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CONGREGACIÓN
PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS
SOLEMNE MISA
DE CLAUSURA DEL II CONGRESO MISIONERO AMERICANO
HOMILÍA
DEL CARDENAL CRESCENZIO SEPE
Estadio Mateo Flores, Ciudad
de Guatemala
Domingo 30 de noviembre de 2003
1. "Entonces, verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y
majestad" (Lc 21, 27).
Es este, queridos hermanos y hermanas, el anuncio que da esperanza a nuestros
corazones, es esta la noticia que aguardan muchos hombres y mujeres, la
perspectiva gozosa de la espera y de la misión cristiana: "el Señor vendrá con
gran poder y majestad".
Vivamente impresas en mi alma las entrañables jornadas de nuestro Segundo
Congreso americano misionero, -vuestros rostros, esperanzas y anhelos-, siento
vibrar en mi espíritu la invitación al anuncio del evangelio de la vida y a la
misión ad gentes, que, en el trasfondo de la pérdida de lo caduco, el
Señor nos dirige hoy por medio de sus palabras: "¡cobrad ánimo y levantad la
cabeza porque se acerca vuestra liberación!" (Lc 21, 28).
Al acercarnos ya al momento de la despedida, siento el deber de expresar -a
título personal y en nombre de todos- nuestra más profunda gratitud a todo el
pueblo de Dios que está en Guatemala, de modo particular al señor cardenal
Rodolfo Quezada Toruño, arzobispo de Guatemala, y a todos y cada uno de los
excelentísimos obispos guatemaltecos y de América central, a la Comisión
organizadora del Congreso, a los responsables, organizadores y colaboradores del
mismo. ¡Gracias, Iglesia en Guatemala! ¡Gracias por tu fe acrisolada en el fuego
de la prueba! ¡Gracias por tu generosa y fraterna acogida! ¡Gracias por el
testimonio de tu hospitalidad gozosa y sincera!
2. La clausura del Congreso coincide, providencialmente, con el inicio del
tiempo de Adviento. La liturgia hodierna nos invita a prepararnos para acoger al
Señor que vendrá. ¿Cómo hacerlo, Iglesia en América?
Prolongando en la tierra la misión del Redentor, llevando el fuego de su amor a
todos los pueblos y culturas. ¿No es este el sentido más pleno de nuestra
celebración eucarística?, ¿no es esta la respuesta de acción de gracias que nace
en nosotros por el don de la fe recibida, por la gracia de ser miembros de la
Iglesia, por la vocación a seguir al Señor en su misión, "dondequiera que él
vaya"? (cf. Ap 14, 4).
El Congreso, las liturgias vividas, las experiencias escuchadas y los momentos
de hermandad y de alegría -propios de quienes sienten al Señor cercano- nos han
invitado a no dudar en dar cumplimiento al mandato de la misión ad gentes,
la primera tarea que los Apóstoles recibieron de Cristo después de su
resurrección.
Nuestra madre la Iglesia, recordando siempre dicho mandato, no cesa de
preocuparse por sus miembros, vuelve a evangelizar a quienes se han alejado de
ella, y proclama la buena nueva a quienes aún no la conocen. Del mandato de
Cristo nace la misión universal de la Iglesia y ella se cumple, en el curso de
los siglos, por medio del anuncio del kerygma, la proclamación del
misterio de la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesús, acontecimiento
de salvación para toda la humanidad.
3. Toca a vosotros, queridos hijos e hijas de la Iglesia en América, ser "los
artífices de la evangelización en el tercer milenio, y de vosotros depende
también que América Latina, continente evangelizado durante estos
quinientos años, pase a ser en el tercer milenio un continente evangelizador
que mire a Europa, a África y a los pueblos de Asia" (Juan Pablo II, Discurso
a la IV asamblea plenaria de la CAL, 23 de junio de 1995).
A vosotros, que representáis la riqueza de los pueblos de América, donde por
mediación de María el Evangelio ha sido anunciado y acogido -culturas que han
sido impregnadas y transfiguradas por él-, renuevo el llamado profético que el
Santo Padre nos ha dirigido al inicio de este Congreso: América, tú estás
llamada a dar testimonio del evangelio de la vida más allá de tus fronteras, "no
puedes guardar para ti las inmensas riquezas de tu patrimonio cristiano. Has de
llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquellos que todavía lo desconocen,
(...), millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las
pobrezas". ¡Iglesia en América, tu vida es misión!
