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INTERVENCIÓN DE MONS. JEAN-LOUIS TAURAN,
DELEGADO DE LA SANTA SEDE,
EN LA REUNIÓN DE VIENA DE LA CONFERENCIA SOBRE
LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA*


6 de marzo de 1989



Señor presidente:

1. Quisiera, en primer lugar, unirme a los oradores que me han precedido para expresar al Gobierno y al pueblo de Austria la gratitud de la Delegación de la Santa Sede por su generosa hospitalidad, pues venimos experimentando, durante estos dos últimos años, su cortesía y cordialidad.

2. Señor Presidente: los 35 países participantes en la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, se encuentran reunidos de nuevo en Viena para proseguir y completar los resultados obtenidos en Estocolmo en materia de confianza y seguridad militares e igualmente para lanzar una nueva negociación, que deberá conducir al dominio de las armas convencionales. La mira resulta ambiciosa y precisará de un clima de confianza acrecentada.

La confianza: ¡he aquí la palabra-clave de estos trabajos! La opinión pública —y con más razón los diplomáticos— ven en ella —con toda justicia— uno de los fundamentos de la paz.

En efecto, la convivencia armoniosa entre las naciones es posible cuando los Estados tienen confianza entre sí, hasta el punto de que no necesiten recurrir a otras fuerzas armadas que las necesarias para asegurar la defensa de sus ciudadanos. Si alguno de entre ellos procediera a algo que el otro juzgase como un incremento significativo de su poder, inmediatamente resultaría una desconfianza susceptible de ser invocada para justificar un sobrearmamento.

En el momento en que la unidad de los pueblos de Europa experimenta un proceso positivo, es importante que se ponga en marcha todo cuanto desarrolle un nuevo tipo de relaciones militares:

— reforzar la confianza;

— confirmar la transparencia de los dispositivos de las fuerzas armadas;

— disipar las causas de los desacuerdos;

— aproximar las doctrinas y las políticas defensivas.

Los 35 países participantes son parte interesada en esta gran tarea y la Santa Sede está convencida, como lo escribía el Papa Juan Pablo II en su Mensaje a la Asamblea General de las Naciones Unidas reunida en 3ª Sesión extraordinaria dedicada al desarme, en 1988, que “la reducción y eliminación de las armas no son... más que el resultado visible de otro proceso de desarme, más profundo, el de los espíritus y los corazones” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 19 de junio, 1988, pág. 1).

3. La Conferencia de Estocolmo hizo surgir ciertos procedimientos de verificación y de control que, según los participantes en la reciente reunión de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa finalizada el 19 de enero último, han contribuido de modo notable a la transparencia en el terreno militar. El resultado ha sido juzgado tan alentador que “la filosofía” y otras modalidades de Estocolmo han sido recogidas, mutatis mutandis, para ser aplicadas en el campo de la dimensión humana de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa.

Nosotros estamos aquí para prolongarlas y completarlas, pues es cierto que la confianza no debe estar presente sólo en el comienzo del proceso negociador, sino que debe acompañarlo hasta su conclusión. Sólo la confianza permite atacar a las verdaderas causas de las tensiones y de los conflictos.

Una vez asegurado este clima de comprensión, debería ser más fácil la resolución de los desacuerdos existentes, la aproximación de las doctrinas militares, así como evitar los riesgos de ataques sorpresa y, de modo más inmediato, permitir un reajuste de las fuerzas presentes.

Por ello, paralelamente a esta negociación a “35”, se desarrollarán no lejos de aquí otras negociaciones, a “23” en esta ocasión, sobre las fuerzas armadas convencionales en Europa. Aunque este ejercicio sea autónomo, se desarrollará en el cuadro de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. No se podría consentir, evidentemente, el que un grupo privilegiado de Estados tuviera la carga de la seguridad de todo un continente ni, por otro lado, que las exigencias particulares de cada Estado en materia de defensa no se tomaran debidamente en cuenta. Más todavía, la manera como se pongan en práctica los mecanismos de información previstos para informar a los otros “12” países, manifestará el grado de confianza que efectivamente existe en Europa.

El principal esfuerzo de estos trabajos, que por ahora se desarrollarán a “23” tratará, como ya es sabido, sobre la reducción de las desigualdades y de las fuerzas armadas de carácter defensivo. Sin embargo, es evidente que no puede haber desarme sin confianza y viceversa: los progresos o los retrocesos que se registren en el campo del desarme constituyen, en cierto modo, el barómetro de la confianza.

4. Convencida de que esta confianza es el mejor agente del desarme, la Santa Sede no se encuentra en este recinto como simple espectador. “Desarmada”, trata de manifestar que la paz fluye esencialmente de una acción moral. Hace apenas algunas semanas, el cardenal Secretario de Estado Agostino Casaroli, dirigiéndose a la Conferencia sobre el Desarme de Ginebra, afirmaba: “Es aún más necesario llegar a un desarme moral y político, para intentar suprimir, o al menos reducir lo más posible, al mismo tiempo que las armas, los motivos que llevan a los hombres y a los pueblos a recurrir a ellas: la voluntad de dominio y de opresión por una parte, y por otra, el fundado miedo de ser objeto de una agresión en su propia existencia, en los derechos y en los intereses vitales, en la propia independencia, en la propia libertad, que es un bien más precioso que la misma vida” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 26 de marzo, 1989, pág. 9).

A nadie extrañará que los creyentes —y en particular los cristianos— constituyan una “fuerza ideal” susceptible de infundir en todas las sociedades este principio fundamental de benevolencia de diálogo y de solidaridad, antídoto a la violencia, a la agresividad, a la dureza de lenguaje o a las actitudes despreciadoras y sectarias de las que son objeto con demasiada frecuencia las personas y los grupos.

Al proporcionar a las relaciones humanas más respeto y verdad, las comunidades de creyentes contribuyen a poner los cimientos de una civilización en la que las naciones —y con más razón las naciones europeas a las que, por su historia, el mandamiento de la caridad enseñado por Cristo no les resulta ajeno— se reconozcan como parte interesada en un diálogo que siempre se deberá perfeccionar y restablecer.

En esta perspectiva, las medidas destinadas a acrecentar la confianza deberían encontrar el modo oportuno y eficaz que permitiera conciliar la causa de la paz con las legítimas exigencias de la soberanía y los derechos de todas las naciones, pequeñas y grandes.

5. Señor Presidente: La Santa Sede se ha asociado a todos aquellos que se han alegrado de que tras largas negociaciones —a veces arduas— la reciente Reunión de Viena haya conseguido un Documento Final sustancial, equilibrado y apremiante sobre tantos puntos.

La validez del proceso de Helsinki y la convicción que en despecho de las divisiones geopolíticas, existe un “ser unido” que congrega a los europeos han sido afirmadas una vez más con vigor. Deseemos, pues, que los trabajos que se inician, estos días experimenten benéficos efectos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n°26 p.10.

 


 

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