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BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Domingo 1 de febrero de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

Este año, en las celebraciones dominicales, la liturgia propone a nuestra meditación el evangelio de san Marcos, una de cuyas características es el así llamado "secreto mesiánico", es decir, el hecho de que Jesús no quiere que por el momento se sepa, fuera del grupo restringido de sus discípulos, que él es el Cristo, el Hijo de Dios. Por eso, en varias ocasiones, tanto a los Apóstoles como a los enfermos que cura, les advierte de que no revelen a nadie su identidad.

Por ejemplo, el pasaje evangélico de este domingo (Mc 1, 21-28) habla de un hombre poseído por el demonio, que repentinamente se pone a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios". Y Jesús le ordena: "Cállate y sal de él". E inmediatamente —constata el evangelista— el espíritu maligno, con gritos desgarradores, salió de aquel hombre.

Jesús no sólo expulsa los demonios de las personas, liberándolas de la peor esclavitud, sino que también impide a los demonios mismos que revelen su identidad. E insiste en este "secreto", porque está en juego el éxito de su misma misión, de la que depende nuestra salvación. En efecto, sabe que para liberar a la humanidad del dominio del pecado deberá ser sacrificado en la cruz como verdadero Cordero pascual. El diablo, por su parte, trata de distraerlo para desviarlo, en cambio, hacia la lógica humana de un Mesías poderoso y lleno de éxito. La cruz de Cristo será la ruina del demonio; y por eso Jesús no deja de enseñar a sus discípulos que, para entrar en su gloria, debe padecer mucho, ser rechazado, condenado y crucificado (cf. Lc 24, 26), pues el sufrimiento forma parte integrante de su misión.

Jesús sufre y muere en la cruz por amor. De este modo, bien considerado, ha dado sentido a nuestro sufrimiento, un sentido que muchos hombres y mujeres de todas las épocas han comprendido y hecho suyo, experimentando profunda serenidad incluso en la amargura de duras pruebas físicas y morales. Y precisamente "la fuerza de la vida en el sufrimiento" es el tema que los obispos italianos han elegido para su tradicional Mensaje con ocasión de esta Jornada por la vida. Me uno de corazón a sus palabras, en las que se percibe el amor de los pastores por la gente y la valentía de anunciar la verdad, la valentía de decir con claridad, por ejemplo, que la eutanasia es una falsa solución para el drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. En efecto, la verdadera respuesta no puede ser provocar la muerte, por "dulce" que sea, sino testimoniar el amor que ayuda a afrontar de modo humano el dolor y la agonía. Estemos seguros de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante de Dios.

La Virgen María guardó en su corazón de madre el secreto de su Hijo y compartió con él la hora dolorosa de la pasión y la crucifixión, sostenida por la esperanza de la resurrección. A ella le encomendamos a las personas que sufren y a quienes se esfuerzan cada día por sostenerlas, sirviendo a la vida en cada una de sus fases: padres, profesionales de la salud, sacerdotes, religiosos, investigadores, voluntarios y muchos otros más. Oramos por todos.


Después del Ángelus

Mañana celebraremos la fiesta litúrgica de la Presentación de Jesús en el templo. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José lo llevaron a Jerusalén, siguiendo las prescripciones de la Ley de Moisés. En efecto, todo primogénito, según las Escrituras, pertenecía al Señor y, por tanto, había que rescatarlo con un sacrificio. En este acontecimiento se manifiesta la consagración de Jesús a Dios Padre y, unida a ella, la de María Virgen. Por eso, mi amado predecesor Juan Pablo II quiso que esta fiesta, durante la cual muchas personas consagradas emiten o renuevan sus votos, se convirtiera en la Jornada de la vida consagrada. Por tanto, mañana por la tarde, al final de la santa misa presidida por el prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, me encontraré en la basílica de San Pedro con los consagrados y las consagradas presentes en Roma. Invito a todos a dar gracias al Señor por el valioso don de estos hermanos y hermanas, y a pedirle, por intercesión de la Virgen, muchas nuevas vocaciones, en la variedad de los carismas que constituyen la riqueza de la Iglesia.

(En castellano)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana y a todos los que se unen a ella a través de la radio y la televisión. Siguiendo la invitación del salmista, os invito a aclamar al Señor, a darle gracias, a bendecir su nombre y a acoger su Palabra para que no se endurezca nuestro corazón. La santísima Virgen nos acompaña e intercede por nosotros en esta hermosa misión. ¡Feliz domingo!



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