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VISITA OFICIAL DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO A PERÚ

HOMILÍA DEL CARDENAL TARCISIO BERTONE
EN LA MISA DE ORDENACIÓN EPISCOPAL
DE MONS. GAETANO GALBUSERA


Catedral de Chimbote
Domingo 26 de agosto de 2007

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres autoridades civiles y militares;
querido don Gaetano;
queridos hermanos y hermanas: 

Hoy celebramos un gran evento, que se encuadra en un contexto de profunda espiritualidad, como es el Congreso eucarístico nacional. En estos días toda la comunidad eclesial del Perú está reunida idealmente alrededor de la Eucaristía y medita sobre el amor que Cristo nos ha manifestado dándose a sí mismo por nosotros para que en él tengamos la vida. A la luz de este amor misterioso leemos también el acontecimiento dramático que hace algunos días ha causado muchas víctimas humanas, numerosos heridos e ingentes daños materiales. En los momentos de prueba Dios no nos abandona y con esta confianza queremos rezar juntos por todos estos hermanos nuestros tan duramente probados. Los recordaremos en nuestra oración:  oración de sufragio por los difuntos y oración de apoyo para los que atraviesan momentos de gran dificultad. Como testimonio también de la cercanía de Dios es el regalo que hoy su Providencia hace a la Iglesia y al pueblo del Perú. Nos preparamos, en efecto, para recibir de él el don de un nuevo pastor, el querido obispo Gaetano Galbusera, nombrado por el Santo Padre Benedicto XVI coadjutor del vicariato apostólico de Pucallpa. Oremos con él y por él para que el Señor le conceda las gracias necesarias para desempeñar dignamente la misión que le ha sido confiada. Oremos para que cada comunidad reciba de este don aliento para dar testimonio del Evangelio con generosidad, "siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su esperanza" (1 P 3, 15).

Con estos sentimientos, me es grato saludar a todos los aquí presentes, comenzando por el querido monseñor Ángel Francisco Simón Piorno, obispo de Chimbote, y monseñor Juan Luis Martín Buisson, vicario apostólico de Pucallpa. Este vicariato apostólico está confiado desde su creación al cuidado pastoral de la Sociedad de Misiones Extranjeras de Quebec, a la que agradezco cordialmente el precioso servicio que presta a la Iglesia. Saludo a los otros prelados presentes, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a cuantos trabajan activamente en la viña del Señor. Saludo a las autoridades civiles y militares, así como a los familiares y amigos que han venido de Italia para esta ocasión tan singular. Y un saludo especial para usted, querido don Gaetano, al que me unen vínculos de fraternidad sacerdotal y de vida consagrada en el espíritu de san Juan Bosco; y, junto con usted, saludo a las queridas personas que hoy le acompañan con gozo. Me es grato trasmitirle a usted, en primer lugar, y a todos los presentes, el saludo y la bendición del Santo Padre Benedicto XVI, que se une a nosotros espiritualmente en esta solemne manifestación de fe y de alegría espiritual.

Las lecturas bíblicas que hoy se han proclamado nos ayudan a comprender y a vivir más intensamente la celebración litúrgica de la que, aunque de diversas maneras, todos somos protagonistas. La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, nos introduce en el misterio que va a realizarse con la ordenación episcopal de nuestro hermano sacerdote. "El Espíritu del Señor está sobre mí —proclama el profeta—; sepan que el Señor me ha ungido" (Is 61, 1). También para usted sucederá así, querido don Gaetano. Dentro de poco invocaremos al Espíritu para que infunda su gracia con abundancia sobre usted, para que le consagre y le haga totalmente "suyo" al servicio de "su" Iglesia. En efecto, es el mismo Jesús quien le ha elegido y es él quien le envía "para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados" (Is 61, 1). Esta será su misión en la Iglesia, que es el nuevo pueblo de Dios, dentro del cual todos son llamados a ser profetas de verdad y de esperanza:  todos pueden participar en el nuevo culto eterno. En la visión profética más auténtica, no sólo no se considera el culto como un elemento superfluo, sino que se le presenta incluso como la verdadera esencia de la nueva religión universal que Dios quiere. Se trata, ciertamente, de un culto integral, que armoniza los actos litúrgicos con el amor y la santidad de vida. Así pues, el designio eterno de Dios es formar una gran familia, compuesta por todos los pueblos de toda lengua y nación. No una agrupación ocasional, sino una comunidad estable de la cual la Iglesia, como afirma el concilio Vaticano I, es "signo elevado entre las naciones" (D 1784) o, como subraya el Vaticano II, "signo de la presencia divina en el mundo" (Ad gentes, 15).

