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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS
CON LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS EN PREPARACIÓN DE LA NAVIDAD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica Vaticana
Jueves, 16 de diciembre de 2010

 

«Tened paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor» (St 5, 7).

Con estas palabras el apóstol Santiago nos ha introducido en el camino de preparación inmediata a la santa Navidad, que en esta liturgia vespertina tengo la alegría de comenzar con vosotros, queridos alumnos e ilustres docentes de los ateneos de Roma. Dirijo a todos mi saludo cordial, en particular al numeroso grupo de los que se preparan a recibir la Confirmación, y expreso mi vivo aprecio por el empeño que ponéis en la animación cristiana de la cultura de nuestra ciudad. Agradezco al rector magnífico de la Universidad de Roma «Tor Vergata», el profesor Renato Lauro, las palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de todos. Dirijo un saludo especial y deferente al cardenal vicario y a las autoridades académicas e institucionales.

La invitación del Apóstol nos indica el camino que lleva a Belén liberando nuestro corazón de todo fermento de impaciencia y de falsa espera, que puede anidar siempre en nosotros si olvidamos que Dios ya ha venido, está ya actuando en nuestra historia personal y comunitaria y pide ser acogido. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob se ha revelado, ha mostrado su rostro y ha tomado morada en nuestra carne, en Jesús, hijo de María —verdadero Dios y verdadero hombre— a quien encontraremos en la cueva de Belén. Volver allí, a ese lugar humilde y estrecho, no es un simple itinerario ideal: es el camino que estamos llamados a recorrer experimentando en el hoy la cercanía de Dios y su acción que renueva y sostiene nuestra existencia. La paciencia y la constancia cristiana —de las que habla Santiago— no son sinónimo de apatía o de resignación, sino que son virtudes de quien sabe que puede y debe construir no sobre arena, sino sobre roca; virtudes de quien sabe respetar los tiempos y las formas de la condición humana y, por ello, evita ofuscar las expectativas más profundas del alma con esperanzas utópicas o fugaces, que luego defraudan.

«Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia» (St 5, 7). Queridos amigos, a nosotros, inmersos en una sociedad cada vez más dinámica, nos puede parecer sorprendente esta invitación que hace referencia al mundo rural, que sigue el ritmo de los tiempos de la naturaleza. Pero la comparación elegida por el Apóstol nos llama a dirigir la mirada al verdadero y único «labrador», el Dios de Jesucristo, a su misterio más profundo que se ha revelado en la encarnación del Hijo. De hecho, el Creador de todas las cosas no es un déspota que ordena e interviene con poder en la historia; más bien, es como el labrador que siembra, hace crecer y dar fruto. También el hombre puede ser, con él, un buen labrador, que ama la historia y la construye en profundidad, reconociendo y contribuyendo a hacer que crezcan las semillas de bien que el Señor ha dado. Vayamos, por tanto, también nosotros hacia Belén con la mirada dirigida al Dios paciente y fiel que sabe esperar, que sabe detenerse, que sabe respetar los tiempos de nuestra existencia. El Niño que encontraremos es la manifestación plena del misterio del amor de Dios, que ama dando la vida, que ama de modo desinteresado, que nos enseña a amar y sólo pide ser amado.

«Fortaleced vuestros corazones». El camino hacia la cueva de Belén es un itinerario de liberación interior, una experiencia de libertad profunda, pues nos lleva a salir de nosotros mismo y a encaminarnos hacia Dios, que se acercó a nosotros, que fortalece nuestro corazón con su presencia y con su amor gratuito, que nos precede y nos acompaña en nuestras opciones diarias, que nos habla en lo secreto del corazón y en las Sagradas Escrituras. Él quiere infundir valentía a nuestra vida, especialmente en los momentos en los que nos sentimos cansados y agobiados y en los que tenemos necesidad de recobrar la serenidad del camino y sentirnos con alegría peregrinos hacia la eternidad.

«La venida del Señor está cerca». Es el anuncio que llena de emoción y de asombro esta celebración, y que hace que nuestro paso se apresure hacia la cueva. El Niño, a quien encontraremos entre María y José, es el Logos-Amor, la Palabra que puede dar consistencia plena a nuestra vida. Dios nos ha abierto los tesoros de su profundo silencio y con su Palabra se nos ha comunicado. En Belén el hoy perenne de Dios toca nuestro tiempo pasajero, que recibe orientación y luz para el camino de la vida.

