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VIAJE A CHILE DEL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO
(5 – 15 ABRIL 2010)

PALABRAS DEL CARD. TARCISIO BERTONE
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS EMPRESARIOS CHILENOS
EN LA NUNCIATURA APOSTÓLICA


Santiago
Martes 13 de abril de 2010

 

Señor Nuncio Apostólico,
Señores representantes del mundo de la empresa y del trabajo en Chile,
Amigos todos:

Me alegro de poder encontrarme hoy con Ustedes, representantes del mundo de la empresa, de la industria, del comercio, de las finanzas y de la economía chilena. Les traigo el saludo y el afecto del Santo Padre Benedicto XVI, que les alienta a dar lo mejor de Ustedes mismos en estos momentos críticos para su Patria. Sé que estoy ante personas de las que depende en gran parte la vida económica nacional y el bienestar de muchas familias. El Señor ha puesto en sus manos abundantes recursos y, por lo mismo, la gran responsabilidad de su gestión. En las circunstancias actuales de Chile, tras un terremoto que ha causado graves daños, su compromiso adquiere nuevas perspectivas al servicio de los más necesitados y en la reconstrucción del País.

El veintinueve de junio del año pasado, el Papa firmaba su tercera encíclica, titulada Caritas in veritate, “caridad en la verdad”. A partir de la Doctrina Social de la Iglesia, Su Santidad hace un llamado a los empresarios, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social, para que contribuyan al desarrollo humano integral.

Si “la iniciativa económica es expresión de la inteligencia humana y de la exigencia de responder a las necesidades del hombre con creatividad y en colaboración” (Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 343), en estos momentos de dificultad, es cuando se pone a prueba de modo especial la clarividencia empresarial. Ahora se necesita un decidido espíritu de laboriosidad, un tesón que no conozca el cansancio, grandes dosis de creatividad, junto a una mayor generosidad y sacrificio para buscar vías de superación. Sus empresas son una oferta de servicios a las personas y a la sociedad, y un medio de vida para los empleados y sus familias. Por eso, permítanme que les anime en la hora presente a ser especialmente magnánimos, imaginativos y emprendedores, buscando el progreso económico del País y el desarrollo integral del hombre, pues, según el Magisterio de la Iglesia, los objetivos económicos no se pueden alejar de los sociales y morales, sino que deben perseguirse conjuntamente (cf. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 338).

La Iglesia, sin pretender ofrecer soluciones técnicas a los problemas económicos, tiene la misión de iluminar las conciencias de los hombres con el anuncio del Evangelio, para que sus actividades sean acordes con la dignidad de la persona y se evite así su degradación, considerándola como mero instrumento de producción. Ésta es la visión del “humanismo cristiano”, en el que “la disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa”, contrariamente al indiferentismo ateo, “que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos” (Caritas in veritate, 78). En efecto, la visión del hombre como “imagen de Dios” (Gn 1,27) conlleva la dignidad inviolable de la persona, y también la dimensión trascendente de las normas morales naturales. Y a partir de aquí, el desarrollo humano es auténtico sólo cuando corresponde a la verdad del hombre, a su verdadera estatura moral (cf. Caritas in veritate, n. 45).

Para la empresa, caridad en la verdad significa “ir más allá del intercambio y del lucro como fin en sí mismo” (Ibid., n. 38). Significa que los medios para obtener beneficios han de ser lícitos, y que los mismos beneficios han de tener como fin último el bien común. Sin ello, se desvirtúa el importante carácter social de la economía y la empresa puede terminar por ser un factor de inestabilidad e inquietud para la sociedad en la que se desarrolla y a la que, en último término, se debe. A este respecto, la Iglesia siempre ha sostenido que la actividad económica no puede ser antisocial. Más todavía, el Papa presenta en su última encíclica el mercado como un ámbito en el que se pueden y se deben desarrollar relaciones auténticamente humanas basadas en la transparencia, la amistad, la solidaridad, la reciprocidad, la responsabilidad y la confianza (cf. Ibid., n. 36. 66).

Este ideal no ha de oscurecerse, sobre todo en la coyuntura actual, donde las vigentes dinámicas económicas han influido mucho en el modo de comprender las iniciativas empresariales. Por eso, “se ha de evitar —dice el Papa Benedicto XVI—, que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo” (Ibid., n. 40).

Por otra parte, el progreso tecnológico, que tanto ha hecho avanzar la economía en los diversos ámbitos, corre el peligro de crear una mentalidad en nuestra sociedad, según la cual todo es manipulable, incluso la vida humana. La moderna mentalidad considera la actividad empresarial como un hecho técnico, y no humano ni ético. Los prodigios de la técnica pueden inducir al hombre a preguntarse sólo por “el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar” (Ibid., n. 70). Sin embargo, el desarrollo auténticamente humano no será posible sin hombres rectos, sin empresarios, trabajadores y políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Por el contrario, el “absolutismo de la técnica”, que llega a incapacitar al hombre para percibir lo que no se explica como materia, se manifiesta especialmente en la manipulación de la vida humana: la fecundación in vitro, la investigación con embriones, la clonación e hibridación, el aborto, la eutanasia… Todas estas prácticas fomentan una concepción materialista y mecanicista de la vida humana (cf. Ibid., n. 75).

Para hacer frente a estos riesgos y afrontar estos retos en la economía actual, Su Santidad invita a introducir la lógica del don y de la gratuidad también en la economía de mercado (cf. Ibid., n. 36). El don afirma el primado de la persona sobre su utilidad, de la relación personal sobre el producto final.

Desde este sugerente horizonte, en estos momentos tan significativos para Chile, permítanme concluir reiterando, con palabras del Santo Padre, que “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: ‘Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social’” (Ibid., n. 25). Para ello, el gran desafío que se abre ante nosotros es mostrar que todo olvido de la ética social acaba desfigurando una economía digna del hombre. En este sentido, no dudo que en el corazón de Ustedes late el vivo deseo y la voluntad de continuar introduciendo en el ejercicio de su profesión la verdad inviolable del ser humano, don de Dios, y la fraternidad gratuita que nos une a todos en solidaridad. De lo contrario, podrán tener una empresa eficiente y un mercado al alza, pero quizás en perjuicio de aquello a lo que deben servir y que ha de dar razón de ser a su actividad: el bien del ser humano en su totalidad y de todos los seres humanos.

Que la Virgen del Carmen, Patrona de Chile, haga realidad estos propósitos que ponemos en sus manos, para que los agentes sociales y políticos y los empresarios y trabajadores chilenos sepan llevar adelante su hermosa tarea, con el propósito de prestar un gran servicio a sus semejantes y de buscar el justo y armónico desarrollo de su País.

Muchas gracias.

 

 

 
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