Ciertamente la obra no es fácil y no son pocos los problemas y los retos que se
presentan, pero el Señor, que nos llama a tan alta misión, nos concede también
los medios necesarios para llevarla a cabo. Es necesario, por tanto, que
contemplemos y acojamos con gratitud y obediencia los signos de esperanza,
frutos del Espíritu Santo, presentes ya en la vida de vuestras Iglesias
particulares y que, en cierto modo, preceden y orientan nuestro compromiso
apostólico.
Nutríos del testimonio de los santos y de las santas de América y de un
sinnúmero de fieles cristianos, "hombres y mujeres que, fieles al mandato
misionero del Señor, han entregado su propia vida al anuncio del mensaje
cristiano incluso en circunstancias y en condiciones heroicas" (Juan Pablo II,
Mensaje a los participantes en el CAM2).
Acompañad con vuestra oración y con vuestros sacrificios el número creciente de
vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a la misión ad gentes
que nacen en no pocas Iglesias particulares del continente.
Acoged la consoladora realidad misionera del laicado, de tantos beneméritos
catequistas, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades,
"carismas suscitados por el Espíritu y que irrumpen como viento impetuoso, que
aferra y arrastra a las personas hacia nuevos caminos de compromiso misionero al
servicio radical del Evangelio" (Juan Pablo II, A los participantes en el
Congreso de los movimientos y nuevas comunidades, 30 de mayo de 1998).
Alegraos por el creciente compromiso de muchas diócesis que envían, aun desde su
pobreza, a sacerdotes diocesanos fidei donum, en ayuda de otras "Iglesias
hermanas", ad intra y ad extra del continente.
4. En nuestra eucarística "fiesta de la misión", tendré ahora la dicha de
conferir el mandato misionero a un nuevo grupo de apóstoles del Evangelio. Será
este, sin duda, uno de los momentos culminantes de nuestro Segundo Congreso
americano misionero.
Amadísimos hermanos y hermanas, dentro de pocos instantes recibiréis el
crucifijo, signo de la misión, que llevaréis con vosotros a cada uno de los
lugares donde seréis enviados. El anuncio del amor de Dios Padre, que se
manifestó plenamente en la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, no tiene
confines de espacio y tiempo. Haced resonar el anuncio de la salvación allí
donde vayáis, pues el Evangelio está destinado a todos los hombres y mujeres, y
es nuestro deber proclamarlo siempre y por doquier.
Vuestro ofrecimiento para anunciar el mensaje evangélico con humildad y
valentía, con gozo y gratuidad, en comunión con toda la Iglesia, es una
respuesta agradecida y amorosa al amor inconmensurable que en Cristo, mediante
el Espíritu Santo, el Padre os ha revelado. Vuestro entusiasmo y vuestra entrega
sin reservas a la misión del Redentor constituye para todos nosotros un ejemplo
y un estímulo.
Con vosotros, misioneros de América, nuestra asamblea alcanzará los cuatro
puntos cardinales de la tierra y anunciará la paz y la salvación de Cristo, que
el mundo y todo hombre busca y espera.
Con vosotros alzamos nuevamente nuestra voz para profesar nuestra fe en el
compromiso misionero ad gentes de la Iglesia en América: ¡Iglesia en
América, desde tu pequeñez, desde tu pobreza, desde el martirio, desde tu fe en
Jesucristo, tu vida es misión! ¡Iglesia en América, tu vida de santidad es el
manantial de la misión ad gentes!
Duc in altum! (Lc 5, 4). Iglesia en América, ¡no tengas miedo a
ser santa, no tengas miedo a salir de tu tierra, con Cristo, hacia todos los
pueblos y culturas!
Confiemos a la intercesión de los santos y de las santas de América, y a la
protección materna de Santa María de Guadalupe, Reina de toda América, los
frutos de nuestro Segundo Congreso americano misionero.
Ayúdanos tú, oh María, a servir con una donación total al mandato de la
evangelización que tu Hijo nos ha confiado. Reina de los Apóstoles, Estrella de
la evangelización y Madre de la misión, a ti confiamos todos tus hijos e hijas
de América. Intercede por nosotros para que vivamos en santidad de vida el
compromiso cristiano y misionero de nuestro bautismo.
¡Alabado sea Jesucristo!
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