La apertura universal del reino de Dios, del que habla Jesús, es escatológica y eterna, aunque presupone la fase terrena. Nunca se debe olvidar que el reino divino no es de este mundo. En el evangelio que acabamos de escuchar se descubre en las palabras de Jesús toda su trepidación por las dificultades e incomprensiones, por las pruebas innumerables e incluso por las persecuciones que los discípulos encontrarán en su misión. Dirigiéndose al Padre, Jesús ruega por ellos:  "No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno". Y añade:  "Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo. Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad" (Jn 17, 15-17). Querido don Gaetano, nuestra misión, como la de todo discípulo de Cristo, no es fácil e incluso está sembrada de obstáculos. El Señor nos lo ha advertido:  no somos del mundo porque le pertenecemos a él; por tanto, no debemos buscar el apoyo o el aplauso de los hombres. Nuestro único sostén es nuestro divino Maestro, que ha rezado por nosotros y no permite que nos falte la ayuda de su gracia. Por nuestra parte, es imprescindible que cada uno haga cuanto sea necesario para salvarse a sí mismo. Y, puesto que Dios se sirve de los hombres para proclamar y ofrecer al mundo su salvación, es importante que cada uno de nosotros sea instrumento dócil de su amor universal, con el fin de que el mayor número posible de personas conozcan a Cristo y en él tengan la vida eterna.

En el plan de salvación que el Padre ha realizado con la encarnación, muerte y resurrección de su Hijo unigénito, se asigna a los Apóstoles y a sus sucesores, desde el día de Pentecostés, un papel peculiar. Como muy bien subraya el apóstol san Pedro en la segunda lectura, los pastores deben apacentar el "rebaño que Dios les ha confiado, no a la fuerza, sino con gusto, como Dios quiere; y no por los beneficios que pueda traerles, sino con ánimo generoso". En una palabra, deben hacerse "modelos del rebaño" (1 P 5, 1-3). Querido don Gaetano, tenga siempre muy presente estas indicaciones del nuevo ministerio que hoy inicia. Jesús, el buen Pastor, lo ha elegido, a través del llamado del Sucesor de Pedro, para ser obispo, es decir, para apacentar una porción determinada de su rebaño en estrecha comunión y colaboración activa con todo el colegio episcopal y al servicio de toda la comunidad cristiana. Pero, ¿cuáles son las características de este servicio eclesial que está a punto de asumir, siguiendo las huellas del único y eterno sacerdote, que es Cristo? ¿Con qué espíritu debe prepararse para desempeñar este ministerio indispensable en el vicariato apostólico de Pucallpa? En el reciente libro del Santo Padre, "Jesús de Nazaret", he encontrado algunos puntos de reflexión que, también a la luz de la palabra de Dios antes proclamada, pueden sernos de ayuda para enfocar mejor su misión de obispo, sucesor de los Apóstoles.

Una primera característica que debe tener todo pastor —hace notar el Santo Padre— puede resumirse en una palabra y una actitud:  la búsqueda. Como obispo deberá, pues, estar siempre atento a los demás, imitando al buen Pastor, que nunca se cansa de ir en busca de la oveja descarriada o del hijo que se ha ido lejos de la casa paterna. A veces será una búsqueda difícil para usted, incluso dramática, pero siempre apasionante; una búsqueda llevada a cabo con el único objeto de hacer sentir a los otros, a través de las palabras de usted, de su modo de ser y de su corazón, la ilimitada bondad y misericordia del Padre celestial. Además, a los que están heridos, o que llevan una existencia difícil y atormentada, deberá ofrecerles "el óleo del consuelo y el vino de la esperanza". Así imitará a Jesús que, recorriendo las aldeas y ciudades, se detenía a conversar con la gente, entraba en las casas, consolaba a los afligidos y curaba a los enfermos del cuerpo o del espíritu. En definitiva, deberá hacerse prójimo de cualquiera que encuentre en su camino. Pero usted lo sabe bien:  para ser como el buen samaritano, dispuesto a la escucha y al servicio de los hermanos, el secreto es cultivar una relación íntima y constante con Jesús. Por tanto, déjese plasmar por él, escuchando su palabra en la intimidad de la oración, en la celebración cotidiana y devota de la Eucaristía. Que Jesús sea siempre su amigo y su inseparable compañero de viaje.

