MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I, PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA
A Su Santidad
Bartolomé I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico
Con gran alegría me dirijo a usted, con ocasión de la visita de la delegación encabezada por mi venerado hermano el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, a quien he encomendado la tarea de transmitirle mi afectuoso saludo fraterno en la fiesta de san Andrés, hermano de san Pedro y patrono del Patriarcado ecuménico.
En esta dichosa ocasión, en la que conmemoramos el nacimiento a la vida eterna del apóstol san Andrés, cuyo testimonio de fe en el Señor culminó en el martirio, extiendo también mi saludo respetuoso al Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles, que bajo su solicitud pastoral y su guía siguen testimoniando el Evangelio de Jesucristo.
El recuerdo de los santos mártires impulsa a todos los cristianos a dar testimonio de su fe ante el mundo. Esta llamada es especialmente urgente en nuestro tiempo, en el que el cristianismo afronta desafíos cada vez más complejos. Seguramente el testimonio de los cristianos sería más creíble si todos los creyentes en Cristo fueran "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).
En las últimas décadas nuestras Iglesias se han comprometido sinceramente a proseguir por el camino hacia el restablecimiento de la comunión plena y, aunque todavía no hemos logrado nuestro objetivo, se han dado muchos pasos que nos han permitido estrechar los vínculos entre nosotros. Nuestra amistad creciente y el respeto mutuo, así como la voluntad de encontrarnos y de reconocernos los unos a los otros como hermanos en Cristo, no deben verse entorpecidos por quienes permanecen apegados al recuerdo de divergencias históricas, que les impiden abrirse al Espíritu Santo que guía a la Iglesia y puede transformar todas las debilidades humanas en oportunidades para el bien.
Esta apertura ha caracterizado el trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, que el mes pasado celebró en Chipre su undécima sesión plenaria. La reunión estuvo marcada por un espíritu de solemne compromiso y un afectuoso sentimiento de cercanía. Quiero expresar una vez más mi gratitud sincera a la Iglesia de Chipre por su generosísima acogida y hospitalidad. Es muy alentador el hecho de que, a pesar de las dificultades y los malentendidos, todas las Iglesias que componen esta comisión internacional hayan expresado su intención de seguir adelante con el diálogo.
El tema de la sesión plenaria —"El papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio"—, ciertamente es complejo y requerirá un estudio amplio y un diálogo paciente si queremos aspirar a una integración compartida de las tradiciones de Oriente y de Occidente. La Iglesia católica comprende el ministerio petrino como un don de Dios a su Iglesia. Este ministerio no debe interpretarse desde una perspectiva de poder, sino en el ámbito de una eclesiología de comunión, como un servicio a la unidad en la verdad y en la caridad. El Obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad (san Ignacio de Antioquía), se entiende como el Servus servorum Dei (san Gregorio Magno). Por eso, como escribió mi venerable predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, y como reiteré con ocasión de mi visita a El Fanar en noviembre de 2006, se trata de buscar juntos, inspirándonos en el modelo del primer milenio, las formas en que el ministerio del Obispo de Roma pueda realizar un servicio de amor reconocido por unos y otros (cf. Ut unum sint, 95). Por lo tanto, pidamos al Señor que nos bendiga y que el Espíritu Santo nos guíe a lo largo de este camino difícil pero prometedor.
En cualquier caso, mientras recorremos este camino hacia la comunión plena, ya debemos dar un testimonio común, cooperando al servicio de la humanidad, especialmente defendiendo la dignidad de la persona humana, afirmando los valores éticos fundamentales, promoviendo la justicia y la paz, y respondiendo a los sufrimientos que siguen afligiendo a nuestro mundo, especialmente el hambre, la pobreza, el analfabetismo y la distribución injusta de los recursos.
Además, nuestras Iglesias pueden cooperar para llamar la atención sobre la responsabilidad de la humanidad respecto de la salvaguarda de la creación. Al respecto, expreso de nuevo mi aprecio por las numerosas y valiosas iniciativas que usted, Santidad, ha apoyado y alentado, y que han testimoniado el don de la creación. El reciente simposio internacional sobre "Religión, ciencia y medio ambiente" dedicado al río Misisipi, y sus encuentros en Estados Unidos con personalidades destacadas del mundo político, cultural y religioso, son un ejemplo de su empeño.
Santidad, en la solemnidad del gran Apóstol san Andrés, le expreso mi estima respetuosa y mi cercanía espiritual a usted y al Patriarcado ecuménico, e invoco al Dios uno y trino para que conceda abundantes bendiciones de gracia y luz a su elevado ministerio para bien de la Iglesia.
Con estos sentimientos, le envío un abrazo fraterno en nombre de nuestro único Señor Jesucristo, y renuevo mi oración para que la paz y la gracia de nuestro Señor estén con usted y con cuantos han sido encomendados a su eminente guía pastoral.
Vaticano, 25 de noviembre de 2009
BENEDICTO PP. XVI
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