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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO
DE LA INSURRECCIÓN DE BUDAPEST*

 

A Su excelencia
el señor LÁSZLÓ ÚRNAK SÓLYOM
Presidente de la República de Hungría

El 23 de octubre de 1956, el valiente pueblo de Budapest manifestó su deseo de libertad enfrentándose a un régimen que perseguía fines muy alejados de los valores de la nación húngara. Sigue vivo en la memoria el recuerdo de los trágicos acontecimientos que provocaron, en pocos días, miles de víctimas y heridos, suscitando en el mundo una gran conmoción.

En esos momentos resonaron con fuerza las apremiantes palabras de mi venerado predecesor el Papa Pío XII, el cual, a través de cuatro vibrantes intervenciones públicas, pidió con insistencia a la comunidad internacional el reconocimiento de los derechos de Hungría a la autodeterminación, en un marco de substancial identidad nacional, que garantizara la libertad necesaria.

De buen grado me adhiero a las diversas iniciativas programadas para conmemorar un acontecimiento tan significativo, sumamente importante para la historia del pueblo húngaro y para Europa. Y precisamente por esto he pedido al decano del Colegio cardenalicio, señor cardenal Angelo Sodano, hasta hace poco mi secretario de Estado, que participe en mi nombre en las celebraciones y que se haga intérprete de los íntimos sentimientos que alberga mi corazón en el 50° aniversario de la insurrección de Budapest.

Señor presidente, a la vez que le pido que acoja a mi legado a latere, señor cardenal Angelo Sodano, con la misma deferencia con la que me acogería a mí, aprovecho de buen grado la ocasión para subrayar el milenario entendimiento que anima las relaciones entre la Sede apostólica y el noble pueblo húngaro.

Al mismo tiempo, me complace destacar que su pueblo, señor presidente, a pesar de las opresiones que ha sufrido a lo largo de los siglos ―la última ha sido la soviético-comunista―, siempre ha tenido una recta consideración de las relaciones entre el Estado y el ciudadano, más allá de cualquier ideología.

Según la visión cristiana, en la que se inspiraron las poblaciones que dieron vida a la nación húngara, la persona con sus legítimas aspiraciones morales, éticas y sociales precede al Estado. La estructura legal del Estado y su justa laicidad siempre se conciben dentro del respeto de la ley natural traducida en los auténticos valores nacionales y, para los creyentes, enriquecida por la Revelación. Renuevo de corazón mi deseo de que Hungría pueda construir un futuro libre de toda opresión y condicionamiento ideológico.

Señor presidente, a la vez que le pido que me incluya entre quienes recuerdan con agrado un acontecimiento histórico de tanta importancia, deseo que ese acontecimiento sea motivo de benéfica reflexión sobre los ideales y los valores morales, éticos y espirituales que han construido Europa, de la que Hungría forma parte. Ojalá que su país, señor presidente, siga siendo promotor de una propuesta de civilización basada en el respeto de la persona humana y en la primacía de sus elevados destinos.

Que María, la Magna Domina Hungarorum, san Esteban, santa Isabel y los demás santos de la noble tierra de Panonia sigan velando sobre las legítimas aspiraciones del pueblo húngaro. Aseguro mi cercanía espiritual y, como signo de mi constante afecto, le imparto a usted y a sus compatriotas una especial bendición apostólica.

Vaticano, 7 de octubre de 2006

BENEDICTO XVI


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.44, p.6 (570).



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