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BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
III Domingo de Adviento, 12 de diciembre de 2010

[Vídeo]

 

Queridos hermanos y hermanas:

En este tercer domingo de Adviento, la liturgia propone un pasaje de la carta de Santiago, que comienza con esta exhortación: «Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor» (St 5, 7). Me parece muy importante, en nuestros días, subrayar el valor de la constancia y de la paciencia, virtudes que pertenecían al bagaje normal de nuestros padres, pero que hoy son menos populares en un mundo que, más bien, exalta el cambio y la capacidad de adaptarse a situaciones siempre nuevas y distintas. Sin quitar nada a estos aspectos, que también son cualidades del ser humano, el Adviento nos llama a potenciar la tenacidad interior y la resistencia del alma que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en venir, sino esperarlo, es más, preparar su venida con confianza activa.

«Mirad al labrador —escribe san Santiago—; espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está cerca» (St 5, 7-8). La comparación con el campesino es muy expresiva: quien ha sembrado en el campo, tiene ante sí algunos meses de espera paciente y constante, pero sabe que mientras tanto la semilla cumple su ciclo, gracias a las lluvias de otoño y de primavera. El agricultor no es fatalista, sino modelo de una mentalidad que une de modo equilibrado la fe y la razón, porque, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y hace bien su trabajo y, por otra, confía en la Providencia, puesto que algunas cosas fundamentales no están en sus manos, sino en manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el empeño humano y la confianza en Dios.

«Fortaleced vuestros corazones», dice la Escritura. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos fortalecer nuestros corazones, que ya de por sí son frágiles y que resultan todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos sumergidos? La ayuda no nos falta: es la Palabra de Dios. De hecho, mientras todo pasa y cambia, la Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida hacen que nos sintamos perdidos y parece que se derrumba toda certeza, contamos con una brújula para encontrar la orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva. Y aquí se nos ofrece el modelo de los profetas, es decir, de esas personas a las que Dios ha llamado para que hablen en su nombre. El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad de Dios. Todo cristiano, en virtud del Bautismo, ha recibido la dignidad profética; y cada uno debe redescubrirla y alimentarla, escuchando asiduamente la Palabra divina. Que nos lo obtenga la Virgen María, a quien el Evangelio llama bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor (cf. Lc 1, 45).

 


Después del Ángelus

Queridos amigos, mi primer saludo se dirige hoy a los niños y los muchachos de Roma. Gracias por vuestra presencia. Habéis venido para la tradicional bendición de las figuras del Niño Jesús para los belenes. Queridos amigos jóvenes: cuando pongáis al Niño Jesús en la cueva o en la cabaña, rezad una oración por el Papa y por sus intenciones. ¡Gracias! Saludo también a vuestros padres, maestros y catequistas; doy las gracias al Centro de oratorios romanos por esta iniciativa, así como a los amigos del Centro pediátrico «Santa Marta».

Asimismo, deseo recordar que el jueves próximo, 16 de diciembre, por la tarde, celebraré en la basílica de San Pedro la liturgia de las Vísperas con los universitarios de los ateneos romanos, en preparación de la Navidad.

(En español)

En este tercer domingo de Adviento, la liturgia nos invita con insistencia a la alegría en el Señor. Que la intercesión amorosa de Santa María, que bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, es invocada fervientemente como Madre por los hombres y mujeres del pueblo mexicano y de América Latina, aliente este tiempo de gozo y esperanza y fomente el ineludible ejercicio de la caridad con los más necesitados.



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