The Holy See
back up
Search
riga

MISA "PRO ELIGENDO PONTIFICE"

HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO SODANO
DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO


Basílica Vaticana
Martes 12 de marzo de 2013

 

Queridos concelebrantes,
Distinguidas autoridades,
Hermanos y hermanas en el Señor:

“Cantaré eternamente las misericordias del Señor”. Es el canto que una vez más ha resonado en la tumba del Apóstol Pedro, en esta hora importante de la historia de la Santa Iglesia de Cristo. Son las palabras del salmo 88 que han florecido en nuestros labios para adorar, agradecer y suplicar al Padre que está en los Cielos. “Misericordias Domini in aeternum cantabo”. Es el bello texto en latín que nos ha introducido en la contemplación de Aquel que siempre vigila con amor sobre su Iglesia, sosteniéndola en su camino a través de los siglos y vivificándola con su Santo Espíritu.

También nosotros hoy con esta actitud interior queremos ofrecernos con Cristo al Padre que está en los Cielos, para agradecerle la amorosa asistencia que siempre reserva a su Santa Iglesia, y en particular el luminoso Pontificado que nos ha concedido con la vida y las obras del 265 Sucesor de Pedro, el amado y venerado Pontífice Benedicto XVI, al cual en este momento renovamos toda nuestra gratitud.

Al mismo tiempo queremos implorar del Señor que a través de la solicitud pastoral de los Padres Cardenales, quiera pronto conceder a su Santa Iglesia otro Buen Pastor. Cierto, nos sostiene en esta hora la fe en la promesa de Cristo sobre el carácter indefectible de su Iglesia. Jesús, en efecto, dijo a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).

Hermanos, las lecturas de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos pueden ayudar a comprender mejor la misión que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.

1. El mensaje del amor

La primera lectura nos ha vuelto a proponer un célebre oráculo mesiánico de la segunda parte del libro de Isaías, aquella parte llamada “el Libro de la consolación” (Is 40-66). Es una profecía dirigida al pueblo de Israel destinado al exilio en Babilonia. Para ellos Dios anuncia el envío de un Mesías lleno de misericordia, un Mesías que podrá decir: “El espíritu del Señor Dios está sobre mí… me ha enviado a traer el feliz anuncio a los pobres, para vendar los corazones rotos, a proclamar la libertad a los esclavos, la excarcelación de los prisioneros, a promulgar el año de misericordia del Señor” (Is 61,1-3).

El cumplimiento de dicha profecía se ha realizado plenamente en Jesús, venido al mundo para hacer presente el amor del Padre hacia los hombres. Es un amor que se hace particularmente notar en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, con todas las fragilidades del hombre, tanto físicas como morales. Es conocida al respecto la célebre encíclica del Papa Juan Pablo II Dives in misericordia, que añadía: “El modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado ‘misericordia’ en el lenguaje bíblico” (Ibid. n. 3).

Esta misión de misericordia ha sido luego confiada por Cristo a los pastores de su Iglesia. Es una misión que compromete a cada sacerdote y obispo, pero compromete aún más al Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. A Pedro, en efecto, Jesús dijo: “Simón de Juan ¿me amas tú más que éstos? … Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15). Es conocido el comentario de san Agustín a estas palabras de Jesús: “Sea por lo tanto tarea del amor apacentar la grey del Señor”; “sit amoris officium pascere dominicum gregem” (In Iohannis Evangelium,123,5; PL 35,1967).

En realidad, es este amor que impulsa a los Pastores de la Iglesia a desarrollar su misión de servicio a los hombres de cada tiempo, desde el servicio caritativo más inmediato hasta el servicio más alto, aquel de ofrecer a los hombres la luz del Evangelio y la fuerza de la gracia.

Así lo ha indicado Benedicto XVI en el Mensaje para la Cuaresma de este año (cf. n. 3). Leemos, en efecto, en dicho mensaje: “A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16)”.

