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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Sábado 16 de febrero de 2008

 

Queridos hermanos:

Al final de estos días de ejercicios espirituales, le doy las gracias de todo corazón a usted, eminencia, por su guía espiritual, ofrecida con tanta competencia teológica y con tanta profundidad espiritual. Desde mi perspectiva visual, he tenido siempre ante mis ojos la imagen de Jesús de rodillas delante de san Pedro, lavándole los pies. A través de sus meditaciones, esta imagen me ha hablado. He visto que precisamente aquí, en este comportamiento, en este acto de suma humildad, se realiza el nuevo sacerdocio de Jesús. Y se realiza precisamente en el acto de solidaridad con nosotros, con nuestras debilidades, con nuestro sufrimiento, con nuestras pruebas, hasta la muerte. Así, he visto con ojos nuevos también la vestidura roja de Jesús, que nos habla de su sangre. Usted, señor cardenal, nos ha enseñado que la sangre de Jesús, a causa de su oración, estaba "oxigenada" por el Espíritu Santo. Y así ha llegado a ser fuerza de resurrección y fuente de vida para nosotros.

Pero no podía dejar de meditar también en la figura de san Pedro con el dedo sobre la frente. Es el momento en el que pide al Señor que no sólo le lave los pies, sino también la cabeza y las manos. Me parece que expresa —más allá de aquel momento— la dificultad de san Pedro y de todos los discípulos del Señor para comprender la sorprendente novedad del sacerdocio de Jesús, de este sacerdocio que es precisamente humillación, solidaridad con nosotros, y así nos abre el acceso al verdadero santuario, el cuerpo resucitado de Jesús.

Durante todo el tiempo de su discipulado y —me parece— hasta su propia crucifixión, san Pedro debió escuchar constantemente a Jesús, para entrar más profundamente en el misterio de su sacerdocio, del sacerdocio de Cristo transmitido a los Apóstoles y a sus sucesores.

En este sentido, la figura de san Pedro me parece como la figura de todos nosotros durante estos días. Usted, eminencia, nos ha ayudado a escuchar la voz del Señor, a aprender así de nuevo lo que es el sacerdocio suyo y nuestro. Nos ha ayudado a entrar en la participación del sacerdocio de Cristo, y así a recibir también el corazón nuevo, el corazón de Jesús, como centro del misterio de la nueva alianza.

Gracias por todo esto, eminencia. Sus palabras y sus meditaciones nos acompañarán durante este tiempo de Cuaresma en nuestro camino hacia la Pascua del Señor. En este sentido, os deseo a todos vosotros, queridos hermanos, una buena Cuaresma, espiritualmente fecunda, para que podamos realmente llegar a la Pascua con una participación cada vez más profunda en el sacerdocio de nuestro Señor.



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