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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA XII SESIÓN PLENARIA
DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES

 

A la profesora Mary Ann Glendon
Presidenta de la Academia pontificia
de ciencias sociales

Con ocasión de la XII sesión plenaria de la Academia pontificia de ciencias sociales, le envío mi saludo cordial a usted y a todos los miembros, y expreso mis mejores deseos de que la investigación y el debate que caracterizan este encuentro anual no sólo contribuyan al progreso del conocimiento en vuestros respectivos campos, sino que también ayuden a la Iglesia en su misión de dar testimonio de un humanismo auténtico, basado en la verdad y guiado por la luz del Evangelio.

Vuestra actual sesión está dedicada a un tema oportuno:  "¿Desaparece la juventud? Solidaridad con los niños y los jóvenes en una época turbulenta". Ciertos indicadores demográficos han señalado claramente la urgente necesidad de una reflexión crítica sobre este tema. En efecto, aunque las estadísticas relativas al crecimiento de la población se pueden interpretar de diversas maneras, en general se coincide en afirmar que a nivel planetario, y especialmente en los países desarrollados, existen dos tendencias significativas y relacionadas entre sí:  por una parte, aumenta la expectativa de vida; y, por otra, disminuyen los nacimientos. Mientras las sociedades envejecen, muchas naciones o grupos de naciones carecen de un número suficiente de jóvenes para renovar su población.

Esta situación es resultado de múltiples y complejas causas —a menudo de carácter económico, social y cultural—, que os habéis propuesto estudiar. Sin embargo, sus raíces profundas son morales y espirituales; se deben a una preocupante falta de fe, de esperanza y, en especial, de amor. Traer hijos al mundo requiere que el eros egoísta se realice en un agapé creativo, arraigado en la generosidad y caracterizado por la confianza y la esperanza en el futuro. Por su misma naturaleza, el amor tiende a lo eterno (cf. Deus caritas est, 6). Tal vez la falta de este amor creativo y de altas miras sea la razón por la que muchas parejas hoy deciden no casarse, numerosos matrimonios fracasan y ha disminuido tanto el índice de natalidad.

A menudo los primeros en sufrir las consecuencias de este eclipse del amor y de la esperanza son los niños y los jóvenes. Con frecuencia, en lugar de sentirse amados y queridos, se sienten sólo tolerados. En una "época turbulenta", carecen frecuentemente de una orientación moral adecuada por parte de los adultos, con grave perjuicio de su desarrollo intelectual y espiritual. Muchos niños crecen hoy en una sociedad que se ha olvidado de Dios y de la dignidad innata de la persona humana, creada a su imagen. En un mundo plasmado por rápidos procesos de globalización, a menudo están expuestos únicamente a concepciones materialistas del universo, de la vida y de la realización humana.

Sin embargo, los niños y los jóvenes son por naturaleza receptivos, generosos, idealistas y abiertos a la trascendencia. Sobre todo necesitan ser amados y desarrollarse en un ambiente humano sano, donde puedan comprender que no han venido al mundo por casualidad, sino por un don que es parte del plan amoroso de Dios. Los padres, los educadores y los responsables de la comunidad, si quieren ser fieles a su vocación, no pueden renunciar a su deber de proponer a los niños y a los jóvenes la tarea de elegir un proyecto de vida orientado a la felicidad auténtica, capaz de distinguir entre la verdad y la falsedad, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el mundo real y el mundo de la "realidad virtual".

En vuestro enfoque científico de las diversas cuestiones tratadas en esta sesión, quisiera alentaros a prestar la debida consideración a estos temas prioritarios, y en particular al de la libertad humana, con sus múltiples implicaciones para una concepción sana de la persona y el logro de una madurez afectiva dentro de la comunidad más amplia. De hecho, la libertad interior es la condición para un auténtico desarrollo humano. Donde esta libertad falta o está en peligro, los jóvenes se decepcionan y son incapaces de comprometerse generosamente por los ideales que pueden plasmar su vida como personas y como miembros de la sociedad. En consecuencia, pueden desanimarse o rebelarse, y se puede perder su inmenso potencial humano para afrontar los entusiasmantes desafíos de la vida.

Los cristianos, convencidos de que el Evangelio irradia luz sobre todos los aspectos de la vida individual y social, no podrán menos de ver las dimensiones filosóficas y teológicas de estas cuestiones, y la necesidad de considerar la oposición fundamental entre pecado y gracia que abraza todos los demás conflictos que inquietan el corazón del hombre:  el conflicto entre error y verdad, vicio y virtud, rebelión y cooperación, guerra y paz.

Además, no pueden menos de estar convencidos de que la fe, vivida en la plenitud de la caridad y comunicada a las nuevas generaciones, es un elemento esencial en la construcción de un futuro mejor y en la salvaguardia de la solidaridad entre las generaciones, pues funda todo esfuerzo humano por construir una civilización de amor en la revelación de Dios Creador, en la creación del hombre y la mujer a su imagen, y en la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte.

Queridos amigos, a la vez que os expreso mi gratitud y mi apoyo a vuestra importante investigación, llevada a cabo de acuerdo con los métodos propios de vuestras respectivas ciencias, os  animo a no perder jamás de vista la inspiración y la ayuda que vuestros estudios pueden proporcionar a los jóvenes de nuestro tiempo en su esfuerzo por vivir una vida fructífera y realizada.

Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos los asociados al trabajo de la Academia pontificia de ciencias sociales invoco de corazón las bendiciones divinas de sabiduría, fortaleza y paz.

Vaticano, 27 de abril de 2006

 BENEDICTO XVI



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