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DISCURSO DEL CARDENAL ANGELO SODANO
EN LA CUMBRE MUNDIAL SOBRE ALIMENTACIÓN
ORGANIZADA POR LA FAO*

Roma, sábado 16 de noviembre de 1996



Señor presidente:
señor director general;
excelencias;
señoras y señores:

Mi primer deber es el de agradeceros la calurosa acogida con que habéis recibido a Su Santidad Juan Pablo II en la ceremonia de inauguración de esta cumbre mundial.

El Papa ha deseado renovar a la FAO el apoyo de la Santa Sede y de toda la Iglesia católica a las nobles iniciativas que se están emprendiendo para garantizar alimentos a todos los habitantes de la tierra.

Por lo demás, también la existencia de una misión de observación de la Santa Sede ante la FAO, así como la presencia de una delegación especial en esta cumbre mundial, manifiestan la enorme importancia que la Santa Sede ha atribuido siempre a la actividad de la FAO, situada aquí en el centro de la antigua Roma para invitar a todas las naciones del mundo a colaborar en un campo tan vital, como es el de la agricultura y la alimentación.

En efecto, todos somos conscientes de que se trata verdaderamente de un problema primordial de cooperación internacional. Si millones de personas están aún marcadas por los daños del hambre y de la desnutrición, la causa no se ha de buscar en la falta de alimentos.

Solamente el año pasado, la FAO ha reconocido en su «Atlante de la agricultura y de la alimentación» que el mundo puede satisfacer plenamente la necesidad energética de todos, pero por desgracia no hay uniformidad en la producción ni en a distribución de los alimentos (cf. FAO, Necesidades y recursos, Atlante de la agricultura y de la alimentación, Roma 1995, p. 16). Del mismo modo se expresaba ya esta Organización en la declaración final de la Conferencia internacional sobre la alimentación, convocada, juntamente con la Organización mundial de la salud, en el año 1992 (cf. Relación final de la Conferencia, n. 1), es decir, que los recursos de la tierra, considerados en su conjunto, pueden alimentar a todos sus habitantes.

Teniendo en cuenta esos datos, la Santa Sede considera que el desafío del momento presente, para garantizar alimentos a todos los hombres, en los diversos continentes, no es sólo un desafío de orden económico y técnico, sino ante todo un desafío de orden ético-espiritual. Es una cuestión de solidaridad, vivida a la luz de algunos principios fundamentales, que quisiera subrayar aquí brevemente.

El primer principio de nuestro compromiso de solidaridad es el respeto a toda persona humana. Cualquiera que sea, posee derechos inalienables. Además, para los creyentes, toda persona humana ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Esta doctrina puede transformar nuestra visión de la vida, de la sociedad y de la historia.

El segundo principio es el de la solidaridad. Si toda persona posee una dignidad inalienable, cuando tiene necesidad de nuestra ayuda, se la debemos dar. Para nosotros, los creyentes, se trata también de un deber explícito que nos dio Cristo. Este principio ha inspirado, a lo largo de los siglos, la mejor tradición moral y jurídica. Aquí, en Italia, ya hace más de ochocientos años, en el famoso Decreto de Graciano, se llegó a dar esta norma: «Alimenta a quien está muriendo de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas» (dist. LXXXVI, c. 21).

El tercer principio que inspira nuestra acción social es el del destino universal de los bienes de la tierra. Así pues, sean cuales sean las formas de propiedad, según las instituciones legítimas de los pueblos, creemos que «hay que tener siempre en cuenta este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente, no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás» (Gaudium et spes, 69).

El cuarto principio que inspira la acción de la Santa Sede en el campo internacional es la promoción de la paz. Con frecuencia, hay personas que mueren de hambre a causa de la guerra. La tragedia africana, en la región de los Grandes Lagos, nos muestra claramente que sólo restableciendo la paz entre los pueblos se podrá eliminar la plaga de la miseria y del hambre.

Señoras y señores, estos son los principios de la solidaridad en que la Santa Sede trata de inspirarse, a fin de cooperar con todos los gobiernos, con las organizaciones internacionales y, en particular, con la FAO, para erradicar del mundo el azote del hambre y brindar a todos la posibilidad de tener un pan cada día.

Con este fin, la Santa Sede se une al consenso manifestado aquí acerca de los documentos finales de la cumbre. Sin embargo, teniendo en cuenta su naturaleza y su misión propias, la Santa Sede desea formular al respecto algunas reservas y una declaración de interpretación, solicitando que sean incluidas en la Relación final de esta cumbre. Muchas gracias.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.47 p.7.


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