BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Castelgandolfo
Domingo 30 de septiembre de 2012
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Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo presenta uno de esos episodios de la vida de Cristo que, incluso percibiéndolos, por decirlo así, en passant, contienen un significado profundo (cf. Mc 9, 38-41). Se trata del hecho de que alguien, que no era de los seguidores de Jesús, había expulsado demonios en su nombre. El apóstol Juan, joven y celoso como era, quería impedirlo, pero Jesús no lo permite; es más, aprovecha la ocasión para enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas y hasta prodigiosas incluso fuera de su círculo, y que se puede colaborar con la causa del reino de Dios de diversos modos, ofreciendo también un simple vaso de agua a un misionero (v. 41). San Agustín escribe al respecto: «Como en la católica —es decir, en la Iglesia— se puede encontrar aquello que no es católico, así fuera de la católica puede haber algo de católico» (Agustín, Sobre el bautismo contra los donatistas: pl 43, VII, 39, 77). Por ello, los miembros de la Iglesia no deben experimentar celos, sino alegrarse si alguien externo a la comunidad obra el bien en nombre de Cristo, siempre que lo haga con recta intención y con respeto. Incluso en el seno de la Iglesia misma, puede suceder, a veces, que cueste esfuerzo valorar y apreciar, con espíritu de profunda comunión, las cosas buenas realizadas por las diversas realidades eclesiales. En cambio, todos y siempre debemos ser capaces de apreciarnos y estimarnos recíprocamente, alabando al Señor por la «fantasía» infinita con la que obra en la Iglesia y en el mundo.
En la liturgia de hoy resuena también la invectiva del apóstol Santiago contra los ricos deshonestos, que ponen su seguridad en las riquezas acumuladas a fuerza de abusos (cf. St 5, 1-6). Al respecto, Cesáreo de Arlés lo afirma así en uno de sus discursos: «La riqueza no puede hacer mal a un hombre bueno, porque la dona con misericordia; así como no puede ayudar a un hombre malo, mientras la conserva con avidez y la derrocha en la disipación» (Sermones 35, 4). Las palabras del apóstol Santiago, a la vez que alertan del vano afán de los bienes materiales, constituyen una fuerte llamada a usarlos en la perspectiva de la solidaridad y del bien común, obrando siempre con equidad y moralidad, en todos los niveles.
Queridos amigos, por intercesión de María santísima, oremos a fin de que sepamos alegrarnos por cada gesto e iniciativa de bien, sin envidias y celos, y usar sabiamente los bienes terrenos en la continua búsqueda de los bienes eternos.
LLAMAMIENTO
Queridos hermanos y hermanas:
Sigo con afecto y preocupación cuanto sucede a la población del este de la República democrática del Congo, que en estos días es también objeto de atención en una reunión de alto nivel en las Naciones Unidas. Estoy especialmente cerca a los prófugos, a las mujeres y a los niños, que a causa de los persistentes enfrentamientos armados se ven sometidos a sufrimientos, violencias y profundos trastornos. Invoco a Dios para que se encuentren caminos pacíficos de diálogo y de protección de numerosos inocentes, para que cuanto antes vuelva la paz, fundada en la justicia, y se restablezca la convivencia fraterna en esa población tan probada, como también en toda la región.
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Después del Ángelus
Con todo afecto saludo a los peregrinos de lengua española. En la primera lectura de la Misa de este domingo dice Moisés: «¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!». Este anhelo se cumple en la Iglesia, que en Pentecostés recibió el Espíritu Santo. Pidamos a la Virgen María que interceda por todos nosotros, bautizados en el Espíritu de Cristo, para que seamos cada vez más conscientes del don que hemos recibido y nos decidamos a quitar de nuestra vida todo lo que nos aparte del amor de Dios. Feliz domingo.
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