2. El mensaje de la unidad

La segunda lectura está tomada de la Carta a los Efesios, escrita por el Apóstol Pablo precisamente en esta ciudad de Roma durante su primer encarcelamiento (años 62-63 d.C.). Es una carta sublime en la cual Pablo presenta el misterio de Cristo y de la Iglesia. Mientras la primera parte es más doctrinal (cap. 1-3), la segunda, donde se introduce el texto que hemos escuchado, es de índole más pastoral (cap. 4-6). En esta parte, Pablo enseña las consecuencias prácticas de la doctrina presentada antes y empieza con una incisiva invitación a la unidad eclesial: “Los exhorto pues yo, el prisionero del Señor, a comportarse de manera digna de la vocación que han recibido, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose recíprocamente con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu a través del vínculo de la paz” (Ef 4,1-3).

San Pablo explica luego que en la unidad de la Iglesia existe una diversidad de dones, según la multiforme gracia de Cristo, pero esta diversidad está en función de la edificación del único cuerpo de Cristo: “Es él el que ha establecido a algunos como apóstoles, otros como profetas, otros como evangelistas, otros como pastores y maestros, para hacer idóneos a los hermanos para cumplir el ministerio, a fin de edificar el cuerpo de Cristo” (4,11-12).

Es propiamente por la unidad de su Cuerpo Místico que Cristo ha enviado luego su Santo Espíritu y al mismo tiempo ha establecido a sus Apóstoles, entre los cuales Pedro sobresale como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia.

En nuestro texto, San Pablo nos enseña que también todos nosotros tenemos que colaborar para edificar la unidad de la Iglesia, ya que para realizarla es necesariala colaboración de cada articulación, según la energía propia de cada miembro(Ef 4,16). Todos nosotros, pues, estamos llamados a cooperar con el Sucesor de Pedro, fundamento visible de la unidad eclesial.

3. La misión del Papa

Hermanos y hermanas en el Señor, el Evangelio de hoy nos conduce a la última cena, cuando el Señor les dijo a sus Apóstoles: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15,12). El texto también evoca la primera lectura del profeta Isaías a propósito del quehacer del Mesías, para recordarnos que la actitud fundamental de los Pastores de la Iglesia es el amor. Es ese amor el que nos impulsa a ofrecer la propia vida por los hermanos. Nos dice, en efecto, Jesús: “Nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por los propios amigos” (Jn 15,12).

La actitud fundamental de cada buen Pastor es, pues, dar la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15). Esto vale sobre todo para el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal. Porque cuanto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto más grande tiene que ser la caridad del Pastor. Por esto, en el corazón de cada Sucesor de Pedro resuenan siempre las palabras que el Divino Maestro dirigió un día al humilde pescador de Galilea:“Diligis me plus his? Pasce agnos meos… pasce oves meas”; ¿me quieres más que éstos? Apacienta mis corderos… apacienta mis ovejas (cf. Jn 21,15-17).

En el ámbito de este servicio de amor a la Iglesia y a la humanidad entera, los últimos Pontífices también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas en favor de los pueblos y la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la paz. Rogamos para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a nivel mundial.

Del resto, este servicio de caridad es parte de la naturaleza íntima de la Iglesia. Lo ha recordado el Papa Benedicto XVI diciéndonos: “También el servicio de la caridad es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y es expresión irrenunciable de su misma esencia” (Carta apostólica en forma de Motu proprio Intima Ecclesiae natura, el 11 de noviembre de 2012, proemio; cf. Carta Encíclica Deus caritas est, n. 25).

Es una misión de caridad que es propia de la Iglesia, y de modo particular es propia de la Iglesia de Roma, que, según la bella expresión de S. Ignacio de Antioquía, es la Iglesia que “preside en la caridad”;“praesidet caritati” (cfr. Ad Romanos, praef.; Lumen gentium, n. 13).

Hermanos, oremos para que el Señor nos conceda un Pontífice que desarrolle con corazón generoso esta noble misión. Se lo pedimos por intercesión de María Santísima, Reina de los Apóstoles, y de todos los Mártires y los Santos que a lo largo de los siglos han hecho gloriosa esta Iglesia de Roma. Amén.

 

 

top