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PALABRAS DEL CARDENAL GIOVANNI RE
AL INICIO DE LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CAL

 

La misa dominical, centro de la vida cristiana en América Latina

 

Eminentísimos señores cardenales;
excelentísimos señores arzobispos y obispos;
queridos hermanos:
 

1. Luego de la celebración eucarística, con el pensamiento y el corazón vueltos a Cristo, damos inicio a los trabajos de la reunión plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina.
Se trata de un encuentro no entre estudiosos de problemas relacionados con América Latina, sino entre pastores solícitos por el bien de los hombres y mujeres de América Latina.

Saludo a todos con profundo afecto:  tanto a los pastores que han venido de diversos países de América Latina, como a cuantos prestan su servicio aquí, en la Curia romana.

Todos estamos animados por el mismo amor a Cristo y a la Iglesia que peregrina en América Latina.

El Santo Padre Juan Pablo II apoya nuestros trabajos y estará muy feliz de recibirnos y dirigirnos su palabra.

2. El tema de nuestro encuentro es:  "La misa dominical, centro de la vida cristiana en América Latina".

No es sólo un tema en sintonía con el Año de la Eucaristía que estamos celebrando, sino que además el compromiso de la misa dominical es uno de los primeros objetivos que el Santo Padre ha indicado para el inicio del tercer milenio.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, el Papa pide a los pastores y fieles comprometerse con toda su fuerza en recuperar y custodiar la centralidad del domingo en la vida cristiana (n. 36). Afirma, además, que "la participación en la Eucaristía debe ser el corazón del domingo". Es claro que se trata de un compromiso irrenunciable, que se debe vivir no sólo como cumplimiento de un precepto, sino también como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente.

El tema de la misa dominical es central en la fe cristiana y capital para el futuro de la Iglesia en el continente latinoamericano.

En la América Latina de hoy, preocupa el porcentaje tan bajo -salvo pocas excepciones- de gente que participa en la misa dominical. En breves momentos, el excelentísimo monseñor secretario del Celam se referirá a este punto.

Pero lo que preocupa aún más es que se está difundiendo una mentalidad y una cultura que tienden a no tener suficientemente en consideración el domingo y, sobre todo, la asistencia a la misa dominical. Los domingos se han convertido en días no muy distintos de los demás días de la semana. Debemos ser realistas y reconocer este "diluirse" del sentido del domingo y de su fundamental importancia para la vida cristiana.

En los siglos precedentes, ha sido siempre una gran preocupación de la Iglesia el que los cristianos participen en la misa los domingos y días festivos. El domingo es el día de la identidad del cristiano y la fiesta de nuestra pertenencia a la Iglesia.

El domingo cristiano, dedicado a la elevación del espíritu, a la asistencia de la misa dando a Dios el culto que se le debe, a las aspiraciones supremas de la vida, a la bondad, al encuentro en familia, al reposo luego de la fatiga de los demás días, se está convirtiendo en un domingo que es tan sólo un "fin de semana", es decir, un día destinado al ocio que, aun cuando no pecaminoso, se queda en la pura disipación, faltando el contenido vivificante de la oración, de la escucha de la palabra de Dios, de la luz y de la fuerza que vienen de la Eucaristía.

Debemos, como pastores solícitos por el bien de las almas, ayudar a los cristianos de América Latina a redescubrir la centralidad del domingo en la vida eclesial y social de América Latina y a entender que sin la misa dominical, falta el respiro mismo de la vida cristiana.
3. El domingo es el día en el cual los cristianos se reúnen para confesar juntos su fe y para nutrirse de la palabra de Dios y de la Eucaristía.

Sin la participación en la mesa de la Palabra y en la mesa de la Eucaristía no hay posibilidad de una Iglesia viva.

Como bien sabemos, la Iglesia se apoya principalmente en una coordenada espacial, que es la comunidad parroquial, y en una coordenada temporal, que es el domingo, ante todo con la participación en la santa misa. En la celebración eucarística dominical, la parroquia alcanza el punto más alto y hermoso de su realidad.

Si se debilita, o incluso falta, una de estas dos coordenadas, la transmisión de la fe se debilita también y pierde sustento la construcción de la Iglesia.

Para muchos cristianos en América Latina, el único contacto con la Iglesia, la única fuente que los alimenta en su vida cristiana es la misa dominical. Por eso, si faltamos a la misa dominical no nos podemos llamar cristianos, porque poco a poco nos faltaría Cristo:  en la misa, en efecto, nos encontramos con Cristo vivo y presente en el misterio de su Cuerpo y de su Sangre, que se nos dona. Nos faltaría además la palabra de Dios, que nutre de verdad y de significado nuestra vida cotidiana. Nos faltaría la relación con la comunidad cristiana, porque sin la misa nos encontramos cada vez más solos y aislados en un mundo secularizado que tiende a ignorar a Dios. Nos faltarían, en fin, la luz y la fuerza de nuestra fe, el sostén de nuestra esperanza, el calor de la caridad.

El incumplimiento del precepto dominical debilita la fe y sofoca el testimonio cristiano.
Cuando el domingo pierde su significado fundamental como "día del Señor" y se convierte simplemente en "fin de semana", es decir, simple día de evasión y diversión, queda uno encerrado en un horizonte terreno, tan estrecho que ya no deja ver el cielo (cf. Dies Domini, 4).

Cuando en el año 303 los cuarenta y nueve mártires de Abitinia, pequeña ciudad cercana a Cartago, fueron interrogados y después condenados por el juez por haber asistido el domingo a la misa, respondieron:  "Nosotros no podemos vivir sin celebrar el domingo".

