DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DE LA FUNDACIÓN
«POPULORUM PROGRESSIO» PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Jueves 14 de junio de 2007
Queridos hermanos en el Episcopado,
amados hermanos y hermanas:
Me es muy grato recibir y saludar con afecto a los miembros del Consejo de Administración de la Fundación “Populorum Progressio” para América Latina y los Países del Caribe, con ocasión de su reunión anual. Este año celebramos el cuadragésimo aniversario de la encíclica de mi predecesor Pablo VI, que da nombre a la Fundación. Deseo agradecer a su Presidente, el Arzobispo Mons. Paul Josef Cordes, las amables palabras que me ha dirigido en nombre también de todos vosotros. Agradezco además la presencia de varios Obispos que vienen del “Continente de la esperanza”, algunos de los cuales he podido saludar en mi reciente visita apostólica al Brasil. Saludo asimismo a los representantes de la Conferencia Episcopal Italiana, que tan generosamente contribuye a que se hagan realidad las palabras de san Ignacio de Antioquía, cuando dice que la Iglesia de Roma «preside a la caridad» (A los Romanos, Proemio). De modo especial, doy las gracias a todos aquellos que nos ayudan a realizar esta misión tan significativa. Deseo saludar, por fin, a los colaboradores del Consejo Pontificio Cor Unum, presentes también en este encuentro con el Sucesor de Pedro. Gracias por el continuo trabajo que estáis llevando a cabo en favor de los más pobres.
Desde hace quince años, cuando mi amado predecesor Juan Pablo II erigió la Fundación “Populorum Progressio” confiándola a la responsabilidad del Consejo Pontificio Cor Unum, ésta se ha dedicado a promover la misión de la Iglesia sosteniendo iniciativas específicas en favor de las poblaciones indígenas, campesinas y afroamericanas de los Países latinoamericanos y caribeños. Al instituir esta Fundación, el Papa pensaba en los pueblos que, amenazados en sus costumbres ancestrales por una cultura postmoderna, pueden ver destruidas sus propias tradiciones, tan dispuestas a acoger la verdad del Evangelio. La Fundación es fruto de la gran sensibilidad que Juan Pablo II demostraba por los hombres y mujeres que más sufren en nuestra sociedad. Este trabajo, emprendido hace quince años, debe continuar siguiendo los principios que han distinguido su empeño en favor de la dignidad de todo ser humano y de la lucha contra la pobreza.
Quiero subrayar aquí dos características de la Fundación. En primer lugar, el desarrollo de los pueblos debe tener como principio pastoral una visión antropológica global de la persona humana, aspecto que el artículo segundo de los Estatutos de la Fundación llama “promoción integral”. En este sentido, al definir este concepto el Papa Pablo VI afirmaba en su encíclica: «Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres? Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de ellos, podría aparentemente triunfar. [...] No hay, pues, más que un humanismo verdadero, que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida humana» (n. 42). Esta promoción integral tiene en cuenta el aspecto social y material de la vida, así como el anuncio de fe, la cual da al hombre el sentido pleno de su ser. A menudo, la verdadera pobreza del hombre es la falta de esperanza, la ausencia de un Padre que dé sentido a la propia existencia: «con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios» (Deus caritas est, 31).
La segunda característica es la ejemplaridad del método de trabajo de la Fundación, modelo para toda estructura de ayuda. Los proyectos son estudiados por un Consejo de Administración, compuesto por Obispos de diversas áreas de América Latina, los cuales hacen una valoración de los mismos. De este modo, la decisión está en manos de quienes conocen bien los problemas de aquellas poblaciones y sus necesidades concretas. Así, por un lado, se evita un cierto paternalismo, siempre humillante para los pobres y que frena su propia iniciativa y, por otro, los fondos llegan en su totalidad a los más necesitados sin perderse en grandes procesos burocráticos.
Como he afirmado en mi reciente viaje pastoral a Aparecida, la Iglesia en aquellas naciones afronta enormes desafíos, pero al mismo tiempo es la “Iglesia de la esperanza”, que siente la necesidad de luchar en favor de la dignidad de todo hombre, de una verdadera justicia y contra la miseria de nuestros semejantes. América Latina es una parte del mundo, rica por sus recursos naturales, donde las diferencias en el nivel de vida deben dar paso a ese espíritu de compartir los bienes, como se manifiesta en la conversión y posterior actitud de Zaqueo, el publicano del Evangelio: «La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más» (cf. Lc 19,8). Frente a la secularización, la proliferación de las sectas y la indigencia de tantos hermanos, es apremiante formar comunidades unidas en la fe, como la Sagrada Familia de Nazaret, en las que el testimonio alegre de quien se ha encontrado con el Señor sea la luz que ilumine a quienes están buscando una vida más digna.
Encomiendo los trabajos de este Consejo Pontificio Cor Unum y de la Fundación “Populorum Progressio” a la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de toda América. Que Ella os asista y os guíe siempre. Como expresión de estos vivos deseos, imparto con afecto a todos vosotros, a vuestros familiares y colaboradores, la Bendición Apostólica.
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