrecta. Entonces es mejor que lo hagan ustedes de una forma correcta y con la máxima celeridad.

El riesgo es muy alto y el precio de este tipo de conducta es aún más alto. El silencio da la sensación de que las acusaciones, que pueden ser: totalmente falsas, o a la mejor ciertas, o a la mejor medio falsas y medio ciertas, si ustedes contestan con el silencio todos se quedarán con la idea de que son verdaderas esas acusaciones. Y además si no contestan los periodistas creemos que tienen miedo a contestar porque tienen miedo de ser desmentidos inmediatamente después.

He sido testigo –como ya lo he dicho– de cómo la mala información o la escasa información han hecho verdaderos estragos, el daño que le ha hecho a las víctimas y a sus familias, el no haber permitido que se haga justicia, el haber hecho tambalear la fe de mucha gente. Creo que el Papa Francisco lo ha vivido en carne propia con el caso de Chile y se ha visto obligado a pedir una disculpa. Por eso esa falta de información que lo llevó a tomar unas decisiones en ese momento, luego él entendió que no eran ciertas. Entonces, la responsabilidad de los que tienen que hacer fluir la información pienso que es enorme.

Les aseguro que invertir en la comunicación es un negocio muy rentable no es una inversión a corto plazo, es una inversión a largo plazo.

Conclusión

Quisiera acabar esta presentación mencionando un tema distinto a los abusos de menores, pero importante para una mujer periodista como yo.

Creo que todos nos hemos dado cuenta que estamos en el umbral de otro escándalo, el de las monjas y religiosas víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes y obispos. Lo ha denunciado la revista femenina del Osservatore Romano, y el Papa Francisco, en el vuelo de regreso desde Abu Dabi, ha reconocido que desde hace tiempo se está trabajando sobre este tema, que sí hay que hacer más y que sí existe la voluntad de hacer más.

Me gustaría que, en esta ocasión, la Iglesia jugara a la ofensiva y no a la defensiva, como ha sido en el caso de los abusos a menores. Podría ser una gran oportunidad para que la Iglesia tomara la iniciativa y estuviera en primera línea, en la denuncia de estos abusos que no son solo sexuales sino también y ante todo, abusos de poder.

Me despido dándole las gracias al Papa Francisco por haber agradecido frente a la Curia, el pasado mes de diciembre, el trabajo de los periodistas que han sido honestos y objetivos al descubrir a los sacerdotes depredadores y han hecho escuchar las voces de las víctimas.

Espero que después de esta reunión vuelvan a casa y no nos eviten, sino que nos busquen. Ojalá vuelvan a sus diócesis pensando que no somos nosotros los lobos feroces, sino que, al contrario, podemos unir nuestras fuerzas en contra de los verdaderos lobos. Muchísimas gracias.