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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Capilla "Redemptoris Mater"
Sábado 3 de marzo de 2007

 

Señor cardenal: 

En nombre de todos los que nos encontramos aquí reunidos, le agradezco de corazón la maravillosa anagogía que nos ha dado durante esta semana.

En la santa misa, antes de la plegaria eucarística, cada día respondemos a la invitación "Levantemos el corazón" con las palabras:  "Lo tenemos levantado hacia el Señor". Y me temo que esta respuesta a menudo sea más ritual que existencial. Pero en esta semana realmente usted nos ha enseñado a elevar nuestro corazón, a subir hacia lo invisible, hacia la realidad verdadera. Y nos ha dado también la clave para responder cada día a los desafíos de esta realidad.

Durante su primera conferencia me di cuenta de que en las incrustaciones de mi reclinatorio está representado Cristo resucitado, rodeado de ángeles que vuelan. Pensé que esos ángeles pueden volar porque no se encuentran en la gravitación de las cosas materiales de la tierra, sino en la gravitación del amor del Resucitado, y que nosotros podríamos volar si saliéramos de la gravitación de lo material y entráramos en la gravitación nueva del amor del Resucitado.

Usted nos ha ayudado realmente a salir de esta gravitación de las cosas de cada día y a entrar en la gravitación del Resucitado, subiendo así a las alturas. Por eso le damos las gracias.

También quisiera expresarle mi agradecimiento porque nos ha ofrecido análisis muy acertados y precisos de nuestra situación actual y sobre todo nos ha mostrado cómo detrás de muchos fenómenos de nuestro tiempo, aparentemente muy lejanos de la religión y de Cristo, hay una pregunta, una espera, un deseo; y que la única respuesta verdadera a este deseo, omnipresente precisamente en nuestro tiempo, es Cristo.

Así usted nos ha ayudado a seguir con mayor valentía a Cristo y a amar más a la Iglesia, la "Immaculata ex maculatis", como usted nos ha enseñado con palabras de san Ambrosio.

Por último, quisiera darle las gracias por su realismo, por su humorismo y por su concreción; incluso por la teología un poco audaz de una de sus asistentas:  no me atrevería a someter esas palabras —"el Señor tal vez tiene sus defectos"— al juicio de la Congregación para la doctrina de la fe. Pero, en cualquier caso, hemos aprendido:  y sus pensamientos, señor cardenal, nos acompañarán no sólo en las próximas semanas.

Lo encomendamos en nuestras oraciones.

Muchas gracias.



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