Tampoco nosotros podemos ser cristianos sin reunirnos el domingo para celebrar la Eucaristía.
Hay que descubrir de nuevo y acoger en toda su riqueza el sentido del domingo como día del Señor, como día de la alegría de los cristianos. Debemos, como obispos, buscar salvar y hacer vivir profundamente la identidad religiosa de este día. Es de capital importancia que cada fiel se convenza de que no puede vivir su fe sin participar regularmente en la asamblea eucarística del domingo; de que no puede contrarrestar los influjos nocivos de la "cultura de muerte" sin nutrirse regularmente del "Pan de la vida". Es una exigencia inscrita en lo más profundo de la existencia cristiana. Y es condición para poder vivir bien la espiritualidad cristiana.

La fidelidad a la eucaristía dominical da a la vida un dinamismo cristiano que lleva a mirar al cielo sin olvidarse de la tierra, y a mirar a la tierra en la perspectiva del cielo.

La fidelidad a la eucaristía dominical revitaliza semanalmente la fe y hace crecer la sed de Dios y la necesidad de la oración.

La cultura de nuestra sociedad secularizada y globalizada tiende a vaciar el domingo de su significado religioso y originario, y tiende a hacer perder el significado y la importancia de la misa dominical.

De aquí brota nuestro ineludible compromiso de salvar el domingo, recuperándolo como día del Señor y día de oración, día de la Iglesia, día de reposo y, por ello, día del bien del hombre, día de la familia, día de la caridad y de la solidaridad.

4. Pero existe un motivo y una razón más para ubicar la misa dominical en el centro de la pastoral:  es la conciencia de que la celebración de la Eucaristía es un encuentro con Cristo resucitado. Y es este el aspecto específico que inspira nuestra reunión de la CAL. Me parece importante que entre las tantas y loables iniciativas pastorales que las diócesis en América Latina están llevando adelante, haya alguna que de algún modo sintetice todas, y sirva para dar a todas las comunidades católicas latinoamericanas una señal de cómo la vida cristiana puede reencontrar su "centro", en el cual hacer converger todas las fuerzas espirituales. Este "centro" es la celebración eucarística dominical y festiva, justamente definida por el concilio Vaticano II "fuente y culmen de la vida de la Iglesia" (Lumen gentium, 11).

En sintonía con las indicaciones del Santo Padre para el Año de la Eucaristía, quisiera sugerir que este encuentro proponga a todas las diócesis latinoamericanas, contando también con la ayuda del Celam, concentrar durante uno o dos años los esfuerzos en esta importante iniciativa pastoral referida a la celebración eucarística en el día del Señor.

La misa del domingo no es un simple rito:  en sus dos momentos -mesa de la Palabra y mesa de la celebración de la Eucaristía- es un encuentro que debemos realizar con Cristo resucitado. Es entrar en comunión con la fuerza de la palabra de Cristo y participar en el banquete de la cena del Señor.
Sólo nutriéndose con el Cuerpo y la Sangre de Cristo puede sostenerse el cristiano en el testimonio que debe dar en favor de la verdad del Evangelio y afrontar con eficacia los desafíos de nuestro tiempo. No cabe duda, el domingo es el centro de la pastoral y la misa es el centro del domingo, que renueva y robustece la fe y que sostiene la vida cristiana. La escucha de la palabra de Dios y la comunión con el Cuerpo de Cristo nos hacen crecer en el amor a Dios y en la solidaridad hacia los hermanos.

Desde el inicio los cristianos abandonaron el sábado como día dedicado a Dios y lo sustituyeron por "el día después del sábado". ¿Por qué lo hicieron? Porque el domingo resucitó el Señor y el domingo tuvo lugar Pentecostés. Cristo mismo afianzó su importancia al aparecerse a sus Apóstoles la tarde de Pascua y al regresar al Cenáculo el domingo sucesivo, estando también presente Tomás.
Si de parte de todos los obispos y sacerdotes latinoamericanos hay, como fruto del Año eucarístico, un compromiso unánime, el domingo será nuevamente el corazón de la vida parroquial y la misa el corazón del domingo. La asistencia a la misa dominical volverá a ser un distintivo del cristiano.

Los cristianos de los primeros siglos consideraban la misa dominical una necesidad sin la cual no podían vivir. La observancia de la misa dominical era el elemento que distinguía a los cristianos de los demás. San Ignacio de Antioquía, a principios del siglo II, define a los cristianos como "aquellos que celebran el domingo".

La eucaristía dominical, en efecto, es el momento en el cual se construye nuestro ser cristianos y nuestro ser Iglesia.

Si queremos revigorizar el catolicismo en América Latina, es clave maestra "partir nuevamente de Cristo, reconocido en la fracción del pan":  es decir, trabajar para que "la misa dominical sea el centro de la vida cristiana en América Latina". Es imposible vivir realmente como cristianos sin participar en la misa los domingos y días festivos, pues gradualmente hará falta Cristo; hará falta la palabra de Dios que nutre de verdad y da significado a nuestra vida; hará falta la fuerza del pan eucarístico; hará falta el encuentro con la comunidad cristiana y el sustento que aporta tal encuentro.
Debemos, por ello, multiplicar los esfuerzos y las iniciativas por hacer comprender que el tiempo que demos a Dios yendo a misa, es el tiempo mejor empleado.

Domingo a domingo, la asistencia a la misa se va convirtiendo en una excelente escuela de vida cristiana y una fuente inacabable de luz y de fuerza para vencer al mal con el bien.
Pero, ¿cómo hacer para que la gente vaya a misa el domingo? Esto, Cristo nos lo ha dejado como tarea; tarea de todos los obispos y de todos los sacerdotes, pero tarea también nuestra como consejeros y miembros de la CAL.

 

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