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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO INSTITUTO ORIENTAL DE ROMA


Jueves 6 de diciembre de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas

Para mí es motivo de gran alegría acogeros con ocasión del 90° aniversario del Pontificio Instituto Oriental, querido por el Papa que lo fundó, mi venerado predecesor Benedicto XV. Los tiempos de aquel Papa fueron tiempos de guerra, aunque él trabajó con empeño por la paz. Y para garantizar la paz hizo varios llamamientos y, en el año 1917, en el que se fundó vuestro Instituto, elaboró también un plan concreto de paz, un plan detallado que por desgracia no tuvo éxito.

Con todo, para asegurar la paz dentro de la Iglesia, erigió entonces, en el arco de pocos meses, tres monumentos de valor incalculable:  la Congregación para la Iglesia oriental, que más tarde cambió su nombre por el de Congregación para las Iglesias orientales; el Pontificio Instituto Oriental para el estudio de los aspectos teológicos, litúrgicos, jurídicos y culturales, que forman el saber del Oriente cristiano; y el Código de derecho canónico.

Gracias por vuestra visita, queridos amigos. Os saludo a todos con afecto. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al que agradezco los sentimientos que me ha manifestado en nombre de todos. Saludo al señor cardenal Spidlík, a los prelados presentes, al padre Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús; a los alumnos y a todos los que forman parte de la comunidad del Pontificio Instituto Oriental. Pienso con afecto en todos los que, en estos noventa años, han dado su contribución para hacer que vuestro Instituto respondiera cada vez mejor a las expectativas de la Iglesia y del mundo.

Así pues, el Papa Benedicto XV, al que me siento particularmente vinculado, creó, con cinco meses y medio de diferencia, la Congregación para las Iglesias orientales, el 1 de mayo, y el Instituto Oriental, el 15 de octubre. Se beneficiaron de modo especial las Iglesias orientales católicas, que desde entonces gozan de un régimen más acorde con sus tradiciones, bajo la mirada de los Romanos Pontífices, que no han cesado de manifestarles su solicitud con gestos de apoyo concreto, como por ejemplo la invitación a numerosos estudiantes orientales a venir a Roma para crecer en el conocimiento de la Iglesia universal.

Algunos períodos difíciles han puesto a dura prueba a esas comunidades eclesiales que, aunque se encuentran físicamente lejos de Roma, siempre han permanecido cerca por su fidelidad a la Sede de Pedro. Sin embargo, su progreso y su firmeza en las dificultades habrían sido imposibles sin el apoyo constante que les ha proporcionado ese oasis de paz y de estudio que es el Pontificio Instituto Oriental, punto de encuentro de numerosos estudiosos, profesores, escritores y editores, entre los que conocen mejor el Oriente cristiano.

Merece una mención especial la joya que constituye la Biblioteca de ese Instituto, fundada por mi predecesor Pío XI, que fue bibliotecario de la Ambrosiana y un magnífico mecenas del fondo histórico de la Biblioteca del Pontificio Instituto Oriental. Se trata, ciertamente, de una Biblioteca ilustre en todo el mundo, y una de las mejores por lo que atañe al Oriente cristiano. Uno de mis compromisos es impulsar aún más su crecimiento, como signo de interés de la Iglesia de Roma por el conocimiento del Oriente cristiano y como medio para eliminar posibles prejuicios que podrían dañar la cordial y armoniosa convivencia entre los cristianos. Estoy convencido de que el apoyo dado al estudio reviste también un eficaz valor ecuménico, pues aprovechar el patrimonio de la sabiduría del Oriente cristiano enriquece a todos.

A este respecto, el Pontificio Instituto Oriental constituye un insigne ejemplo de lo que la sabiduría cristiana puede ofrecer a quienes desean adquirir un conocimiento cada vez más preciso de las Iglesias orientales y profundizar en la orientación de la vida según el Espíritu, que representa un tema sobre el cual el Oriente cristiano con razón se enorgullece de poseer una riquísima tradición.

Se trata de unos tesoros muy valiosos, no sólo para los estudiosos, sino también para todos los miembros de la Iglesia. Hoy en día, gracias a las diversas ediciones de que disponemos de los Padres orientales, ya no son tesoros encerrados "bajo llave". Descifrarlos e interpretarlos de manera autorizada, elaborar síntesis dogmáticas sobre la santísima Trinidad, sobre Jesucristo y sobre la Iglesia, sobre la gracia y los sacramentos, reflexionar sobre la vida eterna, de la que ya podemos gustar una anticipación en las celebraciones litúrgicas, es tarea de quienes estudian en el Pontificio Instituto Oriental.

Queridos profesores, a vosotros en particular os expreso mi vivo aprecio por el gran bien que hacéis, dedicando un tiempo valioso a vuestros alumnos. Expreso con afecto mi agradecimiento a la Compañía de Jesús, a cuya competencia académica y celo apostólico está encomendado el Pontificio Instituto Oriental desde hace 85 años. De corazón os deseo todo bien a vosotros, queridos estudiantes que habéis venido a Roma para compartir con tantos otros procedentes de todo el mundo el contacto directo con el centro de la Iglesia universal.

Y mi gratitud no puede omitir un eslabón muy importante; aludo a los que, aun sin encargarse directamente del trabajo científico, prestan una gran contribución:  son los amigos que sostienen el Pontificio Instituto Oriental con su solidaridad; los bienhechores, a quienes debemos en gran parte el progreso material de esta institución; y el personal, sin el cual no se podría garantizar su funcionamiento diario. A todos expreso mi agradecimiento desde lo más profundo de mi corazón y, como prenda de la recompensa divina, les imparto con afecto la bendición apostólica.



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