Una segunda característica de su ministerio episcopal ha de ser la total entrega al bien de la grey que la Iglesia le confía hoy, y a la que estará indisolublemente unido. "El buen pastor da su vida por las ovejas", dice el evangelista san Juan reproduciendo las palabras de Jesús (Jn 10, 11); una vez más, él es el modelo a imitar, él es el buen Pastor que en la cruz da la vida por nosotros. Entramos así en el punto central:  el misterio de la cruz. A este respecto, Benedicto XVI escribe:  "La cruz es el punto central del sermón sobre el pastor, y no como un acto de violencia que encuentra desprevenido a Jesús y se le inflige desde fuera, sino como una entrega libre por parte de él mismo. (...) Jesús transforma el acto de violencia externa de la crucifixión en un acto de entrega voluntaria de sí mismo por los demás. Jesús no entrega algo, sino que se entrega él mismo" (Gesù di Nazaret, p. 324). Querido don Gaetano, que en su ministerio episcopal su más alta aspiración sea consumirse, inmolarse por el Señor y por el bien de cada hermano confiado a sus cuidados pastorales. Ofrézcase sin reservas y todo lo demás le será dado con sobreabundancia.

Esta entrega sin límites, recuerda también el Papa, no puede darse sin un verdadero conocimiento recíproco entre el pastor y el rebaño. El pastor "llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera... y las ovejas lo siguen porque conocen su voz" (Jn 10, 3-4). En el lenguaje bíblico, el verbo conocer no indica algo superficial, sino una relación personal y profunda. "El pastor —escribe el Santo Padre— conoce a las ovejas porque estas le pertenecen, y ellas lo conocen precisamente porque son suyas. Conocer y pertenecer... son básicamente lo mismo. El verdadero pastor no "posee" las ovejas como un objeto cualquiera que se usa y se consume; ellas le "pertenecen" precisamente en ese conocerse mutuamente, y ese "conocimiento" es una aceptación interior. Indica una pertenencia interior, que es mucho más profunda que la posesión de las cosas" (ib., p. 325). Podríamos decir, pues, que la esencia del ministerio de un sacerdote, y más todavía la de un obispo, consiste precisamente en este conocimiento-pertenencia; en efecto, querido don Gaetano, cuanto más entre usted en sintonía, en diálogo con los fieles, más aprenderá a compartir sus alegrías y sus penas. Esta pertenencia recíproca se convierte para el pastor en amor, un amor que, respetando la libertad de los demás, está dispuesto en toda circunstancia a sacrificar la vida por el rebaño, siguiendo el ejemplo de Jesús.

La última consigna que quisiera confiarle, también tomada del reciente libro de Benedicto XVI, se refiere a la unidad. Es san Juan quien nos introduce también en esta perspectiva espiritual. "Tengo otras ovejas que no son de este redil. A esas también las llevaré; escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor" (Jn 10, 16). Queda aquí claramente expresada la voluntad de que el pastor ponga su mirada no sólo en la propia comunidad, sino en todos los hijos de Dios, para que se cumpla el designio divino originario, gracias también a su contribución, querido don Gaetano. Entonces, con gozo podrá cantar eternamente la bondad y la misericordia del Señor, como hemos repetido en el Salmo responsorial.

Querido hermano, después de haber pasado largos años en su patria de origen, Italia, trabajando entre los jóvenes en diversas obras salesianas de la inspectoría lombardo-emiliana —recuerdo aquí el colegio y la parroquia de Arese, el colegio de Bolonia, el colegio y la parroquia de Sesto San Giovanni—, después de haber continuado este mismo ministerio educativo en el Perú como rector del seminario mayor de Pumallucay, comienza ahora una nueva misión como coadjutor del vicariato apostólico de Pucallpa. Su sólida experiencia como educador, según el carisma salesiano, es una riqueza para la Iglesia que le tendrá como pastor y garantía de un servicio precioso para la formación de las nuevas generaciones en el Perú. Es bien sabido lo importante que es la formación de los jóvenes, que son la esperanza y el futuro de la Iglesia y del mundo. Dedique sus energías a esta misión, teniendo bien presente en la memoria la enseñanza siempre actual de don Bosco, al que le gustaba repetir que "la educación es un asunto del corazón, y sólo Dios es su dueño, y nosotros no podremos conseguir nada si Dios no nos enseña el arte y no nos pone las llaves en la mano" (Epistolario, 4, 209). Sí, querido don Gaetano, el secreto consiste una vez más en tener el corazón de Cristo, el corazón del buen Pastor, un corazón de padre y hermano que hace de la caridad en la verdad la razón de toda su vida. Que le acompañe en este su nuevo y arduo servicio a la Iglesia la santísima Virgen María, invocada especialmente en esta tierra como Nuestra Señora del Carmelo. Que ella le obtenga el don de la fidelidad y de la perseverancia, para que pueda llevar a cabo la obra que Dios ha comenzado en usted. Amén.

 
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