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CARTA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE,
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE,
AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA
CON OCASIÓN DE LA SESIÓN PÚBLICA
DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS

 

A Su Eminencia Reverendísima
Señor cardenal PAUL POUPARD
Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura


Señor cardenal: 

En nombre del Santo Padre me complace dirigir un saludo especial a los que participan en esa solemne sesión pública, en el curso de la cual se concede el premio de las Academias pontificias, instituido por el siervo de Dios Juan Pablo II con el fin de estimular a jóvenes estudiosos y a instituciones a promover, con sus estudios e iniciativas culturales, el humanismo cristiano en el tercer milenio.

Esa importante ocasión, que se renueva ya desde hace un decenio, constituye también un momento significativo de encuentro y colaboración entre las Academias pontificias, reunidas en su Consejo de coordinación, organismo instituido para dar nuevo impulso a esas mismas Academias y estimularlas a un compromiso mayor en los campos de su competencia.

Su Santidad, espiritualmente presente, dirige ante todo su cordial saludo a usted, señor cardenal, en su función de presidente del Consejo de coordinación entre las Academias pontificias, y le agradece vivamente, así como a sus colaboradores, la atención con que sigue el camino de las Academias pontificias, orientado a un objetivo preciso:  promover y sostener, tanto en la Iglesia como en el mundo de la cultura y de las artes, un renovado y generoso proyecto de humanismo cristiano, capaz de responder adecuadamente a los desafíos culturales y religiosos que afrontan diariamente los hombres y las mujeres de nuestra época.

El Santo Padre hace extensivo su saludo a los señores cardenales, a los venerados hermanos en el episcopado, a los señores embajadores, a los sacerdotes, a los responsables y a los miembros de las Academias pontificias, así como a todos los presentes.

El tema escogido para esta solemne sesión pública —"La Inmaculada, Madre de todos los hombres, icono de la belleza y de la caridad divina"— quiere poner justamente de relieve la singular participación de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, en el misterio de Dios, misterio excelso de belleza y caridad. Dios, uno y trino, que difunde su belleza y su caridad en el mundo creado por él, comunica estas cualidades suyas a las criaturas humanas en especial por medio del perfectísimo Mediador, su Hijo Jesucristo, modelándolas y santificándolas con la fuerza del Espíritu Santo, para que sean santas e inmaculadas en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).

María de Nazaret sobresale entre todas las criaturas como espejo brillantísimo de la belleza divina, porque, al haber sido "preservada" del pecado original y colmada "de gracia", está de tal modo animada e impregnada por la caridad del Espíritu Santo, que se convierte en el prototipo de la persona humana que, de la manera más plena y sin reserva alguna, acoge al Hijo de Dios tanto en la hora trágica de su pasión como en la de la Resurrección. Al permanecer profundamente unida a Cristo crucificado y resucitado, María se muestra Madre de toda la humanidad y, en especial, de los discípulos de su Hijo.

En su primera carta encíclica, Deus caritas est, Su Santidad, refiriéndose precisamente a las palabras pronunciadas por Jesús en la cruz:  "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27), afirma que "María se ha convertido efectivamente en Madre de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y sufrimientos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón. Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos los continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento del amor puro que no se busca a sí mismo, sino que sencillamente quiere el bien" (n. 42).

La Iglesia, que, a imitación de la Virgen María, está llamada a acoger al Hijo de Dios en la historia y en las vicisitudes de todo pueblo y cultura, contemplando la singular y luminosa figura de María, descubre y comprende cada vez mejor su identidad de madre, discípula y maestra. Por eso, el concilio Vaticano II "puso de relieve que la Madre del Señor no es figura marginal en el ámbito de la fe y en el panorama de la teología, pues ella, por su íntima participación en la historia de la salvación, "reúne en sí de algún modo y refleja los máximos datos de la fe"" (Congregación para la educación católica, La Virgen María en la formación intelectual y espiritual, D. 5; cf. Lumen gentium, 65).

Por eso, María resulta "fundamental para la "reflexión" cristiana" (Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes para el Jueves santo de 1995, n. 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de abril de 1995, p. 6); su misterio nos ilumina acerca del misterio de la Iglesia y viceversa.

El Santo Padre quiere aprovechar la ocasión que le brinda esta solemne sesión pública, en la que desempeñan un papel destacado la Academia pontificia de la Inmaculada y la Academia mariana pontificia internacional, para alentar vivamente a todos los que cultivan la mariología a que se comprometan cada vez más e intensifiquen su actividad en el ámbito de los centros de estudio y en el campo de las publicaciones científicas, prestando especial atención a una metodología que respete la interacción fecunda entre la via veritatis y la via pulchritudinis, que se compendian en la via caritatis.

Por último, acogiendo la propuesta formulada por el Consejo de coordinación entre Academias pontificias, el Santo Padre se complace en conceder en esa solemne sesión pública el premio de las Academias pontificias a la Sección africana para los congresos mariológicos, asociada a la Academia mariana pontificia internacional, que surgió en el ámbito del Congreso mariológico mariano internacional del año 2000. Formada por jóvenes estudiosos y profesores de mariología de varios países africanos, se ha distinguido por significativas iniciativas de estudio encaminadas a contextualizar en las culturas africanas la reflexión mariológica.

Por sugerencia del mismo Consejo de coordinación, el Santo Padre desea dar además, como signo de aprecio y aliento, una medalla del pontificado al estudioso p. Fidel Stockl, o.r.c., oriundo de Filipinas, por la obra "María, modelo y Madre de la vida consagrada. Una síntesis mariana de teología de la vida consagrada basada en las enseñanzas de Juan Pablo II".

Como conclusión, quiero manifestar a todos los académicos, y especialmente a los miembros de la Academia pontificia de la Inmaculada y de la Academia mariana pontificia internacional, la viva complacencia de Su Santidad por la actividad llevada a cabo, así como el deseo de un generoso compromiso de todos para promover "de palabra y de obra", en los respectivos ámbitos de vida y de estudio, un auténtico humanismo cristiano.

Con estos sentimientos, el Santo Padre de buen grado encomienda a vuestra eminencia, a los miembros de las Academias pontificias, así como a los participantes en la sesión pública, a la maternal protección de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, y de corazón imparte a todos una bendición apostólica especial.

Añado de buen grado mi saludo personal, asegurando un recuerdo en la oración.

Aprovecho la ocasión para confirmarme suyo afectísimo en el Señor

Vaticano, 20 de noviembre de 2006

Cardenal Tarcisio BERTONE, s.d.b.
Secretario de Estado

 

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