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BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Segundo domingo de Cuaresma, 17 de febrero de 2008

 

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer se concluyeron aquí, en el palacio apostólico, los ejercicios espirituales durante los cuales, como todos los años, se unieron en la oración y en la meditación el Papa y sus colaboradores de la Curia romana. Doy las gracias a cuantos nos han acompañado espiritualmente: el Señor los recompense por su generosidad.

Hoy, segundo domingo de Cuaresma, prosiguiendo el camino penitencial, la liturgia, después de habernos presentado el domingo pasado el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad. De este modo, podríamos decir que estos dos domingos son como dos pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, más aún, toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.

El monte —tanto el Tabor como el Sinaí— es el lugar de la cercanía con Dios. Es el espacio elevado, con respecto a la existencia diaria, donde se respira el aire puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en la presencia del Señor, como Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del "éxodo" que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua.
La Transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, se adhiere con su voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: él es Dios, Luz de Luz. También el vestido de Jesús se vuelve blanco y resplandeciente. Esto nos hace pensar en el Bautismo, en el vestido blanco que llevan los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (cf. Ap 7, 9. 13).

Aquí está el punto crucial: la Transfiguración es anticipación de la resurrección, pero esta presupone la muerte. Jesús manifiesta su gloria a los Apóstoles, a fin de que tengan la fuerza para afrontar el escándalo de la cruz y comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al reino de Dios. La voz del Padre, que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es su Hijo predilecto, como en el bautismo en el Jordán, añadiendo: "Escuchadlo" (Mt 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirlo por el camino de la cruz, llevando en el corazón, como él, la esperanza de la resurrección. Spe salvi, salvados en esperanza. Hoy podemos decir: "Transfigurados en esperanza".

Dirigiéndonos ahora con la oración a María, reconozcamos en ella a la criatura humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo, y encomendémonos a su guía para recorrer con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma.


Después del Ángelus

Llamamiento en favor de la paz en Líbano

Sigo con preocupación las persistentes manifestaciones de tensión en Líbano. Desde hace casi tres meses, el país no logra elegir a un jefe del Estado. Los esfuerzos por resolver la crisis y el apoyo ofrecido por numerosos e importantes representantes de la comunidad internacional, aunque aún no han logrado resultados, demuestran la intención de encontrar un presidente que sea tal para todos los libaneses, poniendo así las bases para superar las divisiones existentes. Por desgracia, no faltan tampoco motivos de preocupación, sobre todo a causa de una insólita violencia verbal o de cuantos ponen incluso su confianza en la fuerza de las armas y en la eliminación física de sus adversarios.

Junto con el Patriarca maronita y con todos los obispos libaneses, os pido que os unáis a mi súplica a Nuestra Señora del Líbano para que aliente a los ciudadanos de esa querida nación, y en particular a los políticos, a trabajar con tenacidad en favor de la reconciliación, de un diálogo verdaderamente sincero, de la convivencia pacífica y del bien de una patria sentida profundamente común.

(Saludo en castellano)

Dirijo mi cordial saludo a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, especialmente a los fieles provenientes de las parroquias de San Lorenzo y de Nuestra Señora del Rosario de La Unión (Murcia). En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a contemplar a Cristo, transfigurado en el monte Tabor, para que, iluminados por su palabra, podamos vencer las pruebas cotidianas de la vida y ser en medio del mundo testigos de su gloria. ¡Muchas gracias!



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