Queridos amigos de las Universidades de Roma, a vosotros, que recorréis el camino fascinante y comprometedor de la búsqueda y de la elaboración cultural, el Verbo encarnado os pide que compartáis con él la paciencia para «construir». Construir la propia existencia, construir la sociedad, no es una obra que puedan realizar mentes y corazones distraídos y superficiales. Se requiere una profunda acción educativa y un continuo discernimiento en los que debe participar toda la comunidad académica, favoreciendo esa síntesis entre formación intelectual, disciplina moral y compromiso religioso que el beato John Henry Newman propuso en su «Idea de Universidad». En nuestros tiempos se siente la necesidad de una nueva clase de intelectuales capaces de interpretar las dinámicas sociales y culturales, ofreciendo soluciones no abstractas, sino concretas y realistas. La Universidad está llamada a desempeñar este papel insustituible y la Iglesia la sostiene con convicción de manera concreta.

La Iglesia de Roma, en particular, está comprometida desde hace muchos años en apoyar la vocación de la Universidad y en servirla con la contribución sencilla y discreta de tantos sacerdotes que trabajan en las capellanías y en las realidades eclesiales. Quiero expresar mi aprecio al cardenal vicario y a sus colaboradores por el programa de pastoral universitaria que, este año, en sintonía con el proyecto diocesano, se ha sintetizado acertadamente con el tema: «Ite, missa est... en el patio de los gentiles». El saludo al final de la celebración eucarística —«Ite, missa est»— invita a todos a ser testigos de la caridad que transforma la vida del hombre y de este modo injerta en la sociedad el germen de la civilización del amor. Vuestro programa de ofrecer a la ciudad de Roma una cultura al servicio del desarrollo integral de la persona humana, como indiqué en la encíclica Caritas in veritate, es un ejemplo concreto de vuestro compromiso de promover comunidades académicas en las que se madura y se practica lo que Giovanni Battista Montini, cuando era consiliario de la Federación universitaria católica italiana (FUCI), llamaba «la caridad intelectual».

La comunidad universitaria romana, con su riqueza de instituciones estatales, privadas, católicas y pontificias, está llamada a una tarea histórica notable: la de superar ideas preconcebidas y prejuicios que en ocasiones impiden el desarrollo de una cultura auténtica. Trabajando con sinergia, especialmente con las facultades teológicas, las Universidades romanas pueden indicar que es posible un nuevo diálogo y una nueva colaboración entre la fe cristiana y los diferentes saberes, sin confusión ni separación, sino compartiendo la misma aspiración a servir al hombre en su plenitud. Espero que el próximo simposio internacional sobre el tema «La Universidad y el desafío de los saberes: ¿hacia cuál futuro?» constituya una etapa significativa en este camino renovado de investigación y compromiso. Desde esta perspectiva, deseo alentar también las iniciativas promovidas por la dirección general de la Cooperación para el desarrollo del Ministerio de Asuntos exteriores de Italia, que ha involucrado a Universidades de todos los continentes, incluyendo a las de Oriente Medio, representadas aquí por algunos rectores.

Queridos jóvenes universitarios, ha resonado en esta asamblea el recuerdo de la cruz de las Jornadas mundiales de la juventud. Al final de la celebración, la delegación universitaria africana entregará el icono de María Sedes Sapientiae a la delegación universitaria española. Así comenzará la peregrinación de esta imagen mariana por todas las Universidades de España, un signo que nos orienta hacia el encuentro del próximo mes de agosto en Madrid. Es muy importante la presencia de jóvenes universitarios preparados, que desean comunicar a sus coetáneos la fecundidad de la fe cristiana no sólo en Europa, sino en todo el mundo. Con María, que nos precede en nuestro camino de preparación, os doy cita en Madrid y confío mucho en vuestro generoso y creativo compromiso. A ella, Sedes Sapientiae, encomiendo a toda la comunidad universitaria romana. Con ella dispongámonos a encontrar al Niño en la cueva de Belén: es el Señor que viene por nosotros. Amén.



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